El ascensor ya lo había dejado en el piso donde estaba situado el gimnasio. En el lugar que había ocupado Danila la primera vez que Mix estuvo allí había una mujer casi tan guapa como Nerissa, salvo porque ella tenía la piel oscura en tanto que esta otra era una rubia ártica, de piel blanca como la nieve, con una cabellera pálida como un glaciar y dedos largos de uñas plateadas. Debía ser ella quien había contestado al timbre.
– Avisaré a Madam Shoshana de que ha venido -anunció con voz de debutante.
Mix habría preferido que no lo hiciera. Lo más probable era que esa vieja adivina loca no lo recordara de la sesión que tuvieron en esa habitación del piso de arriba, pero podría ser que sí. Y si se acordaba de él, ¿le parecería raro que fuera la misma persona con la que tenía un contrato de mantenimiento? ¿Acaso importaba eso? Mix prefería que nadie encontrara nada raro en su comportamiento. No quería llamar la atención. De todas formas Shoshana no iba a subir, le mandaría un mensaje a través de aquella chica de aspecto increíble. La miró una vez más.
Con la misma voz que Eliza Doolittle después de su transformación, la joven dijo:
– ¿A quién cree que está mirando?
Mix se alejó unos pasos.
– ¿Cuáles son las máquinas que hay que revisar?
– Madam se lo enseñará. Yo soy nueva.
Antes de que Mix pudiera responder, Shoshana salió del ascensor cubierta con unas vestiduras negras y collares de azabache y con el mismo aspecto que una sacerdotisa druida de luto. Por su mirada, Mix supo que lo había reconocido antes de que la mujer dijera nada, y cuando lo hizo, fue con una voz totalmente distinta de la que él había oído prediciéndole el futuro, un tono estridente y brusco del norte de Londres.
– ¡Cómo ha tardado en venir! Si para usted las tiradas de cartas son más importantes que el trabajo no va a llegar muy lejos. Las máquinas que tiene que arreglar son dos bicicletas, la cuatro y la siete. ¿De acuerdo?
– De acuerdo -contestó Mix entre dientes.
Tuvo que procurar no quedarse boquiabierto cuando la mujer comentó:
– A usted le gustaba esa chica que trabajaba aquí. La flacucha que se marchó sin mediar palabra. No se escaparía con usted, ¿eh?
Mix logró esbozar una sonrisa burlona. Fue una de las cosas más difíciles que había conseguido.
– ¿Conmigo? ¡Qué dice! Pero si apenas la conocía.
– Eso es lo que dicen siempre los hombres. No me gustan los hombres. Bueno, será mejor que empiece con lo que ha venido a hacer.
¡Que horror de vieja! Mix nunca se había topado con una mujer de su edad tan horrible como ella. Hacía sombra a Chawcer, Fordyce y Winthrop juntas. Se estremeció y se concentró en las dos bibicletas estáticas. Las dos necesitaban una pieza nueva, pero era una pieza distinta en cada caso. Mix no llevaba piezas de recambio encima y, puesto que trabajaba por su cuenta en el gimnasio de Shoshana, tendría que robarlas del almacén para conseguirlas. En aquellos momentos no podía hacer nada. Le explicó a la belleza gélida que encargaría las piezas necesarias y que volvería en cuanto las tuviera.
– ¿Y cuándo será eso?
– Dentro de unos cuantos días. No más de una semana.
– Será mejor que sea así. Madam se pondrá histérica si la hace esperar más.
Mix tenía que realizar más visitas. Una de ellas era a una clienta que no había requerido sus servicios anteriormente y que quería pedir una máquina de esquí de fondo. La mujer vivía en un lugar llamado Saint Catherine’s Mews situado entre Knightsbridge y Chelsea, pero, aunque recorrió Milner Street dos veces en ambos sentidos, no pudo encontrar el sitio. «Déjalo -se dijo-. Llámala y que te indique el camino.» Uno de los pocos hombres que tenía máquinas de hacer ejercicio en su casa lo había mandado llamar para que acudiera a Lady Somerset Road, en Kentish Town, pero cuando Mix llegó y aparcó peligrosamente con miedo a que le pusieran el cepo, se encontró con que el señor Holland-Bridgeman no estaba en casa. Mix decidió pasar un momento por Saint Blaise House para echar un vistazo al caldero del lavadero.
