– Esa joven no conoce mi voz. No sé quién será, pero no veo cómo puede conocerla. ¿O es que se ha olvidado usted de que yo no sabía que Rod trabajaba allí?
Burden asomó la cabeza por la puerta. Wendy estaba chupándose un dedo y pasando la yema mojada por la carrera; infructuosamente, todo sea dicho, ya que de pronto la carrera avanzó un centímetro más. Joy Williams soltó otra estridente carcajada. Wexford se levantó y salió de la habitación, dejando a ambas mujeres en compañía de las dos agentes.
Burden le dijo que había enviado la muestra mecanográfica al laboratorio forense y luego le contó lo más importante de su entrevista con la señora Tennyson. No había escrito a máquina ninguna carta de dimisión y nadie le había pedido que hiciera nada semejante. Aunque a Wendy Williams la conocía desde hacía años, a Rodney apenas lo había tratado. Sus hijas eran de la misma edad, iban al mismo instituto y eran «amigas íntimas».
– ¿Y no podría haberla escrito Wendy? -sugirió Wexford-. Quizá tuvo acceso a la máquina. Si este asesinato fue premeditado, como así parece, es posible que escribiera la carta días o incluso semanas antes.
– La señora Tennyson se encierra en una habitación que utiliza como estudio y escribe durante tres o cuatro horas al día. Habitualmente utiliza la Olivetti; la Remington ni siquiera la guarda en esa habitación. Suele estar en el armario del vestíbulo, a menos que su marido Eric la necesite o que su hija Nicola la utilice para algún trabajo del instituto. Por lo visto se lo dejan hacer en el Haldon Finch. ¿Le parece verosímil?
– Parece una costumbre sensata e inofensiva -respondió Wexford-. ¿Ha estado Wendy alguna vez sola en esa casa?
– A principios de abril fue a buscar a Veronica, para llevarla a casa o algo así. Era de noche o tarde o estaba de paso. En cualquier caso, las dos chicas no habían regresado todavía y la señora Tennyson estaba escribiendo algo. Dejó a Wendy sola unos diez minutos, según dice, hasta que terminó lo que estaba haciendo.
– En tal caso Wendy habría tenido que saber que la máquina estaba allí. Y además habría tenido que llevar papel. De todos modos, coincido en que es una respuesta un tanto descabellada a la pregunta de cómo y dónde se escribió la carta. En cuanto a la máquina, ¿qué mejor idea que utilizar una que normalmente está guardada en un armario? Ha sido una verdadera suerte que hayamos dado con ella. -A continuación Burden le contó lo que le había dicho Ovington-. ¿Es esto un móvil, Mike? Siempre acabamos en lo mismo: en la falta de móvil. Pero si Wendy quería casarse con Ovington…
– ¿Con quién quería casarse Joy?
– Vale, de acuerdo. Ya veo a dónde quieres llegar. Si lo hicieron, lo hicieron juntas, y no es probable que Joy ayudara a asesinar a Rodney para que Wendy pudiera casarse con otro hombre. -Wexford se dio golpecitos en la frente-. ¡Soy un estúpido! No hay ningún móvil. Si Wendy sabía quién era Joy, también sabía que no estaba casada con Rodney, por lo que no tenía ningún impedimento legal para casarse con otra persona… ¿Y qué decir del cuchillo? Nunca podremos demostrar de manera fehaciente que fue el arma homicida. Puede ser de cualquiera de las dos.
– Wendy trabaja en Jickie y allí venden esos cuchillos.
– Sí, pero todo el vecindario hace las compras allí. -Wexford reflexionó un momento-. Entre las cosas que encontramos en el dormitorio de Rodney Williams de Liskeard Avenue -dijo- había un presupuesto de una empresa de construcción para pintar el salón de Wendy. Cuando vimos esa habitación, era evidente que había sido pintada recientemente. ¿Por esa empresa? ¿Por otra? ¿Por la propia Wendy? Deberíamos averiguarlo, ¿no te parece?
