Ella soltó un grito y empezó a moverse nerviosamente, pero hizo la llamada y luego se llegó hasta él para tomarle el pulso con la mano.
– Estoy bien -dijo él, irritado-. ¡No te alteres, mujer, estoy bien! Acabo de sufrir un sobresalto horroroso, pero no me ha fallado el corazón. -Sus labios dibujaron una sonrisa de ensoñación-. Tengo hambre, quiero desayunar bien. Huevos fritos y beicon, una tostada con mucha mantequilla y pasas, y café con leche. ¡Venga, Robin, muévete!
– Nos han despistado -dijo Carmine, de pie a la orilla del agua junto a Abe y Corey-. ¿Cómo hemos podido ser tan idiotas? Hemos vigilado todas las carreteras y no se nos ha ocurrido pensar en el puerto. La tiraron aquí después de traerla por mar.
– Toda la costa Este estuvo congelada hasta el sábado por la noche -dijo Abe-. Esto tiene que ser cosa de última hora, no es posible que tuviera planeado dejarla aquí.
– Y una mierda -dijo Carmine convencido-. El deshielo lo hizo más fácil, eso es todo. Si el agua siguiera congelada, habrían cruzado a pie desde una calle que no estábamos patrullando. Así las cosas, pudieron usar una barca de remos y acercarla lo bastante para tirar el cadáver. No llegaron a poner el pie en la orilla.
– Está completamente congelada -dijo Patrick al reunirse con ellos-. Lleva un vestido de fiesta lila con perlas cosidas, nada de bisutería. Es de un tejido parecido a encaje que no había visto antes… no es encaje normal. El vestido le queda mejor que a Margaretta, al menos de largo. Todavía no le he dado la vuelta para ver si está abotonado por detrás. No hay marcas de ataduras, ni doble corte en el cuello. Dejando al margen algunas hojas sucias, está muy limpia.
– Puesto que no pusieron los pies en tierra, no vamos a encontrar nada. Lo dejo en tus manos, Patsy. Vamos, tíos -les dijo a Abe y Corey-, tenemos que preguntar a todos aquellos cuya casa dé a la playa si vieron u oyeron algo anoche. Pero, Corey, vas a ampliar el alcance de nuestras redes. Coge una lancha de la policía y acércate a las motoras y cargueros que anden por cualquier parte del puerto. Puede que alguien atracara en el muelle para respirar un poco de aire fresco después de pasarse días embarcado y viera una barca de remos. Es la clase de cosa en que se fijaría un marinero.
– Es una repetición de lo de Margaretta -dijo Patrick a Silvestri, Marciano, Carmine y Abe; Corey estaba en el mar, en la gran lancha de la policía-. Faith tenía los hombros más estrechos y los pechos pequeños, por lo que consiguieron abotonarle el vestido. Éste no presentaba marca alguna, lo que significa que debieron de envolverla en una sábana de nailon impermeable para el viaje en barca. Algo más fino que la lona normal. Las barcas siempre tienen varios dedos de agua de salpicaduras en el fondo, pero el vestido estaba seco, impecable.
– ¿Cómo murió? -preguntó Marciano.
– Violada hasta morir, como Margaretta. Lo que no sé es si su último instrumento está diseñado expresamente para matar o si preferían que hiciera su efecto más despacio, pongamos que tras varios asaltos con él. En cuanto Faith murió, la metieron en un congelador, pero no en uno doméstico. Más parecido al de un supermercado. Lo bastante largo como para alojar a Margaretta tendida, y lo bastante ancho como para colocar a las dos chicas con los brazos extendidos separados del cuerpo y las piernas algo abiertas. A las dos las vistieron cuando estaban ya duras como piedras. Las bragas de Faith eran modestas, pero lilas en vez de rosas. Pies descalzos, manos desnudas. Faith tiene dos dedos del pie izquierdo torcidos de alguna rotura antigua. Eso facilitará su identificación, si es que la familia sale alguna vez de su postración.
– ¿Crees que los vestidos los ha hecho la misma persona? -preguntó Silvestri-. Lo digo porque son distintos, pero parecidos.
– No soy experto en trajes de fiesta. Creo que la amiga de Carmine debería echarles un vistazo y decírnoslo -dijo Patrick, guiñando un ojo.
