Joseph Teller - El Décimo Caso

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Siempre ha confiado en sus clientes… hasta su última defendida. El abogado defensor Harrison J. Walker, más conocido como Jaywalker, acaba de ser suspendido por usar tácticas “creativas” y por recibir en las escaleras del juzgado “un acto de gratitud” de una clienta acusada de ejercer la prostitución. Jaywalker consigue convencer al juez de que sus clientes lo necesitan y recibe autorización del tribunal para terminar diez casos.
Sin embargo, es el último el que realmente pone a prueba su capacidad y su excelente registro de absoluciones. Samara Moss ha apuñalado a su marido en el corazón. Al menos, eso es lo que cree todo el mundo. Samara, una ex prostituta que se casó con el anciano multimillonario cuando tenía dieciocho años, es el arquetipo de la cazadora de fortunas. Sin embargo, Jaywalker sabe que las apariencias engañan. ¿Qué otra persona podría haber matado al multimillonario? ¿Le han tendido una trampa a Samara para incriminarla? ¿O acaso Jaywalker se está dejando influir por su necesidad de ganar los casos de sus clientes y de conseguir la gratitud eterna de esta clienta en particular?

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Señora Tannenbaum: Exacto.

Señor Burke: De hecho, estaba convencido de que usted lo iba a matar, ¿no es así?

Señora Tannenbaum: Si lo estaba, se le daba muy bien guardar el secreto.

Señor Burke: ¿Le parece bien que hablemos del seguro de vida un minuto?

Señora Tannenbaum: De acuerdo.

Señor Burke: Aparte de la póliza por valor de veinticinco millones de dólares que usted firmó, ¿tenía otro seguro de vida su marido?

Señora Tannenbaum: No tengo idea.

Señor Burke: ¿Se lo mencionó Barry alguna vez?

Señora Tannenbaum: No, que yo recuerde.

Señor Burke: ¿Se lo preguntó alguna vez?

Señora Tannenbaum: No.

Señor Burke: En ocho años de matrimonio, ¿nunca salió ese tema de conversación?

Señora Tannenbaum: No creo que usted entienda bien nuestro matrimonio, señor Burke. Yo era la mujer de Barry, no su socia de negocios.

Señor Burke: Entonces, no tenía usted la más mínima idea de si él tenía un seguro de vida o no. ¿Es eso lo que nos está diciendo? De nuevo, sin tener en cuenta la póliza de veinticinco millones de dólares.

Señora Tannenbaum: Yo tampoco tenía idea de eso.

Punto para Samara.

Señor Burke: Bien, recapitulemos un momento. Que usted supiera, no habría conseguido nada si se divorciaba de Barry. ¿Correcto?

Señor Jaywalker: Protesto. La pregunta ya ha sido formulada y contestada.

El Juez: Denegada.

Señor Burke: ¿Era eso lo que usted pensaba?

Señora Tannenbaum: Sí.

Señor Burke: Y, que usted supiera, cabía la posibilidad de que Barry no le hubiera dejado nada en su testamento, ¿verdad?

Señora Tannenbaum: Sí.

Señor Burke: Y, finalmente, tampoco habría obtenido ningún dinero de un seguro de vida, porque quizá no hubiera ninguno, ¿no es así?

Señora Tannenbaum: Exacto.

Señor Burke: Estaba usted en una situación precaria, ¿no le parece?

Señor Jaywalker: Protesto. Eso es suposición del fiscal.

Aunque el juez aceptó la protesta, Jaywalker sabía que Burke había conseguido anular el punto anterior de Samara y había marcado otro propio. El jurado no necesitaba oír la respuesta para entender que, según lo que sabía ella, su fortuna estaba en peligro de completar el círculo: de vivir bajo el umbral de la pobreza en una caravana a convertirse en princesa, y después a vivir en la pobreza de nuevo.

Sin embargo, Burke no estaba dispuesto a quitarle el pie del cuello todavía. Hizo que admitiera que la relación se había desintegrado con los años, porque ella se sentía cada vez más atrapada en un matrimonio con un hombre que ponía constantemente los negocios por delante de ella, y él se sentía cada vez más humillado por las muchas maneras en que ella lo humillaba.

Señor Burke: Poco antes de que su marido fuera asesinado, usted supo que su salud no era buena, ¿verdad?

Señora Tannenbaum: Sabía que tenía un catarro la última noche que lo vi. O la gripe. Algo así.

Señor Burke: Algo así. ¿Algo más?

Señora Tannenbaum: Como he dicho, siempre se estaba quejando de algo, siempre tenía miedo de estar enfermo o morir.

Señor Burke: ¿Sabía usted algo de su enfermedad coronaria?

Señora Tannenbaum: Sabía que había tenido un ataque al corazón antes de que nos conociéramos.

Señor Burke: ¿Y sabía que tenía cáncer?

