Ayn Rand - Los que vivimos
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Asha levantó la cabeza; sus ojos enrojecidos y su naricilla asomaban del cuello de la pelliza de su padre.
– ¿Me oyes, Asha? ¿Dónde tienes el pañuelo? Saluda a tu prima Kira.
– ¿Cómo estás? -murmuró Asha mirando al suelo. -¿Cómo no has ido a la escuela hoy, Asha?
– Cerrada -suspiró María Petrovna-. La escuela está cerrada. Por dos semanas. No tienen leña. En medio del humo, batió una puerta. Entró Víctor. -Hola, Kira, ¿cómo estás? -dijo fríamente-. Mamá, ¿cuándo va a terminar esta humareda? ¿Cómo se puede estudiar en esta atmósfera de infierno? ¡Oh!, no es que me importe; pero si no apruebo estos exámenes conozco una familia que se va a quedar sin pan.
La puerta batió todavía más fuerte, al salir el joven. Kira se sentó, contemplando a Irina, que dibujaba. Irina estudiaba arte. Dedicaba su tiempo a graves estudios de las obras maestras de la antigüedad que se conservaban en los museos; pero su mano rápida y sus ojos maliciosos aprendían el arte desvergonzado de los periódicos. Esbozaba croquis 'cada vez que tenía que hacerlo y en cualquier otro momento. Con un tablero sobre las rodillas, echando de vez en cuando hacia atrás su cabeza y sus cabellos, estaba retratando a su hermana menor. En el papel, Asha quedaba convertida en un diablillo con grandes orejas y una barriga enorme, montando en una babosa.
Vasili Ivanovitch volvió del mercado, sonriendo de contento. Había pasado allí todo el día, pero había vendido la lámpara del salón por un buen precio.
Cuando vio a Kira, su sonrisa se acentuó, y le dedicó un afectuoso saludo.
María Petrovna le llevó un plato de sopa caliente y preguntó con timidez:
– ¿Quieres un poco de sopa, Kira? -No, gracias, tía Marussia; acabo de comer. Kira sabía que María Petrovna sólo guardaba un plato de sopa para su marido, y que al no aceptar su oferta, la haría suspirar de alivio.
Vasili Ivanovitch se puso a comer de buen humor, hablando con Kira como si ésta fuese su invitada personal; pero era tan raro que Vasili Ivanovitch hablase con las visitas, que ni su mujer ni Irina lo llevaron a mal, sino que observaron con curiosidad el raro espectáculo de su sonrisa. El, riendo, decía:
_ Fíjate en los dibujos de Irina. Se pasa el día garabateando. No están mal, ¿verdad? ¿Cómo va Víctor en el Instituto? Estoy seguro que no es de los últimos… todavía nos queda algo; sí, todavía nos queda algo.
De súbito se inclinó hacia adelante, con los ojos brillantes, y dijo bajando la voz:
_ ¿Has leído los periódicos de esta noche, Kira?
– Sí, tío Vasili, ¿qué hay?
_ Las noticias del extranjero. Naturalmente en los periódicos no dicen gran cosa. No se lo dejarían publicar. Pero hay que aprender a leer entre líneas. Fíjate bien, y acuérdate de mis palabras. Europa está haciendo algo… y no pasará mucho tiempo, no pasará mucho tiempo sin que…
María Petrovna tosió nerviosamente. Estaba acostumbrada; llevaba cinco años oyendo lo que Vasili Ivanovitch leía entre líneas acerca de la salvación que debía venir de Europa y que nunca acababa de llegar. Suspiró; Vasili Ivanovitch sonreía feliz. -… y cuando esto suceda yo volveré a empezar donde me interrumpieron. No será difícil. Naturalmente, cerraron todos mis almacenes y se llevaron todos los muebles, pero… -se inclinó hacia Kira murmurando-: les he vigilado. Sé dónde los llevaron. Sé dónde están ahora. -¿De veras, tío Vasili?
– He visto las estanterías en una tienda nacional de calzado en el Bolshoi Prospect, y las sillas en un restaurante del distrito de Vigorgsky, y la lámpara… la lámpara está en las nuevas oficinas del Trust del Tabaco. No he perdido el tiempo. Estoy preparado. Apenas… apenas cambien las cosas, sé dónde tengo que ir a buscarlo todo para abrir una nueva tienda.
