Mary Clark - Última Oportunidad

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"Sterling Brooks no ha tenido una vida ejemplar. Por ello lleva esperando más de cincuenta años en la antesala del cielo. Unos días antes de Navidad, el consejo celestial decide proponerle un trato: entrará en el cielo si antes consigue hacer una buena obra en la tierra. Se trata de su última oportunidad. No le especifican cuál es su misión, y de pronto se ven en pleno Rockefeller Center, en medio de una multitud de patinadores, en busca de alguien que necesite un ángel. Así encuentra a Marissa, una niña de siete años, apenada por la desaparición de su padre y su abuela, que se han visto obligados a…"

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– Tranquilo, señor Badgett, ha encargado comida para todo un ejército. -Conrad Vogel sonrió como si no se lo tomara en serio.

– No te he pedido que des de comer a un ejército. Quiero saber si hay de todo en cantidad suficiente para que si a alguien le gusta una cosa y se come una tonelada entera, luego no vayáis diciendo que se ha terminado.

Charlie Santoli vio encogerse de miedo al jefe del catering bajo la mirada glacial de Junior Badgett. Cuidado con Junior, amigo, pensó.

Conrad Vogel captó rápidamente el mensaje.

– Señor Badgett, le aseguro que la comida es extraordinaria y que sus invitados van a quedar plenamente complacidos.

– Más te vale.

– ¿Y el pastel de mamá? -preguntó Eddie-.

Espero que sea perfecto.

Unas gotitas de sudor asomaron al labio superior de Conrad Vogel.

– Ha sido confeccionado por la mejor pastelería de Nueva York. Sus productos son tan buenos que uno de nuestros clientes más exigentes los utilizó para sus cuatro bodas. El pastelero jefe está aquí en persona, por si hiciera falta algún ligero retoque después de que abran el embalaje.

Junior apartó a Vogel y fue a mirar el retrato de Heddy-Anna, la madre, que iba a ser formalmente entregado a los representantes del hogar de jubilados para que ocupara un lugar de honor en la recepción de la nueva ala del centro. Pintado por un artista de Valonia, una galería de Nueva York se había encargado de hacer el marco. Junior había dado precisas instrucciones telefónicas al retratista: «Pinte a mamá como la bella mujer que es».

Charlie había visto fotografías de la «Mama».

La figura de una apuesta matrona vestida de terciopelo negro y luciendo ristras de perlas no guardaba, gracias a Dios, el menor parecido con ninguna de ellas. El artista había sido generosamente recompensado por sus servicios.

– Ha quedado bastante guapa -concedió Junior. Al instante, su fugaz satisfacción se evaporó-. ¿Dónde están esos a los que pago para que canten? Ya deberían haber llegado.

Jewel se le había acercado por detrás. Colgándose de su brazo dijo:

– Acabo de ver su coche delante de la casa, cielito. No te preocupes por ellos. Son realmente buenos.

– Más te vale. Tú me los recomendaste.

– Si ya los has oído cantar, querido. ¿Recuerdas que te llevé a cenar a Nor's Place?

– Ah, sí. No están mal. Buen restaurante, buena comida, buena situación. No me importaría nada ser el propietario. Vamos a ver la tarta.

Con Jewell todavía del brazo, su melena pelirroja rozándole los hombros y su micro minifalda que apenas le llegaba a los muslos, Junior encabezó la inspección a la cocina. El pastelero jefe, tocado por el altísimo sombrero blanco, estaba junto a la imponente tarta de cumpleaños.

Al verlos llegar, su cara se iluminó de orgullo.

– Impresionante, ¿verdad? -dijo, besándose las yemas de los dedos-. Una obra maestra. Es lo mejor de toda mi carrera. Un tributo a su querida madre. Ah, y el sabor. Un sabor divino. Los invitados se relamerán con cada mordisco.

Junior y Eddie se acercaron con reverencia para contemplar la obra maestra pastelera. Luego, casi a la vez, empezaron a gritar:

– ¡Estúpido!

– ¡Gilipollas!

– ¡Majadero!

– ¡Es Heddy-Anna, no Betty-Anna! -le espetó Eddie-. ¡Mamá se llama Heddy-Anna!

El pastelero puso cara de incrédulo, arrugó la nariz y frunció el ceño, diciendo:

– ¿¿ ¿Heddy- Anna???

– ¡No te atrevas a burlarte del nombre de mamá! -chilló Eddie, y acto seguido sus ojos se llenaron de lágrimas.

