– La verdad es que es un hombre muy atractivo, ¿sabes, querida? Tiene un aspecto muy distinguido. Posee el porte de un oficial de alto rango del ejército.
– ¡No seas ridícula, Queenie! -Últimamente, al oírse hablar a sí misma, Olive era consciente de que estaba adquiriendo los gestos y la manera de hablar de Gwendolen. Debía tener cuidado-. Se me ha ocurrido que tal vez una de nosotras debería quedarse a pasar la noche.
– Bueno, pues a mí no me mires. Me moriría de miedo quedándome en esta casa. ¿Te has fijado en lo oscura que está? Y es imposible hacer que haya más luz. El voltaje de las bombillas es demasiado bajo. Tendríamos que haber comprado algunas bombillas de cien vatios.
– ¿Por qué no vas un momento a casa y traes algunas? Yo me quedaré aquí hasta que vuelvas. No me importará -sugirió Olive, a quien sí iba a importarle, y mucho, pero que estaba haciendo de tripas corazón-. Llamaré por teléfono a mi sobrina y veré si puede convencer a su esposo para que venga y se quede. Es un hombre encantador, pero es muy grandote y su aspecto impone mucho.
Queenie se fue a buscar las bombillas y Olive se quedó allí en el salón. Se habían preparado unos huevos revueltos con tostadas para cenar y de postre habían tomado melocotón en almíbar. La lata de melocotones estaba en el armario de Gwendolen y había caducado el 30 de noviembre de 2003, pero Queenie pensó que no podía hacerles mucho daño. Al cabo de un rato, Olive telefoneó a los Akwaa y Tom dijo que iría a la casa sobre las nueve y media. Dijo que resultaría divertido estar en un lugar tan extravagante como aquél.
Había que organizar las cosas si Tom y ella iban a dormir allí. Olive detestaba la idea, pero no le serviría de nada posponerlo. Subió penosamente las escaleras hasta el primer piso. Éste se hallaba ocupado casi en su totalidad por el dormitorio, el vestidor y el baño de Gwendolen, pero había otras dos habitaciones con cama y colchón. Éstas parecían ser menos húmedas que el resto de la casa y las cortinas de las ventanas podían correrse sin resistencia y no colgaban hechas unos andrajos. En el armario de uno de estos dormitorios encontró sábanas, fundas de almohada y mantas. Las mantas no estaban ni mucho menos limpias y las sábanas, aunque se habían lavado, no se habían planchado nunca, pero servirían. Por una noche servirían. Mientras hacía la cama de la habitación más próxima al rellano Olive se preguntó si estaba loca decidiendo quedarse a pasar la noche en aquella casa. Entonces oyó los pasos de Mix Cellini en el piso de arriba y entendió que hacía bien. Por la mañana llamaría por teléfono a la policía y les preguntaría si tenían intención de venir.
Mix también la oyó y se preguntó qué estaba ocurriendo. Seguramente nada. Lo más probable es que sólo fueran esos dos viejos buitres que habían decidido quedarse con todo lo que pudieran encontrar antes de que la vieja Chawcer regresara. Sería típico. Era posible que poseyera algunas joyas de valor, esas mujeres mayores siempre tenían cosas así. Se felicitó. La mayoría de hombres en su situación hubieran rebuscado entre sus cosas después de hallarla muerta y él se sintió muy contento por no haber tocado absolutamente nada.
Oyó que se abría y cerraba la puerta principal, la voz de la abuela Winthrop diciendo alguna tontería sobre unas bombillas y, como todas esas idas y venidas lo estaban poniendo nervioso, salió al rellano. La vieja Fordyce bajaba por las escaleras. Cuando la mujer llegó abajo, sonó el timbre de la puerta, cosa que ocurría tan pocas veces que Mix se sobresaltó. La luz se había apagado, por supuesto, y aquella noche era particularmente oscura, no había luna y tampoco se veían tantas luces en las casas como era habitual. En parte era culpa de todos esos árboles tan altos que ocultaban las farolas de la calle tras sus grandes ramas oscuras. Alguien había abierto la puerta de la calle. Mix oyó la voz de un hombre, una voz sonora y melosa, y por un momento pensó lo imposible: que era la policía. Entonces la abuela Fordyce dijo:
– Hola, Tom. Es todo un detalle por tu parte hacer esto, de verdad.
