Ayn Rand - Los que vivimos

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La cabeza de Lidia se inclinaba con impaciencia. ¡Había oído tantas veces estas mismas palabras!

– Celebro que esté usted contenta con su trabajo, Galina Petrov-na -dijo Leo.

– Y yo celebro que tengas racionamiento -dijo Kira. -Realmente, lo tengo -dijo con orgullo Galina Petrovna-. Naturalmente, la distribución no ha llegado todavía a la perfección, y el aceite de girasol que me dieron la semana pasada estaba tan rancio que no hubo manera de utilizarlo. Pero éste es un período transitorio de…

– … construcción estatal -gritó de pronto Alexander Dimitrievitch, de prisa, como si recitase una lección de memoria.

– ¿Y usted, qué hace, Alexander Dimitrievitch? -preguntó Leo. -Yo trabajo -y Alexander Dimitrievitch dio un salto hacia delante como para defenderse de algún ataque peligroso-. Sí; trabajo. Soy funcionario soviético.

– Naturalmente -dijo con afectación Galina Petrovna- la posición de Alexander no es una posición de responsabilidad como la mía. Es contable en una oficina cerca de la isla Vasilievsky; tiene que hacer todo un viaje para ir, ¿no es cierto, Alexander? Pero, sea como sea, tiene racionamiento de pan, siquiera no le den el suficiente ni para él solo.

– Pero trabajo -dijo humildemente Alexander Dimitrievitch.

– Naturalmente -reconoció su esposa-. Pero mi ración es mayor porque pertenezco a la clase selecta de los pedagogos. Tengo una gran actividad social. ¿Ya sabes, Leo, que me han nombrado vicesecretaria del Consejo de Maestros? Verdaderamente es un consuelo el saber que este régimen aprecia las cualidades de los dirigentes. Incluso di una conferencia sobre los métodos de la educación moderna, en una reunión de un Centro, en la que Lidia tocó La Internacional muy bien.

– ¿Qué dice que hizo Lidia?

– Es verdad -dijo Lidia con voz sorda-. La Internacional. Yo también trabajo. Directora musical y pianista acompañante en el Centro Obrero. Una libra de pan cada semana y algunas veces incluso dinero, lo que queda después de pagados los impuestos mensuales.

– Lidia no es maleable -suspiró Galina Petrovna.

– Pero toco La Internacional , y la marcha fúnebre roja Caíste como una víctima y los cantos del Centro. Incluso me aplaudieron cuando toqué La Internacional después de la conferencia de mamá.

Kira se levantó perezosamente para preparar el té. Encendió el "Primus", puso la tetera y la estuvo vigilando, pensativa, mientras a través del silbido de la llama la voz de Galina Petrovna resonaba rítmica, como si estuviese dando clase. -… sí, por dos veces, figúrate, he sido elogiada en el diario mural como una de las maestras más modernas y más inteligentes. Sí; tengo cierta influencia. Cuando aquella insolente maestra joven quiso dirigir la escuela, no tardaron en destituirla. Y podéis tener la seguridad de que yo intervine…

Kira no oyó más. Miraba la carta, encima de la mesa, y reflexionaba. Cuando volvió a escuchar, era la voz de Lidia la que estaba diciendo en tono agudo:

– … consuelo espiritual. Lo sé. Tuve una revelación. Son secretos inaccesibles a nuestra comprensión mortal. La salvación de la Santa Rusia está en la fe. Así fue predicho. Soportando con paciencia nuestros largos sufrimientos redimiremos nuestros pecados…

Al otro lado de la puerta, Marisha tocaba John Gray. El. disco era nuevo, y las rápidas notas resonaron alegremente, con breves e imprevistos floreos:

"John Gray -era bravo y valiente. – Kitty – era una preciosidad."

Kira estaba sentada con la barbilla entre las manos y la llama del "Primus" debajo de su nariz; de pronto, sonrió y dijo:

– Me gusta esta canción.

– ¿Esta horrible vulgaridad que todo el mundo toca tanto que ya no se puede oír? -preguntó Lidia, admirada.