Que no salga mal nada más, rezó Charlie Santoli, A esos dos les podría dar algo.

A Hans Kramer le supuso un esfuerzo supremo el mero hecho de iniciar el trayecto de quince minutos en coche desde su casa en Syosset hasta la mansión de los Badgett en Long Island Sound. ¿Por qué demonios se me ocurrió pedirles prestado?, se preguntó por enésima vez mientras se incorporaba a la autopista. ¿Por qué no me declaré en quiebra y acabé con todo?

Directivo del ramo de la electrónica, Hans había dejado su empleo con cuarenta y seis años, había cogido el dinero de su prejubilación y todos sus ahorros e hipotecado la casa para abrir una puntocom dedicada a la venta de software que él mismo diseñaba. Tras unos prometedores inicios, con un aluvión de pedidos y el almacén repleto de material, la industria tecnológica había caído en picado.

A partir de ahí, una cancelación tras otra. Desesperadamente necesitado de fondos, y en un último esfuerzo por mantener el negocio a flote, había aceptado un préstamo de los hermanos Badgett. Por desgracia, hasta el momento no le había servido de nada.

Es absolutamente imposible que pueda reunir los doscientos mil dólares que me prestaron, y no digamos ya el cincuenta por ciento de intereses que ellos añadieron a la suma, se dijo desesperado.

Cómo se me ocurrió tener tratos con ellos. Pero es verdad, razonó, que tengo una estupenda línea de productos. Si puedo mantenerme un poco, la situación cambiará; solo que ahora he de convencer a los Badgett de que me dejen renovar el pagaré.

Desde que habían empezado sus dificultades financieras, Hans Kramer había adelgazado seis kilos; su cabello castaño empezaba a encanecer.

Sabía que su mujer, Lee, estaba muy preocupada por él, aunque ella no sabía hasta qué punto la situación era apurada. Hans no le había dicho nada acerca del préstamo, pero sí que necesitaban reducir gastos. En efecto, ya casi no iban nunca a cenar fuera.

La siguiente salida de la autopista llevaba hasta la mansión Badgett. Hans notó que le empezaban a sudar las manos. Qué petulante fui. Me vine de Suiza cuando tenía doce años y sin hablar una palabra de inglés. Me licencié por el Instituto Tecnológico de Massachusetts con excelentes notas y creí que me iba a comer el mundo. Y así fue, brevemente. Creía ser inmune al fracaso.

Cinco minutos después se aproximaba a la finca de los Badgett. La verja estaba abierta. Había una cola de coches esperando ser admitidos por un guardia de seguridad al pie del largo y sinuoso camino de entrada. Evidentemente, los Badgett celebraban una fiesta.

Hans se sintió aliviado y decepcionado a la vez.

Telefonearé dejando un mensaje, pensó. Quizá, solo quizá, me concederán una prórroga.

Mientras daba la vuelta, intentó hacer caso omiso de la voz que le advertía de que la gente como los Badgett nunca concede prórrogas.

Sterling, Nor y Billy entraron por la puerta trasera de la mansión a tiempo de oír los insultos que estaba recibiendo el pastelero jefe. Sterling se apresuró hacia la cocina para ver qué estaba pasando y encontró al pastelero arreglando algo en las letras de la tarta de cumpleaños.

¿Se habrá equivocado con la edad?, se preguntó. Una vez había estado en una fiesta donde la hija de doce años había preparado un pastel sorpresa para su madre. Al ver el pastel, con todas las velas encendidas, la madre había estado a punto de desmayarse. La edad que tantos esfuerzos le había costado ocultar aparecía allí en letras de color fucsia coronando la tarta de vainilla. Sterling recordaba haber pensado que el que no sabe leer siempre puede contar. No fue muy caritativo de mi parte, se dijo.

Por fortuna el error de este pastelero no era grande. Con unos cuantos pases del cepillo de repostero, cambió Betty-Anna por Heddy-Anna.

Nor y Billy habían acudido a la cocina al oír el tumulto.

– Tú procura no cantar «cumpleaños feliz, Betty-Anna» -le dijo Nor a Billy por lo bajo.

– Ganas no me faltan, pero mi intención es salir de aquí con vida.

Sterling les siguió camino del salón. Nor pasó los dedos por el piano; Billy sacó su guitarra del estuche, y ambos probaron los micrófonos y el equipo de sonido.

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