Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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– ¿Por qué te complicas las cosas de esa manera? -preguntó Patrick.

– Las cosas son lo complicadas que tienen que ser, Patsy. Si un asesino no es suficiente, tenemos que pensar que hay dos.

– Estoy de acuerdo -dijo Silvestri bruscamente-, pero que nadie sepa una palabra sobre la teoría de Carmine, fuera de los presentes en esta habitación.

– Una cosa más, John -dijo Carmine-. El traje de fiesta. Me gustaría enseñárselo a Desdemona Dupre.

– ¿Por qué?

– Porque hace unos bordados increíbles. El traje no lleva etiqueta, nadie ha visto antes nada parecido, y quiero intentar averiguar por dónde empezar a buscar a la persona que lo hizo. Eso quiere decir que he de saber cuánto podría costar caso de comprarlo en una tienda, o cuánto cobraría alguien como Desdemona por hacerlo. Ella hace cosas por encargo, lo sabrá.

– Claro, una vez que Paul haya acabado con él… y si tú confías en que no se vaya luego de la lengua.

– Confío en ella.

18

Lunes, 24 de enero de 1966

El periódico donde sería más lógico buscar a una persona que pusiera un anuncio para hacerse con un socio en cualquier actividad, desde negocios al asesinato, pasando por el sexo, era el National Enquirer, que se leía en todo el país y podía encontrarse en cualquier supermercado en el mostrador de caja, entre los chicles y las revistas. Después de hablar con los tres psiquiatras que habían hecho del asesinato su especialidad, Carmine estuvo en disposición de suministrar a Abe y Corey algunas palabras clave antes de enviarlos a leer los anuncios de contactos de entre enero de 1963 y junio de 1964. El Fantasma habría podido establecer su siniestra colaboración antes de que desapareciera la primera chica o pensar lo mucho que facilitaría su labor contar con un ayudante después de dar comienzo a su carrera homicida.

Carmine tenía ahora clara la naturaleza del señuelo: un objeto de compasión, de atractivo irresistible para una joven sensible de buen corazón. De modo que dejó de lado esa línea de razonamiento para centrarse en el tipo de lugar que albergaría a las chicas durante su violación y asesinato y serviría de depósito provisional de sus cadáveres. La impresión más extendida entre la policía era que el escenario de los crímenes sería un lugar improvisado; sólo Patrick admitía la conclusión de Carmine de que era cualquier cosa menos improvisado. Alguien tan minucioso que era capaz de centrar con regla una nota querría que su «laboratorio» fuera perfecto.

Iras el descubrimiento del cuerpo de Margaretta Bewlee en la propiedad de un hugger, a los huggers les faltó tiempo para prestarse a permitir que la policía registrara cualquier lugar que quisiera. Incluso Satsuma, Chandra y Schiller se derrumbaron. El túnel de las setas de Maurice Finch no era más que eso; un nuevo registro del depósito de cadáveres de Benjamin Liebman no arrojó ningún resultado; el «refugio» de Addison Forbes consistía en dos habitaciones redondas, una encima de otra, atiborradas de lecturas de género profesional pulcramente archivadas o dispuestas en estanterías; el sótano de los Smith era sencillamente el cielo de los trenes; la cabaña de Walter Polonowski era un nido de amor, con fotografías de Marian en recatadas poses por todas partes, una cama grande y la mínima expresión de una cocina. Paola Polonowski había aprovechado la oportunidad y seguido a la policía hasta la cabaña, con el resultado de que ahora Polonowski se había mudado allí con Marian, y parecía bastante más feliz. El retiro de Hideki Satsuma resultó ser una casa de soltero diseñada por un arquitecto y situada cerca de la punta del cabo Cod, en Orleans, en la que lo más acusador que hallaron fue una enorme cantidad de material pornográfico de contenidos muy violentos, pero no hasta el punto del homicidio. Algo que no sorprendió en absoluto a Carmine, cuya estancia en Japón le había mostrado el gusto japonés por la pornografía gráfica. El doctor Nur Chandra sólo estaba «mostrándose obcecado», como lo habría expresado Desdemona; su actividad secreta en la casa en que se refugiaba consistía en la construcción de un ordenador de nueva generación que intentaba programar sin reclutar a uno de aquellos asombrosos jóvenes estudiantes de Medicina de la Chubb que se pagaban la carrera diseñando programas para fines científicos específicos. Chandra estaba tan confiado en su premio Nobel que se negaba a hablarle a nadie de su trabajo, y menos a algún joven estudiante de Medicina superbrillante y ambicioso. El bosque de los Ponsonby era un bosque; ni cabañas, ni cobertizos, ni graneros ni refugios subterráneos de ninguna clase. Y el peor secreto de Kurt Schiller era una fotografía de sí mismo con su padre y Adolf Hitler. Papá había sido un capitán de submarino archicondecorado que fue invitado a conocer a der Führer y llevar a su rubio retoño; a Hitler le encantaban los retoños rubios de padres valientes. Schiller Senior se había hundido con su submarino al topar con una carga de profundidad en 1944; Kurt contaba diez años por entonces.

