Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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– Sencillo y fácil es mejor -dijo Silvestri-. Va a ser el Hug.

– Reza porque no sea Desdemona, Carmine -dijo Patrick.

– Bueno, estoy segurísimo de que no es Desdemona.

– ¡Ah! -exclamó Patrick, poniéndose en tensión-. ¡Sospechas de alguien!

Carmine inspiró profundamente.

– No sospecho de nadie, y eso es lo que más me preocupa. Debería sospechar de alguien, conque ¿cómo es que no es así? Lo que sí tengo es la sensación de que se me está escapando algo que tengo delante de las narices. En mis sueños está claro como el agua, pero cuando me despierto se ha ido. Lo único que puedo hacer es seguir pensando.

– Habla con Eliza Smith -dijo Desdemona, con la cabeza apoyada en el hombro de Carmine; la había trasladado a su apartamento el día después de que recibiera aquella visita-. Ya sé que en realidad no me cuentas nada de lo importante, pero estoy convencida de que crees que el Fantasma es un hugger. Eliza es parte del Hug desde sus orígenes, y aunque nunca ha metido la nariz donde no debía, lo cierto es que sabe cantidad de cosas que mucha otra gente ignora. El Profe habla con ella a veces, como cuando le surgen problemas con el personal: Tamara le marea bastante, Walt Polonowski tiene sus épocas, y Kurt Schiller igual. Eliza se especializó en psicología en la Smith, y luego se doctoró en la Chubb. No soy una entusiasta de los psicólogos, pero el Profe respeta mucho las opiniones de Eliza. Ve a hablar con ella.

– ¿Alguna vez ha necesitado el Profe hablar con Eliza sobre ti?

– ¡Desde luego que no! En cierta medida, yo me sitúo en una órbita exterior que no se cruza con la de ningún otro… casi como un compás de cinco por cuatro, por ponerlo en términos musicales. A mí me ven como una contable, no como una científica, y eso me hace irrelevante para el Profe. -Se acurrucó en su regazo-. En serio, Carmine. Habla con Eliza Smith. Sabes perfectamente que la forma de resolver este caso es hablando.

24

Miércoles, 23 de febrero de 1966

Las consecuencias del deshielo tuvieron a Carmine demasiado ocupado para ver a la señora Eliza Smith hasta casi una semana después de que Desdemona le apremiara a hacerlo. Además, no acababa de ver, por más que se esforzara, qué podría aportar la señora Smith a su investigación. Sobre todo, ahora que se había extendido el rumor de que el Profe no volvería al Hug.

Las temperaturas se dispararon y el viento decidió extinguirse; el frío polar dio paso a una demostración de clima ideal, lo bastante fresco para llevar ropa de abrigo, pero en absoluto desagradable. La mordaza helada que venía conteniendo el malestar racial a nivel de todo el Estado se fundió; hubo estallidos de violencia por todas partes.

En Holloman, Mohammed el Nesr prohibió tajantemente los disturbios, ya que, en esa temprana fase, no formaba parte de sus planes exponerse a una orden de arresto o de búsqueda. Solos entre las turbas descontentas de población negra que agitaba la revuelta, la Brigada Negra y sus líderes se hallaban sentados sobre un formidable arsenal de armamento pesado, que habían preferido a las diversas armas de fuego que podían robarse en armerías o casas particulares. Y aún no era el momento de revelar la existencia de ese arsenal. A pesar de lo cual, Mohammed se manifestaba infatigablemente. Y si bien había esperado mayores multitudes, congregaba un número suficiente para plantar grupos que gritaran, puño en alto, delante del Ayuntamiento, del edificio de la Administración del condado, de las oficinas de la Chubb, la estación de ferrocarril, la de autobuses, la residencia oficial de M.M. y, por supuesto, del Hug. Todas las pancartas aludían a que el Monstruo de Connecticut era blanco e inviolable, y al carácter racialmente selectivo de sus víctimas.

– Después de todo -le decía Wesley/Alí a Mohammed, muy alborotado-, lo que queremos es resaltar la discriminación racial. Las hijas adolescentes de los blancos están a salvo, pero son las únicas; y eso es un hecho que ni el gobernador, desde su torre de marfil, puede discutir. Todas las ciudades industriales de Connecticut tienen como mínimo un ochenta por ciento de población negra, lo que nos sitúa en una posición de poder.

