En el primer rellano se encontró con una mujer a la que no había visto con anterioridad e inmediatamente pensó que debía de tratarse de la que Reggie no había logrado asesinar, la hija de la vieja Chawcer. Pero esa mujer era demasiado mayor para serlo y se presentó como Queenie Winthrop, sonriendo y, por alguna razón, pestañeando.
– Lo cierto es que la pobrecita Gwendolen está muy pachucha, señor Cellini. Tiene una fiebre de más de cien grados. Y el médico no vendrá hasta mañana por la tarde. Yo digo que es un escándalo.
Mix, que había crecido midiendo la temperatura en grados centígrados, pensó que la mujer se había equivocado. ¿Qué se podía esperar, a su edad?
– Es una vergüenza -dijo él.
– Una vergüenza es lo que es. Estos médicos deberían avergonzarse. Bueno, la cuestión es que si usted pudiera prepararle una taza de té por la mañana, la señora Fordyce o yo vendremos a las ocho y media. Tenemos una llave.
– ¿Yo? -preguntó Mix débilmente.
– Así es. Si fuera usted tan amable. No sé quién va a abrirle la puerta a ese desgraciado del médico, pero ya nos lo arreglaremos de alguna manera entre las dos.
– Bueno, yo no puedo hacerlo -repuso Mix, que escapó escaleras arriba y por una vez se olvidó del fantasma de Reggie.
Olfateó el aire. Le daba la sensación de que lo olía desde allí fuera. Podía ser que también se lo imaginara. ¿Cómo se distinguía entre las cosas que eran reales y las que eran producto de tu imaginación? De todos modos, aquella noche no iba a entrar ahí. Iba a pensar, trazaría un plan. Ed telefoneó poco después de las ocho. Mix lamentó haber cogido el teléfono porque Ed empezaría otra vez con lo de que le había fallado. En cambio, le estaba diciendo que lo pasado, pasado estaba. Que no debería haberse puesto hecho una furia de esa manera. Su excusa era que aún no se le había pasado la gripe del todo y que todavía no se encontraba muy bien.
– Hay mucha gente con gripe -comentó Mix, pensando en la vieja Chawcer.
– Sí, y no es sólo eso. Steph y yo estamos teniendo problemas para que nos concedan una hipoteca.
Continuó dale que te pego hablando del piso que tenían la esperanza de comprar, calculando sus ingresos conjuntos, las posibilidades de ascenso de Steph y lo que podía ocurrir si se quedaba embarazada.
– Pues tendrás que procurar que eso no ocurra. -A Mix siempre le había resultado difícil, prácticamente imposible, pedir disculpas. El hecho de admitir que estaba equivocado le parecía el colmo de la humillación. No podía decir que lo sentía, pero tenía que decir algo-. ¿Te apetece que vayamos a tomar una copa? -se aventuró a preguntar-. ¿Esta noche, quizá?
– Sí, bueno, pero esta noche no puedo. ¿Quedamos mañana a las ocho en el Sun in Splendour? Y a buen entendedor, pocas palabras, ¿eh, Mix? En la oficina central se están enfureciendo un poco contigo. Pensé que debía darte un toque.
Por la mañana Mix casi se olvidó del té de la vieja Chawcer. Él rara vez bebía esa cosa, pero tenía un paquete de bolsitas de té junto al tarro del café y al verlo se acordó. Tendría que bajar también el azúcar por si acaso la mujer lo tomaba.
No tomaba azúcar. Fue lo primero que le dijo después de que él llamara a la puerta y entrara.
– No hacía falta que trajera eso, señor Cellini, no tomo azúcar. -No le dijo nada como que era muy amable por su parte. Ni un «buenos días». Su voz era débil y no paraba de toser. Cuando se incorporó en la cama con esfuerzo, Mix se fijó en que su camisón tenía algunas manchas grandes y húmedas de sudor-. ¿Qué día es hoy?
Él se lo dijo, con impaciencia.
