– Imagínese – dijo Melrose – lo que va a decir Agatha. Le va a arruinar la Navidad.
Justo antes de que salieran de la posada el agente Pluck se les acercó muy orondo, con un bulto que depositó sobre la mesa frente a Jury.
Era un bolso de mano azul oscuro, barato, de los que usan las mujeres para llevar cosméticos y camisones. Contenía frascos, potes de plástico y en el fondo, algunas bombachas limpias, un camisón y una blusa. Había también unos llamativos aros. Jury sacó la ropa, miró adentro de los potes, y olió los frascos.
– ¿No había nada más en el bosque?
Pluck negó con la cabeza.
– No, señor. La bolsa estaba cerrada, así como usted la ve. Estaba escondida debajo de una pila de hojas y ramas húmedas.
– Muy bien. A ver si puede advertir a la familia Judd. Quiero hablar con ellos esta noche antes de que se haga tarde. Aunque no creo que duerman mucho esta noche.
– No lo puedo entender – dijo el vicario, que parecía haber envejecido con la noticia -. ¿Quién querría matar a esa pobre chica inofensiva? No tenía más de veinte años.
– Veinticuatro, señor Smith. Y no creo que fuera tan inocente como queremos creer. El asunto ahora es que debemos revisar lo ya actuado, porque su asesinato arroja una luz diferente sobre todo el caso. – El funcionario de huellas digitales estaba arriba: los fotógrafos ya habían hecho su trabajo, pero Jury sabía que sería inútil. Suponía que cuando la señora Gaunt limpiaba, lo había bien, y unos días antes había limpiado el cuarto de Ruby. El experto bajó ruidosamente las escaleras, maletín en mano, diciendo que arriba no había ni una huella que valiera la pena, exceptuando unas de dos clases que había por todas partes (probablemente las de la señora Gaunt y las de Jury, cuando había revisado el cuarto)
– Como le había dicho, inspector – dijo el reverendo Smith -, fue Daphne Murch quien me consiguió a esa chica. Eran muy amigas, creo. Si hay alguien que sabe por qué se fue, tiene que ser Daphne. – El vicario sr sirvió una copa de oporto y les ofreció a Jury y a Wiggins, que rechazaron el ofrecimiento. Luego se reclinó en su asiento; Jury pensó que estaría haciéndose a la idea de la muerte de su mucama. Pero en cambio dijo: – es increíble que todos esos asesinatos apuntaran a esto: a eliminar a esa pobre chica.
– ¿Cómo? – dijo Jury -. No, reverendo, creo que hay algo que no tiene muy claro. Ruby fue asesinada antes que los demás. No quiero decir que no haya conexión entre los tres, por supuesto. – Wiggins había extraído algunos cigarrillos del bolsillo del sobretodo, hurgando entre las cajas de pastillas, píldoras para la tos y gotas para la nariz, y se los tendió a Jury. – ¿Cree que Ruby supiera algo sobre alguien del pueblo, algo que no debía saber?
– ¿Chantaje? ¿Eso piensa?
Jury no respondió.
– Ella charlaba mucho, pero no siempre la escuchaba. Aunque hay rumores, yo no presto mucha atención a los chismes. Sin embargo, algo oí sobre Ruby y Marshall Trueblood.
– ¿ Marshall Trueblood ? – Jury y Wiggins intercambiaron miradas incrédulas y Wiggins casi se ahogó. Jury dijo: -Vicario, supongo que usted estará enterado de que Trueblood es homosexual.
El vicario aprovechó para alardear de su sabiduría mundana.
– ¿No podría ser lo que se llama bisexual , inspector?
Tenía razón, y Trueblood no parecía exagerar sus inclinaciones.
– Pero eso no le consta, ¿no? – dijo Jury. El vicario negó con la cabeza -. El día en que Ruby se fue, ¿parecía especialmente entusiasmada o algo parecido? – El vicario volvió a negar con la cabeza. Como ya había hablado con la señora Gaunt y ésta había sido de la misma opinión en el sentido de que no había habido ningún gesto fuera de lo común en Ruby, Jury supuso que no podían decirle nada más. Por el momento era todo. El inspector se puso de pie y Wiggins cerró enérgicamente la libreta.
