Ruth Rendell - Trece escalones

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La octogenaria Gwendolen Chawcer, una solterona que jamás logró escapar a la posesiva personalidad de su padre, vive entregada a la lectura compulsiva y a la fantasía de un viejo amor imposible en St. Blaise House, la mansión victoriana de la familia en el barrio londinense de Notting Hill. Pero tan melancólica y plácida existencia se ve alterada cuando, haciendo caso al consejo de unas amigas, decide alquilar la planta de arriba de la casa.
Su nuevo arrendatario, Mix Cellini, es un mecánico de máquinas de fitness con una fijación: los crímenes que John Christie cometió sesenta años antes en el número 10 de Rillington Place, apartamento del horror a escasa distancia de St. Blaise House. Gwendolen no tarda en descubrir tan siniestra obsesión, pero ignora que ésta irá adquiriendo tintes cada vez más macabros cuando Mix se enamore perdidamente de la modelo Nerissa Nash.
Con Trece escalones, Ruth Rendell presenta con su maestría habitual un retrato perturbador y perverso de dos personajes tremendamente dispares pero a la vez hermanados por sus neurosis románticas. De paso, la gran dama de la novela de suspense psicológico incide en temas tan espinosos como el culto a los grandes criminales de la historia o las ansias de celebridad que caracterizan a nuestra sociedad.

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– Muy bien. Perfecto. Mientras tanto, mientras tú lo superas, el señor Pearson quiere verte mañana por la mañana a primera hora.

– Allí estaré -dijo Mix.

– Más te vale.

La cosa debía de ser grave para que lo hubiera convocado el presidente ejecutivo. Sería para despedirlo o, en el mejor de los casos, para darle una última oportunidad. ¡A la mierda! Ahora no podía preocuparse de eso. Aunque extrajera el cadáver de debajo del suelo y lo sacara al jardín después de anochecer, no conseguiría cavar una tumba profunda y meter a la chica dentro en una noche. Y de todas formas, por la mañana no estaría en condiciones de hacer nada. Estaba una vez más en la habitación donde se hallaban los restos de la chica y, pese a que el hedor cada vez más intenso le provocaba náuseas, contemplaba la posibilidad de levantar la tabla en aquel momento cuando le llegó la fuerte voz aflautada de Queenie Winthrop que le gritaba desde el primer piso.

– ¡Señor Cellini! ¡Señor Cellini! ¿Está usted ahí? ¿Me oye? ¿Puede bajar un minuto?

Tendría que hacerlo, si no, subiría ella. El olor ya se percibía desde lo alto de las escaleras.

– ¡Sí, ya bajo!

Cerró la puerta, descendió por el tramo embaldosado y luego por el siguiente. La vieja Winthrop estaba colorada y parecía nerviosa.

– Gwendolen tiene neumonía. No puedo decir que me sorprenda. Ahora mismo la doctora Smithers está abajo llamando a una ambulancia para que se la lleven al hospital.

A Mix le pareció notar que el corazón le daba un vuelco en el pecho. ¡La mujer iba a marcharse! Estaría solo en la casa, tal vez durante una semana. Tenía que preguntarlo.

– ¿Para cuánto tiempo tiene?

– La doctora no lo sabe. Para unos cuantos días, eso seguro. -Le habló como si Mix tuviera catorce años-. Ahora usted será el responsable de la casa mientras ella no esté y contamos con su ayuda. No nos defraude.

17

Steph también fue, por supuesto. Siempre venía. Esos dos eran inseparables. Mix creía que eso duraría un par de años y que después, sobre todo si había un bebé, Ed empezaría a salir solo otra vez.

Ellos ya estaban en el Sun in Splendour cuando Mix llegó. Había estado a punto de olvidarse de su cita y no se acordó hasta las ocho menos cuarto, cuando estaba planeando qué excusas darle al señor Pearson y el nombre de Ed entró en sus cálculos. Si no aparecía, su amigo no volvería a hablarle nunca más, eso seguro. De todos modos, no le importaba salir, que le diera un poco el aire fresco y hablar con gente de verdad en lugar de hacerlo con esas viejas.

Bajó las escaleras corriendo y sintiéndose casi contento. La ambulancia se había llevado a la vieja Chawcer a las tres y media y Queenie Winthrop se había marchado en ella. Ahora ya no era necesario intentar salir al jardín sin que lo descubrieran. No era necesario trasladar el cuerpo de inmediato. Mix se había tumbado en el sofá con los pies en alto, con un libro de Reggie que tenía desde hacía mucho tiempo y que al menos había leído ya dos veces, Muerte en una tumbona , y estaba llegando a la parte que en aquellos momentos más le interesaba, cómo había tenido lugar la putrefacción en los cuerpos de esas mujeres, Ruth Fuerst, Muriel Eady, Hectorina MacLennan, Kathleen Maloney, Rita Nelson y la propia esposa del asesino, Ethel.

