Ayn Rand - Los que vivimos
Здесь есть возможность читать онлайн «Ayn Rand - Los que vivimos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los que vivimos
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los que vivimos: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los que vivimos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los que vivimos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los que vivimos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
El taller del zapatero estaba rodeado de una alegre vecindad: gente que se levantaba muy de mañana y trabajaban como negros durante todo el día; pero por la noche se divertían de lo lindo. En una esquina había un establecimiento donde se reunían a cantar alegres canciones, cogidos del brazo y balanceándose al compás de la música. Más allá había una casa donde un hombrecillo viejo y arrugado tocaba el piano; la favorita de Iván Ivanovitch era una rolliza alemana que se llamaba Gretchen; era rubia y llevaba un caprichoso quimono de color de rosa. Esas eran las noches que recordaba el ciudadano Iván Ivanovitch.
Luego sirvió en el Ejército Rojo; y mientras por encima de su cabeza silbaban las balas y estallaban las bombas, él cazaba piojos en el fondo de su trinchera.
Le hirieron, y alguien dijo que no saldría con vida. Mientras lo decían, él miraba a la pared con gran insistencia, completamente desinteresado de la conversación. Pero curó de su herida, y al cabo de poco se casó con una sirvienta de carnosas mejillas y opulento pecho, porque la había comprometido. Tuvieron un hijo rubio y gordo y le llamaron Iván. Los domingos iban a misa, y su mujer, si podía, les guisaba un pedazo de carnero con cebollitas. Los otros días, se arremangaba la falda sobre sus gruesos tobillos, se arrodillaba, y fregaba el suelo hasta dejarlo brillante como un espejo, y obligaba a Iván a tomar un baño cada mes en un establecimiento público. Y el ciudadano Iván Ivanovitch vivía feliz. Luego le trasladaron a la frontera, y su mujer y su hijo se volvieron al pueblo con los padres de ella.
El ciudadano Iván Ivanovitch no había aprendido a leer, y estaba de guardia en la frontera de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Caminaba lentamente, con el fusil colgado, soplando de vez en cuando sobre sus dedos ateridos de frío y maldiciendo el invierno y la nieve. El bajar la colina no le importaba, pero al subirla era más difícil y lo hacía refunfuñando. Había llegado ya casi a la cumbre, y no le quemaba la nariz. De pronto, le pareció ver algo que se movía, lejos, en medio de la nieve. Miró con más atención, pero el viento levantaba torbellinos de nevisca y no le permitía cerciorarse de si realmente había visto algo o si sólo se lo había parecido. Haciendo bocina con ambas manos, gritó: -¿Quién va?
Nadie le contestó; en la llanura no se movió nada. Volvió a gritar: -¡Salga o disparo! Pero tampoco obtuvo respuesta.
Vaciló, rascándose el pescuezo. Miró otra vez y no vio nada; pero, para mayor seguridad, se echó el fusil a la cara e hizo fuego. Una llama azul turquí rasgó las tinieblas, y un estampido resonó a través de la inmensa llanura. Pero cuando el eco murió no se oyó ningún ruido ni se vio el menor movimiento.
El ciudadano Iván Ivanovitch se rascó el pescuezo y pensó que hubiera debido ir a investigar el lugar donde le había parecido oír el ruido. Pero era demasiado tarde, la nieve estaba demasiado espesa, y el viento era demasiado frío. Iván Ivanovitch se alejó pensando:
– No debía de ser más que un conejo. Y siguió su ronda.
Kira Argounova yacía inmóvil sobre la nieve, de bruces, con los brazos echados hacia adelante. Sólo un rizo de su cabello se movía, escapando de la bufanda blanca. Sus ojos, a ras del suelo, siguieron la alta figura negra que desaparecía a lo lejos entre las colinas. Luego se fijó en la mancha roja que se iba extendiendo por la nieve, debajo de su cuerpo.
Pensaba con toda claridad, en palabras que le parecía oír: -Me ha herido. He aquí lo que se siente cuando uno está herido. No es tan espantoso, ¿verdad?
Poco a poco logró ponerse de rodillas. Se quitó un guante y metió la mano debajo de la chaqueta para asegurarse de que seguía llevando el fajo de billetes. Confiaba que la bala no lo habría atravesado. En efecto, no lo había ni tocado. El agujero que atravesaba la chaqueta estaba inmediatamente debajo. Los dedos de Kira sintieron el contacto de algo caliente y pegajoso. No le hacía mucho daño; sentía un agudo ardor en el pecho, pero no le dolía tanto como las piernas. Intentó ponerse en pie; vacilaba un poco, pero lo logró. En la chaqueta había una mancha oscura, y el sedoso pelo blanco se apelotonaba en grumos calientes y rojizos. No sangraba mucho; sólo de vez en cuando sentía gotear la herida.
