Manuel Fernández y González - La alhambra; leyendas árabes

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– Tras ese buho entró en esa casa por un ajimez una flecha mia.

– ¡Hé aquí la maldad humana! ¡el hombre destruye por el placer de destruir! ¿Qué daño le habia hecho ese pobre pájaro?

– Antes de que te conteste respóndeme á una pregunta: ¿me conoces tú?

– No te he visto hasta ahora y sé tu nombre.

– ¿Por tu ciencia de maga?

– Sí, por mi ciencia, dijo la dama repitiendo la estraña sonrisa que le era peculiar.

– ¿Y quién soy yo?

– Tu eres el príncipe Sidy Mohammet-Abd'Allah, hijo y compañero en el mando del poderoso Sultan de Andalucía, Nazar-ebn-Al-Hhamar el magnífico.

Y el acento de la dama, al pronunciar el nombre del Sultan de Granada, era amargo y doloroso.

– Sí, yo soy; pues bien: voy á decirte ahora por qué me horrorizan los buhos.

La dama hizo un leve mohin de impaciencia.

– Dicen nuestros viejos que el dia en que nació mi padre, en la fiesta de las buenas hadas, cuando todos los circunstantes estaban alegres y regocijados, un buho entró en la sala y apagó las luces: aquella noche mi abuela murió á consecuencia del alumbramiento.

– ¡Ah!

– Siendo mozo mi padre, salió la primera vez en algara contra cristianos: era de noche: un buho revoló tres veces alrededor de su cabeza, y mi padre fué gravemente herido en el combate.

– ¿De modo que tu padre, el poderoso sultan Nazar, dijo con profundo acento la dama; el invencible, el fuerte, acabó por estremecerse al nombre solo de una de esas alimañas?

– Déjame continuar. Conoció mi padre allá en los años de su juventud una princesa africana (esto me lo ha contado muchas veces con las lágrimas en los ojos) que habia ido á Córdoba á buscar en la ciencia de sus sabios la curacion de una grave dolencia.

– ¿Y de qué adolecia esa princesa? preguntó con indolencia la dama que conceptuando que la relacion seria larga, puso la lámpara en un nicho calado y se sentó en un divan.

– La princesa africana adolecia de tristeza, contestó el príncipe sentándose á los pies del lecho: del mismo mal de que adolezco yo.

– Ocupémonos ahora de la dolencia de la princesa, que tiempo tendremos de llegar á la tuya. Continúa.

– La princesa, mejor dicho, la sultana 6 6 Llámanse desde muy antiguo sultanas entre los musulmanes, á las hijas de los reyes reconocidas por ellos. Leila-Radhyah 7 7 Noche apacible. habia ido á Córdoba acompañada por uno de los wacires de su padre, Mohamet Al-Mostansir-Billah, rey de Tlencen y servida por un número considerable de hermosas esclavas.

– Por lo que veo tu padre el poderoso Nazar tiene harto presente el nombre de esa sultana. ¿Cuándo te refirió tu padre esa historia?

– Hace un año, al proclamarme su heredero, y hacerme su partícipe en el gobierno del reino.

– Continúa.

– Ya te he dicho que la sultana Leila-Radhyah, habia ido desde Tlencen á Córdoba, á buscar alivio á su dolencia: pues bien, la noche antes de que la princesa llegase á las fronteras de Córdoba, un buho entró por la ventana del aposento donde dormia mi padre, batió las alas sobre su cabeza y le despertó.

– ¿Y qué desgracia aconteció al noble Al-Hhamar?

– Mi padre vió huir al buho por la ventana, y se acordó del buho que habia girado en derredor de su cabeza la noche antes de la batalla en que tan peligrosamente le hirieron, y de aquel otro buho que apagó las luces en las fiestas de su nacimiento. Pero lo tuvo á casualidad y sin pensar mas en ello se durmió de nuevo, cuando hé aquí que le despertaron las voces de sus soldados. Levántase mi padre, sale de su aposento y pregunta al primero que encuentra. – Las atalayas de la frontera hacen señal de que los cristianos han entrado por la tierra y la llevan á sangre y fuego: entre las sombras de la noche se ven las llamas de las alkarias incendiadas: – Y el que esto le contesta corre á donde están ya sus compañeros armados. – Mi padre llama á sus esclavos, se arma tambien, reune á sus soldados alrededor de su bandera y parte con ellos de Córdoba el primero, con su valiente taifa de ginetes, en busca del cristiano. – Otros muchos walíes salen tambien de Córdoba con sus gentes armadas, pero mi padre les lleva la delantera y al amanecer encuentra á los cristianos.

