Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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– ¿Quieres excluir a Claire? -preguntó Silvestri.

– No del todo, John. Sólo en tanto que asistente improbable en los secuestros.

– Estoy de acuerdo en que no podemos excluirla completamente -dijo Patrick-, pero no puedo creer que sea capaz de prestar mucha ayuda del tipo que sea. Lo que no implica que no esté al tanto de las correrías de su hermano.

– Entre ellos hay un vínculo colosal. Ahora que sabemos cómo fue su infancia, ese vínculo tiene más sentido. Su madre asesinó a su padre, apostaría la vida. Lo que quiere decir que Ida Ponsonby ya era mentalmente inestable mucho antes de que Claire volviera a casa para cuidarla. Debe de haber sido un infierno.

– ¿Se enterarían los hijos del asesinato, Carmine?

– No tengo ni idea, Patsy. ¿Cómo volvería Ida a casa en mitad de una ventisca en 1930? Presumiblemente, en el coche de Leonard, pero ¿quitarían la nieve de las carreteras en aquella época? No lo recuerdo.

– Las principales, seguro -dijo Silvestri.

– Tuvo que mancharse de sangre. Tal vez la vieran los críos.

– ¡Especulaciones! -dijo Marciano con un bufido-. Atengámonos a lo hechos, muchachos.

– Danny tiene razón, como de costumbre -dijo Silvestri, y le recompensó dejando la colilla del cigarro debajo de sus narices-. Empezaremos a vigilar a la gente mañana por la noche, así que más vale que ahora nos pongamos a pensar en los cambios.

– El cambio más importante -dijo Carmine- es que Corey, Abe y yo vigilaremos la entrada del túnel discretamente.

– ¿Qué hay del perro? -preguntó Patrick.

– Es una complicación. Dudo que coma comida drogada, a los perros guía los adiestran para que no acepten comida de desconocidos ni la cojan del suelo. Y como es una hembra vaciada, no se desviará para buscar compañía canina. Si nos oye, ladrará. De lo que no puedo estar seguro es de si Chuck no se llevará a Biddy con él para guardar la trampilla del túnel en su ausencia. Si lo hace, el animal nos olerá.

Patrick se echó a reír.

– ¡No si os rociáis con eau de mofeta! -dijo.

Los demás se echaron atrás, horrorizados.

– ¡No, Patsy, por Dios!

– Bueno, al menos Abe y Corey -corrigió Patsy, con aire diabólico-. Incluso puede que bastara con uno.

– Uno de nosotros no va a llevar eau de mofeta, y ése soy yo -dijo Carmine, con cara de pocos amigos-. Tiene que haber otra manera.

– Si no queremos darle pistas a Ponsonby, no. No podemos secuestrar al perro, eso es seguro. No nos enfrentamos a ningún pardillo con un plan mal pergeñado, se trata de un doctor en Medicina que nos ha llevado la delantera en todo momento. Si el perro desaparece, sabrá que vamos por él, y eso sería el fin de sus secuestros -dijo Patrick-. Su as en la manga es el túnel que mantiene oculto, y hemos de hacerle creer que sigue siendo su secreto. Puede que lo proteja antes de que os acerquéis: con alambre para haceros tropezar, alarmas o timbres dispuestos como minas de tierra; comprobadlo, por el amor de Dios. Así que seguro, utilizará al perro. Cómo, no lo sé, pero lo hará. Si yo fuera él, le metería un poquito de Seconal a Claire en su bebida de la noche.

– ¡Patrick, qué retorcido eres! -dijo Silvestri, sonriente.

– No tanto como Carmine, John. Venga, hombre, todo lo que he dicho es lógico.

– Sí, ya lo sé. Pero ¿dónde encontramos eau de mofeta?

– Yo tengo una botella entera -dijo Patrick como ronroneando.

Carmine miró a Silvestri con expresión amenazadora.

– En ese caso, el presupuesto de la policía de Holloman tendrá que incluir un montón de litros de zumo de tomate. No puedo pedirles a Abe y Corey que se echen eau de mofeta detrás de las orejas sin ofrecerles una bañera llena de zumo de tomate por la mañana. -Frunció el entrecejo, con expresión de frustración-. ¿Tenemos alguna bañera en los calabozos, o sólo hay duchas?

