Francisco Delicado - Retrato de la Lozana Andaluza
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Tia. Sobrina, más há de los años treinta que yo no vi á vuestro padre, porque se fué niño, y despues me dixeron que se casó por amores con vuestra madre, y en vos veo yo que vuestra madre era hermosa.
Lozana. ¿Yo, Señogra? Pues más parezco á mi agüela que á mi señora madre, y por amor de mi agüela me llamaron á mí Aldonza, y si esta mi agüela viviera, sabría yo más que no sé, que ella me mostró guisar, que en su poder deprendí hacer fideos, empanadillas, alcuscuzu con garbanzos, arroz entero, seco, graso, albondiguillas redondas y apretadas con culantro verde, que se conocian las que yo hacia entre ciento. Mirá, señora Tia, que su padre de mi padre decia estas son de mano de mi hija Aldonza; ¿pues adobado no hacia? sobre que cuantos traperos habia en la cal de la Heria querian proballo, y máxime cuando era un buen pecho de carnero, y ¡qué miel! pensá, señora, que la teniamos de Adamuz y zafran de Peñafiel, y lo mejor de la Andalucía venía en casa de esta mi agüela. Sabía hacer ojuelas, pestiños, rosquillas de alfaxor, textones de cañamones y de ajonjolí, nuégados, xopaipas, hojaldres, hormigos torcidos con aceite, talvinas, zahinas y nabos sin tocino y con comino; col murciana con alcarabea, y olla resposada no la comia tal ninguna barba; pues boronía ¿no sabía hacer? por maravilla, y cazuela de berengenas moxies en perficion; cazuela con su ajico y cominico, y saborcico de vinagre, ésta hacia yo sin que me la vezasen. Rellenos, cuajarejos de cabritos, pepitorias y cabrito apedreado con limon ceuti, y cazuelas de pescado cecial con oruga, y cazuelas moriscas por maravilla, y de otros pescados que sería luengo de contar. Letuarios de arrope para en casa, y con miel para presentar, como eran de membrillos, de cantueso, de uvas, de berengenas, de nueces, y de la flor del nogal, para tiempo de peste; de orégano y hierba buena, para quien pierde el apetito; pues ¿ollas en tiempo de ayuno? éstas y las otras ponia yo tanta hemencia en ellas, que sobrepujaba á Platina, De boluptatibus y Apicio Romano, De re coquinaria , y decia esta madre de mi madre: Hija Aldonza, la olla sin cebolla es boda sin tamborin. Y si ella me viviera, por mi saber y limpieza (dexemos estar hermosura) me casaba, y no salia yo acá por tierras ajenas con mi madre, pues que quedé sin dote que mi madre me dexó solamente una añora con su huerto, y saber tramar, y esta lanzadera para texer cuando tenga premideras.
Tia. Sobrina, esto que vos teneis y lo que sabeis será dote para vos, y vuestra hermosura hallará ajuar cosido y sorcido; que no os tiene Dios olvidada; que aquel mercader que vino aquí ayer me dixo que cuando torne, que va á Cáliz, me dará remedio para que vos seais casada y honrada; mas querria él que supiésedes labrar.
Loz. Señora Tia, yo aquí traigo el alfilero, mas ni tengo aguja ni alfiler, que dedal no faltaria para apretar; y por eso, señora Tia, si vos quereis, yo le hablaré ántes que se parta, porque no pierda mi ventura, siendo huérfana.
MAMOTRETO III
Prosigue la Lozana, y pregunta á la Tia.
Loz. Señora Tia, ¿es aquel que está paseándose con aquel que suena los órganos? Por su vida que lo llame. ¡Ay cómo es dispuesto! ¡y qué ojos tan lindos! ¡qué ceja partida! ¡qué pierna tan seca y enxuta! ¿Chinelas trae? ¡Qué pié para galochas y zapatilla ceyena! Querria que se quitase los guantes por verle qué mano tiene. Acá mira; ¿quiere vuestra merced que me asome?
Tia. No, hija; que yo quiero ir abaxo, y él me verná á hablar, y cuando él estará abaxo vos verneis; si os habláre, abaxá la cabeza y pasaos, y si yo os dixere que le hableis, vos llegá cortés y hacé una reverencia, y si os tomáre la mano, retraéos hácia atras porque, como dicen, amuestra á tu marido el copo, mas no del todo; y desta manera él dará de sí, y verémos qué quiere hacer.
Loz. Veislo viene acá.
Mercader. Señora, ¿qué se hace?
Tia. Señor, serviros, y mirar en vuestra merced la lindeza de Diomedes el Ravegnano.
Merc. Señora, ¿pues ansí me llamo yo, madre mia? yo querria ver aquella vuestra sobrina. Y por mi vida que será su ventura, y vos no perdereis nada.