Señora Tannenbaum: No.

Señor Burke: ¿No lo sabía?

Señora Tannenbaum: No lo supe hasta después de su muerte.

Señor Burke: ¿Está diciendo que su marido hipocondríaco, que estaba constantemente quejándose y expresando su miedo de que pudiera estar muriéndose, no le dijo que tenía cáncer?

La protesta de Jaywalker y la débil respuesta afirmativa de Samara no sirvieron de nada. Lo que había querido decir Burke estaba claro: Samara estaba mintiendo. No sólo había creído que su posición financiera era muy vulnerable en un matrimonio que se deshacía, sino que, en el supuesto de que aquel matrimonio sobreviviera, su marido podía morir. Desesperada por protegerse de un modo u otro, había hecho una apuesta por la vida de Barry, y había apostado una gran suma de dinero. Después lo había asesinado durante el breve periodo de seis meses que concedía la póliza. Al menos, eso era lo que iba a argumentar Burke en su declaración final, con una lógica irresistible.

Además, Burke abordó de nuevo el tema de la póliza de seguros. Sacó el documento, lo dobló de manera que la última página quedara en primer lugar e hizo que un funcionario lo colocara delante de Samara.

Señor Burke: Díganos de quién es esa firma, por favor.

Señora Tannenbaum: Mía.

Señor Burke: ¿Es su letra?

Señora Tannenbaum: Sí.

Señor Burke: Nadie la apuntó con un arma y la obligó a que firmara, ¿verdad?

Señora Tannenbaum: No.

Señor Burke: Nadie la engañó para que firmara, ¿verdad?

Señora Tannenbaum: No lo sé. No recuerdo haberlo firmado, así que no puedo hablarle de las circunstancias en que lo hice.

Señor Burke: ¿Le cubrieron los ojos con una venda?

Señora Tannenbaum: No, nadie me ha cubierto los ojos con una venda. Eso sí lo recuerdo.

Señor Burke: ¿Le importaría ir a la primera página, por favor?

Señora Tannenbaum: No.

Señor Burke: ¿Ve algo escrito en letra mayúscula en la parte superior de la página?

Señora Tannenbaum: Sí.

Señor Burke: ¿Quiere leérselo al jurado, por favor?

Señora Tannenbaum: ¿En voz alta?

Señor Burke: Sí, en voz alta.

Señora Tannenbaum: Formulario de póliza de seguro de vida a corto plazo.

Señor Burke: A mitad de la página, verá el título «Sumario de contenidos». ¿Quiere leer lo que sigue inmediatamente a esas palabras, también escrito en letras mayúsculas?

Señora Tannenbaum: ( Señalando) ¿Aquí?

Señor Burke: Sí, ahí.

Señora Tannenbaum: ( Leyendo ) Nombre del asegurado, Barrington Tannenbaum. Cantidad de la póliza, veinticinco millones de dólares. Vencimiento de la póliza, seis meses. Nombre de la beneficiaria, Samara M. Tannenbaum.

Señor Burke: Gracias.

Burke retiró la póliza y siguió con los objetos que se habían hallado en casa de Samara. Como había hecho Jaywalker anteriormente, hizo que identificara la toalla, la blusa y el cuchillo. Después le dio la oportunidad de explicar quién podía haber escondido detrás de la cisterna de su baño aquellos objetos. Samara no tenía respuesta. Había estado sola en casa todo el tiempo, desde que había vuelto a casa hasta que habían aparecido los detectives al día siguiente. ¿Pensaba que alguien se había colado en su casa y había puesto las cosas allí sin que ella se diera cuenta, o que las había puesto allí después de que se la hubieran llevado esposada? ¿O quizá habían sido los detectives quienes habían dejado allí los artículos, a causa de un inexplicable deseo de inculparla?

De nuevo, Samara no tenía respuesta.

¿Quizá los había escondido ella misma allí, de modo temporal, pensando que podría librarse de ellos en cuanto pudiera, y se había quedado sorprendida por lo rápidamente que había aparecido la policía? No, insistió ella. Aquello no era cierto. Ella nunca había puesto aquello en su casa, aunque tampoco podía decir quién lo había hecho, o cómo se las habían arreglado para conseguirlo.

A veces llegaba el momento, durante el interrogatorio del fiscal, en que las caras de los miembros del jurado expresaban con claridad su escepticismo, su incredulidad. Aquel momento había llegado para Samara. Ya no la creían. Jaywalker lo supo con tanta seguridad como sabía su apellido.

Eran casi las cinco de la tarde. Burke solicitó permiso para acercarse al estrado del juez. Después pidió permiso para terminar su interrogatorio al día siguiente. El juez Sobel accedió, y no aceptó la protesta de Jaywalker. Sin embargo, él sabía que, aunque se la hubiera concedido, no habría servido de nada. De hecho, había decidido que llegados a aquel punto, nada serviría.

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