Ruth Rendell - Trece escalones

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La octogenaria Gwendolen Chawcer, una solterona que jamás logró escapar a la posesiva personalidad de su padre, vive entregada a la lectura compulsiva y a la fantasía de un viejo amor imposible en St. Blaise House, la mansión victoriana de la familia en el barrio londinense de Notting Hill. Pero tan melancólica y plácida existencia se ve alterada cuando, haciendo caso al consejo de unas amigas, decide alquilar la planta de arriba de la casa.
Su nuevo arrendatario, Mix Cellini, es un mecánico de máquinas de fitness con una fijación: los crímenes que John Christie cometió sesenta años antes en el número 10 de Rillington Place, apartamento del horror a escasa distancia de St. Blaise House. Gwendolen no tarda en descubrir tan siniestra obsesión, pero ignora que ésta irá adquiriendo tintes cada vez más macabros cuando Mix se enamore perdidamente de la modelo Nerissa Nash.
Con Trece escalones, Ruth Rendell presenta con su maestría habitual un retrato perturbador y perverso de dos personajes tremendamente dispares pero a la vez hermanados por sus neurosis románticas. De paso, la gran dama de la novela de suspense psicológico incide en temas tan espinosos como el culto a los grandes criminales de la historia o las ansias de celebridad que caracterizan a nuestra sociedad.

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– ¿Ha estado viviendo aquí? -No aguardó una respuesta, sino que añadió-: Baje a tomar un poco de café con mi amiga y conmigo.

Cuando Queenie se enteró, se quedó horrorizada, y temió que aquel hombre pudiera ser peligroso. Pero escuchó su historia. Había llegado a Inglaterra aferrado a uno de los vagones del Eurostar y había saltado en Folkestone. Desde el principio tuvo la seguridad de que todo lo que estaba haciendo era ilegal. Por eso no se había registrado como solicitante de asilo político hasta que ya se había agotado el plazo y fue demasiado tarde. Llegó a Londres haciendo autostop, en un camión que venía de Praga y que conducía un checo. Fueron prácticamente incapaces de comunicarse, puesto que el checo no tenía ni idea de inglés y por supuesto tampoco de árabe y Omar no sabía ningún otro idioma aparte del suyo y sólo un poco de inglés.

Una vez en Londres, dormía en la calle y durante el día pedía limosna. Observaba las casas buscando las que estuvieran vacías o las que sólo estuvieran ocupadas por un propietario solitario, de preferencia una persona anciana o que no pasara mucho tiempo en casa. Encontró Saint Blaise House y a Gwendolen, y cuando empezó a hacer tanto frío que pensó que moriría si pasaba otra noche en la calle, buscó la forma de entrar.

Llegado aquel punto Queenie le preguntó por qué había venido, por qué no se había quedado en casa. Cuando él pronunció el nombre de Saddam Hussein y le habló de su esposa e hijos desaparecidos, ella asintió con la cabeza, extendió la mano para tocar la suya y ya no hizo más preguntas.

– Trepé por los tejados -explicó-. Fue fácil. Entré por una ventana y eso también fue fácil.

– ¿Y esto cuándo fue?

– Oh…, hace mucho tiempo. En febrero, o marzo, quizás. Hacía frío.

Durante el día había pedido limosna para comprar comida. Una vez, en Nottingh Hill Gate, vio «al hombre que vive aquí» y pensó que estaba acabado, pero el inquilino pareció más asustado de lo que él estaba. En las ocasiones que inevitablemente se habían encontrado siempre había parecido tenerle miedo, Omar no sabía por qué. Él se lo hubiera contado todo y le hubiese pedido ayuda, pero el hombre le tenía mucho miedo. El único ser vivo con el que había tenido más contacto desde que llegó a Londres desde Folkestone era un gato que vivía en la casa y al que parecía gustarle su compañía y dormía en su cama, probablemente por las sobras de carne y pescado que le daba. En el sótano encontró un tocadiscos viejo y algunos discos. Los había puesto con el volumen bajo porque tenía la sensación de que no podía vivir sin música.

Una noche, hacía no mucho, había oído unos golpes y al salir había visto a ese hombre arrastrando escaleras arriba algo envuelto en una sábana. De haber estado en Basora hubiera creído que se trataba de un cadáver, pero allí no, en Inglaterra no.

Queenie dejó escapar un gritito, pero Olive dijo:

– Tiene que contarle a la policía todo lo que oyó y vio. Tiene que contárselo, iremos todos juntos y podrá preguntarles cómo volver a casa a Iraq. -Al ver que Omar parecía nervioso, dijo-: Ellos estarán encantados de llevarlo a su casa. Cuando sea seguro, lo ayudarán a llegar hasta allí. Se lo prometo. Y espero que cuando llegue allí le guste lo que encuentre -añadió entre dientes.