Tia. Señor, está revuelta y mal aliñada, mas porque vea vuestra merced como es dotada de hermosura, quiero que pase aquí abaxo su tela, y verála como texe.
Diomedes. Señora mia, pues sea luego.
Tia. ¿Aldonza? ¿Sobrina? veníos acá, y vereis mejor.
Loz. Señora tia, aquí veo muy bien, aunque tengo la vista cordobesa: salvo que tengo premideras.
Tia. Deci sobrina que este gentil hombre quiere que le texais un texillo, que proveerémos de premideras. Veni aquí, hacé una reverencia á este señor.
Diom. ¡Oh qué gentil dama! Mi señora madre, no la dexe ir, y suplícole que le mande que me hable.
Tia. Sobrina, responde á ese señor, que luégo torno.
Diom. Señora, su nombre me diga.
Loz. Señor sea vuestra merced de quien mal lo quiere; yo me llamo Aldonza, á servicio y mandado de vuestra merced.
Diom. ¡Ay! ¡ay! ¡qué herida! que de vuestra parte qualque vuestro servidor me ha dado en el corazon con una saeta dorada de amor.
Loz. No se maraville vuestra merced; que cuando me llamó que viniese abaxo, me parece que vi un mochacho, atado un paño por la frente, y me tiró no sé con qué; en la teta izquierda me tocó.
Diom. Señora, es tal ballestero, que de un mismo golpe nos hirió á los dos. Ecco adunque due anime en uno core. ¡Oh Diana! ¡oh Cupido! socorred el vuestro siervo. Señora, sino remediamos con socorro de médicos sabios, dudo la sanidad, y pues yo voy á Cáliz, suplico á vuestra merced se venga comigo.
Loz. Yo, señor, verné á la fin del mundo; mas dexe subir á mi tia arriba, y pues quiso mi ventura, seré siempre vuestra más que mia.
Tia. ¡Aldonza! ¡Sobrina! ¿qué haceis? ¿dónde estais? ¡Oh pecadora de mí! el hombre dexa el padre y la madre por la mujer, y la mujer olvida por el hombre su nido. ¡Ay sobrina! y si mirára bien en vos, viera que me habíedes de burlar; mas no teneis vos la culpa, sino yo, que teniendo la yesca busqué el eslabon; mira qué pago, que si miro en ello, ella misma me hizo alcagüeta; va, va, que en tal pararás.
MAMOTRETO IV
Prosigue el autor.
Autor. Juntos á Cáliz, y sabido por Diomédes á qué sabía su señora, si era concho ó veramente asado, comenzó á imponella segun que para luengos tiempos durasen juntos; y viendo sus lindas carnes y lindeza de persona, y notando en ella el agudeza que la patria y parentado le habian prestado, de cada dia le crecia el amor en su corazon, y ansí determinó de no dexalla; y pasando él en Levante con mercancía, que su padre era uno de los primeros mercaderes de Italia, llevó consigo á su muy amada Aldonza, y de todo cuanto tenía la hacia partícipe, y ella muy contenta, viendo en su caro amador Diomédes todos los géneros y partes de gentilhombre, y de hermosura en todos sus miembros, que le parecia á ella que la natura no se habia reservado nada que en su caro amante no hubiese puesto. E por esta causa, miraba de ser ella presta á toda su voluntad; y como él era único entre los otros mercadantes, siempre en su casa habia concurso de personas gentiles y bien criadas, y como veian que á la señora Aldonza no le faltaba nada, que sin maestro tenía ingenio y saber, y notaba las cosas mínimas por saber y entender las grandes y arduas, holgaban de ver su elocuencia y á todos sobrepujaba; de modo que ya no habia otra en aquellas partes que en más fuese tenida, y era dicho entre todos de su lozanía, ansí en la cara como en todos sus miembros, y viendo que esta lozanía era de su natural, quedóles en fábula, que ya no entendian por su nombre Aldonza, salvo la Lozana; y no solamente entre ellos, mas entre las gentes de aquellas tierras decian la Lozana por cosa muy nombrada; y si muncho sabía en estas partes, muncho más supo en aquellas provincias, y procuraba de ver y saber cuanto á su facultad pertenecia. Siendo en Ródas su caro Diomédes, la preguntó: mi señora, no querria se os hiciese de mal venir á Levante; porque yo me tengo de disponer á servir y obedecer á mi padre, el cual manda que vaya en Levante, y andaré toda la Berbería, y principalmente donde tenemos trato, que me será fuerza demorar y no tornar tan presto como yo querria; porque solamente en estas cibdades que ahora oirés tengo de estar años, y no meses, como será en Alexandría, en Damasco, en Damiata, en Barut, en parte de la Siria, en Chipre, en el Cairo y en el Chio, en Constantinópoli, en Corinto, en Tesalia, en Boxia, en Candía, á Venecia y Flándes, y en otras partes que vos, mi señora, veréis, si quereis tenerme compañía.
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