Eugène Fromentin - Fiebre de amor (Dominique)
Здесь есть возможность читать онлайн «Eugène Fromentin - Fiebre de amor (Dominique)» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: foreign_antique, foreign_prose, Зарубежные любовные романы, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Fiebre de amor (Dominique)
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Fiebre de amor (Dominique): краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Fiebre de amor (Dominique)»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Fiebre de amor (Dominique) — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Fiebre de amor (Dominique)», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Así pasaron cuatro años, al cabo de los cuales consideró que estaba ya en condiciones de abordar la segunda enseñanza, y con inconcebible espanto veía yo acercarse el instante de abandonar mi casa de Trembles.
Jamás olvidaré los días que precedieron a mi próxima partida: fue como un acceso de sentimentalismo enfermizo, sin la más leve apariencia de razonamiento, tanto, que una verdadera desventura no lo hubiese ocasionado más vivamente. Había llegado el otoño y todo lo que me rodeaba concurría a determinar aquel estado de mi alma. Un solo detalle le dará a usted idea de esto.
Agustín me había impuesto como prueba definitiva de mi preparación, una composición latina sobre el tema de la partida de Aníbal cuando abandonó Italia. Bajé a la terraza sombreada por las parras, y al aire libre, sobre el parapeto mismo que bordea el jardín, me puse a escribir.
Aquel tema formaba parte del escaso número de hechos históricos que me interesaban y, por excepción, era de todos ellos el que tenía la virtud de conmoverme profundamente. La batalla de Zama me había siempre causado la más personal emoción como catástrofe en la cual veía yo tan sólo el heroísmo sin preocuparme del derecho. Me acordaba de todo lo que había leído, trataba de representarme al hombre detenido por la fortuna adversa, a su país cediendo más bien a fatalidades de raza que no a contrastes militares, descendiendo a la costa, no abandonándole sin pena, lanzándole un postrer adiós de desesperación y de reto, y bien que mal trataba de expresar lo que me parecía ser la verdad, sino histórica, lírica al menos.
La piedra que me servía de pupitre estaba tibia; los lagartos se paseaban casi al alcance de mi mano tomando el sol. Los árboles, que ya no eran del todo verdes, el día menos caluroso, las sombras más dilatadas, el ambiente tranquilo, todo hablaba con el encanto del otoño, época de declinación, de desfallecimiento y de odios. Los pámpanos amarillentos caían uno a uno sin que el más leve soplo de viento agitara los sarmientos. El parque estaba silencioso. Los pajarillos cantaban con un acento que me llegaba hasta lo más hondo del corazón. Una conmoción profundísima, indescribible, indominable me dominaba como ola próxima a romper, extraña mezcla de amargura y de satisfacción íntima. Cuando Agustín bajó a la terraza hallome llorando.
– ¿Qué tiene usted? – me dijo. – ¿Es Aníbal quien le hace llorar?
Por toda respuesta le presenté las páginas que había escrito.
Me miró con cierta sorpresa, se aseguró de que nada había en torno de nosotros que pudiera explicar el efecto de tan gran emoción, lanzó una mirada rápida y distraída sobre el parque, el jardín, el cielo, y añadió:
– Pero, ¿qué le pasa a usted?..
Después se puso a leer mi trabajo.
– Está bien – me dijo luego que hubo leído la composición; – pero es un poco insípido. Puede usted hacer algo mucho mejor, aunque este escrito le colocaría a usted en un buen rango de cualquier clase de cierta importancia. Aníbal experimentó demasiada pesadumbre; no tuvo bastante confianza en el pueblo que le esperaba en armas al otro lado del mar. Adivinaba el contraste de Zama – me dirá usted. – Pero su derrota no se debió a su impericia. Habría ganado la batalla si hubiese tenido el sol a la espalda. Por otra parte le quedaba Antiocus; y después de Prusias traidor, el veneno. Nada está perdido para un hombre en tanto que no ha dicho su última palabra.
Llevaba en la mano, abierta ya, una carta de París que hacía pocos minutos había recibido. Estaba más animado que de ordinario; cierta excitación fuerte, alegre, resuelta, brillaba en sus ojos, cuyo mirar era siempre muy directo, pero que por lo común se iluminaba poco.
– Mi querido Domingo – continuó, paseando a mi lado por la terraza, – tengo que participarle a usted una buena noticia, una noticia que le será grata, creo, porque sé la amistad que me profesa. El día que usted entre en el colegio partiré yo a París. Hace largo tiempo he venido preparándome. Todo está ya dispuesto para asegurar la vida que allí he de llevar. Soy esperado. He aquí la prueba.
