• Пожаловаться

Bernard Werber: Las Hormigas

Здесь есть возможность читать онлайн «Bernard Werber: Las Hormigas» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. категория: Современная проза / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

Bernard Werber Las Hormigas

Las Hormigas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las Hormigas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Bernard Werber: другие книги автора


Кто написал Las Hormigas? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

Las Hormigas — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las Hormigas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Esta característica resulta tanto más preciosa cuanto que la mayoría de los habitantes de las grandes ciudades este cien mil milenio se han vuelto completamente ciegos a fuerza de pasar toda su vida bajo tierra.

También posee (como las hembras) unas alas que un día le permitirán volar para hacer el amor.

Su tórax está protegido por un escudo especial: el meso-tonum.

Sus antenas son más largas y más sensibles que las de los demás habitantes.

Este joven macho reproductor se queda largo rato sobre la cúpula, llenándose de sol. Luego, cuando ya está caliente, vuelve a la ciudad. Temporalmente forma parte de la casta de las hormigas «mensajeras térmicas»

Circula por los corredores del tercer nivel inferior, donde todo el mundo duerme todavía profundamente. Los cuerpos están congelados. Las antenas yacen laxas.

Las hormigas sueñan aún.

El joven macho adelanta una pata hacia una obrera a la que va a despertar con el calor de su cuerpo. El contacto tibio provoca una agradable descarga eléctrica.

Al sonar el segundo timbrazo se oyen unos pasos como de ratón. La puerta se abre tras un compás de espera cuando la abuela Augusta retira la cadena de seguridad.

Desde que sus dos hijos murieron, vivía recluida en sus treinta metros cuadrados de piso, volviendo una y otra vez sobre los viejos recuerdos. Eso no podía ser bueno para ella, aunque no había cambiado en nada su amabilidad.

– Ya sé que es ridículo, pero ponte las zapatillas, He encerado el parqué.

Jonathan lo hizo así y ella echó a andar delante de él, guiándole hacia un salón en el que los numerosos muebles estaban todos ellos cubiertos con tapetes. Instalándose en el borde del gran sofá, Jonatahan no pudo evitar que el plástico rechinase.

– Estoy tan contenta de que hayas venido… Quizá no te lo creas, pero tenía intención de llamarte un día de éstos.

– ¿Sí?

– Imagínate, Edmond me había dejado algo para ti. Una carta. Y me dijo: Si muero, has de entregarle esta carta a Jonathan cueste lo que cueste.

– ¿Una carta?

– Una carta, sí, una carta… A ver, ya no sé dónde la ha dejado. Espera un momento… Él me da la carta, yo le digo que la voy a guardar, y la meto en una caja. Debe de ser una de las cajas del armario grande.

Y empezó a arrastrar las zapatillas. Pero se detuvo al tercer paso deslizante.

– Pero, bueno, qué tonta soy. Mira cómo te recibo. ¿Te apetece tomar una tisanita?

– Si, gracias.

Se dirigió a la cocina y empezó a mover cacerolas.

– Dame noticias tuyas, Jonathan -dijo alzando la voz desde allí.

– Bien, las cosas no están tan mal. Me han despedido del trabajo.

La abuela asomó su cabeza de ratón blanco por la puerta, y luego reapareció toda ella, con expresión grave, cubierta con un gran delantal azul.

– ¿Que te han despedido?

– Pues sí.

– ¿Por qué?

– Ya sabes, los cerrajeros son gente muy especial. Nuestra empresa, «SOS Cerrojo», funciona las veinticuatro horas del día en todos los barrios de París. Cuando un compañero de trabajo fue agredido, me negué a desplazarme de noche a los barrios sospechosos. Y entonces me echaron.

– Hiciste lo que debías. Más vale estar parado y bien de salud que al contrario.

– Además, no me llevaba muy bien con el jefe.

– ¿Y tus experiencias con las comunidades utópicas? En mis tiempos se les llamaba comunidades New Age -la abuela rió para sí; pronunciaba «nuiash»

– Eso lo dejé cuando fracasó la granja de los Pirineos. Lucie estaba harta de cocinar y fregar para todo el mundo. Había parásitos entre nosotros. Nos hartamos. Ahora vivo sólo con Lucie y Nicolás… Y tú, abuela, ¿cómo estás?

– ¿Yo? Vivo. Y eso es ya algo que me ocupa cada momento.

– Suerte que tienes. Ya has vivido el paso del milenio.

– Si, mira, lo que más me sorprende es que nada haya cambiado. Antes, cuando era una jovencita, se decía que después del paso del milenio ocurrirían cosas extraordinarias; y, ya ves, no ha cambiado nada. Sigue habiendo viejos que viven solos, y parados, y coches que despiden humos. Ni siquiera las ideas han cambiado. Mira, el año pasado se redescubrió el surrealismo, y el año anterior el rock'n roll, y los periódicos están anunciando ya la vuelta de la minifalda para este verano. Si seguimos así, pronto reaparecerán las viejas ideas de principios del siglo pasado: el comunismo, el psicoanálisis y la relatividad…

Jonatahan sonrió.