29

El tren con destino a Norwich y con parada en Witham, Colchester e Ipswich tenía prevista su salida del andén número trece. Por un momento Mix pensó en cancelar el viaje o marcharse de la estación e intentar llegar en autobús. No, ya había sacado el billete y era terriblemente caro. La última vez que había viajado en tren se había sentado en primera clase, pero ahora las cosas eran distintas. Debía ser cauto con el dinero. Se acercaba la hora de comer. Fue al vagón restaurante, compró una hamburguesa con patatas fritas y una lata de Coca-Cola. Entonces pensó: «¿Qué diablos?», y adquirió una botella de ginebra en miniatura para echársela en la bebida.

Iba a pasarlo fatal en casa de Shannon. «Odio a los niños», pensó, y sentía náuseas sólo con imaginarse compartiendo un dormitorio con los hijos de su hermana. Recordaba que el más joven tenía un resfriado perpetuo y se sorbía la nariz constantemente. Nunca se lavaban, ninguno de los dos, y Shannon trabajaba en exceso y estaba demasiado cansada para controlarlos. De repente le vino a la cabeza el día que había intentado matarla. Pero ¿lo había hecho? ¿Lo había hecho de verdad? ¿Era eso lo que quería hacer en realidad, golpearla con esa botella hasta que muriera? De hecho, no la había tocado, Javy había llegado primero.

Ahora que lo pensaba, todos sus problemas habían empezado cuando Javy lo azotó por eso. Luego había pegado a su madre y tuvo que marcharse y arreglárselas solo. Eso eran dos cosas. Y después de eso, ¿qué? Había estado bien trabajar para Fiterama en Birmingham, pero nunca debería haber aceptado el ascenso y haberse trasladado al sur. Aun cuando Crippen no le había importado mucho, fue decepcionante encontrarse con que su casa había desaparecido, aunque eso no fue nada comparado con la indignación que sintió con lo de Rillington Place. Trasladarse a Nottingh Hill fue un error y mudarse a ese piso fue otro. Lo fue invadiendo la autocompasión hasta que notó que le escocían los ojos.

La mala suerte lo había perseguido durante toda su vida. Había acudido al gimnasio de Shoshana y el destino había hecho que conociera a Danila y ella lo había obligado a matarla. El hindú le había contado a Chawcer que lo había visto cavando en el jardín, se había lastimado tanto la espalda que ya nunca volvería a recuperarse y había matado a una mujer que ya estaba muerta. Ahora se encontraba en un tren que salía del andén número trece.

Mientras reflexionaba sobre sus infortunios había estado contando. Trece. Habían sido trece. Dejó escapar un débil gemido sin querer y una joven se lo quedó mirando.

– ¿Se encuentra bien?

Él asintió, intentó esbozar una sonrisa, pero no lo consiguió. Trece pasos hasta donde se encontraba en aquellos momentos, sin empleo, cada vez más corto de dinero, probablemente perseguido durante el resto de su vida, abandonado por sus amigos. Trece pasos, los mismos que había que dar para bajar de su piso a los oscuros dominios de aquella mujer. Vertió la ginebra en la lata de Coca-Cola medio vacía con las manos temblorosas. La chica que le había preguntado si estaba bien le lanzaba miradas de preocupación y le susurraba algo al joven que la acompañaba.

Tendría que haber estado acostumbrado, pero la mezcla de ginebra y Coca-Cola lo dejó para el arrastre. Se sentía exhausto. Pese a que el vagón estaba repleto de gente, la mayoría personas muy jóvenes y todas ellas comiendo y bebiendo el mismo tipo de comida que él, tirando envoltorios aceitosos y latas al suelo, Mix se quedó dormido. No pudo mantenerse despierto.

En el sueño que tuvo se encontraba en lo alto de esas escaleras, mirando abajo. En su cabeza, una voz le estaba diciendo que no bajara, que retrocediera. «Quédate donde estás, incluso el primer escalón será fatal.» Sin embargo, algo parecía tirar de él, lo arrastraba hacia delante y abajo, uno, dos, tres… Dio un paso, luego otro, y al llegar al pie vio que Reggie lo estaba esperando. Se despertó gritando. La chica que estaba sentada frente a él ya no se mostró comprensiva. Le dijo algo al oído a su amigo y Mix supo que le estaba diciendo que estaba borracho.

Tal vez lo estuviera. El aire del exterior le despejaría la cabeza y quizá fuera mejor que en casa de Shannon no hubiera alcohol. Se oyó una voz por el sistema de megafonía que dijo: «El tren llegará a Colchester en breves momentos. Próxima parada Colchester».

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