– Entonces debe de ser mañana cuando vendrán los de la carcoma. Vienen a ver la que hay en la habitación que se encuentra junto a su piso. No recuerdo el nombre de la empresa, pero da lo mismo. -Un acceso de tos hizo que se sacudiera-. ¡Ay, Dios! Casi no puedo ni hablar. Una de mis amigas les abrirá la puerta. Espero que saquen las tablas del suelo y averigüen qué es ese olor tan espantoso.
Había ropa vieja por todo el dormitorio. Al menos podría haber limpiado las cenizas de la chimenea, ¿no? No había estado siempre enferma. La atmósfera era irrespirable y hacía un calor tremendo, palpable. Había moscas por todas partes, revoloteando en el polvoriento haz de luz del sol.
– ¿Abro una ventana?
La mujer no estaba tan enferma como para no volverse contra él.
– No lo haga, por favor, a menos que quiera que muera congelada. Déjelo. -Tosió, tosió y tosió…
Nerissa reconoció a la chica por la fotografía del periódico. Kayleigh lloró al verla y Abbas Reza trató de consolarla diciéndole que seguro que Danila aparecería sana y salva. Shoshana nunca leía la prensa. La camarera del Kensington Park Hotel tal vez la hubiese reconocido como a la acompañante de Mix, pero no vio la fotografía porque se había ido a España para trabajar en un bar de la Costa Blanca. A Mix no le hacía falta verla. A él le bastaba con saber que ésa u otra fotografía estaban allí. El periódico había conseguido la foto de uno de los hermanos de Danila, quien se la entregó mientras su padrastro estaba ausente.
Mix estaba sentado abajo en el salón, estudiando las Páginas Amarillas, aunque hacía ya una hora que debería estar trabajando. Tenía tantos mensajes en el teléfono móvil que los borró todos sin ni siquiera leerlos. Lo ideal sería telefonear a todos esos especialistas en carcoma para averiguar cuál de ellos era el que iba a venir, pero había docenas, por no decir cientos. Hizo un intento de prueba en dos de ellos y hubiera tenido que mantenerse tanto rato a la espera, apretando ahora una tecla y luego otra mientras escuchaba el hilo musical que al final abandonó. Lo único que podía hacer era tomarse el día libre, quedarse allí y abrir personalmente la puerta al empleado. O más bien no abrírsela, decirle que ya no requerían de sus servicios. Si esa tal señora Fordyce o la otra insistían en quedarse, bien podría ser que tuvieran un altercado en el umbral. Mix tenía que evitar de algún modo que eso ocurriera.
Tendría que llamar a la oficina central y decir que estaba enfermo. El médico vendría durante la tarde y el hombre de la carcoma en cualquier momento. Aquella noche se suponía que iba a tomar una copa con Ed. Si no hubiese accedido a llevarle el té a la vieja Chawcer, no se hubiera enterado de lo del hombre de la carcoma… No soportaba pensar en las consecuencias. Ello lo llevó de nuevo a la habitación donde Danila yacía debajo de las tablas del suelo. Con aquel calor extremo, el olor era aún peor, era asqueroso, como las cosas que se pudren en el fondo de un frigorífico que alguien ha desenchufado. Tuvo ganas de romper una ventana para que se fuera un poco el hedor, pero pensó en el ruido que haría y en el alboroto que provocaría.
Tenía que trasladar el cadáver lo antes posible. En cuanto se hubiera quitado de encima al hombre de la carcoma y se hubieran marchado tanto el médico como esas dos mujeres, lo movería y lo bajaría a rastras por esos cincuenta y dos peldaños. De momento no podía quedarse en su piso, puesto que se encontraba demasiado arriba, demasiado distante. Tenía que asegurarse de oír el timbre de la puerta cuando llegara gente y, de ser posible, situarse allí donde pudiera verlos venir. Cuando ya bajaba y estaba en mitad del tramo embaldosado, oyó que una llave giraba en la cerradura de la puerta principal. La abuela Fordyce o la abuela Winthrop. Era Fordyce, la que tenía las uñas largas y rojas. Mix la oyó subir lenta y ruidosamente las escaleras y se encontraron frente a la puerta del dormitorio de la vieja Chawcer.
– Buenos días. ¿Qué tal se encuentra hoy?
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