No era el mejor libro que había leído sobre Reggie. El primer premio tenía que ser para El asesino extraordinario , pero terminaría de leer aquel capítulo. Resultaba curioso que, si seis meses antes alguien le hubiera dicho que un libro le iba a resultar más fascinante que la televisión o que un juego en Internet, se hubiese reído de ellos. Cuando entró en el pub seguía pensando en Reggie y en la manera en que ocultó esos cadáveres, enterrando sólo dos de ellos en el suelo, quemando parcialmente un par…

Ed se rió al verle y le dijo:

– Llegas tarde como de costumbre. Pero da lo mismo, ¿no?

A Mix no le hizo mucha gracia el comentario, pero decidió no discutir. En lugar de eso, admiró el anillo de compromiso de Steph y les preguntó cuándo iban a casarse.

– Todavía falta mucho -dijo Ed, que fue a buscarle una ginebra con tónica-. Veo que te has pasado a las bebidas fuertes.

Mix consideró que aquello no merecía respuesta alguna. Esperaba que Ed le pidiera que fuera su padrino de boda. Antes de discutir lo hubiera hecho, quizás aún lo hiciera, aunque no esa noche.

– Lo tienes jodido en la oficina central -comentó Ed-. Pero me imagino que a estas alturas ya lo sabes.

– Hoy eres la segunda persona que me lo dice. No quiero hablar de ello.

– Cuando el señor Pearson sea la tercera persona, no te quedará más remedio.

Steph se rió tontamente. Pero no era una chica desagradable y cambió de tema para hablar de bodas, casas e hipotecas. Al cabo de un rato de estar comentando esos temas, Steph dijo casi lo peor que Mix querría haber oído.

– Han estado aquí buscando a esa chica desaparecida.

– ¿Qué chica desaparecida? -Mix tuvo que fingir.

– Danila Kovic o como sea que se pronuncie. Entraron dos policías y hablaron con ese chico, Frank, el barman. Oí que decían que la chica había solicitado trabajar aquí porque lo que ganaba en un gimnasio no le bastaba para vivir.

– No consiguió el empleo -dijo Ed-. Cuando se fueron los policías, Frank dijo que la muchacha carecía de la experiencia necesaria. La llamó pobre criatura, dijo que no parecía lo bastante mayor como para beber, no digamos para servir alcohol.

– Pues eso no le resultaría de mucha utilidad a la policía -comentó Mix bastante aliviado.

La estaban buscando, pero eso él ya lo sabía. Gracias a Dios que no la había llevado allí. Mejor hablar de otra cosa.

– ¿Cuándo va a ser la boda?

– Ya me lo preguntaste por teléfono y vas a obtener la misma respuesta. Todavía falta mucho.

– Queremos tenerlo todo en orden y todo pagado antes de casarnos -explicó Steph-. Así el matrimonio tiene más posibilidades, ¿no te parece?

Mix no tenía opinión al respecto, pero coincidió con ella y hablaron del piso nuevo, de las constructoras, de las sociedades hipotecarias y de los tipos de interés, hasta que de pronto Ed dijo:

– Frank dijo que volvió a verla. Paseando por Oxford Gardens con un tipo.

Mix derramó un poco de bebida que formó un pequeño charco con burbujas. Sabía que debería haber preguntado: «¿A quién?», pero no lo hizo; en cuanto Ed lo mencionó, él ya supo a quién se refería. Con voz un tanto alta, dijo:

– Se lo contó a la policía, ¿no?

– Dijo que lo haría. Cuando habló con ellos, se le había ido de la cabeza.

Era lo más cerca que habían llegado de encontrar a un hombre en la vida de la joven. ¿Sería capaz de describirlo este tal Frank? ¿Le reconocería?

– ¿Frank trabaja esta noche?

Mix tuvo la impresión de que su voz no había sonado del todo firme y creyó que Ed lo miraba de forma extraña.

– Vendrá más tarde.

«Espera, ahora no digas que te vas, les parecerá un poco raro si lo haces.» Se obligó a permanecer en la silla, creyó tener la sensación de que todos los nervios de su cuerpo se tensaban para empujarlo fuera de su asiento y por la puerta. No obstante, se quedó, con la frente sudorosa.

– ¿Nos tomamos otra? -Ed se había cansado de esperar que Mix invitara. Podían pasarse toda la noche allí sentados antes de que lo hiciera-. ¿Quieres lo mismo?

– Me tengo que marchar -dijo Mix.

¿Qué aspecto tenía ese tal Frank? No lo recordaba y no podía preguntarlo. Bien podría ser que al salir de allí se tropezara con él en Pembridge Gardens sin saber quién era. Sin embargo, Frank lo reconocería. Le dijo adiós a Steph con brusquedad y a Ed le dirigió un: «Nos vemos».

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