– Es la que cuida de todo el equipamiento delicado, tiene muy buena mano.
– ¿Y el ménage Kyneton?
– ¡Ay, Dios! La cuarta planta es un circo últimamente. Hilda y Tamara están en pie de guerra. Más que nada, concursos de gritos, pero en una ocasión acabaron rodando por el suelo, liadas a patadas y mordiscos. Hicimos falta los cuatro trabajadores de las oficinas y yo para separarlas. Así que estamos muy contentos de que no esté aquí el Profe para ver la peor cara de las mujeres. De todos modos, Hilda se habrá ido previsiblemente antes de que vuelva el Profe. El queridísimo, amadísimo Keith ha conseguido la participación que andaba buscando en Nueva York.
– ¿Qué hay de Schiller?
– No hábil. No es capaz ni de afilar la cuchilla de un microtorno. Ojo, tampoco le hace falta. Para eso están los técnicos.
– ¿Qué le parece si volvemos a mi casa a tomar un coñac?
Desdemona se deslizó fuera del compartimento.
– Creí que no iba a pedírmelo nunca.
Carmine la acompañó toda la manzana de vuelta a casa envuelto en la misma neblina de felicidad que cuando su cita del baile de graduación le dijo que lo había pasado muy bien esa noche y le ofreció sus labios. Y no era que Desdemona estuviese a punto de ofrecerle sus labios. Una lástima. Los tenía carnosos y sin carmín. Empezó a reírse con el recuerdo de intentar sacarse frotando las marcas de lápiz de labios rojo brillante.
– ¿Qué le hace tanta gracia?
– Nada, nada.
Lunes, 31 de enero de 1966
El lunes 24 de enero, el comisario Silvestri celebró una reunión discreta a la que invitó a los diversos responsables de las investigaciones sobre el Fantasma repartidos por todo Connecticut.
– De aquí a una semana se cumplirán treinta días -expuso ante una audiencia de hombres en silencio-, y no tenemos ni idea de si el Fantasma o los Fantasmas han cambiado su pauta a un mes o siguen con la pauta bimensual, o sólo han saludado el Año Nuevo con una juerga especial.
Aunque la prensa seguía refiriéndose al asesino como el Monstruo, la mayor parte de los policías involucrados aludían ahora a él como el Fantasma o los Fantasmas. Las ideas de Carmine habían echado raíces, porque hombres como el teniente Joe Brown de Norwalk comprendían que tenían sentido.
– Entre el jueves pasado, día veintisiete, y el próximo jueves, tres de febrero, todos los departamentos pondrán un operativo de vigilancia encima de cualquier sospechoso las veinticuatro horas del día. Si no obtenemos resultados, al menos servirá como proceso de eliminación. Si sabemos que un sospechoso estaba vigilado y no nos despistó, a ese sospechoso podemos tacharlo de la lista en caso de que desaparezca una chica.
– ¿Y si no desaparece ninguna chica? -preguntó un poli de Stamford.
– Pues entonces repetimos todo el dispositivo a finales de febrero. Estoy de acuerdo con Carmine en que todo lo que sabemos apunta a un buen puñado de cambios (intervalo temporal, un secuestro nocturno, el traje de fiesta, el que sólo la decapitaran), pero no podemos estar seguros de que haya cambiado de pautas de forma permanente. Sea uno o sean dos, nos lleva un buen trecho de ventaja. Lo único que podemos hacer es seguir trabajando, muchachos, lo mejor que sepamos.
– ¿Y si desaparece una chica y ninguno de los sospechosos está involucrado? -preguntó un poli de Hartford.
– En ese caso, volvemos a pensar, pero con otro enfoque. Ampliamos la red para que quepan nuevos sospechosos, pero no nos olvidamos de los viejos. Ya os pondré en contacto con Carmine.
Quien no tenía mucho que añadir, salvo sobre el tema de los sospechosos que tenían de momento.
