Adolfo Casares - El Sueño de los Héroes

Здесь есть возможность читать онлайн «Adolfo Casares - El Sueño de los Héroes» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Sueño de los Héroes: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Sueño de los Héroes»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Las preocupaciones y los temas característicos de los relatos de Adolfo Bioy Casares se dan cita nuevamente en EL SUEÑO DE LOS HÉROES, novela en la que lo fantástico irrumpe en la trivialidad cotidiana de una pandilla de amigos que, durante tres días el carnaval de 1927, recorren los suburbios de Buenos Aires en busca de aventuras y diversiones.

El Sueño de los Héroes — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Sueño de los Héroes», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Olvidálo -aconsejó el doctor-. Entrás en el recinto, te ajustás la servilleta y ya te dejan más desplumado que el ave.

– No lo ofenda a Gauna -rogó Pegoraro, en voz quejosa.

– Yo no ofendo a nadie -respondió torvamente el doctor.

Alarmado, Maidana intervino.

– Pegoraro quiso decir que Emilio hoy no está para fijarse en unos pesos miserables.

– ¿Por qué dice que ofendo? -insistió el doctor.

Antúnez guiñó un ojo y se encogió en el asiento. Burlescamente explicó:

– Debemos cuidar la platita de Gauna como si fuera nuestra.

– No vamos a encontrar otro pollo como ése -gimió Pegoraro.

– Detenga, maestro -Valerga ordenó al cochero, levantándose de hombros; a Gauna le dijo-: Pagá, Emilito.

Cuando entraron en la fonda, el doctor explicó:

– En mis tiempos, el pollo quedaba para las mujeres, los atrasados de salud y los extranjeros. Los hombres comíamos carne asada, si mal no recuerdo.

Un anciano pequeño y transpirado, con saco de lustrina sucio, con grasienta servilleta debajo del brazo, con pantalones negros, muy arrugados, muy caídos, en los que aparecían reflejos amarillos, acaso producidos por quemaduras de plancha, sumariamente limpió la mesa. Valerga le dijo:

– Oiga, joven; el señor, aquí -señaló a Pegoraro- le echó el ojo a uno de esos pollos que circulan en la vidriera. Se lo va a mostrar.

Cuando volvieron con el pollo, el mozo preguntó:

– ¿Hago marchar otra cosita?

– A ver -repuso Pegoraro-, ¿por qué no presenta el menú?

El doctor Valerga sacudió la cabeza.

– En mis tiempos -dijo-, nadie pasaba hambre, aunque no pidiera a cada rato la adición o el menú. Te atracabas al mostrador, le dabas al pulpero una suma redonda, para que el hombre estuviera a cubierto, y no te asombres si te servía tres docenas de huevos fritos.

– Hace cuarenta años que trabajo en el país -declaró el mozo-. Que me quede ciego si he visto cosa parecida. El señor tal vez anduvo leyendo algún librito de embustes y cuentos del tío.

– Y usted -preguntó el doctor- ¿me llama embustero o pretende que lo mate?

Maidana intervino solícitamente:

– No le haga caso, doctor. Es un anciano que no sabe lo que dice.

– No pases cuidado -contestó Valerga-. Estoy suave como badana. No voy a ocuparme de este viejo. Por mí que nos sirva y después lo coman los gusanos.

– Pero, doctor -suplicó Pegoraro-, el pollito no va a alcanzar para todos.

– ¿Quién dijo que debía alcanzar? Los muchachos empezarán con fiambre surtido, Gauna y yo, que somos las personas de respeto, nos haremos cargo del pollo y vos, que estás delicado, darás cuenta de la sopa de pan rallado y de más de una legumbre.

Gauna simuló no advertir una guiñada del doctor. Ya estaba cansado de sus bromas y de sus enojos. Había tenido razón Taboada: Valerga era un viejo insoportable. Lo gobernaba una tenaz y grosera malignidad. En cuanto a los muchachos, eran unos pobres diablos, aspirantes a criminales. ¿Por qué habría tardado tanto en comprenderlo? Para andar con este grupo de imbéciles se había ido de la casa, sin avisar a su mujer. ¿Clara seguiría queriéndolo? Sin ella y sin Larsen estaría solo en el mundo.

Apartó su plato. No tenía hambre. El doctor daba cuenta de medio pollo, los muchachos devoraban y se disputaban las rodajas de mortadela y de salame. Pegoraro absorbía la sopa. Los miró con odio.

– ¿No comés? -preguntó Pegoraro.

– No -contestó.

Con prontitud, Pegoraro tomó la presa de pollo que Gauna había dejado y empezó a devorarla. El doctor pareció enojado, pero no habló. Gauna bebió un trago de vino. Después, como el doctor y los muchachos se demoraron con la comida, Gauna bebió tres o cuatro vasos. El doctor propuso que pasaran por un establecimiento de la calle Médanos.