Cuando se aproximaba desde Oxford Gardens, se preguntó qué haría si hubiera coches de policía frente a la casa, agentes deambulando por ahí y el jardín acordonado con una cinta de color azul y blanco. Pensó que lo que haría sería dar media vuelta para ir a esconderse a alguna parte, tal vez se dirigiría al norte, pero no a casa de su madre, que o bien tendría a otro amante viviendo con ella, o bien estaría otra vez en la cárcel. ¿Su hermano? Nunca se habían llevado bien. La única persona de la familia con la que tenía cierta relación era Shannon… Saint Blaise Avenue se hallaba vacía de gente y relativamente silenciosa, con los automóviles de costumbre aparcados en fila a ambos lados de la calle. Quedaba un espacio para Mix. Entró en la casa y se quedó allí escuchando, preparado para que la abuela Fordyce o la abuela Winthrop aparecieran de la zona de la cocina con un trapo de sacar el polvo en la mano.
Como no estaba seguro de que ninguna de ellas se encontrara en la casa, cruzó con cuidado por la antecocina hacia la cocina, un lugar transformado por las operaciones de limpieza que las dos mujeres habían llevado a cabo, y luego entró en el lavadero. Olisqueó el aire, esperó y olisqueó de nuevo. No olía. El envoltorio que utilizó había resultado efectivo. Tal vez Christie hubiera resuelto ese problema concreto de la misma manera… ¿Había plástico en esa época? Se encontró muy poco dispuesto a levantar la tapa del caldero, pero lo hizo. No tenía sentido haberse acercado a casa a esa hora y no hacerlo. El paquete bien envuelto y sellado que constituían la bolsa con la chica dentro estaba tal y como él lo había dejado e, incluso con la tapa levantada, Mix no olió nada en absoluto.
Entonces hizo otro descubrimiento. Si uno no sabía lo que era el paquete del caldero, pensaría que se trataba de una bolsa grande de plástico llena de ropa vieja que alguien había metido allí dentro para dejarla en algún sitio. No investigaría más. Si no olía mal y tenía el aspecto de una de esas bolsas que la gente se llevaba a la lavandería, ¿no estaba perfectamente seguro allí donde se encontraba? Beresford Brown se topó con una situación totalmente distinta. Empezó a instalar una repisa para una radio y, detrás de un tabique de Rillington Place, encontró el cuerpo de una mujer desnuda. No olía porque era pleno invierno y hacía frío. En su caso, allí tampoco olía por la manera en que Mix la había envuelto. ¿Por qué no podía quedarse allí donde estaba? La idea parecía demasiado temeraria y audaz para resultar factible, pero ¿por qué no? ¿No iba a estar continuamente preocupado todo el tiempo que el cadáver permaneciera allí?
La vieja Chawcer no era un ama de casa cuidadosa. Se notaba por todo el trabajo que habían tenido que hacer Fordyce y Winthrop para dejar bien aquel lugar. Ella nunca se acercaría a ese caldero, tenía una lavadora que, si bien era antigua, aún se podía utilizar. En el improbable caso de que la mujer mirara allí dentro, lo único que vería sería una bolsa de plástico con ropa vieja en su interior. Así pues, ¿por qué no dejarla ahí? Mix cerró la tapa, regresó a la cocina caminando lentamente, pensando en este nuevo plan más sencillo, y se encontró de frente con Olive Fordyce. Al entrar con tanto sigilo, Mix tuvo la satisfacción de sobresaltarla, igual que había hecho el fantasma con él, aunque él se había alarmado tanto como ella, pero con más motivo. La mujer llevaba consigo un pequeño perro blanco cuyo tamaño era la mitad del de Otto .
– ¿Qué está haciendo aquí fuera?
– Estaba en el vestíbulo y oí un ruido -respondió Mix.
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