– Hay una bañera grande de hierro en una habitación exterior, detrás de la parte vieja del edificio. Más o menos por la época en que le machacaron la cabeza a Leonard Ponsonby, se usaba para tranquilizar a los locos antes de que se los llevaran los tipos de las batas blancas -dijo Marciano.

– Vale, pues que alguien friegue el lugar y lo desinfecte. Luego quiero que llenen esa bañera de zumo de tomate hasta el mismo borde, porque creo que Abe y Corey tendrán que perfumarse los dos. Si se vieran obligados a separarse, el perro podría oler al que fuera limpio.

– Trato hecho -dijo Silvestri, y su expresión indicaba que daba la reunión por concluida.

– ¡Un momento! No hemos terminado todavía -dijo Carmine-. Aún tenemos que discutir algunas posibilidades. Por ejemplo, ¿Ponsonby está trabajando solo, o tiene un cómplice del que no sabemos nada? Asumiendo que Claire no esté involucrada, ¿por qué descartamos de pronto la probabilidad de que haya dos Fantasmas? Ponsonby tiene una vida fuera del Hug y de su casa. Es sabido que frecuenta las exposiciones de arte, aunque ello le obligue a faltar al trabajo un día o dos. A partir de ahora, le seguiremos adondequiera que vaya. Nuestros mejores hombres, los mejores. Finos como la seda, hombres y mujeres. Y nada de walkie-talkies chapuceros. Los nuevos micrófonos de solapa en frecuencias individualizadas, para dificultar que las intercepte; la verdad es que esos trastos son una mierda pinchada en un palo. Nuestros equipos tecnológicos están mejorando, pero nos vendría muy bien contar con un Billy Ho o un Don Hunter. Si finalmente cierran el Hug, sería buena idea ponerlos en nómina. Incorporarlos al departamento de Patsy, a cuyo nombre no estaría de más añadir la palabra «forense». ¡Y no lo digas, John! ¡Consigue el dinero, maldita sea!

– Si Morton Ponsonby estuviera vivo, ya sabríamos quién es el segundo Fantasma -dijo Marciano.

– Danny, Morton Ponsonby no está vivo -dijo Carmine armándose de paciencia-. He visto su tumba y también he visto el informe de su autopsia. No, no le asesinaron, sencillamente cayó muerto, fulminado. No se detectó veneno, aunque tampoco se encontró una causa concreta de su muerte.

– Tal vez Ida la loca pudo atacar de nuevo.

– Lo dudo, Danny. Parece ser que físicamente era muy poquita cosa, y Morton Ponsonby era un varón adolescente y sano. No sería fácil ahogarle con una almohada. Además, no había borra ni pelusa en el conducto respiratorio.

– Puede que hubiera un cuarto hijo -insistió Marciano-. Es posible que Ida no registrara su nacimiento.

– ¡Bueno, no desvariemos! -exclamó Carmine, crispando las manos en el aire-. En primer lugar, con Leonard Ponsonby muerto, ¿quién pudo ser el padre de ese misterioso cuarto hijo? ¿Chuck? ¡Seamos realistas, Danny! La presencia de un niño se hace notar… ¡Esa gente no eran recién llegados a Ponsonby Lane, eran sus dueños! Llevaban en el lugar desde poco después de la llegada del Mayflower. Fíjate en Morton. Fuera del mundo, pero la gente sabía de su existencia. Hubo público llorándole en su funeral.

– Así que si hay un segundo Fantasma, es alguien que no conocemos.

– De momento, así es -dijo Carmine.

27

Miércoles, 2 de marzo de 1966

Las noches del lunes y el martes transcurrieron sin incidentes, salvo por lo que se refiere a las incesantes maldiciones de Abe y Corey. Vivir inmerso en miasma de mofeta era un suplicio que alcanzaba el grado de tortura, pues no existía un cerebro que hubiera logrado jamás hacer con ello lo que los cerebros hacían normalmente con los olores, horribles o no: dejar de percibirlos transcurrido un tiempo. El olor a mofeta era persistente, el abismo olfativo más absoluto. Sólo el afecto que sentían por Carmine les había movido a aceptar, pero en cuanto se lo aplicaron se arrepintieron. Afortunadamente, la bañera del sector antiguo del edificio de la Administración del condado era lo bastante grande para alojar a dos hombres a un tiempo; de no ser así, tal vez se hubiera agriado una muy vieja amistad.

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