– El de las alemanas ¿recuerdan? Lo favorecimos en el 27.

XLI

Como estaban congestionados por la comida, resolvieron caminar. Llegaron, por fin, a la calle Médanos. El establecimiento estaba clausurado. Casi todos los que recorrieron en el 27, ahora estaban clausurados. Desembocaron en una avenida y mientras interminablemente los ensordecía una murga, el doctor refirió cómo, años atrás, incendió una máscara que lo había desairado.

– Vieran cómo corría la pobrecita, con el vestido de paja y la guitarra que le dicen el ukelele. En las noticias de policía de los diarios la llamaron «la antorcha humana».

En un café, ya cerca de Rivadavia, Gauna recordó que en el 27 habían estado ahí, quizá en la misma mesa, y que había sucedido algo con un chico. Por un instante creyó recordar el episodio, sentir lo que había sentido aquella noche. Preguntó:

– Aquí me parece que hubo una historia con un chico ¿recuerdan qué pasó?

– Yo no recuerdo en absoluto -afirmó el doctor, sin pronunciar la “b”.

– Que me muera si recuerdo lo más mínimo -dijo Antúnez.

Gauna supuso que si recordaba ese episodio empezaría a recuperar las perdidas y maravillosas experiencias… Lo cierto es que el estado de ánimo de entonces le parecía irrecuperable. Hoy no se abandonaba a un compartido sentimiento de amistad, a un sentimiento de poder casi mágico, a un sentimiento de generosa despreocupación. Hoy era un espectador minucioso y hostil.

Después de beber un vasito de ginebra, Gauna entrevió un recuerdo del carnaval del 27. Sintiéndose muy astuto preguntó:

– ¿Dónde haremos noche, doctor?

– No te preocupes -contestó Valerga-. El camastro a un peso la dormida no es lo que falta en Buenos Aires.

– Para mí -opinó Pegoraro- que Emilito ya está con ganas de volver a la cucha. Lo noto medio apocado, carente de animación, si me explico.

Gauna continuó:

– La otra vez fuimos a una quinta de un amigo del doctor.

– ¿A una qué? -preguntó este último.

– A una quinta. Salió a recibirnos una señora de mal talante, con muchos perros.

Valerga se limitó a sonreír.

Los muchachos hablaban con libertad, como si adivinaran que el doctor no estaba en ánimo de reprenderlos.

– ¿Ahora te ha dado por el ahorro? -preguntó Pegoraro-. Un hombre como vos no se fija en un miserable peso.

Antúnez intervino con cierto calor.

– No le hagas caso -dijo-. Mi eterno lema es que debemos cuidarte el centavo.

– No te comprenden, Emilito -comentó el doctor, casi con dulzura. Después, dirigiéndose a los muchachos, explicó-: Por alguna razón que él solo conoce, Emilio quiere que repitamos el recorrido de las noches del 27. Está visto que nadie tiene que saber la razón; de no, yo creo que nos la hubiera comunicado a nosotros, a los amigos.

– Pero, doctor -protestó Gauna.

– No me gusta que me interrumpan. Decía que somos tus amigos de toda la vida y que me extraña que andes con tapujos. A otro no se lo hubiera perdonado. Si cuando lo pienso la sangre me hierve. Pero con Emilito es distinto: es el hombre de la suerte, ha tenido la deferencia de acordarse de nosotros, de invitarnos y, para manifestarlo en una sola palabra, no se dirá que yo no sé agradecer.

– Pero, doctor, le aseguro… -insistió Gauna.

– No es necesario que te justifiques -lo detuvo el doctor, retomando el tono amistoso. Luego se dirigió a los muchachos-: En ocasiones queremos volver a los lugares que en la dorada juventud hemos frecuentado. En ocasiones, he dicho, porque ni el más hombre está libre de acordarse de alguna mujer -volvió a dirigirse a Gauna-: Quiero decirte que apruebo tu conducta. Hacés bien en no hablar. Estos hombrecitos de ahora cuentan todo y ni siquiera respetan el buen nombre de la arrastrada que les hizo caso.

Gauna se preguntó si debía creer al doctor, si debía creer que el doctor creía lo que había dicho. ¿Él mismo lo creía? ¿El sentido de esa confusa peregrinación era conmemorar su ulterior encuentro con la máscara del Armenonville? ¿O repetía la peregrinación con la esperanza mágica de que se repitiera el encuentro?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Sueño de los Héroes»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Sueño de los Héroes» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Sueño de los Héroes»

Обсуждение, отзывы о книге «El Sueño de los Héroes» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x