Carmine se ruborizó. «Así que es evidente, ¿no? ¿Y qué más da si lo es? Éste es un país libre, y sólo puedo esperar que no lleguemos a necesitar el testimonio de Desdemona para trincar a esos hijos de puta. Un abogado de la policía me diría que Desdemona es el error más grave que he cometido en este caso, pero mi instinto me dice que ella es irrelevante, pese al atentado contra su vida. El amor no me haría perder mi instinto de policía. ¡Y Dios sabe que la amo! Cuando apareció en mi balcón, supe al instante que significaba más para mí que yo mismo. Es la luz de toda mi existencia.» -¿Tienes alguna buena noticia que darnos a propósito del vestido rosa, Carmine? -preguntó Danny Marciano.
– No, ninguna. Puse a alguien a comprobar todos los lugares donde venden vestidos de niña de una punta a otra del Estado, pero parece ser que los trajes de fiesta de más de cien dólares exceden lo que son los gustos de Connecticut. Lo que no deja de ser extraño, teniendo en cuenta que Connecticut es una de las zonas más ricas del país.
– Las madres ricas de niñas pequeñas se pasan la vida yendo en su Cadillac de un centro comercial a otro -dijo Silvestri-. ¡Por Dios, si se van a Filene's, en Boston! Y a Manhattan.
– Tomo nota -dijo Carmine con una sonrisa-. Estamos consultando las páginas amarillas desde Maine a Washington D.C. ¿A quién le apetece una hornada de pastelitos con beicon y sirope de aquí al lado?
«Al menos vuelve a tener apetito -pensó Patrick, asintiendo a aquel plan con la cabeza-. A saber qué es lo que ve en esa inglesita, pero desde luego no es como su ex esposa. No se ha colgado de una mujer por su aspecto por segunda vez, aunque cuanto más la veo, menos desprovista de todo atractivo me parece. Una cosa es cierta, tiene cerebro y sabe usarlo. Eso ha de cautivar a un hombre como Carmine.»
– Ah, Addison se ha ido al Hug -le dijo Robin a Carmine en tono jovial cuando volvió a la casa.
– Parece usted contenta -observó él.
– Teniente, llevo tres años de infierno -contestó ella, dando vueltas por el lugar con paso saltarín-. Desde que sufrió aquel infarto, Addison estaba convencido de que vivía de prestado. ¡Tenía tanto miedo…! Correr, y nada más que fruta y verduras frescas. Tenía que irme en coche hasta Rhode Island para encontrar una pieza de pescado que no rechazara. Estaba seguro de que una impresión fuerte le mataría, de modo que hacía cualquier cosa por evitarlas. Y entonces va esta mañana y se encuentra con esa pobre chica, y sufre una impresión fuerte… muy fuerte. Pero no siente ni la menor punzada, ni por supuesto se muere. -Con los ojos brillantes, dio un brinco de contento-. Hemos vuelto a una vida normal.
Ajeno al hecho de que Addison Forbes albergaba fantasías homicidas respecto a su esposa, Carmine se fue después de darse otra vuelta por la propiedad, pensando en lo cierto de que un mal viento no trae bien a nadie. El doctor Addison Forbes sería un hombre mucho más feliz… al menos hasta que los abogados de Roger Parson Junior encontraran una cláusula en el testamento del tío William que permitiera impugnarlo. ¿Formaba parte del plan de los Fantasmas acabar con el Hug además de con la vida de hermosas jovencitas? Y de ser así, ¿por qué? ¿Podía ser que al destruir el Hug pretendieran en realidad destruir al profesor Robert Mordent Smith? Si ése era el caso, iban bien encaminados. ¿Y cómo encajaba Desdemona en todo ello? Había desayunado con ella y se pasó el rato friéndola a preguntas al más puro estilo policial, sin el menor reparo: ¿había visto algo que hubiera enterrado bajo todo recuerdo consciente? ¿Iba paseando por la calle en el momento en que secuestraron a alguna de las chicas? ¿Le había hecho alguien del Hug algún comentario fuera de lugar? ¿La perturbaba algo inusual…? A todo lo cual, tras escucharlo pacientemente, ella respondió con rotundas negativas.
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