Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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– Me temo que no, señora. Otra alarma por billetes de cien falsos.

– Ahora sabemos que los Fantasmas tenían planeada la segunda serie de asesinatos antes de empezar con la primera -dijo Carmine a su fascinada audiencia-. La venta se llevó a cabo en diciembre de 1963, bastante antes de que secuestraran a la primera víctima de todas, Rosita Esperanza. Fueron secuestrando a doce chicas, a razón de una cada dos meses, a lo largo de dos años, con doce vestidos de Campanilla guardados entre bolitas antipolillas aguardando el momento de utilizarlos. Sean quienes sean los Fantasmas, no siguen ningún ciclo lunar, como quieren creer los psiquiatras ahora que han reducido la frecuencia a treinta días. La Luna no tiene nada que ver con los Fantasmas. Sus ciclos son de base solar: doces, doces, doces.

– ¿Nos ayuda en algo haber descubierto lo de Campanilla? -preguntó Silvestri.

– Hasta que haya juicio, no.

– Pero primero hay que encontrar a los Fantasmas -dijo Marciano-. ¿Quién crees que es la abuelita, Carmine?

– Uno de los Fantasmas.

– Pero dijiste que no estamos ante crímenes de mujer.

– Lo sigo afirmando, Danny. De todas formas, resulta mucho más fácil para un hombre disfrazarse de señora mayor que de mujer joven. Tener la piel más áspera o arrugas no es tanto problema.

– Me encanta el atrezzo -dijo secamente Silvestri-. Abrigo de marta, chófer y limusina. ¿No podríamos seguir la pista de la limusina?

– Mañana pondré a Corey a trabajar en ello, John, pero no esperes gran cosa. El chófer era el otro Fantasma, sospecho. Es curioso que la señora Dobchik se acordara de todos los detalles en lo que a la abuela se refiere, bifocales incluidas, y en cambio del chófer sólo recuerde que llevaba un uniforme negro, gorra y guantes de cuero.

– No, tiene lógica -dijo Patrick-. Tu señora Dobchik lleva un negocio de ropa. Atiende a mujeres ricas cada día, pero no a trabajadores. Las mujeres las archiva en su memoria, y conoce todos los tipos de pieles, todas las marcas francesas de bolsos y zapatos. Apuesto a que la abuela no se quitó los guantes de seda en ningún momento, ni siquiera para sacar los billetes del fajo.

– Tienes razón, Patsy. Enguantada de principio a fin.

Silvestri soltó un gruñido.

– Así que no estamos más cerca de los Fantasmas.

– En cierto sentido, John, y sin embargo hemos hecho progresos. Puesto que no dejan pruebas y nadie ha podido darnos una descripción, estamos buscando una aguja en un pajar. ¿Cuánta gente hay en Connecticut, tres millones? Comparado con otros estados, no es mucho… Ninguna gran ciudad, una docena pequeñas; cien pueblos. Bien, ése es nuestro pajar. Pero al poco de empezar con el caso comprendí que buscar la aguja no es el camino. Los vestidos de Campanilla pueden parecer otra vía muerta, pero no creo que eso sea cierto. Son otro clavo en su ataúd, otra prueba. Cualquier cosa que nos hable de un hecho relativo a los Fantasmas nos acerca a ellos. Lo que tenemos delante es un rompecabezas hecho de cielo azul sin nubes, pero los vestidos de Campanilla han llenado un espacio vacío. Ahora tenemos un poco más de cielo. -Carmine se inclinó hacia delante y siguió desarrollando su idea-. Para empezar, hemos pasado de un Fantasma a dos Fantasmas. En segundo lugar, los dos Fantasmas son como hermanos. No sé de qué color tienen la piel, pero lo que ven en su mente colectiva es un rostro. Más que cualquier otra cosa, un rostro. La clase de rostro que no se da entre las chicas cien por cien blancas, y no es muy frecuente entre las cien por cien negras. Los Fantasmas trabajan como un equipo en sentido estricto: cada uno tiene asignado un conjunto específico de tareas, tiene sus propias especialidades. Lo que probablemente es aplicable a lo que les hacen a sus víctimas después de capturarlas. La violación les excita, pero la víctima ha de ser virgen en todos los sentidos: no les interesan las que conservan el himen intacto pero se dejan meter mano. Un Fantasma le da a la víctima su primer beso, así que tal vez el otro la desflora. Yo me inclino a creer que el trabajo en equipo se prolonga a lo largo del proceso: a ti te toca hacer esto, a mí aquello. En cuanto a lo que es darles muerte, no estoy seguro, pero sospecho que se encarga de ello el Fantasma subordinado. Es quien hace la limpieza. La única razón por la que conservan las cabezas es la cara, lo que significa que cuando les encontremos vamos a encontrar todas y cada una de las cabezas, hasta la de Rosita Esperanza. Mientras sus actividades pasaron desapercibidas para la policía, les divertía ejecutar los secuestros a plena luz del día, pero a partir de Francine Murray se acogotaron. Empiezo a pensar que pasaron a ejecutarlos de noche porque la policía estaba ya al tanto, no porque eso formara parte de un método nuevo y preconcebido. Los secuestros nocturnos son menos arriesgados, así de sencillo.

