Ruth Rendell - Trece escalones

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La octogenaria Gwendolen Chawcer, una solterona que jamás logró escapar a la posesiva personalidad de su padre, vive entregada a la lectura compulsiva y a la fantasía de un viejo amor imposible en St. Blaise House, la mansión victoriana de la familia en el barrio londinense de Notting Hill. Pero tan melancólica y plácida existencia se ve alterada cuando, haciendo caso al consejo de unas amigas, decide alquilar la planta de arriba de la casa.
Su nuevo arrendatario, Mix Cellini, es un mecánico de máquinas de fitness con una fijación: los crímenes que John Christie cometió sesenta años antes en el número 10 de Rillington Place, apartamento del horror a escasa distancia de St. Blaise House. Gwendolen no tarda en descubrir tan siniestra obsesión, pero ignora que ésta irá adquiriendo tintes cada vez más macabros cuando Mix se enamore perdidamente de la modelo Nerissa Nash.
Con Trece escalones, Ruth Rendell presenta con su maestría habitual un retrato perturbador y perverso de dos personajes tremendamente dispares pero a la vez hermanados por sus neurosis románticas. De paso, la gran dama de la novela de suspense psicológico incide en temas tan espinosos como el culto a los grandes criminales de la historia o las ansias de celebridad que caracterizan a nuestra sociedad.

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– Tiene una casa preciosa, ya lo creo.

– Gracias -dijo Nerissa en un hilo de voz.

– ¿Puedo sentarme, señorita Nash? Y tengo una segunda petición. ¿Puedo llamarte Nerissa?

Ella tampoco supo cómo decirle que no. Negarse a ello parecía una grosería y, en cierto modo, sería como erigirse en alguien superior y desde que empezó a ser conocida y solicitada había decidido no llegar nunca a considerarse mejor que nadie y ni mucho menos demostrarlo. Observó con impotencia a Mix, que se acomodó en uno de los sofás, abrió la carpeta de cartón de color naranja que llevaba y levantó la vista para dirigirle una sonrisa de oreja a oreja mostrando los dientes.

Mix ya tenía mucha práctica, si no exactamente en aquel tipo de cosas, al menos en vender tanto su persona como sus varios productos, en mostrarse agradable y un poco insinuante con las mujeres. La falta de seguridad en sí mismo que hubiera podido tener en otras circunstancias se desvanecía cuando hablaba con una mujer y quería exponer alguna idea. Además, el vodka había empezado a hacer efecto antes de que llamara al timbre de la diputada.

Mix ya no veía ningún motivo para andarse con rodeos y dijo:

– Voy a decir la verdad con toda franqueza, Nerissa, y a contarte que no he venido aquí para hablar de política, de elecciones ni de ninguna de esas cosas aburridas. De todos modos, no sé mucho de este tema, tal como la sabihonda de tu vecina tuvo el detalle de comunicarme a la cara. No, he venido para verte porque lo que te dije cuando nos encontramos en casa de la vieja Chawcer era completamente cierto, hasta la última palabra. Y me gustaría decírtelo otra vez y en esta ocasión elegir mis palabras con un poco más de cuidado, pero, antes de eso, ¿crees que podrías preparar café, vida mía?

Nerissa no hubiera sabido decir si fue por ese «vida mía», por el hecho de que llamara «vieja Chawcer» a la amiga de su tía abuela o por su aspecto y su tono, pero, en cuanto al café, se alegró de tener la oportunidad de salir de la habitación e ir a buscar su teléfono móvil. No es que fuera a llamar a Darel Jones, por mucho que le hubiese encantado verlo. Pero sabía que no podía hacerle venir. No sería justo hacerle salir del trabajo y sería una sucia jugarreta para ese hombre desagradable. Llevaba semanas anhelando tener la oportunidad de llamarlo, incluso pensando en alentar a ese tipo para tener una excusa y ahora, llegado el momento, no pudo hacerlo. Era a su padre a quien llamaría. Primero puso el café en la cafetera y luego el agua a hervir. A continuación marcó el número del despacho de su padre, y cuando éste contestó, solamente dijo:

– Papá, está aquí, en casa, ese acosador del que te hablé.

– De acuerdo -repuso él-. Yo me ocupo.

Si le hubieran preguntado a la agente de Nerissa y, ya puestos, a su madre, padre, hermanos y a Rodney Devereux, todos hubieran dicho que Nerissa debía de estar muy acostumbrada a tratar con hombres que se le insinuaban de manera poco grata, pero, en realidad, eran muy pocos los que lo habían hecho. La joven tenía algo, cierto aire de doncella de hielo, si bien cálido e inocente, que disuadía a cualquier hombre un poquito más sensato que Mix Cellini. Había habido pocos cuyo acercamiento resultara agradable y todos ellos habían sabido a qué atenerse antes de realizar la tentativa inicial. Mix, en cambio, era incapaz de diferenciar a una mujer que accedía a ofrecerle un café y un asiento porque detestaba la idea de ser grosera y una que lo hacía porque esperaba meterse en la cama con él en breve. Mix tomó la taza que ella le ofreció con un esbozo de sonrisa y una mirada muy sexy y le dijo:

– Ven a sentarte a mi lado.