– No hay problema -repuso la voz melosa-. Es un placer. He traído una botella de vino. Pensé que nos vendría bien y, cuando hayamos echado un trago, acompañaré a la señora Winthrop a su casa en mi coche. No puedo permitir que salga sola en una noche como ésta.
Se hizo el silencio. Debían de haber pasado todos al salón. Mix se giró despacio, dio un paso hacia la puerta de su piso y al mirar hacia el pasillo de mano izquierda vio al fantasma al fondo, en la profundidad de las sombras. Mix se tapó la boca con la mano para evitar soltar un grito. El fantasma permanecía inmóvil y parecía estar mirándole fijamente. Entonces avanzó con las manos extendidas al frente como si suplicara algo, como si implorara…, ¿o acaso lo amenazaba? Mix no había cerrado con llave la puerta de su piso; la abrió rápidamente, entró a trompicones tropezando con el felpudo y luego se apoyó contra ella para mantenerla cerrada y que no entrara el fantasma. No obstante, no notó presión alguna contra él y al final, todavía temblando, cerró la puerta con llave, cosa que nunca había hecho antes.
Tom Akwaa fue el primero en levantarse por la mañana. Siempre lo era y no cambió su rutina sólo por haberse tomado el día libre.
– Me quedaré hasta que venga la policía -le dijo a Olive cuando ésta bajó para tomar el té-. ¿Quieres que les recuerde que los estás esperando?
– ¿Lo harías?
Mientras él hablaba por teléfono, Olive no pudo resistirse y empezó a limpiar la cocina. Pertenecía a una generación que cambiaba las sábanas cuando tenía que venir el médico y que se ponían su mejor ropa interior antes de salir de viaje por si acaso sufrían un accidente y tenían que ir al hospital. Así pues, ordenó y fregó la cocina y limpió todas las superficies por si, cuando viniera la policía, los agentes entraban para tomar una taza de té.
El hecho de marcharse suponía un alivio para Mix. Quizá no regresara nunca más. En todo caso, si lo hacía, sería únicamente para recoger sus cosas y alquilar un depósito para sus muebles mientras encontraba otro lugar donde vivir. La aparición del fantasma la noche anterior tras una larga ausencia había sido la gota que colmó el vaso. En comparación, todo ese ir y venir de gente sólo suponía un mero fastidio, y además resultaba preocupante. ¿Quién era ese hombre y qué estaba haciendo allí?
Volvía a dolerle la espalda. No era un dolor excesivamente fuerte, en nada parecido al de esa noche terrible después de cavar la tumba, pero sí bastante intenso. Se tomó dos ibuprofenos y empezó a hacer el equipaje. Lo más probable era que no se quedara más de una noche con Shannon. La idea de compartir un dormitorio con los dos revoltosos hijos de su hermana, uno de los cuales tenía catorce años (Shannon los había tenido a ambos con diecinueve años), no le resultaba atractiva. Metió en la mochila un par de vaqueros de repuesto y tres camisetas. La chaqueta de cuero se la llevaría puesta. Ahora tenía que salir de casa antes de que se encontrara con alguna de esas dos brujas.
En cuanto hubieron comparado la información que primero les proporcionó Abbas Reza y luego Olive y Queenie, la policía no necesitó de ningún recordatorio. Un sargento detective estaba en el jardín con Tom Akwaa cuando Olive vio a Mix Cellini bajando por las escaleras. Fue a esperarlo al vestíbulo, aunque no tenía ninguna intención de decirle que había llegado la policía.
– ¿Adónde va? -preguntó Olive con tono prepotente.
Mix llevaba la mochila colgada de un hombro.
– No es que sea asunto suyo, pero, ya que pregunta, me voy a Essex a ver a mi hermana.
– Últimamente no he visto su coche por aquí.
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