Colleen Mccullough - On, Off
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Qué lástima, pensaba Wesley/Alí en un rincón de su siempre atareada cabeza, que a ningún blanco se le ocurriera meterle un balazo a Mohammed el Nesr. ¡Qué gran mártir sería! Pero estaban en la vieja y aburrida Connecticut, no en el Sur ni en el Oeste: no había neonazis, ni miembros del Klan, ni siquiera los típicos paletos reaccionarios. Ése era uno de los trece estados originales, un paraíso de la libertad de expresión.
Pensara Wesley/Alí lo que pensase, Carmine sabía que Connecticut contaba también con su cuota de neonazis, miembros del Klan y paletos reaccionarios; sabía, asimismo, que a la mayoría se les iba la fuerza por la boca, y que hablar era gratis. Pero tenían vigilado hasta al último racista fanático, pues Carmine estaba decidido a evitar que nadie apuntara con un arma a Mohammed el Nesr el domingo por la tarde. Mientras Mohammed planificaba su mitin, Carmine planificaba la forma de protegerle: dónde situaría a los francotiradores de la policía, cuántos agentes de paisano podría poner a patrullar alrededor de una multitud soliviantada contra los blancos. En modo alguno iba a permitir que una bala acabara con Mohammed el Nesr e hiciera de él un mártir.
Entonces llegó la noche del sábado y la nieve volvió a hacer acto de presencia, con una ventisca de febrero que de un día para otro cubrió el suelo con medio metro de nieve; un viento helado y aullador acabó de asegurar que no tuviera lugar mitin alguno en la explanada de Holloman. Salvados por la campana invernal una vez más.
De modo que ahora Carmine estaba libre para tomar la carretera 133 y comprobar si la señora Eliza Smith estaba en casa. Lo estaba.
– Los chicos se han ido al colegio muy decepcionados. Con sólo que la nieve hubiera esperado hasta anoche, hoy se habrían librado del cole.
– Lo siento por ellos, pero me alegro mucho por mí, señora Smith.
– ¿El mitin negro de la explanada de Holloman?
– Exactamente.
– Dios ama la paz -dijo ella sencillamente.
– Entonces, ¿por qué no nos la prodiga un poco más? -preguntó el veterano de la guerra militar y civil.
– Porque después de crearnos, se mudó a algún otro rincón de un universo muy extenso. Tal vez cuando nos creó nos puso un engranaje especial para hacernos amar la paz. Luego el engranaje se desgastó, y ¡pum! Demasiado tarde para que Dios volviera.
– Una teoría interesante -dijo él.
– Acabo de hornear unos pasteles de mariposa -dijo Eliza, conduciéndole a su cocina antigua de imitación-. ¿Qué le parece si preparo una cafetera y los prueba?
Los pasteles de mariposa, según pudo comprobar, eran unos pastelitos amarillos a los que Eliza había cortado los montículos superiores para llenar los huecos de crema azucarada y batida y luego partir en dos los remates y volver a colocarlos dándoles la vuelta; sí que recordaban a unas alitas regordetas. Por añadidura, estaban deliciosos.
– Lléveselos, por favor -le suplicó Carmine tras haber devorado cuatro-. Si no lo hace, me quedaré aquí sentado hasta acabarlos.
– Muy bien -dijo ella, los dejó en la encimera y se sentó con él como para quedarse un rato-. Y ahora dígame, teniente, ¿qué le trae por aquí?
– Desdemona Dupre. Me dijo que era con usted con quien debía hablar sobre la gente del Hug, porque les conoce mejor que nadie. ¿Querrá usted informarme, o me mandará a hacer gárgaras?
– Hace tres meses le habría mandado a hacer gárgaras, como usted dice, pero las cosas han cambiado. -Jugueteó con su taza de café-. ¿Ya sabe que Bob no volverá al Hug?
– Sí. Parece que en el Hug está todo el mundo al tanto de eso.
– Es una tragedia, teniente. Es un hombre deshecho. Siempre ha tenido un lado oscuro, y puesto que le conozco de toda la vida, sabía también de la existencia de ese lado oscuro suyo.
– ¿A qué se refiere con «un lado oscuro», señora Smith?
– Depresión brutal… un pozo sin fondo… vacuidad. Él lo llama de cualquiera de estas formas, según. Su primera crisis seria tuvo lugar tras la muerte de nuestra hija, Nancy. Leucemia.
– Lo siento mucho.
– Nosotros también -dijo ella, parpadeando para contener las lágrimas-. Nancy era la mayor, murió con siete años. Ahora tendría dieciséis.
– ¿Tiene usted alguna foto de ella?