– Sí; aunque todo el mundo la toque… tiene un ritmo tan simpático… estridente… como si estuviesen remachando hierro. Hablaba dulcemente, con sencillez, con un poco de tristeza, como raras veces hablaba a su familia. Levantó la cabeza y miró a su alrededor; pero los suyos se habían dado cuenta de su expresión melancólica, suplicante.

– ¿Todavía te acuerdas de la ingeniería? -preguntó Lidia.

– A veces -murmuró Kira.

– No logro comprenderte, Kira -gritó su madre-; nunca estás satisfecha. Tienes un excelente empleo, fácil y bien pagado, y te estás consumiendo por esta tonta ambición infantil. Los "cicerones", lo mismo que los maestros, son considerados actualmente tan importantes como los ingenieros. Es una posición muy honrosa, de responsabilidad, y que contribuye mucho a la construcción social. ¿Acaso no es más interesante construir mentalidades vivas e ideologías que edificios de hierro y ladrillo?

– Es culpa tuya, Kira -dijo Lidia-, siempre serás desgraciada porque rechazas el consuelo de la fe.

– ¿A qué pensar más en ello, Kira? -dijo Alexander Dimitrievitch.

– ¿Quién ha dicho que soy desgraciada? -preguntó Kira en alta voz, sacudiendo bruscamente los hombros. Luego se levantó, tomó un cigarrillo y lo encendió en el "Primus".

– Kira fue siempre difícil de manejar -dijo Galina Petrovna-, pero podría creerse que los tiempos actuales bastarían para hacer bajar de las nubes a cualquiera.

– ¿Qué proyectos tienes para este invierno, Leo? -preguntó Alexander Dimitrievitch, de pronto, con indiferencia, como si no aguardase respuesta.

– No tengo ninguno, ni para este invierno ni para los inviernos futuros -dijo Leo.

– He soñado con un gallo y una liebre -dijo Lidia-. La liebre atravesaba el camino, y esto es mala señal, pero el gallo estaba posado sobre un árbol que parecía un enorme cáliz blanco.

– Fijaos, por ejemplo, en Víctor, mi sobrino -dijo Galina Petrovna-, aquél sí que es nn joven moderno e inteligente. Este año termina la carrera en el Instituto y ya tiene un empleo magnífico. Mantiene a toda su familia. No se entiende de misticismos, sino que abre los ojos a la realidad. Es un muchacho que irá lejos.

– Sí; pero Vasili no trabaja -observó Alexander Dimitrievitch

con serena melancolía.

– Vasili nunca tuvo sentido práctico -afirmó Galina Petrovna.

– Lo mismo que su adorada Irina -observó venenosamente Lidia.

Fue Alexander Dimitrievitch quien, de pronto, observó en tono indiferente:

– Es bonito este traje encarnado, Kira.

Ella sonrió con aire de cansancio.

– Gracias, papá.

– Pero no tienes buen aspecto, pequeña. ¿Estás cansada?

– No; estoy bien.

Luego la voz de Galina Petrovna cubrió el ruido del " Primus".

– … ¿sabéis? Sólo los mejores profesores han sido elogiados en el diario mural. Nuestros alumnos son muy severos y…

Más tarde, cuando las visitas se hubieron marchado, Kira se llevó la carta al cuarto de baño y la abrió. Sólo contenía dos líneas:

Perdona que te escriba, queridísima Kira, pero, ¿quieres te lefonearme? - Andrei.

Al día siguiente, Kira acompañó a dos grupos de visitantes al Museo. De vuelta a su casa dijo a Leo que la despedirían si aquella noche no asistía a una reunión de guías. Se puso el traje encarnado. En el rellano, besó ligeramente a Leo, que la miraba marcharse, y le saludó con la mano mientras bajaba rápidamente la escalera, con una sonrisa fría y alegre. En la esquina abrió el bolso, sacó el frasquito de perfume francés y se puso unas gotas en el pelo. Saltó a un tranvía que pasaba a toda velocidad y se quedó cogida a una correa, mirando correr las luces de la calle. Cuando bajó del tranvía echó a andar con desenvoltura, con determinación fría y precisa, hacia el palacio ocupado por la sede del Partido. Subió sin hacer ruido la escalera de mármol del pabellón, y llamó con fuerza a la puerta.

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