José Saramago - Manual de pintura y caligrafía
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Cuando Goya se retiró a su casa de campo (la Quinta del Sordo, le llamaron), ¿qué desierto hizo o se hizo en él, sordo y desierto, pues, pero no sólo por esa enfermedad? No voy a copiar aquí la biografía de Goya ni la historia de la España de su tiempo: Hablo de mí, no de Goya, debería hablar de Portugal (si no fuera tan difícil), no de España. Pero los hombres, que son diferentes, son también muy iguales, y los países son esas diferencias y esas igualdades combinadas (combinándose) infinitamente, a veces coincidentes sobre las fronteras y los tiempos, otras veces buscándose mutuamente o rechazándose. Cuando, en 1814, Goya pintó sus dos cuadros sobre los acontecimientos de mayo de 1808 y Fernando VII restauraba la Inquisición, ¿Qué tuvo que ver eso con Portugal, o qué iba a tener que ver? Aunque seamos un país ocupado diez veces (americanos, alemanes, ingleses, franceses, belgas, más cinco especies de capital portugués: monopolista, latifundista, colonialista, bolsista, estafador), no tenemos un mayo que recordar y revivir por los medios de la pintura y de la escritura; y si aquí está este pintor, Goya no. Pero si miro para los años portugueses que contiene mi vida, y digo nombres como Salazar Cerejeira Santos Costa Carmona Agostinho Lourenço Tontónio Pereira Pais de Sousa Rafael Duque António Ferro Carneiro Pacheco Marcelo Caetano Tomás Moreira Baptista Rebelo de Sousa Adriano Moreira Silva Pais Rui Patrício Veiga Simao Antonio Ribeiro [4]me viene la tentación, y cedo a ella, de pasar aquí, puntualmente el decreto de Fernando VII, a fin de que también alguna parte quede explicada de Portugal, aun sin parecerlo: «El glorioso título de Católicos, con el que los reyes de España se diferencian de los otros príncipes de la Cristiandad por no tolerar en su reino a nadie que profese otra religión sino la Católica, Apostólica y Romana, ha impulsado poderosamente mi corazón a emplear todos los medios que Dios ha puesto en mis manos para merecerlo. Las graves perturbaciones y la guerra que devastó todas las provincias del Reino durante seis años; la presencia en él, durante todo este tiempo, de tropas extranjeras, pertenecientes a varias sectas, casi todas contaminadas de odio y aversión a la religión católica; el desorden que siempre sigue el rastro de tales males, juntamente con la falta de cuidados tomados en esas épocas para proveer a las necesidades de la religión, dieron a los pecadores completa licencia de vivir como quisiesen y la oportunidad de introducir en el Reino e insinuar en el pueblo opiniones perniciosas por los mismos medios utilizados para propagarlos en otros países. Con vista, por un lado, a obtener un remedio para tan grave mal y preservar en mis dominios la santa religión de Jesucristo, que amamos y por quien mi pueblo dio su vida y vive muy feliz, y también con vista a los encargos que las leyes fundamentales del Reino imponen sobre el príncipe reinante, y que yo juré proteger y observar, y porque es el mejor medio de preservar a mis súbditos de disensiones internas y de mantenerlos en estado de tranquilidad y de calma, creo que será un gran beneficio en las presentes circunstancias restaurar, para el ejercicio de su jurisdicción, el Tribunal del Santo Oficio. Sabios y virtuosos prelados y muy importantes corporaciones e individualidades, tanto eclesiásticas como seculares, me recordaron que debemos agradecer a este tribunal el que España no hubiera sido contaminada por los errores que provocaron tales atribuciones en otros países durante el siglo XVI, mientras nuestro país florecía en todas las esferas de las letras, en grandes hombres, en santidad y en virtud; que uno de los principales medios utilizados por el Opresor de Europa para difundir la corrupción y la discordia, tan ventajosa para él, fue la destrucción de este tribunal bajo pretexto de no ser ya compatible con el iluminismo de la época; y que más tarde, las llamadas Cortes Generales Extraordinarias usaron del mismo pretexto y del de la Constitución para abolirlo turbulentamente y con pesar de la nación. Por esas razones me han aconsejado lealmente que restablezca ese tribunal; y yo, accediendo a su petición y a la voluntad del pueblo, que en la ansiedad de su amor por la religión de su país por propia iniciativa ha restaurado ya algunos tribunales más inferiores en sus funciones; decidí que, en adelante, el Consejo de la Inquisición y los otros Tribunales del Santo Oficio sean restaurados y sigan funcionando en el ejercicio de su jurisdicción». Porventura (pordes-gracia) los dueños de los nombres que he citado se inspiraron o inspiran aún en empalagosas e hipócritas palabras como éstas, porventura (pordesgracia) en otras más distantes de nuestro rey Donjuan III (el piadoso) cuando en 1531 imploraba al Papa que en Portugal fuese instituida la Inquisición. Porventura (pordesgracia) en gente más moderna, en Mussolini y Hitler, muertos ya. Pero sin duda Franco (generalísimo) aprendió con Fernando VII, Salazar con sus maestros de Coimbra, discípulos e hijos legítimos o bastardos de Don Juan III y su linaje de ratas de cuatro siglos. En cuanto a Marcelo, toda la vida alumno, mira a su alrededor, y no encuentra en el mundo a quien seguir: se acerca el tiempo de su podredumbre.
