Ruth Rendell - La Crueldad De Los Cuervos

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Cuando el marido de Joy Williams, una vecina del inspector Wexford, desaparece misteriosamente nadie imagina que el mundo de Joy se desmoronará por completo. En efecto, sin que ella lo supiese, su marido ocupaba un alto cargo en una empresa de pinturas, ganaba un abultado salario y, aún más desconcertante, estaba casado también con otra mujer. Joy lo creía un modesto vendedor de la empresa con unos ingresos mediocres y, desde luego, un marido modélico. Pero las cosas ya no tienen marcha atrás, pues el cadáver del bígamo ha sido hallado en las afueras del pueblo. ¿Suicidio? ¿Asesinato? ¿Quién era en realidad Rod Williams?… Una nueva incursión de la autora en los extraños entresijos de la mentalidad criminal.

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– Mi marido dice que qué espero si le dejo que salga con su novio a todas horas y que se quede a dormir en su casa. Pero todos los jóvenes lo hacen hoy día y no se puede actuar de otra manera. Además están prometidos y yo siempre he dicho que si dos personas se quieren de verdad…

Estaba hablando por hablar, pero le fallaba la voz. Empezó a retorcerse las manos.

– ¿Salió Paulette anoche con su novio?

– No. Richard está en Birmingham. Tenía que ir a Birmingham por un asunto de trabajo.

No era la primera vez que Wexford se sentía maravillado ante lo ilógicos que pueden ser los razonamientos humanos.

– Pero ella salió, ¿no es así? ¿Adónde fue?

– No lo sé. No me lo dijo. Se marchó a eso de las siete.

– ¿Y usted no preguntó adónde iba? -repuso Martin-. ¿No quería saberlo?

– ¿Que si quería saberlo? ¡Pues claro que quería saberlo! Si de mí dependiera, sabría dónde está cada minuto del día y la noche. Pero no se lo pregunté; me mordí la lengua y no se lo pregunté. Cuando era más joven su padre solía decir: «Quiero saber a dónde vas y con quién andas; cuando cumplas dieciocho años serás adulta legalmente y podrás hacer lo que quieras.» Pues bien, ahora tiene dieciocho años y se acuerda de eso, y mi marido también, de modo que él no me deja que le pregunte, aunque si lo hiciera Paulette no me respondería.

La pobre mujer se encontraba en una situación lamentable, cogida entre marido e hija. Seguramente la tendrían intimidada. ¿O acaso se había alegrado de que le quitaran la responsabilidad de tomar decisiones?

– Díganos qué ocurrió luego. Usted no esperaría levantada a que volviera, claro…

– Lo habría hecho. Sabía que Richard estaba en Birmingham, ¿comprende? John dijo que no iba a permitir que me pusiera histérica. Se tomó una pastilla para dormir y me hizo tomar otra a mí.

Al parecer en la casa de los Harmer el uso de sedantes estaba a la orden del día…

– Esta mañana he… Bueno, anoche dejé la puerta de su dormitorio abierta antes de acostarme. De ese modo, si estaba cerrada me enteraría de que había vuelto, ¿sabe? He tenido que hacer un esfuerzo para abrir la puerta de mi dormitorio e ir a mirar. Su puerta seguía abierta. No se pueden ustedes imaginar el disgusto que me llevé… Pues bien, fui… fui a mirar, no fuera a ser que hubiera entrado y dejado la puerta abierta, pero, por supuesto, no había sido así. John seguía sin alarmarse. No sé por qué, pero no he conseguido hacerle comprender que si Richard está en Birmingham, Paulette no puede estar con él…

La señora Harmer se deshizo en un mar de lágrimas. En lugar de apoyar la cabeza en los brazos para llorar, se echó hacia atrás, dejó la cabeza colgando y gimió. Martin fue al laboratorio a buscar a John Harmer. Éste apareció con cara de malhumor y aire agitado. El ruido que estaba haciendo su esposa le hizo llevarse las manos a los oídos, para indicar que le resultaba desagradable o irritante.

– Lo mejor será que se tome un Valium. Eso la ayudará a serenarse.

– Lo mejor, señor Harmer -dijo Wexford-, es que se vaya a casa. Y convendría que la llevase usted. Olvídese de la farmacia.

