La policía llegó cuando bajaba nuevamente la escalera y pasamos alrededor de una hora hablando con ellos. Les dijimos que yo había ido con la Sra. Cleghorn para ayudarla a recoger los papeles de Nancy; que no quería ir sola y yo era una antigua amiga de su hija, que nos habíamos encontrado con el caos y les habíamos llamado. Hablamos con un par de detectives principiantes que lo apuntaron todo cuidadosamente a mano pero que no parecían más preocupados por este allanamiento que por el de cualquier otro inquilino del Sector Sur. Al fin, se fueron sin ofrecernos ni instrucciones ni advertencias especiales.
Yo me dispuse a marchar poco después.
– No quiero alarmarla, pero cabe la posibilidad de que los que registraran la casa de Nancy vengan también aquí. Debería plantearse el trasladarse con alguno de sus hijos, por mucho que le desagrade.
La Sra. Cleghorn asintió con desgana; el único de sus hijos que no tenía niños vivía en un remolque con su novia. No era precisamente una casa de huéspedes ideal.
– Supongo que debo guardar el coche de Nancy en algún lugar seguro también. ¿Quién sabe dónde darán el próximo golpe esos dementes?
– ¿El coche? -paré en seco-. ¿Dónde está su coche?
– Ahí fuera. Lo había dejado al lado de las oficinas de PRECS y una de las mujeres que trabaja allí me lo trajo después del funeral. Yo tenía un juego de llaves de repuesto, o sea que debieron… -su voz fue apagándose al percatarse de la expresión de mi cara-. Es verdad. Tendríamos que mirar en el coche ¿no? Si es que Nancy tenía efectivamente algo que pudiera querer un… un asesino. Aunque no puedo imaginar qué pueda ser.
La Sra. Cleghorn había dicho aquello mismo anteriormente y yo me repetí mis propias palabras tranquilizadoras y absurdas: que era probable que Nancy no supiera que poseía algo tan deseado por otra persona. Salí hacia el Honda azul pálido de Nancy con la Sra. Cleghorn y saqué un montón de papeles del asiento trasero. Nancy había tirado allí su portafolios junto con una serie de carpetas que no cabían dentro.
– ¿Por qué no te lo llevas todo, querida? -la Sra. Cleghorn me sonrió trémula-. Si puedes ocuparte de los papeles, de devolver los que correspondan a PRECS, me serviría de gran ayuda.
Me metí todo el montón bajo el brazo izquierdo y le pasé el derecho sobre los hombros.
– Sí, claro. Llámeme si ocurre alguna otra cosa, o si le hace falta ayuda con la policía -era más trabajo del que quería, pero era lo menos que podía hacer dadas las circunstancias.
Permanecí sentada en el coche con la calefacción encendida, hojeando las carpetas de Nancy. Fui dejando a un lado todo lo relacionado con los asuntos rutinarios de PRECS. Quería descargarlo en la oficina de la calle Comercial antes de salir hacia Chicago Sur.
Buscaba algo que pudiera informarme de por qué el Concejal Jurshak se oponía a la planta de reciclaje de PRECS. Eso era lo que Nancy había querido averiguar la última vez que hablé con ella. Si la habían matado por algún dato comprometedor que ella conocía sobre el Sector Sur, suponía que tendría que estar relacionado con la planta.
Al fin encontré en efecto un documento que exhibía el nombre de Jurshak, pero no tenía nada que ver con la propuesta de reciclaje; ni ningún otro asunto medioambiental. Era una fotocopia de una carta, fechada en el año 1963, dirigida a la Compañía de Seguros Descanso del Marino, donde se explicaba que Jurshak & Parma era a la sazón compañía garante de la fábrica Xerxes de Químicas Humboldt. Adjunto a la carta había un estudio actuarial que ponía de manifiesto que las pérdidas de Xerxes estaban al nivel de las de otras compañías similares de la zona y solicitaba se le aplicara la misma prima.