Y así diciendo me mostró la carta.
– El éxito sólo depende de un pequeño esfuerzo y los he hecho más grandes por cierto. Usted que me ha visto trabajar lo puede decir bien. Escúcheme, mi querido Domingo; dentro de tres días será usted un alumno de segunda enseñanza, es decir, algo menos que un hombre y mucho más que un niño. La edad es lo de menos. Usted tiene diez y seis años; pero, si usted quiere, dentro de seis meses puede contar diez y ocho. Abandone usted Trembles y olvídelo. No lo recuerde hasta más tarde, cuando se trate de arreglar las cuentas de su fortuna. El campo no es para usted; su aislamiento le mataría. Mira usted siempre o demasiado alto o demasiado bajo: en lo demasiado alto está lo imposible y en lo demasiado bajo las hojas secas. La vida no es así; mire siempre adelante y a la altura de sus ojos y la verá tal cual es. Es usted muy inteligente, tiene un buen patrimonio y un nombre que le abona; con semejante lote en su ajuar del colegio se llega a todo. Un último consejo: espere no ser muy feliz durante los años de estudio. Cuente usted que la sumisión a nada compromete en lo porvenir y que la disciplina impuesta no es nada cuando se tiene el buen sentido de imponerla por sí mismo. No cuente usted demasiado con las amistades de colegio, a menos que tenga usted libertad para elegirlas; y en cuanto a las envidias de que será usted objeto, si tiene éxito, como espero, espérelas y sírvanle a manera de aprendizaje. Por último, no deje pasar un solo día sin repetirse que sólo trabajando se logra el objeto que se persigue, y que ninguna noche le tome el sueño sin pensar en París que le espera y en donde nos volveremos a ver.
Me estrechó la mano con una autoridad de gesto completamente varonil, y de un salto ganó la escalera que conducía a su cuarto.
Yo bajé al jardín, en el cual el viejo Andrés cavaba los arriates.
– ¿Qué hay, señor Domingo? – me preguntó advirtiendo mi turbación.
– Hay que de aquí a tres días partiré a encerrarme en el colegio, mi buen Andrés.
Corrí a ocultarme en el fondo del parque y allí estuve hasta que se hizo de noche.
IV
Tres días después abandoné Trembles en compañía de la señora Ceyssac y de Agustín. Era por la mañana, muy temprano. Todos estaban levantados y nos rodeaban: Andrés, junto al carruaje, más triste que nunca le había visto desde el último suceso que enlutó la casa; luego subió al pescante, aunque no era costumbre que hiciera oficio de cochero, y los caballos partieron al trote largo. Al atravesar el poblado de Villanueva – en el cual todos los rostros me eran tan conocidos – vi a dos o tres de mis antiguos camaradas, crecidos ya, casi hombres, que se encaminaban al campo con los útiles del trabajo al hombro. Volvieron la cabeza al percibir el ruido del carruaje, y comprendiendo que se trataba de algo más que un paseo me hicieron expresivas señas para desearme un feliz viaje. El sol se elevaba. Entramos en plena campiña; dejé de reconocer los lugares que cruzábamos; vi rostros nuevos; mi tía me contemplaba con bondadosa mirada. La fisonomía de Agustín estaba radiante; yo sentía, tanto encogimiento como pena.
Todo un largo día invertimos en recorrer las doce leguas que nos separaban de Ormessón, y ya llegaba el sol al ocaso cuando Agustín, que no cesaba de mirar por la ventanilla, le dijo a mi tía:
– Señora, ya se distinguen las torres de San Pedro.
El paisaje era llano, pálido, monótono y húmedo: una ciudad baja, erizada de campanarios comenzaba a destacarse detrás de una cortina de árboles.
Los mimbrerales alternaban con los prados, los álamos blancos con los sauces amarillentos. A la derecha corría lentamente un río deslizando sus aguas turbias entre las riberas manchadas de limo. A la orilla había barcos cargados de maderas y viejas chalanas rajados en el fondo como si jamás hubiesen flotado. Algunos gansos que bajaban de los prados al río corrían delante del carruaje lanzando salvajes graznidos.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Fiebre de amor (Dominique)»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Fiebre de amor (Dominique)» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Fiebre de amor (Dominique)» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.