– Cientos, pero las tengo escondidas por la tendencia de Bob a la depresión. Espere un minuto. -Se fue y volvió con una fotografía a color, sin marco, de una niña adorable, tomada evidentemente antes de que su enfermedad la consumiera. Pelo rubio y rizado, grandes ojos azules, la boca más bien fina de su madre.
– Gracias -dijo él, y dejó la foto boca abajo sobre la mesa-. Supongo que se recuperó de aquella depresión, ¿no?
– Sí, gracias al Hug. Estar pendiente del Hug le mantuvo entero entonces. Pero no esta vez. Esta vez se retirará a jugar con sus trenes para siempre.
– ¿Cómo se las arreglarán económicamente? -preguntó Carmine, sin ser consciente del anhelo con que miraba los pasteles de mariposa.
Ella se levantó a servirle más café y depositó dos pasteles en su plato.
– Tenga, cómaselos. Es una orden. -Sus labios parecían secos; se pasó la lengua por ellos-. Económicamente no tenemos de qué preocuparnos. Tanto su familia como la mía nos dejaron fideicomisos con los que no tendríamos que trabajar para ganarnos la vida. ¡Qué horrible perspectiva para un par de yanquis! La ética del trabajo es imposible de erradicar.
– ¿Qué hay de sus hijos?
– Nuestros fideicomisos pasarán a ellos. Son buenos chicos.
– ¿Por qué les pega el profesor?
Ella no intentó negarlo.
– El lado oscuro. No ocurre a menudo, de verdad. Sólo cuando se ponen pesados como suelen hacer los chicos: porque no dejen estar un tema delicado o se nieguen a aceptar un no por respuesta. Son chicos muy normales.
– Supongo que me estaba preguntando si los chicos jugarán a los trenes con su padre.
– Creo -dijo Eliza parsimoniosamente- que mis dos hijos preferirían morir a pisar ese sótano. Bob es… egoísta.
– Ya lo había notado -dijo él con dulzura.
– Detesta compartir sus trenes. En realidad es por eso por lo que los niños intentaron destrozarlos… ¿Le contó él que los daños fueron desastrosos?
– Sí, que le llevó cuatro años reconstruirlo todo.
– Eso no es verdad, sencillamente. ¿Un crío de siete y otro de cinco? ¡Pamplinas, teniente! Fue más cuestión de andar recogiendo cosas del suelo que otra cosa. Después les pegó sin compasión… Tuve que quitarle la vara a la fuerza. Y le dije que si volvía a lastimarles de aquella manera, iría a la policía. Él sabía que lo decía en serio. Aunque siguió pegándoles de vez en cuando. Nunca con aquella furia, como cuando lo de los trenes. Se acabaron los castigos sádicos. A él le gusta criticarles porque no están a la altura de su santa hermana. -Sonrió, torciendo los labios de una forma que no ex presaba diversión alguna-. Aunque puedo asegurarle, teniente, que Nancy tenía de santa lo mismo que Bobby o Sam.
– No lo ha tenido usted fácil, señora Smith.
– Tal vez no, pero no ha habido nada que no pudiera manejar. Mientras pueda manejarme con mi vida, estoy bien.
Él se comió los pasteles.
– De fábula -dijo, con un suspiro-. Hábleme de Walter Polonowski y su mujer.
– Se vieron atrapados sin remedio en la telaraña de la religión -dijo Eliza, sacudiendo la cabeza como resistiéndose a dar crédito a que pudieran haber sido tan idiotas-. Ella pensó que él no aprobaría el control de natalidad; él creyó que ella nunca se prestaría al control de natalidad. De modo que tuvieron cuatro hijos cuando en realidad ninguno de ellos quería ser padre o madre, y sobre todo, antes de que llevaran casados el tiempo suficiente como para conocerse. Adaptarse a vivir con un extraño es duro, pero aún lo es más cuando la extraña empieza a cambiar ante tus ojos en cuestión de pocos meses: vomita, se hincha, se queja, todo el numerito. Paola es muchos años más joven que Walt… ¡Ah, era una chica tan guapa…! Se parecía mucho a Marian, la nueva, de hecho. Cuando Paola se enteró de lo de Marian, debió cerrar la boca y conservar a Walt como seguro de manutención. En vez de eso, ahora tendrá que criar a cuatro hijos con una pensión miserable, porque está claro que ella no puede ponerse a trabajar. Walt no tiene intención de darle un centavo más de lo que esté obligado, así que va a vender la casa. Dado que está gravada con una hipoteca, la parte que le toque a Paola será otra miseria. Por si Walt no tuviera suficientes problemas, Marian está embarazada. Lo que quiere decir que Walt tendrá que mantener a dos familias. Tendrá que dedicarse al ejercicio privado, lo que realmente es una pena. Es muy buen investigador.
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