Patrick estaba sentado con los ojos entornados, como si estuviera mirando algo muy pequeño.

– La cara -dijo-. Es la primera vez que te oigo descartar los demás criterios, Carmine. ¿Qué te hace pensar que es sólo la cara? ¿Por qué has descartado el color, el credo, la raza, la estatura, la inocencia?

– Ay, Patsy, sabes cuántas veces he considerado todos ellos, pero al final me he quedado con la cara. Me vino de sopetón: ¡pam! -Se dio una palmada en el puño-. Fue Margaretta Bewlee quien me lo sugirió. Mi perla negra tras una docena de perlas cremosas. ¿Qué tenía en común con las otras chicas? Y la respuesta es: la cara. Nada más, sólo la cara. Rasgo por rasgo, su cara era la misma de todas las demás. Me habían despistado todas las diferencias, tanto que pasé por alto esa única similitud: la cara.

– ¿Y qué hay de la inocencia? -preguntó Marciano-. También tenía eso.

– Sí, es un hecho. Pero no es la inocencia lo que lleva a nuestra pareja de Fantasmas a secuestrar a estas chicas en particular. Es la cara. Una chica que no tenga esa cara, con toda la inocencia del mundo, no atraerá el interés de los Fantasmas. -Se detuvo, frunciendo el entrecejo.

– Sigue, Carmine -le conminó Silvestri.

– Los Fantasmas, o tal vez uno de los Fantasmas, conocían a alguien con esa cara. Alguien a quien odian más que al resto de la humanidad junta. -Apoyó la cabeza en las manos, se agarró del pelo-. ¿Uno de ellos, o los dos? El dominante, seguro, mientras que el sumiso puede que simplemente le acompañe en el viaje, en una fantástica montaña rusa; él es el sirviente, y odia a quien odie el dominante. Cuando me dijiste que a los Fantasmas no les interesan los pechos, Patsy, rellenaste otro pedazo de cielo. El pecho plano, los pubis depilados. Sugerirían que la poseedora de la cara no había alcanzado la pubertad, y sin embargo… Si eso es así, ¿por qué no raptan a niñas prepúberes? No les falta el coraje ni la inteligencia para hacerlo. Así que ¿es la poseedora de la cara alguien que al menos uno de los Fantasmas conoció desde su infancia a su adolescencia? ¿A quien odió más de mujer que de niña? Ése es el enigma para el que no tengo respuesta.

Silvestri escupió su cigarro por la emoción.

– Pero han ido más al aspecto infantil con esta segunda docena, Carmine. Vestidos de fiesta de niña.

– Si supiéramos de quién era la cara, sabríamos quiénes son los Fantasmas. Me pasé todo el viaje de vuelta desde White Plains repasando mentalmente las casas de todos los huggers, buscando esa cara en las paredes de alguno de ellos, pero ninguno la tiene en sus paredes.

– ¿Todavía crees que la cosa pasa por el Hug? -preguntó Marciano.

– Uno de los Fantasmas es sin duda un hugger. El otro no lo es. Éste es el que sale a buscarlas, y puede que llevara a cabo alguno de los raptos sin ayuda. Siempre ha estado claro que tenía que ser un hugger, Danny. Sí, puedes argumentar que habrían podido dejar los cuerpos en cualquiera de los frigoríficos de animales muertos de la Facultad de Medicina, pero ¿dónde sino en el Hug es posible llevar de dos a diez bolsas aparatosas de un vehículo al frigorífico sin que se fijen en uno? A menos bolsas por viaje, más viajes. La gente entra y sale de los aparcamientos las veinticuatro horas del día, mientras que al aparcamiento del Hug se entra con una tarjeta magnética, y está completamente desierto a las cinco de la mañana, pongamos por caso. Me fijé en que hay un carro de la compra grande encadenado al muro trasero del Hug para ayudar a los investigadores a entrar sus libros y papeles. No estoy diciendo que los Fantasmas no pudieran haber usado otras cámaras frigoríficas, sólo digo que usar la del Hug es lo más sencillo y lo más fácil.

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