– No se me ocurre quién puede ser. Pero hay una cosa: si ese Badgett hablaba en serio cuando decía lo de quemar un almacén, a ese tipo le va a cambiar el acento de golpe.
Todos rieron nerviosos.
Tratan de utilizar el humor para disimular que están muy inquietos, pensó Sterling. Si los hermanos Badgett son como los ha pintado O'Brien, y si Nor y Billy han de testificar sobre esa llamada… Pobre Marissa. Estaba tan contenta hoy.
O'Brien se levantó.
– He de hablar por teléfono -dijo-. ¿Puedo usar tu despacho, Nor?
– Desde luego.
– Tú y Billy venid conmigo. Quiero que os pongáis al teléfono y expliquéis exactamente lo que habéis oído.
– Yo vuelvo a la barra -dijo Dennis, retirando la silla.
Si yo estuviera vivo, esa silla me habría aplastado el dedo gordo, pensó Sterling.
– Nor, creía que tú y Billy ibais a hacer una actuación especial esta noche -dijo un cliente de una mesa cercana-. Hemos venido solo para oíros cantar.
– Descuida -dijo Nor sonriendo-. Dentro de quince minutos estamos aquí.
En el despacho, O’Brien telefoneó a su contacto del FBI, y Nor y Billy contaron lo que habían oído casualmente. Después, Nor se encogió de hombros.
– Esto es lo que hay. A menos que pueda recordar a quién pertenece esa voz, yo no les sirvo de nada.
Sonó el móvil de Billy.
– Es Rissa -dijo mientras miraba el código de la llamada. Su expresión se serenó-. Hola, nena… Acabamos de llegar… No, no hemos visto la piscina ni la pista de bolos… Bueno, yo no diría que son como los Soprano.
– Yo sí -murmuró Nor.
– Sí, cantamos lo de siempre… -Billy se rió-. Pues claro que hemos estado sensacionales. No paraban de pedimos más. Escucha, NorNor se pone un momento, y luego te vas a la cama. Hasta mañana. Un beso muy grande.
Le pasó el móvil a Nor y se volvió a O'Brien.
– Ya conoces a mi hija, ¿verdad?
– Claro. Yo pensaba que era la dueña de esto.
– Ella cree que sí.
Nor dio las buenas noches a Marissa y compuso una sonrisa triste mientras cerraba el teléfono y se lo pasaba a su hijo. Luego miró a O'Brien.
– Me pregunto si ese pobre hombre que pedía más tiempo para devolver un préstamo tendrá una familia que mantener.
Billy le rodeó los hombros con el brazo y le dio un achuchón.
– Estás cansada, mamá, y siento decirlo, pero tu público espera…
– Lo sé. Hemos de salir. Dame un minuto para que me arregle el maquillaje.
O'Brien se metió la mano en el bolsillo.
– Tomad mi tarjeta. Si se os ocurre algo nuevo, llamadme a cualquier hora. Le daré otra a Dennis.
Hacia las nueve y media, cuando Nor y Billy empezaron su actuación, no había una sola mesa libre en el restaurante. Hicieron dos pases de media hora, uno a las nueve y media y otro a las once, para la parroquia noctámbula.
Son muy profesionales, pensó Sterling. Nadie diría que algo les está preocupando. En cuanto terminó su actuación, Nor se metió en su oficina llevando consigo los libros de reservas de los dos años anteriores. Sterling se sentó con ella mientras Nor repasaba la lista de nombres pronunciándolos en voz alta.
En varias ocasiones se detuvo a repetir un nombre, luego meneaba la cabeza y seguía leyendo. Está intentando ver si le viene a la cabeza el nombre del tipo cuya voz oyeron en casa de los Badgett, pensó Sterling.
La expresión de Nor era cada vez más ceñuda.
Al rato miró su reloj y se levantó de un salto, abrió el bolso y sacó su polvera. En unos segundos se había empolvado ligeramente la cara, retocado los ojos y los labios. Se quitó la peineta y agitó la cabeza para soltarse el pelo. Sterling se quedó muy asombrado de ver la destreza con que retorcía sus largos mechones y se los volvía a subir para prenderlos de nuevo.
– Cualquiera sale con esta pinta -dijo en voz alta-, pero el espectáculo debe continuar.