– Me quedaré aquí, si no te importa.

– Pues la verdad es que sí me importa, me importa mucho -Mix crispó el rostro con una sonrisa obsequiosa-. Pero de momento lo dejaremos correr. Bueno, dime, ¿de dónde sacaste ese nombre tan bonito, Nerissa? Es un nombre precioso, de verdad, y, ¿sabes una cosa?, no creo que lo haya oído nunca.

– Mi madre lo sacó de una obra de Shakespeare.

– ¿En serio? Veo que provienes de una familia culta. Creo que este tipo de parejas mixtas es lo mejor, ¿no te parece? Por la mezcla de genes y todo eso. Mi abuelo era italiano. No me importa decírtelo, aunque no es una cosa que le cuente a todo el mundo, fue un prisionero de guerra italiano. Romántico, ¿eh?

– No lo sé -contestó la joven con gesto de impotencia.

– Tal vez sea mejor que vaya al meollo de la cuestión. Por cierto, este café está muy bueno. Muy bueno. Voy a empezar diciendo que me imagino que tenemos mucho en común, tú y yo, el mismo tipo de educación, la misma edad, ambos somos fanáticos de la buena forma física y ambos vivimos en el viejo y bonito distrito 11 Oeste. No me importa decirte que llevo enamorado de ti hace siglos y considero que no se puede decir que yo te desagrade precisamente. Así pues, ¿qué tal si lo probamos?

Nerissa ya se había puesto de pie, seriamente asustada y más aún cuando él también se levantó. No había más de un metro de distancia entre ellos y Mix dio un paso hacia ella.

– ¿Qué me dices de un besito para empezar?

La joven se estaba preparando para rechazarlo, para utilizar los tacones de sus botas como arma, si era necesario, pero justo cuando empezó a retroceder sonó el timbre de la puerta, lo cual desconcertó a Mix. No parecía perplejo ni decepcionado, sino furiosamente enojado. Hizo una mueca con el labio superior.

– Disculpa -dijo Nerissa, a sabiendas de que era ridículo decir eso en estas circunstancias. Casi fue corriendo a la puerta para dejar entrar a su padre.

No era su padre. Era Darel Jones.

27

– Tu padre me llamó.

Lo primero que pensó Nerissa fue: «Voy a matar a papá», pero entonces se sintió inundada de amor por su progenitor.

– No debería haberlo hecho -dijo la joven.

– Ese tipo… ¿se ha ido ya?

– Aún sigue aquí.

Darel entró en la habitación donde Mix, que seguía de pie, examinaba una estatuilla de cristal muy parecida a la que se había visto obligado a utilizar con Danila. Otra cosa que tenían en común…

– ¡Fuera de aquí! -exclamó Darel.

– ¿Cómo dice? Creo que no nos conocemos. Mix Cellini. Soy un amigo de la señorita Nash. De hecho, ahora mismo estábamos acordando cómo íbamos a pasar la tarde hasta que nos hemos visto interrumpidos tan bruscamente.

– Le he dicho que se vaya. A menos que quiera que lo eche yo mismo.

– ¡Por el amor de Dios! -Mix estaba perplejo-. Me gustaría saber qué es lo que he hecho. Pregúnteselo a ella si no me cree.

– La verdad es que quisiera que te marcharas -dijo Nerissa-. No os peleéis, por favor. Vete.

– Lo haré porque tú me lo pides -repuso Mix-. Sé que no lo dices en serio. Los dos sabemos que volveré cuando tu matón no se interponga. -Intentó avanzar con dignidad hacia la puerta. Pero se estaba dando cuenta de que, si bien un hombre de barriga prominente puede ser muchas cosas, ser digno no se contaba entre ellas. Una vez en la puerta, se dio media vuelta-: Nunca me separaré de ti -anunció, más porque era lo que había que decir que porque lo pensara de verdad. Abrió la puerta de la calle y la cerró al salir.

– Te lo agradezco mucho -dijo Nerissa con voz débil-. ¿Crees que lo decía en serio, lo de que nunca se separará de mí?

– No. Lo más probable es que crea que vivo aquí, que soy tu pareja sentimental, tu compañero o lo que sea.

Nerissa tuvo ganas de decir: «¡Ojalá lo fueras!» y «¿Lo serás?», pero no pudo hacer otra cosa más que quedarse mirando su rostro de rasgos celtas bien dibujados, su cabello negro, la piel pálida con un leve rubor en las mejillas, sus manos delgadas de dedos largos, su estatura.

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