Mohammed el Nesr recordaba al águila de la que había tomado el nombre; era un hombre orgulloso y magnífico, de nariz de halcón, estatura y planta imponentes, que llevaba el pelo muy corto, oculto bajo un sombrero diseñado por él mismo, con cierto aire de turbante, aunque más plano por arriba. Al principio se había dejado la barba, luego decidió que la barba tapaba demasiado aquella cara que ninguna cámara podía hacer parecer bestial, o cruel, o fea. Su cazadora de cuero de la Brigada Negra tenía el puño blanco bordado, que no impreso, la llevaba encima de ropa militar de faena, y se movía como el ex militar que era. Al igual que Peter Scheinberg, había alcanzado el rango de coronel del ejército de Estados Unidos, de modo que era sin duda un águila. Un águila con dos licenciaturas en Derecho.

Su cuartel general del 18 de la calle Quince, tras el revestimiento de colchones, estaba atestado de libros, pues era un lector insaciable de textos sobre Derecho, Política e Historia, estudiaba el Corán con fervor y se sabía un líder de hombres. Sin embargo, andaba todavía tanteando la forma adecuada de llevar a cabo su revolución; por más que las ciudades industriales disfrutaran de una amplia mayoría de población negra, la nación entera, que en su conjunto no era mayoritariamente urbana, pertenecía al hombre blanco. Su primera inspiración había sido reclutar a los miembros de la Brigada Negra entre la plétora de hombres negros de las fuerzas armadas, pero descubrió que eran poquísimos los soldados negros que, fueran cuales fuesen sus sentimientos personales respecto a los blancos, estaban dispuestos a alistarse. De modo que al licenciarse -de manera honorable-, se instaló en Holloman, pensando que una ciudad pequeña era el mejor lugar para empezar a seducir a las inquietas masas del gueto. Que la onda de la piedra que él tirara al estanque de Holloman se extendería en círculos concéntricos hasta alcanzar lugares mejores y más grandes. Orador superlativo, sí que recibía invitaciones para hablar en mítines en Nueva York, Chicago o Los Ángeles. Pero los líderes locales de cada ciudad eran celosos de su propio ascendiente, no consideraban importante a Mohammed el Nesr. A sus cincuenta y dos años, sabía que carecía del dinero y la organización de ámbito nacional que hubiera precisado para forjar la clase de unión que su pueblo necesitaba. Como a otros autócratas, el pueblo le estaba indicando que se negaba a ser conducido adonde él quisiera conducirles. Era infinitamente mayor el número de quienes querían seguir a Martin Luther King, pacifista y cristiano.

Y ahora tenía allí a aquel pequeño y escuálido paria de Louisiana dándole consejos… ¿Cómo había llegado a eso?

– También he estado pensando -continuó parloteando Wesley/Alí- en lo que dijiste hace un par de meses… ¿te acuerdas? Dijiste que nuestro movimiento necesitaba un mártir. Bien, estoy trabajando en ello.

– Bien, Alí, hombre, sigue trabajando en ello. Entretanto, vuelve a tu creación, al Hug. Y a la calle Once.

– ¿Qué tal se presenta el mitin del domingo que viene?

– Estupendamente. Parece que congregaremos a cincuenta mil negros en el parque para el mediodía. Ahora lárgate, Alí, y déjame seguir escribiendo mi discurso.

Tal como se le ordenaba, Alí se largó a la calle Once para difundir allí la noticia de que Mohammed el Nesr iba a hablar el próximo domingo en la explanada de Holloman. No sólo debían estar allí todos, sino que además tenían que persuadir a sus vecinos y amigos de que acudieran. Mohammed era un orador brillante y carismático al que merecía la pena oír, proclamaba con entusiasmo su discípulo. «Acudid, enteraos de hasta qué punto el hombre blanco tiene sojuzgado al pueblo negro.» Ninguna joven negra estaba a salvo, pero Mohammed el Nesr tenía respuestas.

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