Y yo ¿qué hago? Yo, portugués, pintor que fui de gente fina y hoy en paro, yo, retratista de los protectores y los protegidos de Salazar y Marcelo y sus opresiones de censura-y-pide [5], y por eso protegido por aquellos que aquello protegen protegiéndose, y en consecuencia también protegido y protector en la práctica, aunque no en los pensamientos, ¿qué hago? Está el desierto hecho a mi alrededor para llenarlo ¿de qué? Transcribir, como otras cosas, dos páginas de Marx y profundamente creer en ellas, tener ciencia bastante y agudeza para confrontarlas con la historia y reconocerlas exactas, ¿qué es si no fuera más que esta intelectual labor? Sr. Marx: en este pequeño mundo y sociedad es mi trabajo, se han alterado las relaciones de producción: ¿para quién va a trabajar ahora el pintor? ¿Y por qué? ¿Y para qué? ¿Alguien quiere al pintor, alguien precisa de él, alguien viene a este desierto a buscarlo? Anda aquí (y no sólo ahora) la abstracción tentando a los pintores: copian ellos la ilusión que el caleidoscopio muestra, la agitan suavemente de vez en cuando y continúan sabiendo de antemano que nunca aparecerá un rostro humano en el juego de los espejos y de los fragmentos coloreados. Será llenar el desierto, pero no es habitarlo. Aunque (y a esto consigue llegar mi comprensión de pintor portugués de sus burgueses) no baste la topografía de los rostros para poblar desiertos y telas que estaban desiertas: desiertos quedan. No obstante, demos tiempo al tiempo. El tiempo sólo precisa de tiempo. La revuelta del pueblo de Madrid, en 1808, sólo encontró a Goya preparado en 1814. Verdad es que la historia anda más rápida que los hombres que la pintan o escriben. Probablemente no se puede evitar. Me pregunto: si tengo algún papel que representar mañana, ¿qué casos acontecidos hoy van a quedar a mi espera? (A no ser que esta esperanza en una justicia distributiva sea, al fin, una manifestación protectora del espíritu de renuncia. Opóngasele, pues, el espíritu de voluntad. Me gustaría saber qué habría pensado Goya al respecto. Y Marx.)
Han detenido a Antonio. Hace tres días. Lo he sabido esta mañana, por Chico, en la agencia donde trabajo desde hace casi un mes. Chico entró en el estudio, sobresaltado, atropellando las palabras, o quizá no, tan pocas fueron. Fui yo quien las oí atropelladamente, sin poder creerlas: «Han detenido a Antonio». Nos mirábamos, Chico y yo, yo aún incrédulo, él seguro de lo que decía, pero pensando ambos lo mismo: «¿Antonio detenido? Pero ¿por qué Antonio detenido? ¿Qué ha hecho? O mejor: ¿qué estaba haciendo para que lo hayan apresado? Por lo que nosotros sabíamos, Antonio, ¿pero qué sabíamos nosotros de Antonio?». Sé que pensamos esto, porque luego, en la conversación, ambos nos dijimos el uno al otro estas cosas: Antonio no era político, nunca habíamos notado nada. Cierto es que hacía muchos meses que yo no lo veía, pero Chico, que estuvo con él la semana pasada, me decía ahora, lo juraba, que no advirtió ninguna mudanza en sus modos y com-portamiento: hablaron de cosas sueltas, vagas, como era habitual en nuestro grupo, él con su aire ausente, y decidieron incluso ir a comer juntos un día de éstos. «¿Comprendes? No pasó nada que me llevara a pensar que. ¿Crees que Antonio estaría metido en algo?» Respondí: «No sé más que tú. Cuando hablábamos de política, Antonio nunca se mostró más interesado que cualquiera de nosotros. Pero pienso que se mostraba reservado, demasiado reservado. «Quizá no tenía confianza». «Qué va, hombre. En nuestro grupo siempre hubo la mayor confianza.» «Pero probablemente no la que él precisaría para abrirse. Aparte de todo ¿qué es este grupo? Para Antonio, sin duda, un grupo como muchos otros, y éste no era, por lo visto, el más interesante.» Chico escuchó, puso una cara como de quien se explica a sí mismo lo que oye, y respondió: «No está mal pensado. Puede que tengas razón». «¿Cómo te has enterado?» Por lo de la comida que teníamos concertada. Llamé a su casa anteayer y ayer, varias veces y a horas diferentes, y nadie atendió al teléfono. Pensé que se habría ido a Santarem, a pasar unos días con la familia, pero él es muy mirado en estas cuestiones, como sabes, no parece arquitecto, y no iba a irse así, sin más ni más, sin avisar para aplazar la comida. Así que decidí esta mañana ir a su casa. Llamé al timbre un montón de veces, y nada. Llamé a la puerta del vecino de piso, y salió una chica muy maja por cierto, que apenas le pregunté me dio con la puerta en las narices. Comprendí que tenía miedo. Debía de estar acechando por la mirilla de la puerta. Insistí, todo sonrisas, y conseguí enterarme de la historia. Hace tres días, serían las siete, la pide sacó a Antonio de la cama. Le hicieron un registro y se lo llevaron. Debe de estar en la cárcel de Caxias.» Hizo una pausa, me miró y murmuró: «Antonio». Antonio, a quien nosotros quizá no valorábamos como debíamos, y ahora hablábamos de él con amistad, respeto, indudable-mente, y creo que incluso con un sentimiento de envidia y celos indefinibles.
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