Pero si estás guapísima, quiso protestar Sterling. Eres una mujer muy hermosa.
Nor soltó un rápido suspiro al llegar a la puerta, pero momentos después era toda sonrisa mientras se detenía en cada mesa para intercambiar unas palabras con la clientela.
El restaurante está lleno, notó Sterling, y es evidente que son todos habituales. Están encantados de poder hablar un momento con Nor. Caramba, se le da muy bien. La oyó preguntar por la madre de uno, por las vacaciones de otro; luego felicitó a una pareja que acababa de fijar la fecha de su boda.
El Consejo Celestial no podrá decirle que no prestó atención a los demás, pensó Sterling. De eso no hay duda. Lástima que yo no fuera más como ella.
Billy estaba conversando con un hombre y una mujer en una mesa al fondo. Sterling decidió sintonizar. Espero que no venga nadie más a la mesa, pensó mientras se sentaba en una silla vacía. Al enterarse de qué iba la conversación, Sterling arqueó las cejas. Aquellas personas eran ejecutivos de la discográfica Empire y querían firmar un contrato con Billy.
El hombre estaba diciendo:
– No creo que haga falta que te diga la clase de artistas que llevamos. Hemos estado siguiéndote la pista, Billy, y tienes mucho gancho. Te ofrecemos un contrato por dos discos.
– Me siento muy halagado y, la verdad, la perspectiva es muy interesante, pero tendréis que hablar con mi agente -dijo Billy, radiante.
Trata de disimular que está entusiasmado, notó Sterling. Es el sueño de todo cantante joven: firmar con una compañía discográfica. Menudo día.
Los últimos rezagados salieron del restaurante a las doce y media. Nor y Billy se sentaron a la barra con Dennis mientras éste terminaba de limpiar.
Nor levantó un vaso:
– Dicen que trae mala suerte brindar con agua, pero me vaya arriesgar. Por Billy y su nuevo contrato.
– Tu padre estaría muy orgulloso -dijo Dennis.
– Seguro que sí. -Nor alzó los ojos-. Va por ti, Bill, dondequiera que estés. Tu hijo ha triunfado.
Tengo que conocerle sea como sea, pensó Sterling. Vio un sospechoso toque de humedad en los ojos de los tres. Billy tenía más o menos la edad de Marissa cuando se quedó sin padre. Tuvo que ser una pérdida terrible para él y para Nor.
– Crucemos los dedos para que todo vaya bien -propuso Billy-. No quiero entusiasmarme antes de hora. Esperaré a que me manden la oferta por escrito.
– Lo lograrás -le aseguró Nor-. Pero recuerda que la próxima Navidad te quiero aquí, cantando conmigo.
– Claro, mamá, y sin cobrar -rió Billy.
– Tendrás que contratar a un guardaespaldas -dijo Dennis. Luego dobló un paño-. Listo. Esto ya está. Pareces cansada, Nor. Deja que te acompañe a casa.
– Mira, si viviera a un cuarto de hora de aquí, tal como me siento ahora mismo te tomaría la palabra. Pero por tres minutos que tengo hasta casa, prefiero que el coche esté delante de mi puerta mañana por la mañana. Pero podrías sacarme estos libros de reservas. Quiero seguir revisándolos un rato.
Le dio un beso a Billy en la mejilla.
– Buenas noches.
– Bien. Yo me voy arriba. No te pongas a mirar esos libros ahora, mamá. Necesitas dormir.
Se miraron el uno al otro.
– Lo sé -dijo Billy-. Mañana puede que sea demasiado tarde.
O sea que Billy vive aquí, pensó Sterling. Debe de tener un apartamento ahí arriba. Sería interesante ver cómo es la casa de Nor. Ha dicho que estaba a tres minutos en coche. Puedo ir dando un paseo. Se apresuró una vez más hacia el aparcamiento, esta vez detrás de Nor y Dennis.
Cómo ha bajado la temperatura en estas pocas horas, pensó. Miró hacia el cielo. Unos nubarrones empezaban a oscurecer la luna y las estrellas. Percibió un aroma a nieve en el aire. Yo era de esas personas que prefieren el invierno al verano pensó. Annie me tomaba por loco. A ella, nada le gustaba más que un día en la playa. Recuerdo que su familia tenía una casa en Spring Lake.
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