Podía andar. Pensó que conteniéndose la herida con la mano, evitaría la pérdida de sangre. Ahora estaba ya cerca de la frontera; más allá encontraría quien la vendase. No era nada grave y podía soportarlo bien, tenía que soportarlo.
Anduvo unos pasos tambaleándose, y se extrañó al sentirse las piernas tan débiles. Se murmuró a sí misma, moviendo apenas los labios, cada vez más pálidos:
– Claro está; la herida te ha debilitado un poco. Ya era de esperar. No tiene importancia.
Vacilante, con la mano en el pecho, inclinándose hacia delante, siguió andando con paso incierto, haciendo eses como si estuviera ebria. Se fijó en las gotas de sangre que de vez en cuando caían sobre la nieve. Luego dejaron de caer, y Kira sonrió. No sentía ningún dolor. Su último resto de conciencia se había centrado en una voluntad, en dos piernas, cada vez más débiles. Tenía que seguir andando; tenía que pasar la frontera. Una vez habló consigo misma.
– Eres un buen soldado, Kira Argounova; eres un buen soldado, y ahora es el momento de probarlo… Sólo un esfuerzo… el último esfuerzo… no es tan difícil, ¿verdad? Puedes hacerlo, no se trata más que de andar otro poco… Sí, por favor, debes andar todavía un poco… marcharte… marcharte de una vez de este país… Oprimía con sus dedos el fajo de billetes; no podía perderlo. Había que tener mucho cuidado, ahora; apenas veía claro, y no debía olvidar que llevaba su dinero cosido en el forro de la chaqueta. La cabeza se le caía hacia adelante. Cerró los ojos, dejando únicamente dos rendijas entre los párpados para observar si sus piernas seguían andando.
De pronto, abrió los ojos y se encontró tendida en la nieve. Levantó la cabeza, asombrada, porque no se acordaba de haber caído. Debía haberse desvanecido, pensó, y se preguntó con estupor qué debía sentirse cuando uno se desvanece, porque no se acordaba de nada.
Le fue necesario largo tiempo para volver a levantarse. En el punto en que había caído, observó una gran mancha roja. Debía de haber permanecido bastante rato allí. Siguió vacilando hacia delante, mientras en su mente iba abriéndose lentamente camino una idea: la de volverse atrás para borrar la huella de su herida. Luego siguió su camino extrañada de que hiciera tanto calor y de que la nieve no se derritiese. Cada vez le era más difícil respirar. ¿Y si la nieve se hubiera derretido? Hubiera tenido que nadar, pero ella era buena nadadora, y le costaría menos nadar que andar, por lo menos descansaría un poco las piernas. Siguió adelante, vacilando. No sabía si había perdido la dirección. Se había olvidado de ello. No se dio cuenta de que la colina terminaba en un barranco, y cayó por la blanca pendiente, en una confusión de brazos, piernas y nieve.
Pudo mover una mano para limpiarse el rostro. Estaba en un blanco montón de nieve en el fondo de un precipicio. El tiempo que pasó para «levantarse le pareció durar horas, años. Primero logró acercar las palmas de las manos al cuerpo, luego los codos, luego estiró las piernas, logró liberar sus pies de la nieve que los cubría, luego se puso de rodillas, apoyándose en los brazos tensos y temblorosos, y respiró profundamente; pero cada respiro le hacía daño como una cuchillada. Por fin, jadeando, logró ponerse en pie.
Recorrió algunos pasos, tambaleándose, pero no pudo subir la otra vertiente del barranco. Se cayó, y se arrastró por la pendiente sobre las rodillas y las manos, hundiendo de vez en cuando el rostro en la nieve para refrescarse las mejillas ardientes. Al llegar arriba se puso nuevamente en pie. Había perdido los guantes. Sintió calor, se quitó la blanca bufanda que.le cubría los cabellos y la arrojó al barranco. El aire fresco la aliviaba. Anduvo de cara al viento. ¡Pero tenía tanto calor, y le costaba tanto respirar! Se quitó la chaqueta de piel de oso y la dejó caer en la nieve, sin volverse a mirar hacia atrás.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los que vivimos»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los que vivimos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los que vivimos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.