Enseña la prudencia que el examen de tan complejas materias se suspenda antes de que cada uno de los que intervienen empiece a decir cosas diferentes de las que antes había sustentado, y no porque sea necesariamente equivocado cambiar de opinión, sino porque, variando tanto estas diferencias, puede ocurrir, y generalmente ocurre, que la discusión vuelva al inicio sin que los participantes se hayan dado cuenta. En este caso, aquella inspirada primera frase de José Anaiço, después de haber hecho la rueda de los amigos, acabó banalmente en la evidencia más que obvia de la invisibilidad de Dios, o de la voluntad, o de la inteligencia, y quizá menos banal y un poco menos evidente, de la historia. Mientras atrae hacia sí a Joana Carda, que se queja de frío, José Anaiço intenta no quedarse dormido, quiere expresar su idea, si la historia es realmente invisible, si los visibles testimonios de la historia le confieren visibilidad suficiente, si la visibilidad así relativa de la historia no pasará de ser un mero encubrimiento, como las ropas que el hombre invisible vestía, y seguía siendo invisible. No soportó mucho tiempo estos volteos cerebrales, y menos mal, porque en los últimos instantes, antes de caer en el sueño, su pensamiento se había concentrado de manera absurda en precisar la diferencia que hay entre visible e invisible, cosa que, siendo patente para quien piense un poco, no tenía particular relevancia para el caso. A la luz del día todos los líos tienen mucha menos importancia, Dios, el más ilustre de los ejemplos, creó el mundo porque era de noche cuando tuvo tal ocurrencia, sintió en aquel supremo instante que ya no podía aguantar más las tinieblas, si fuese de día Dios lo habría dejado todo como estaba. y como este cielo de aquí amanece libre y descubierto, y el sol salió sin impedimento de nubes, y así se conservó, las filosofías nocturnas se disiparon, ahora toda la atención se centra en la buena andadura de Dos Caballos sobre la península, tanto da que bogue o que no bogue, que aunque la ruta de mi vida me lleve a una estrella, no por eso he sido dispensado de recorrer los caminos del mundo.
Aquella tarde, cuando estaban en sus negocios, supieron que la península, tras alcanzar un punto al norte de la más septentrional de las Azores, Corvo, en línea recta, debiendo entenderse por esta descripción sumaria que el extremo sur de la península, la Punta de Tarifa, se encontraba en otro meridiano al este, al norte del extremo norte de Corvo, Punta dos Tarsais, ahora bien, la península, tras lo que intentamos explicar, volvió inmediatamente a su desplazamiento hacia occidente, en dirección paralela a la de su primera ruta, es decir, ya ver si nos entendemos de una vez, siguiéndola unos grados más arriba. Con este acontecimiento triunfaron los autores y defensores de la tesis del desplazamiento en línea recta, quebrada en ángulos rectos, y si hasta ahora todavía no se ha comprobado ningún movimiento que fundamente la hipótesis de un regreso al punto de partida, enunciada, más como demostración de lo sublime que como confirmación previsible de la tesis general, esto no significaba la imposibilidad de retrocesos, siendo admisible incluso que la península no llegue a detenerse nunca, vagabundeando eternamente por los mares del mundo, como el tantas veces citado Holandés Errante, irá la península, con otro nombre, aquí por prudencia no puesto para evitar explosiones nacionalistas y xenófobas, que serían trágicas en las circunstancias actuales.
A la aldea donde los viajeros se encontraban no llegaron noticias de estos cambios, sólo que los Estados Unidos de América habían anunciado, por boca del propio presidente, que los países que por el mar venían podían contar con el apoyo y la solidaridad moral y material de la nación norteamericana, Si continúan navegando hacia aquí, serán recibidos con los brazos abiertos. Pero esta declaración, de extraordinario alcance, tanto desde el punto de vista humanitario como geoestratégico, vino a apagarse un poco con el súbito alborozo de las agencias de turismo de todo el mundo, asediadas por clientes que querían viajar a Corvo lo más rápidamente posible, sin reparar en medio ni en gastos, y por qué, Porque, si no hay modificación de rumbo, la península va a pasar a la vista de la isla de Corvo, espectáculo que no puede ser comparado con el insignificante desfile de la roca gibraltareña, cuando la península se apartó del peñón y lo dejó allí abandonado a las olas. Ahora es una masa inmensa lo que pasará ante los ojos de los privilegiados que consigan un rinconcito en la mitad norte de la isla, pero, pese a la amplitud de la península, el suceso va a durar pocas horas, dos días cuanto más, porque, teniendo en cuenta la configuración peculiar de esta balsa, sólo la parte extrema del sur podrá ser observada, y eso si está claro el día. El resto, a causa de la curvatura de la tierra, pasará lejos de la vista, imagínense lo que sería si, en vez de aquella forma esquinada, la península tuviera al sur una costa cortada en línea recta, no sé si siguen el dibujo, serían dieciséis días viendo pasar el desfile, unas vacaciones, si sostiene la velocidad de cincuenta kilómetros por día. Sea como fuere son grandes las posibilidades de un aflujo de dinero sobre la isla de Corvo como nunca se vio, lo que ha obligado ya a los habitantes a pedir que les manden cerraduras para las puertas y cerrajeros que se las pongan, con trancas y señales de alarma.