Burden lo miró. Los dos estaban pensando que a Rodney Williams lo habían matado con un cuchillo. Una de las cuchilladas había cercenado la carótida.
– Sí, me lo parece -respondió.
Hacía un día caluroso y sofocante, bochornoso, casi sin sol, de los que sólo se dan a finales de agosto. Durante el rato que él y Burden habían estado en su despacho, había permanecido en mangas de camisa, con la ventana abierta y dejando que una brisa casi imperceptible moviera suavemente la persiana, que estaba medio cerrada. Volvió a ponerse la chaqueta y bajó por las escaleras a la sala de interrogatorios donde se encontraban las dos mujeres.
En la mayoría de las portadas de la prensa nacional del día siguiente apareció la fotografía de Joy y Wendy saliendo de la comisaría de Kingsmarkham. Los periódicos más sensacionalistas se las arreglaron para crear la impresión de que no estaban saliendo sino entrando, de manera que los lectores podrían llegar a la conclusión de que no habían vuelto a salir. Joy se tapaba la cara con una mano y Wendy miraba lastimosamente a las cámaras, como una huérfana desconsolada ataviada con un vestidito de niña. La carrera que tenía en la media saltaba cruelmente a la vista. Burden también aparecía en la foto, vestido con un traje bastante nuevo, imperturbable y como queriendo guardar las distancias.
– Sales joven y guapo -dijo Jenny durante el desayuno-. Y delgadísimo. -Movió su enorme vientre y echó hacia atrás su silla.
– Es por la preocupación.
– Supongo que sí. Pobre Mike… -Alzó las manos y lo abrazó. Ahora sólo le era posible hacer esto cuando estaba sentada. Él también la abrazó y pensó: Aún puede salir todo bien; aún puede que sobrevivamos.
Salió de casa antes de las nueve. La mañana era cualquier cosa menos fresca. El día había salido gris, sofocante y pegajoso y el cielo era de un color gris apagado, clarísimo, por el que se filtraba el brillo del sol como una mancha blanca. Era la clase de día, pensó, que sólo hace en Inglaterra. Cincuenta días como éste podían constituir un verano.
¿Cuántos constructores y pintores había en Pomfret? ¿Cuántos en Kingsmarkham? ¿Cuántos, contando no sólo las empresas establecidas sino también a los hombres que se dedicaban a hacer chapuzas, los que trabajaban en su tiempo libre para ganarse un dinero extra? Con suerte, los Williams de Pomfret habrían empleado los servicios de la empresa que había enviado el presupuesto a Rodney. Burden no fue directamente a la comisaría, de modo que no estaba presente cuando Hope Harmer llamó para decir que su hija había desaparecido, que había estado ausente toda la noche y no había vuelto por la mañana.
John Harmer estaba en el laboratorio y la farmacia seguía abierta al público como de costumbre. Es decir, cuando los clientes entraban para comprar jabón o maquinillas de afeitar en lugar de medicinas, él salía y les atendía. Se negaba a creer que hubiera podido pasarle algo a su hija. Era una mujer adulta, capaz de cuidar de sí misma como demostraba su habilidad en ese deporte que llamaba judo. Su ausencia probablemente estaría relacionada con esa tontería del movimiento feminista.
La madre de Paulette había ido a trabajar, aunque tal vez sólo debido a la presión que le había hecho su marido. Había telefoneado desde la farmacia. La llamada habría sido el punto culminante de una escena entre los dos, pensó Wexford. Se encontraba en un estado lamentable. Hope Harmer era una mujer que sólo podía estar de buen humor. Se sentía satisfecha con poca cosa, y la satisfacción daba lozanía a su robusta hermosura. La inquietud le afectaba de la misma manera que a un animal, quitándole color al semblante, dando rigidez a sus facciones, dejando misteriosamente lacio su brillante cabello y ensombreciendo de miedo la plácida expresión de sus ojos.
Wexford iba acompañado por Martin: dos jetazos de la policía ocupándose del caso de una joven desaparecida. Pero la importancia de los casos dependen de las circunstancias…
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