Afuera, Jury le preguntó a Wiggins si no le molestaría adelantarse a Weatherington y preparar a los Judd para su visita. Por doloroso que resultara para los padres de Ruby, necesitaba hablar con ellos esa misma noche.
Cuando entró en el bar de Matchett, Jury encontró a Twig con su delantal de cuero repasando las copas. Cansado, se encaramó en uno de los taburetes de roble y pidió un whisky. Por el espejo biselado notó que había otro cliente: una mujer de mediana edad que parecía estar marcando posibles ganadores en una tarjeta de las carreras de caballos.
– ¿Dónde está el señor Matchett, Twig?
– Está en el comedor, señor, tomando algo antes de cenar. – Jury comenzó a ponerse de pie. – Está con la señorita Vivian, señor. – Al oír eso, Jury volvió a sentarse. Fijó la mirada en el líquido ambarino del vaso. Era policía. Debía estar allí, haciendo preguntas.
Se obligó a terminar el whisky y se encaminó hacia el comedor.
Al principio creyó que no había nadie. Estaba en penumbras, iluminado apenas por los globos de luz roja que titilaban en las mesas y se reflejaban en las paredes. Jury se detuvo en las sombras junto a la puerta. Entonces los vio. Casi los ocultaba una de las columnas de piedra. El perfil de Vivian se le presentaba con toda nitidez, pero de Matchett sólo podía ver una mano, que en ese momento descansaba sobre la muñeca de Vivian.
Estaba cerca de ellos, a no más de seis metros. Intentó mover los pies para sortear la distancia hasta ellos y comenzar a hacerles preguntas. Pero no lo hizo. En ese momento comprendió lo que significa quedar clavado en un sitio.
Matchett se inclinó hacia Vivian, y la mano que rozaba su muñeca se apoyó en el respaldo de su silla sobre el hombro de ella.
Jury se internó un poco más en las sombras, listo, si era necesario, para aparentar que acababa de entrar en el salón, por si uno de los dos se volvía y lo veía.
En los breves momentos en que estuvo allí parado, los tres habían guardado un profundo silencio, como si fueran un tableau vivant . Pero Jury alcanzó a oír el final de una frase que decía Matchett.
– … donde vivamos, querida.
El inspector quedó inmóvil en las sombras.
– …No podría vivir aquí , Simon. Ya no. No después de todo esto. Ahora ha sido la pobre Ruby Judd. ¡Dios mío!
– Mi amor, yo tampoco podría hacerlo. Lo que te haría mejor es irte. Nos haría bien, mejor dicho. Aquí hay demasiados recuerdos desagradables para nosotros. Vivian, mi amor… – deslizó los dedos por el cabello de ella, donde parecieron quedar atrapados entre las hebras castañas. – A Irlanda. Iremos a Irlanda, Viv. Sería perfecto para ti. ¿Estuviste en Sligo? – Ella negó con la cabeza, bajando los ojos. – Tenemos que ir, ese país es ideal para ti. Es extraño que nada perturbe la calma allí, ni siquiera esa guerra interminable en que se han embarcado. Será siempre uno de los lugares más tranquilos sobre la tierra.
Ella cruzó los brazos sobre la mesa y lo miró profundamente.
– Tú pareces demasiado activo para enclaustrarte en un lugar como Irlanda. A menos que pienses enrolarte en el IRA.
La mano de él había descendido muy despacio desde los cabellos de ella hasta la curva de la mejilla.
– Eso no es cierto. Necesito tanta paz como tú, querida. Quiero sentarme en una habitación grande y húmeda, con un fuego furioso y un par de galgos a mis pies. Escucha este lugar se puede vender a muy buen precio y, con lo obtenido, podría comprar algo allá. Una posada, si quieres. O volverme traficante de armas; haría cualquier cosa por ti.
– No creo que tengamos que preocuparnos mucho por eso.
La mano que acariciaba la mejilla bajó al hombro, y luego volvió a la mesa.
– Renuncia a él, Vivian.
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