– Holloman está en la posición exclusiva de contar con más de un sospechoso -dijo-. Los demás departamentos vigilarán a violadores conocidos con antecedentes de violencia, mientras que Holloman tiene un grupo de sospechosos sin antecedentes conocidos de violación o violencia. El personal del Hug, y dos más. En total, treinta y dos personas. No podemos apañárnoslas para mantener vigilada a tanta gente veinticuatro horas al día, razón por la cual voy a pedir que voluntarios de otros departamentos nos echen una mano. Nuestros equipos han de estar formados por hombres con experiencia, que no sean dados a echar un sueñecito durante el trabajo o a quedarse en las nubes. Si alguno de vosotros puede prescindir de hombres de confianza, agradecería vuestra ayuda.
Y así se dispuso. Veintinueve huggers, más el profesor Frank Watson, Wesley le Clerc y el profesor Robert Mordent Smith estarían vigilados en todo momento por hombres cuya atención no flaqueara. Una tarea formidable, incluso desde el punto de vista logístico.
Un número sorprendente de los huggers sospechosos o bien vivían en la carretera 133 o muy cerca de alguna de sus salidas, y la 133 era la típica carretera estatal: un carril en cada dirección, sinuosa, no provista sin embargo de muchos refugios; nada de amplios arcenes, ni centros comerciales o aparcamientos concomitantes, nada de áreas de descanso. Todo eso quedaba a lo largo de la carretera de Boston Post, en tanto que la carretera 133 serpenteaba entre pueblo y pueblo por el interior, con alguna salida ocasional a una calle lateral de casas, pero no muy frecuente.
Tamara Vilich y Marvin Schilman, que vivían en Sycamore, cerca del centro de Holloman, eran fáciles; como lo eran también Cecil y Otis, en la calle Once. Pero los Smith, los Ponsonby, los Finch, la señora Polonowski, Frank Watson y señora, los Chandra y los Kyneton estaban todos más o memos en el entorno de la carretera 133.
El sórdido motel que se regodeaba en el nombre de Mayor Menor estaba en la 133, contiguo a Ponsonby Lane, y hacía años que no había visto tanto ajetreo nocturno como se anunciaba para la semana entrante.
Carmine, Corey y Abe se repartieron en tres turnos de ocho horas la vigilancia de la casa de los Ponsonby; que Carmine eligiera a los Ponsonby se debía únicamente a que no creía que fueran a sacar nada en limpio de ninguno de los sospechosos, y hasta el momento los Ponsonby habían sido objeto de menos atención que, por ejemplo, los Smith o los Finch. Encontraron un sitio donde esconderse, tras un grupo de laureles de montaña situado a cincuenta pasos del lado más próximo a la 133 del camino de entrada a casa de los Ponsonby, tras cerciorarse de que Ponsonby Lane no tenía salida y la casa no tenía más vía de acceso de vehículos que el camino de entrada.
Verificó todo de antemano personalmente, descubriendo que los Forbes eran los más difíciles de observar, gracias a su fachada orientada al mar y a la empinada pendiente que bajaba de East Circle, su fachada a la carretera, hasta el agua; la casa se elevaba sobre una plataforma a media altura. Tampoco eran fáciles los Smith, entre aquella loma en que descansaba la casa, el tupido bosque y su sinuoso camino de entrada. De todas formas, el Profe estaba definitivamente recluido en Marsh Manor, en el lado de Trumbull de Bridgeport, bajo la custodia de la policía de Bridgeport. En cuanto a los Finch… realmente era una ventaja que los hubiera virtualmente eliminado de su lista. Tenían nada menos que cuatro verjas de entrada que daban a la carretera 133, en ninguna de las cuales podía apostarse un coche sin señales identificativas donde quedara al abrigo de miradas escrutadoras. Los de Norwalk se ocuparían de Kurt Schiller, y los de Torrington vigilarían a Walter Polonowski y su querida en su cabaña al norte del Estado.
Así que ¿por qué no pensaba Carmine que este ejercicio de vigilancia a gran escala fuera a dar frutos? Lo cierto era que él mismo no sabía por qué, sólo que los Fantasmas eran fantasmas, y solamente puede verse un fantasma si él quiere ser visto.
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