– Es maravilloso, tío Vasili; me alegro mucho de que no hayan destruido tus cosas.
– No; por suerte… todavía se conservan en buen estado como si fueran nuevas. En una de las estanterías he visto un arañazo terrible… es una vergüenza, pero tiene arreglo. Y lo más divertido -sonrió como si hubiera enredado a sus enemigos- es lo que ha sucedido con los rótulos. ¿Te acuerdas, Kira? De cristal dorado con letras negras. Pues bien, también los he encontrado. Están en una cooperativa cerca del mercado Alexandrovsky. Por un lado pone: "Cooperativa del Estado", pero por el otro sigue diciendo: "Vasili Dunaev. Peletería".
Dándose cuenta de la mirada de su esposa, añadió algo amoscado: -Marussia ya no cree. No cree que lo volveremos a tener todo. ¡Pierde la fe con una facilidad! ¿A ti qué te parece, Kira? ¿Crees que vivirás toda tu vida bajo la bota roja? -No -dijo Kira-, no puede durar siempre. -Es natural, no puede durar. No cabe duda de que no puede durar. Siempre lo digo: no puede ser -súbitamente se levantó-. Ven, Kira, quiero enseñarte una cosa. -Vasili -dijo María Petrovna-, ¿no terminas la sopa? -No me importa la sopa. No tengo apetito. Ven a mi estudio, Kira.
En el estudio sólo habían quedado una silla y el escritorio. Vasili Ivanovitch abrió un cajón de éste y sacó un paquete envuelto en un viejo pañuelo amarillo. Desató con reverencia un estrecho nudo y, con una sonrisa de orgullo y alegría, enderezando sus encorvadas espaldas, enseñó a Kira varios fajos de grandes y deslucidos billetes de Banco de tiempos del zar, cuidadosamente atados. Los fajos eran muy gruesos, de manera que representaban una verdadera fortuna. Kira se quedó atónita.
– Pero, tío Vasili… son… no tienen valor… no está permitido usarlos… ni tenerlos. Es… peligroso. Vasili Ivanovitch rió.
– Claro está que ahora no tienen valor, pero aguarda y verás. Aguarda a que cambien las cosas y verás qué fortuna tengo aquí en la mano.
– Pero… tío Vasili, ¿cómo los has logrado? -Los he comprado. Secretamente, claro está. A especuladores. Es peligroso, pero se encuentran. También los he pagado caros. Te diré por qué he comprado tantos. Verás… antes de que ocurriese todo esto, ¿sabes?, antes de que nacionalizasen mi almacén… yo debía una cantidad importante por mis escaparates de cristal: los había mandado traer del extranjero, de Suecia; en todo Petrogrado no había otros parecidos. Cuando se apoderaron de la tienda los rompieron a patadas, pero esto no me importa. Yo sigo teniendo la deuda pendiente; ahora no se puede pagar, porque no hay modo de enviar dinero al extranjero, pero aguardo. No puedo pagar con estos billetes soviéticos sin valor… figúrate; en el extranjero no los emplearían ni para empapelar el cuarto de baño. Y no hay manera de lograr oro. Pero éstos… éstos serán buenos como el oro. Y yo pagaré mi deuda. He aquí por qué he acumulado tanto dinero. El antiguo propietario de la casa que me vendió los cristales murió, pero su hijo vive. Actualmente está en Berlín. Nunca he debido un céntimo a nadie, yo. Sopesó el paquete en su gruesa mano y dijo:
_ Acepta este consejo de un anciano, Kira. No mires nunca hacia atrás. El pasado murió, pero siempre hay un porvenir. Y ahí está el mío. Una buena idea ésta de recoger el dinero, ¿no te parece, Kira?
Kira se esforzó en sonreír, apartó la mirada y dijo: -Sí, tío Vasili, una excelente idea.
Sonó la campanilla de la puerta. Luego se oyó en el comedor una voz de muchacha, más clara y más fuerte que la campanilla. Vasili Ivanovitch se puso serio.
– Alguien nuevo -dijo, irritado-. Vava Milovskaia, una amiga de Víctor.
– ¿Qué hay con ella, tío Vasili? ¿No te gusta? El se encogió de hombros.
– Oh, supongo que es una excelente persona. No me es antipática. Pero nada de ella me gusta. Es sencillamente una mujercita sin seso. No es como tú, Kira. Vamos. Supongo que tendrás que conocerla.
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