Leí el informe completo tres veces. No le veía sentido. Es decir, no tenía sentido que fuera éste el documento por el que habían matado a Nancy. Los seguros de vida y médicos no son mi especialidad, pero éste tenía el aspecto de una póliza perfectamente normal y clara. Ni siquiera se me habría antojado fuera de lugar de no haber sido por su antigüedad y por no guardar conexión alguna con el tipo de trabajo de Nancy.
Había una persona que podía explicarme su significado. En fin, más de una, pero no me apetecía presentarme ante Art el Viejo con ella. «¿De dónde ha sacado esto, jovencita?» «Ah, pues andaba revoloteando por la calle, ya sabe cómo son estas cosas.»
Pero era posible que el joven Art me lo dijera. Pese a estar claramente situado en la periferia de la vida de su padre, acaso supiera lo suficiente sobre la parte de seguros para aclararme el documento. O, si Nancy lo había encontrado y tenía algún valor para ella, pudo habérselo dicho. En realidad, tuvo que decírselo, por eso estaba el joven Art tan nervioso. Sabía por qué la habían matado y no quería dar el soplo.
Aquella me pareció una teoría sólida. Pero cómo conseguir que Art me descubriera lo que sabía era cuestión totalmente distinta. Contraje el rostro en un esfuerzo por concentrarme. Cuando aquello no produjo resultados probé relajando todos los músculos y esperando que alguna idea subiera flotando hasta mi cabeza. Por el contrarío, me encontré pensando en Nancy y en nuestra infancia. La primera vez que había ido a cenar a su casa, en cuarto grado, en que su madre nos sirvió spaghetti de lata. Tuve miedo de contar a Gabriella lo que habíamos comido; creí que no me dejaría volver a una casa donde no hacían su propia pasta.
Fue Nancy la que me convenció de que hiciera la prueba para el equipo de baloncesto de la escuela superior. Yo siempre fui buena en deportes, pero mi juego era el softball. Cuando me admitieron en el equipo, mi padre clavó un cesto a un lado de la casa y jugó con Nancy y conmigo. Solía asistir a todos nuestros partidos en la escuela, y después del último partido de la universidad, contra Lake Forest, nos llevó a la Sala Empire para tomarnos unas copas y bailar. Él nos había enseñado a retirarnos, a simular un pase y después girar y encestar, y yo había ganado el partido en los últimos segundos precisamente con ese movimiento. Simular y encestar.
Me incorporé. Nancy y yo funcionamos juntas tantas veces en el pasado, que ¿por qué no ahora también? No tenía prueba alguna, pero que el joven Art creyera que la tenía.
Saqué la agenda más reciente de Nancy de entre el amontonamiento de papeles del asiento contiguo al mío. Había apuntado tres números de teléfono de Art en su ilegible letra. Los descifré, adivinando a medias, y fui hacia el teléfono público que había delante de la casa de la playa.
El primer número resultó ser el de las oficinas del distrito electoral, donde los tonos melosos de la Sra. May negaron todo conocimiento sobre el paradero del joven Art mientras intentaba sonsacarme quién era y qué buscaba. Hasta me ofreció pasarme con Art padre, antes de que yo lograra cortar la conversación.
Marqué el segundo número y salieron las oficinas Jurshak & Parma de seguros. Allí, una recepcionista de tonos nasales me dijo después de un rato que no había visto al joven Art desde el viernes y que le gustaría saber cuándo la habían contratado para cuidar al niño. La policía no se había pasado por allí aquella mañana para preguntar por él y tenía que pasar a máquina un contrato para las doce y que le contara cómo iba a hacerlo si…
– No la entretengo más -dije bruscamente, y le colgué el teléfono.
Hundí las manos en los bolsillos en busca de monedas pero había utilizado mis últimos recursos. Nancy había escrito una dirección a lápiz junto al tercer número, en la Avenida G. Aquélla tenía que ser la casa de Art. En todo caso, si se ponía el chico al teléfono, probablemente colgaría. Era mejor enfrentarme a él en persona.
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