– Ha habido algún progreso: la expectativa de vida de la gente se ha ampliado, y lo mismo el número de divorcios, y el nivel de contaminación atmosférica, y las líneas de Metro…

– Gran cosa. Yo creía que todos tendríamos aviones particulares y que despegaríamos desde el balcón… Mira, cuando yo era joven, la gente temía que hubiese una guerra atómica. Era un miedo tremendo. Morir a los cien años en el brasero de un gigantesco hongo nuclear, morir con toda la Tierra… Pues sí. Y en lugar de eso, yo me muero como una patata podrida. Y a todo el mundo le dará lo mismo.

– No, abuela, no.

La abuela se enjugó la frente.

– Y además hace calor. Cada vez más. En mis tiempos no hacía tanto calor. Teníamos auténticos inviernos y auténticos veranos. Ahora, la canícula empieza en marzo.

Volvió a ir a la cocina, saltando para alcanzar con una destreza poco común todos los utensilios necesarios para la confección de una buena tisana. Después de encender una cerilla y cuando se oyó soplar el gas en las antiguas toberas de la cocina, volvió mucho más tranquila.

– Pero, bueno, has debido venir por algún motivo concreto. La gente no va a ver a los viejos sin más ni más en nuestros días.

– No seas cínica, abuela.

– No soy cínica, sé en qué mundo vivo, eso es todo. Basta de comedias, y dime qué es lo que te trae aquí.

– Me gustaría que me hablases de «él» Me ha legado su piso, y ni siquiera le conozco…

– ¿Edmond? ¿No te acuerdas de Edmond? Y sin embargo a él le gustaba jugar contigo al avión cuando eras pequeño. Incluso recuerdo que una vez…

– Sí, también yo me acuerdo, pero aparte de esa anécdota, no hay nada más.

La abuela se instaló en un gran sillón procurando no arrugar demasiado la funda.

– Edmond es, en fin, era todo un personaje. Ya siendo muy jovencito me creaba grandes trastornos. Ser su madre no era una sinecura. Mira, por ejemplo, rompía sistemáticamente todos sus juguetes para desmontarlos, y más raramente para volver a montarlos. ¡Y si sólo hubiese roto los juguetes! Todo lo deshacía: relojes, tocadiscos, cepillos de dientes eléctricos… Una vez, incluso desmontó la nevera.

Como para confirmar lo que decía, el antiguo reloj de pie del salón empezó a dar lúgubremente la hora. También las había visto de todos los colores con el pequeño Edmond.

– También tenía otras manías. Los escondrijos, por ejemplo. Ponía la casa patas arriba para hacerlos. Había hecho uno con cobertores y paraguas en el ático, y otro con cajas y abrigos de piel en su habitación. Le gustaba quedarse escondido allí dentro, en medio de los tesoros que amontonaba. Una vez fui a mirar, y estaba lleno de cojines y un lío de mecanismos que había ido quitándoles a las máquinas. Por otra parte, todo estaba bastante ordenado.

– Todos los niños hacen esas cosas.

– Puede ser, pero en él la cosa adquiría proporciones sorprendentes. No se acostaba en la cama, sólo aceptaba dormir en uno de sus nidos. Y allí se quedaba a veces días enteros sin moverse. Como si hibernase. Tu madre decía que debía haber sido ardilla en una vida anterior.

Jonathan sonrió para animarla a seguir.

– Un día le dio por hacerse su cabaña entre las patas de la mesa de la sala. Eso fue la gota que desbordó el vaso. Tu abuelo estalló con una furia que en él era muy poco frecuente. Le pegó una paliza, destruyó todos los nidos y le obligó a dormir en la cama. -La abuela suspiró. A partir de ese día prescindió por completo de nosotros. Fue como si le hubiesen cortado el cordón umbilical. Ya no formábamos parte de su mundo. Pero creo que esa prueba era necesaria, tenía que saber que el mundo no se amoldaría eternamente a sus caprichos. Después, al crecer, eso creó problemas. No podía soportar la escuela. Ya sé que vas a decirme «como todos los niños» Pero en él eso fue más lejos. ¿Conoces a muchos niños que se ahorquen en los baños con su cinturón porque su profesor les ha reñido? Pues él se ahorcó a los siete años. Fue el empleado de la limpieza el que le descolgó.

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las Hormigas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las Hormigas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Bernard Werber: Gwiezdny motyl
Gwiezdny motyl
Bernard Werber
Bernard Werber: Tanatunauci
Tanatunauci
Bernard Werber
Bernard Werber: Imperium aniołów
Imperium aniołów
Bernard Werber
Bernard Werber: Die Ameisen
Die Ameisen
Bernard Werber
Bernard Werber: Demain les chats
Demain les chats
Bernard Werber
Отзывы о книге «Las Hormigas»

Обсуждение, отзывы о книге «Las Hormigas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.