Caen de vez en cuando chaparrones, en el peor de los casos es un aguacero rápido, pero la mayor parte del día está hecha de sol, cielo azul y nubes altas. La cobertura de plástico fue armada, cosida y reforzada, ahora, si amenaza lluvia, se para la marcha y, en tres tiempos, primero desdobla, luego alza, tercero ata, está el toldo protegido. En la galera van los colchones más secos que se hayan visto jamás, el relente de vaho y de humedad ha desaparecido, este interior, limpio y ordenado, es verdaderamente un hogar. Pero ahora se ve bien cuánto ha llovido por aquí. La tierra está empapada, hay que tener cuidado con la galera, no meterla, sin sondeo previo, en los terrenos blandos de los bordes de la carretera, que luego todo serían trabajos para sacarla de allí, dos caballos, tres hombres y dos mujeres no valen un tractor. Ha cambiado el paisaje, quedaron atrás las montañas y los cerros, las últimas ondulaciones van desmayando, y lo que empieza a aparecer ante los ojos es una llanura que parece no tener fin, y arriba un cielo tan grande que duda uno de que el cielo sea sólo uno, lo más seguro es que cada lugar, si no cada persona, tengan su propio cielo, mayor o menor, más alto o más bajo, y esto sí que ha sido un gran descubrimiento, sí señor, el cielo como una infinidad de cúpulas sucesivas e imbricadas, la contradicción en los términos es sólo aparente, basta mirar. Cuando Dos Caballos alcanza la cima de la última colina se creería que nunca más, hasta el fin del mundo, la tierra volvería a levantarse, y, siendo tan común que tengan diferentes causas el mismo efecto, aquí se nos cortó la respiración, como si nos hubieran llevado a lo alto del monte Everest, dígalo quien allá estuvo, si no le aconteció lo mismo que a nosotros en este suelo raso.
Buenas cuentas echa Pedro, pero otras mejores hace el patrón. Digamos, no obstante, que este Pedro no es Orce, ni sabe siquiera el narrador quién pueda ser, aunque admita que tras el dicho pueda estar aquel apóstol del mismo nombre que a Cristo negó tres veces, y éstas son también las cuentas que Dios hizo, probablemente por ser trino y no andar fuerte en ciencia aritmética. Se suele decir que echa Pedro buenas cuentas cuando las cuentas que los Pedros hacen salen falsas, es un modo popular e irónico de significar que no deberían unos decidir lo que sólo a otros cabe cumplir, es decir, si erró Joaquim Sassa al estipular ciento cincuenta kilómetros de marcha por día, tampoco acertó más María Guavaira cuando corrigió a noventa. De la tienda sabe el tendero, de tirar saben los caballos, y así como se dice, o decía, que la mala moneda elimina la moneda buena, también la andadura del caballo viejo moderó la andadura del caballo joven, si no fue conmiseración de éste, bondad de corazón, respeto humano, alardear de fuerzas el fuerte ante el débil es señal de perversión moral. Todas estas palabras fueron consideradas necesarias para explicar que vamos yendo más vagarosamente de lo que estaba previsto, pero la concisión no es una virtud definitiva, a veces lo que le pierde a uno es hablar demasiado, de acuerdo, pero cuánto no se ha ganado por haber dicho sólo lo suficiente. Los caballos van al paso que quieren, los pusieron al trote y ellos obedecieron al capricho o necesidad del cochero, pero poco a poco, tan sutilmente que nadie se da cuenta, Pig y Al van reduciendo la andadura, es un misterio el cómo lo consiguen tan armoniosamente, no se oyó que el uno le dijese al otro, Más despacio, y el otro respondiera, Pasado aquel árbol.
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