En consecuencia, según Silvestri, Marciano y el resto de los diversos policías de alto rango de Connecticut, el escenario de los asesinatos debía de ser improvisado. De no serlo, alguien habría reparado en él.

«Pero no es un sitio improvisado -se decía Carmine-. Si yo fuera el Fantasma, ¿qué querría? Un entorno inmaculado, eso querría.» Superficies a las que pudiera darse un manguerazo, que admitieran una limpieza escrupulosa. Eso implica baldosas mejor que cemento, metal antes que piedra o madera. Querría un quirófano. Dos Fantasmas podrían construirlo si ambos fueran hábiles con sus manos; podrían ponerle incluso la instalación eléctrica para tener luz. Lo que probablemente no podrían sería instalar las cañerías, y sin embargo necesitarían una instalación de agua. Un suministro de agua a presión, desagües adecuados y una conexión o al alcantarillado o bien a una fosa séptica. Los Fantasmas querrían también un cuarto de baño, para sí mismos si no para su víctima. A ella probablemente le pondrían un orinal y la lavarían con esponjas.

De manera que mientras Abe y Corey buceaban por los anuncios de contactos del National Enquirer, Carmine verificó todas las propiedades de los huggers buscando facturas de luz o agua llamativamente altas. Desafortunadamente, los huggers más prósperos preferían vivir en sitios con acceso a pozos de agua a conectarse a una red de tuberías, y ninguno tenía una factura de luz desmesurada. ¿Un generador? Posiblemente, si podían amortiguar el ruido. Tras ese ejercicio estéril, pasó a revisar todas las empresas de fontanería y a los más humildes fontaneros autónomos de una punta a otra de Connecticut. Buscando un trabajo lucrativo que implicara la instalación de lo que se habría descrito como un gimnasio privado o un enclave recreativo de lujo o incluso una piscina cubierta. Los que encontró resultaron ser auténticos, todos localizados en los condados de Fairfield o Litchfield. Era consciente de que preguntaba por algo que hablaba a gritos de alguien con dinero, pero siempre había pensado que el Fantasma era alguien muy adinerado. Buscara donde buscase, no sacaba nada en limpio. De ello podía extraerse una de tres conclusiones: la primera, que los dos Fantasmas podían ocuparse de su propia fontanería; la segunda, que habían contratado a un fontanero a quien habían pagado generosamente y en metálico para que guardara silencio respecto al trabajo y se ahorrara los impuestos; y la tercera, que los Fantasmas habían alquilado o comprado un lugar que respondiera de entrada a sus necesidades, como una clínica veterinaria o la consulta de un cirujano. Hizo unas cuantas llamadas para averiguar cuántas clínicas veterinarias o consultas de cirujano habían cambiado de manos hacia finales de 1963, pero no dio con ninguna irregularidad. Como de costumbre, nada, nada, nada.

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