Ayn Rand - Los que vivimos
Здесь есть возможность читать онлайн «Ayn Rand - Los que vivimos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los que vivimos
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los que vivimos: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los que vivimos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los que vivimos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los que vivimos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
El pasaporte le fue denegado.
Kira recibió la noticia con tranquila indiferencia; Galina Petrovna se asustó, porque hubiera preferido un estallido de cólera.
– Óyeme, Kira -le dijo, encerrándose con ella en su habitación-. Hablemos en serio. Si tienes la idea de…, en fin… ya me entiendes, quiero que sepas que no te lo permitiré. Después de todo eres mi hija, y tengo derecho a hablarte así. ¿Ya sabes lo que significaría el intentar, sólo el intentar, salir clandestinamente de aquí?
– Nunca he hablado de ello -dijo Kira.
– No; no lo has dicho, pero ya te conozco. Sé lo que piensas. Sé hasta dónde puede llegar tu imaginación inquieta y desenfrenada… Óyeme: hay cien probabilidades contra una de que no lograrás marcharte. En el mejor de los casos, te matarían en la frontera. Mucho peor sería si te detuvieran y te volvieran aquí. Pero en fin, aun suponiendo que lograses pasar al extranjero, hay cien probabilidades contra una de que no llegarás a atravesar los bosques de la frontera.
– ¿Para qué discutir, mamá?
– Óyeme. No te dejaré marchar aunque deba encadenarte. Después de todo, incluso la locura tiene límites. ¿Qué te propones? ¿Qué mal hay en quedarse en este país? No nos sobra nada; de acuerdo; pero, ¿crees que te va a sobrar en otra parte? En el mejor de los casos podrías hacer de camarera. En cambio, la U. R. S. S. es el país de los jóvenes. Ya conozco tu inquietud, pero sé que lograrás vencerla. Mírame a mí. A mi edad, he conseguido adaptarme. He perdido mucho más de lo que has perdido tú, y con todo no puedo decir que sea desgraciada. Tú no eres más que una niña y no puedes tomar decisiones que arruinarían tu vida aun antes de haber empezado a vivirla. Espero que se te pasarán estos antojos y que comprenderás que en nuestro país hay posibilidades para todos.
– Yo no discuto, mamá; ¿no es cierto? Pues dejemos eso.
Kira, al salir de su trabajo, no regresaba directamente a su casa. Veía a gente misteriosa en callejones oscuros, subía furtivamente por estrechas escaleras sin luz a tenebrosos cuchitriles; hablaba en voz baja a atentos oídos y entregaba sumas de dinero a manos cautelosas. Se enteró de que el embarcarse clandestinamente para el extranjero le costaría más de cuanto lograría ahorrar jamás, y de que los peligros de tal empresa serían muy grandes. En cambio, le aseguraron que había más probabilidades de éxito intentando huir sola, a pie, por la frontera de Lituania. Para ello se necesitaba un traje blanco: le dijeron que había quien, gracias a ese mimetismo, había logrado huir a través de la nieve hasta Lituania. Kira vendió su reloj de pulsera y el abrigo de pieles que Leo le había regalado para poder obtener los informes necesarios, un mapa de la región fronteriza, y un falso salvoconducto hasta la frontera. Pero todavía le faltaba dinero. Vendió el encendedor, las medías de seda, el frasco de perfume francés. Vendió sus zapatos nuevos y sus vestidos.
Vava, al saber que Kira tenía algún traje que vender, fue un día a verla. Llevaba un vestido viejo y sucio; iba despeinada; su rostro parecía hinchado, mal empolvado, con los labios pintados de cualquier modo y pesadas bol i as azules debajo de los ojos. Cuando se quitó el vestido, lentamente, con timidez, para probarse el de Kira, ésta observó la deformación de su talle, en otro tiempo tan esbelto.
– ¿Cómo, Vava? ¿Ya? -murmuró.
– Sí -dijo Vava con indiferencia-, espero una criatura.
– ¡Te felicito, querida! -exclamó Lidia palmoteando.
– Sí -repitió Vava-, tengo que cuidarme un poco, pasear un rato todos los días, seguir un régimen… Cuando nazca le inscribiremos en los pioneros.
– ¡Oh, no, Vava!
