El presidente de la República aceptó la dimisión y, cumpliendo la constitución y las normas del funcionamiento democrático de las instituciones, invitó al primer ministro dimisionario, como máximo dirigente del partido más votado y que, hasta ahora, había gobernado sin alianzas, lo invitó, decíamos, a formar el propuesto gobierno de salvación nacional. Porque, es bueno que sobre esto no queden dudas, los gobiernos de salvación nacional son también muy buenos, hasta podríamos decir que son los mejores que hay, lástima que las patrias sólo muy de tarde en tarde necesiten de ellos, por eso no tenemos, habitualmente, gobiernos que nacionalmente sepan gobernar. Sobre esta materia, delicada como la que más, ha habido infinitos debates entre constitucionalistas, politólogos y otros expertos, y en tantos años no se pudo adelantar gran cosa ante la evidencia de los significados que las palabras tienen, esto es, que un gobierno de salvación nacional, siendo nacional y de salvación, es de salvación nacional. Pero Grullo diría lo mismo, y diría bien. Y lo más interesante de todo esto es que las poblaciones se sientan salvas, o muy en vías de serlo, así que fue anunciada la formación de dicho gobierno, no pudiéndose, desde luego, evitar ciertas manifestaciones de ese escepticismo congénito cuando se conoce el elenco ministerial y se ven los retratos de los ministros en los diarios y en la televisión, En definitiva son las mismas caras, y qué es lo que esperábamos, si tan renitentes somos a dar las nuestras.
Se ha hablado de los peligros que Portugal corre si choca con las Azores, y también de los efectos secundarios, si es que no llegan a ser directos, que amenazan a Galicia, pero mucho más grave es, ciertamente, la situación en que se hallan los habitantes de las islas. Porque, qué es una isla. Una isla, y en este caso un archipiélago entero, es la afloración de las cordilleras submarinas, cuantas veces sólo los agudos picos de agujas rocosas que por milagro se sustentan de pie en profundidades de miles de metros, una isla, en resumen, es el más contingente de los azares. Y ahí viene ahora lo que, sin pasar de isla, es tan grande y veloz que hay gran peligro de que asistamos, ojalá que de lejos, a la decapitación sucesiva de San Miguel, isla Terceira, San Jorge y Faial, y otras islas de las Azores, con pérdida general de vidas, a no ser que el gobierno de salvación nacional, que mañana toma posesión, encuentre soluciones para el traslado, en tiempo corto, de centenares de millares y millones de personas hacia regiones de seguridad suficiente, si las hay. El presidente de la República, incluso antes de la entrada en funciones del nuevo gobierno, apeló ya a la seguridad internacional, gracias a la cual, como recordamos, y éste es sólo uno de los muchos ejemplos que podríamos presentar, se evitó el hambre en África. Los países de Europa, donde afortunadamente se ha comprobado un cierto descenso de tono en el lenguaje cuando se refieren a Portugal y a España, después de la seria crisis de identidad en que se debatieron cuando millones de europeos decidieron declararse ibéricos, acogieron con simpatía el llamamiento y han preguntado ya con qué clase de ayuda queremos ser auxiliados, aunque, como de costumbre, todo dependa de que puedan nuestras necesidades ser satisfechas por sus disponibilidades excedentarias. En cuanto a los Estados Unidos de Norteamérica, que así con extensión entera deberán ser siempre nombrados, pese a haber mandado decir que la fórmula de gobierno de salvación nacional no es de su agrado, pero que en fin, pase, atendiendo a las circunstancias, se declaran dispuestos a evacuar a toda la población de las Azores, que no llega a doscientas cincuenta mil personas, dejando sin embargo por resolver para más tarde dónde podrán ser instaladas esas personas, en los propios Estados salvadores ni pensarlo, debido a las leyes de inmigración, lo mejor, si quieren que se lo diga, y ése es el sueño secreto del Departamento de Estado y del Pentágono, sería que las islas detuvieran, aunque fuera con algún estrago, a la península, que así se quedaría fijada en medio del Atlántico para beneficio de la paz del mundo, de la civilización occidental y de las obvias conveniencias estratégicas. Al vulgo se le comunicará que todas las escuadras norteamericanas han recibido orden de dirigirse a las Azores, allí recogerán a muchos miles de azorianos, y el resto será salvado a través de un puente aéreo cuya organización está ya en marcha. Portugal y España tendrán que resolver sus problemas locales, menos los españoles que nosotros, que a ellos siempre la historia y el destino los han tratado con evidente parcialidad.