– ¿Y qué desgracia aconteció á tu padre?

– Mi padre venció en la primera embestida á los infieles, los puso en fuga y les quitó la presa que habian hecho. Entre la presa iba una doncella mora de maravillosa hermosura. Aquella doncella era la sultana Leila-Radhyah.

– ¡Ah! ¡era la sultana!

– Sí; al llegar á la frontera, la encontraron los cristianos, mataron al wacir del rey de Tlencen, á los esclavos que la acompañaban, y la hicieron cautiva con sus esclavas. – Mi padre mandó que la condujesen en un palanquin á Córdoba, y fué conversando con ella todo el camino. – Era tan hermosa, tan pura y tan resplandeciente como un dia sereno en un valle del Hedjaz. – Mi padre se enamoró de ella…

– ¿Y ella?

– Amó á mi padre.

– ¡Murió sin duda la desdichada! dijo la dama blanca con una profunda amargura; porque de no, tu padre que es noble y generoso la hubiera hecho su esposa.

– No, dijo el príncipe bajando los ojos.

– ¡La envió sin duda á su padre el rey de Tlencen!

– No; mi padre la amaba demasiado para no temer perderla, y mi padre entonces no podia aspirar á que una sultana fuese su esposa. – Nuestra familia es humilde: mis abuelos fueron labradores, y este es el mayor orgullo de mi padre: haber llegado á tan alto habiendo nacido tan bajo. – Mi padre cuando se apoderó de la sultana Leila-Radhyah, era walí; tenia riquezas y una bella casa en Córdoba.

– ¿Pero qué hizo tu padre de la sultana Leila-Radhyah?

– La llevó á su casa.

– ¡Ah! tu padre dijo: los cristianos se llevaban esta doncella para hacer con ella una ramera: ¿por qué no he de hacerla yo mi esclava? lo que el guerrero encuentra en el campo es suyo. ¡Hizo tu padre bien! Pero continúa: la sultana, por mejor decir, la esclava, debió morir de vergüenza.

– No: un año despues de sus amores con mi padre desapareció de su casa, encontróse sangre en su aposento, y mi padre, que la amaba, lloró su pérdida y la llora todavía.

– ¿Y no te ha contado tu padre mas acerca de la sultana esclava?

– No; pero cuando me contó esos amores cuya desgracia anunció sin duda el buho, mi padre lloraba.

– ¿Y qué otras desgracias le anunció ese buho tan terrible?

– Le vió la noche antes de la funesta batalla de Hins-Alacab 8 8 La batalla de las Navas de Tolosa, en que Juzef Amyr-al-Mumenin fué vencido por el rey don Alonso VIII. . Le vió la alborada en que Córdoba cayó en poder de los cristianos: la noche que precedió al dia de la pérdida de Sevilla, le vió tambien, y por último, la misma noche en que murió asesinado por el walí de Almería el desdichado Aben-Hud.

– ¿Y no ha vuelto á ver tu padre á ese terrible buho?

– Sí, hace poco tiempo: precavido ya con las desventuras que le habian acontecido, mi padre llamó á sus sabios y les consultó.

– Ese buho te anuncia una nueva desgracia, le dijeron los sabios.

– ¿Y qué desgracia es esa?

– Necesitamos consultar las estrellas para responderte.

– Consultadlas, pues, dijo mi padre.

Los sabios pasaron tres noches mirando el cielo, y dijeron á mi padre.

– Aparta de Granada al príncipe Mohammet Abd'Allah.

– ¿Y por qué? preguntó mi padre.

– Apártale, contestaron los sabios.

– ¿Pero qué tengo que temer acerca de mi hijo?

– Las estrellas nos han dicho que amenazan á tu hijo y á tí lo mismo, grandes desgracias si el príncipe continúa en Granada durante la luna de las flores.

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