– ¿Por qué no? Hay que facilitarle la vida, ¿no os parece? Llegará un día en que tendrá que ir a la escuela, quién sabe si a la Universidad. ¿Qué queréis que haga? ¿Que se pase la vida fuera de la ley? ¿Para qué? Al fin y al cabo, ¿hay alguien que sepa de qué parte está la razón? Yo no sé nada, ni me importa.
– Pero, Vava, tu hijo…
– ¿Qué le vamos a hacer, Lidia? Cuando haya nacido, buscaré trabajo: no hay otro remedio. Kolya trabaja. Nuestro hijo será el hijo de unos empleados soviéticos. Más tarde quizá logrará ingresar en la Unión Comunista Juvenil… Kira, aquel vestido de terciopelo negro es muy hermoso… parece extranjero. Ya sé que me está algo estrecho, pero más tarde… dicen que vuelve a recobrarse la línea… Naturalmente, Kolya no gana mucho y yo no quiero aceptar nada de papá… pero por mi cumpleaños me ha regalado cincuenta rublos… de modo que quizá pueda comprártelo… Se quedó con el traje negro y otros dos más.
A su madre, Kira le había dicho: -¿Para qué los necesito, si no voy a ninguna parte?
– ¿Recuerdas? -había preguntado Galina Petrovna.
– Sí, mamá.
Después de haberlo vendido todo, no le quedó mucho dinero; no tenía todavía bastante para comprarse un traje y un abrigo blancos. Le quedaba todavía la piel de oso de Vasili Ivanovitch; un sastre le hizo con ella una chaqueta que le llegaba por encima de las rodillas. Ya no le faltaba más que un traje. Pero todavía tenía el de encaje blanco de Galina Petrovna. Un día que se encontraba sola en su casa, tiñó de blanco, con cal, sus botas de fieltro. Luego compró un par de guantes blancos y una bufanda blanca de lana. Por fin, adquirió un billete para una población cercana a la frontera de Lituania. Cuando lo tuvo todo a punto, cosió en el forro de la chaqueta los pocos billetes de banco que le quedaban. Si lograba atravesar la frontera, le harían falta.
Una tarde gris de invierno, cuando no había nadie en su casa, se marchó. No dejó ninguna carta; salió como si fuera a la tienda de la esquina. Llevaba un abrigo viejo, con un raído cuello de piel, y en la mano llevaba una maleta con una chaqueta de piel de oso blanco, un traje de novia, un par de guantes, un par de botas y una bufanda.
A pie, se dirigió hacia la estación. Una neblina gris cubría los tejados, y los hombres andaban encorvados, luchando contra el viento, con las manos en los sobacos para defenderse mejor del frío. Una blanca capa de hielo cubría los carteles, y las cúpulas de bronce de las iglesias se veían empañadas por la niebla. El viento levantaba torbellinos de nieve, y los quinqués de petróleo, en los escaparates, proyectaban sobre los cristales helados anchas cintas de nieve derretida.
– ¡Kira! -la llamó alguien en voz baja.
Ella se volvió. Era Vasili Ivanovitch. Debajo de un farol, con la cabeza hundida entre los hombros, el cuello del viejo abrigo levantado hasta las orejas y la cara medio cubierta por una bufanda, el anciano llevaba colgado del cuello, por medio de dos correas, una caja con tubos de sacarina, que sostenía en las dos manos, enfundadas en viejos y agujereados guantes de lana.
– ¡Buenas noches, tío Vasili!
– ¿Adonde vas, Kira, con esa maleta?
– ¿Cómo estás, tío Vasili?
– Muy bien, niña. Quizá te extrañe verme vendiendo sacarina, ya me lo figuro; pero no es tan duro como parece. ¿Por qué no vas a vernos, alguna vez?
– Yo…
– Estamos algo estrechos, porque en el mismo piso vive otra familia. Pero se va viviendo, Asha se alegrará de verte. No tenemos visitas. Asha es una buena niña.
– Sí, tío Vasili.
– ¡Y da tanta alegría verla crecer! En la escuela también progresa. Yo la ayudo a hacer sus deberes. Y el pensar que al volver a casa la veré me sostiene durante el día. No se ha perdido todo, aún. Todavía me queda Asha; es una niña inteligente, y llegará lejos.
– Claro, tío Vasili.
– Cuando tengo un rato, leo el periódico. ¡En el mundo suceden tantas cosas! No hay que perder la confianza.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los que vivimos»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los que vivimos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los que vivimos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.