Dejando aparte a Galicia, región puramente periférica, o, en rigor, apendicular, España está al abrigo de las consecuencias más nefastas del abordaje, visto que, sustancialmente, Portugal le sirve de tope o parachoques. Hay problemas de cierta complejidad logística por resolver, como son las importantes ciudades de Vigo, Pontevedra, Santiago de Compostela y A Coruña, pero, en cuanto al resto, las gentes de las aldeas están ya tan acostumbradas al precario gobierno de sus vidas que, casi sin esperar órdenes, consejos y opiniones, se pusieron en marcha hacia el interior, pacíficos y resignados, usando de los medios ya referidos, y otros, empezando por el más primitivo, los propios pies.
Pero la situación de Portugal es radicalmente distinta. Reparen en que toda la costa, con excepción de la parte sur del Algarve, se encuentra expuesta al apedreo de las islas azóricas, palabra que aquí se usa, apedreo, porque, en definitiva, no hay gran diferencia en los efectos entre que nos dé una piedra o que demos nosotros contra ella, es todo cuestión de velocidad e inercia, por supuesto sin olvidar, en el caso de referencia, que la cabeza, hasta herida y rajada, hará añicos todos aquellos pedernales. Ahora, con una costa así, casi todo tierras bajas y con las ciudades mayores en la orilla del agua, y teniendo en cuenta la nula preparación de los portugueses para la más insignificante de las calamidades públicas, terremoto, inundación, fuego en el bosque, sequía contumaz, se duda que el gobierno de salvación nacional sepa cumplir con su deber. La solución sería fomentar el pánico, inducir a las personas a que abandonen precipitadamente sus casas para refugiarse en los campos del interior. Lo malo será que en el viaje o al instalarse esas personas se vean privadas de alimentos, ahí ni se imagina hasta qué extremos podrán llegar de indignación y revuelta. Todo esto, naturalmente, nos preocupa, pero, confesémoslo, mucho más nos preocuparía si no estuviéramos en Galicia, observando los preparativos de viaje de María Guavaira y Joaquim Sassa, de Joana Carda y José Anaiço, de Pedro Orce y el Perro, la importancia relativa de los asuntos es variable, depende del punto de vista, del humor del momento, de la simpatía personal, la objetividad del narrador es una invención moderna, basta ver que ni Dios Nuestro Señor la quiso en su Libro.
Han pasado dos días, el caballo ha recibido alimentación reforzada, avena y habichuelas a discreción, él que ya estaba en el régimen básico, Joaquim Sassa llegó incluso a proponer sopas de vino, y la galera, remendados los agujeros del toldo con la lona retirada de Dos Caballos, además de la comodidad interior que proporciona, protegerá de la lluvia cuando ésta venga con más constancia que los efluvios últimos, que septiembre ya llegó y estamos en tierra muy acuática. En este llevar y traer se calcula que la península habrá navegado unos ciento cincuenta kilómetros desde que José Anaiço hizo cuentas competentes. Faltará, pues, andar aún setecientos cincuenta kilómetros, o quince días, para quien prefiera medida más empírica, al cabo de los cuales, minuto más minuto menos, tendrá lugar el primer choque, Jesús, María, José, pobres alentejanos, menos mal que están habituados, son como los gallegos, tienen la piel tan dura que bien podríamos volver a las palabras viejas, llamarle a la piel cuero y nos ahorramos más explicaciones. En este paradisíaco valle de Galicia el tiempo llega y sobra para ponerse a salvo la compañía. La galera ya tiene colchones, sábanas y mantas, lleva los equipajes de todos, y un tren de cocina elemental, comida hecha para los primeros días, tortillas, si se considera necesario especificar, y víveres diversos, de los rústicos y caseros, alubias rojas, judías blancas, arroz y patatas, un barril de agua, un pellejo de vino, dos gallinas ponederas, una de ellas parda y de pescuezo pelado, bacalao, la cántara del aceite, el frasco del vinagre, y sal, que no se puede vivir sin ella, a no ser que uno escape al bautismo, pimienta y pimentón, todo el pan que había en la casa, harina en un saco, heno, avena y habichuelas para el caballo, el perro se las arregla solo y sin ayudas, cuando las acepta es sólo por complacer. María Guavaira, sin decir por qué, aunque tal vez no supiera explicarlo si se lo preguntasen, tejió con el hilo azul brazaletes para todos y collares para el caballo y el perro. Tan grande es el montón de lana que ni se percibe la diferencia. Por otra parte, y aunque quisieran llevárselo, no cabría en el carromato. Tampoco estuvo nunca previsto transportarlo, si no, dónde se iba a acostar el jornalero joven que acabará viniendo aquí.
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