Godwin y Sculp no eran quienes se habían ocupado de pintar el salón de Wendy Williams, pero sabían quién lo había hecho: un hombre que había trabajado para ellos antes de montar su propio negocio. Según le contaron a Burden, trabajaba siempre que podía a precios más baratos que los suyos. Localizar a Leslie Kitman no fue sencillo. No tenía esposa y su madre no era como la señora Milvey, que sabía con exactitud dónde se encontraba su marido en cada momento. Dio a Burden cinco direcciones diferentes en las que podría encontrar a su hijo: una granja entre Pomfret y Myfleet; un edificio de viviendas de Queen Street, Kingsmarkham; una casa de campo de Pomfret; y dos casas pertenecientes a dos urbanizaciones nuevas en las afueras de Stowerton. Kitman no se hallaba en ninguna de ellas. Sin embargo, en la segunda casa de Stowerton le dijeron que con suerte podría encontrarlo en… Liskeard Avenue.

Allí fue, a tres puertas de donde vivía Wendy Williams, donde Burden vio a Kitman en lo alto de una escalera. La casa era como la de Wendy: ladrillo gris, tablas de chilla blancas y ventanales. Kitman estaba pintando el marco de la ventana del último piso. Cuando Burden se detuvo al pie de la escalera y le dijo quién era, Kitman le soltó una retahíla de razones para justificar por qué no había pagado el impuesto del coche. Burden ni siquiera se había fijado en su coche, y aún menos en que la pegatina del impuesto indicaba que la fecha límite de pago era el último día de junio. Al final, sin embargo, consiguió que Kitman le entendiera y éste bajó rápidamente de la escalera, manchando el césped con gotas de pintura que caían de su brocha.

Luego de su paso por comisaría, Wendy Williams había pasado la tarde del día anterior en la cama. Veronica le había llevado su taza de té y su pan con mantequilla. Esto era, al parecer, lo único que le apetecía cuando estaba disgustada. Joy Williams también se había quedado en casa con su hija. O, en todo caso, habían estado en la misma casa, Joy viendo la televisión y a ratos haciendo un esfuerzo por cumplimentar la solicitud de la beca que le permitiría a Sara estudiar medicina. Aunque era jueves, no había habido ninguna llamada de Kevin, quien únicamente tenía esta gentileza con su madre cuando estaba en la universidad, no cuando estaba de juerga en algún centro turístico.

Éstas fueron las coartadas que dieron a Wexford las dos sospechosas principales. Richard Cobb regresó de Birmingham por la tarde y facilitó a Wexford una relación muy detallada y al parecer satisfactoria de lo que había hecho la noche anterior. La policía de Birmingham le ayudaría a comprobarlo. A las seis de la tarde Paulette aún no había regresado a casa y Wexford tuvo la certeza de que ya nunca lo haría. Lo presentía.

El día era sofocante y el cielo estaba encapotado. Los truenos llevaban horas rugiendo y retumbando y poco a poco se había levantado un viento seco y racheado que no contribuía a bajar la temperatura. El calor persistía y el ambiente seguía cargado. Burden y Wexford se encontraban en el despacho de éste. La búsqueda de Paulette no había comenzado todavía. ¿Dónde la buscarían?

– Por lógica yo diría que fue Paulette Harmer quien consiguió el Phanodorm con el que Rodney Williams fue sedado -dijo Wexford-. Estaba en el lugar ideal para hacerlo; no le supondría ningún problema. Lo que me pregunto es si empezó a tener miedo y le dijo a alguien, es decir a Joy, que prefería confesarlo antes de que nosotros lo averiguáramos.

– Claro que existe otra posibilidad… -Burden dejó la sugerencia en suspenso.

Wexford miró por la ventana. Era hora de ir a casa, pero no tenía ganas de hacerlo. El tiempo, el ambiente y lo avanzado de la hora le hacían sentir una gran expectación. Los truenos, por supuesto, eran una amenaza en sí mismos, una señal de la tormenta que se avecinaba, pero también tenían un aire de conminación emocional, como si anunciaran una tragedia inminente.

– Cuéntame lo que te dijo Ritman -dijo-. Con detalle. -Burden ya le había hecho un resumen de la conversación mantenida con el pintor.

– Empezó a hacer el trabajo que le había encargado Wendy el 14 de abril. Había papel en las paredes, según dice, y le costó arrancarlo. Dedicó a ello todo el día 14, y aún no había terminado cuando volvió a casa el día 15.

– Debería haber utilizado Sevenstarker de Sevensmith Harding -dijo Wexford. Y añadió-: «La manera más rápida, eficaz y limpia de quitar el papel de sus paredes.»

– Puede que lo utilizara. Ritman también me dijo que, como no habían retirado los muebles de la habitación, los cubrió con unas sábanas de protección. Cuando regresó por la mañana, es decir, el viernes día 16, algunos muebles estaban descubiertos y las sábanas dobladas. De todos modos supongo que también se los encontraría así otras mañanas, incluida la del 15. Wendy y Veronica seguían hasta cierto punto haciendo vida en esa habitación.

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