Debe de haber en este momento un silencio general en toda la península, las noticias se oyen en las casas y en las plazas, pero no falta quien de ellas no se entere hasta más tarde, como los dos hombres que trabajan para María Guavaira, están allá en los campos, lejos, apostemos a que el más joven dejará de lado los cortejos y galanteos y no pensará más que en su vida y salvaguarda. Pero lo peor está aún por venir, cuando el locutor lee la noticia de Lisboa, tarde o temprano tenía que saberse, ya mucho duró el secreto, Hay gran preocupación en los medios oficiales y científicos portugueses, dado que el archipiélago de las Azores se halla precisamente en el camino que la península viene siguiendo, ya se notan los primeros síntomas de inquietud en la población, aunque aún no se puede hablar de pánico, pero es de prever que en las próximas horas se ponga en ejecución un plan para evacuar las ciudades y villas del litoral más directamente amenazadas por el choque, en cuanto a nosotros, españoles, podemos consideramos a salvo de efectos inmediatos, ya que, situadas las islas Azores entre los paralelos treinta y siete y cuarenta, y estando toda Galicia al norte del paralelo cuarenta y dos, fácilmente se observará que, de no haber modificación en el rumbo, sólo el país hermano, siempre desgraciado, sufrirá el impacto directo, sin dejar de lado, claro está, las propias y no menos desgraciadas islas que, por sus reducidas dimensiones, corren peligro de desaparecer bajo la gran masa de piedra que ahora se desplaza, como hemos dicho, a la impresionante velocidad de cincuenta kilómetros diarios, siendo incluso posible que, por otra parte, las islas actúen como freno providencial que detendría esta marcha hasta ahora incontenible, estamos todos en manos de Dios, ya que no bastarán las fuerzas del hombre para evitar la catástrofe si ella ocurre, afortunadamente, repetimos, los españoles estamos más o menos a salvo, pese a todo, nada de optimismos exagerados, siempre hay que temer las consecuencias secundarias del choque, se recomienda por tanto la máxima vigilancia, deberán mantenerse sólo junto a las costas gallegas aquellas personas que, por la naturaleza de sus obligaciones y deberes, no puedan retirarse a las regiones del interior. Se ha callado el locutor, viene ahora una música hecha para bien distinta ocasión, y José Anaiço, recordando, le dice a Joaquim Sassa, Tenías razón cuando hablabas de las Azores, y tanto puede la humana vanidad, hasta en este riesgo extremo de la vida, le gustó a Joaquim Sassa que ante María Guavaira fuera públicamente reconocida la razón que había tenido, sin mérito, recogida como fue entre puertas en los laboratorios adonde con Pedro Orce fue llevado.
Como en un sueño repetido, José Anaiço hacía cuentas, pidió papel y lápiz, esta vez no iba a decir cuántos días tardaría Gibraltar en pasar frente a las almenas de la sierra de Gádor, aquél era tiempo de fiesta, ahora es preciso apurar cuántos días faltaban para incrustar el cabo de la Roca en la isla Terceira, siente uno escalofríos y se le eriza el cabello sólo de pensar en ese terrible momento, después de que la isla de San Miguel se hunda como un espigón en las blandas tierras del Alentejo, en verdad, en verdad os digo, que no hay mal del que uno se libre. Dice José Anaiço finalizados sus cálculos, Llevamos andando cerca de trescientos kilómetros, y como la distancia de Lisboa a las Azores es de unos mil doscientos kilómetros, tendremos que recorrer aún novecientos, y novecientos kilómetros a cincuenta kilómetros diarios en números redondos da dieciocho días, es decir, allá por el veinte de septiembre, probablemente antes, estaremos llegando a las Azores. La neutralidad de la conclusión era una forzada y amarga ironía que no hizo reír a nadie. María Guavaira recordó, Pero nosotros estamos aquí en Galicia, fuera del alcance, No hay que fiarse, advirtió Pedro Orce, basta con que se altere el rumbo un poco, hacia el sur, y seremos nosotros los que topemos de lleno contra las islas, lo mejor, y lo único que se puede hacer, es huir hacia el interior, como recomendó el locutor, e incluso así nada es seguro, Dejar la casa y las tierras, Si ocurre lo que se anuncia, ya no habrá ni casas ni tierras. Estaban sentados, de momento podían estar sentados, podían estar sentados durante dieciocho días. La leña ardía en el hogar, estaba el pan sobre la mesa, había otras cosas, leche, café, queso, pero era el pan lo que atraía las miradas de todos, la mitad de un pan grande, con corteza espesa y miga compacta, sentían aún en su boca el sabor, hace tanto tiempo, pero la lengua reconocía el granulado que había quedado de la masticación, llegando el día del fin del mundo miraremos a la última hormiga con el doloroso silencio de quien sabe que se despide para siempre.
Joaquim Sassa dijo, Mis vacaciones acaban hoy, para hacer bien las cosas, tendría que estar mañana en Porto, en el trabajo, estas objetivas palabras fueron sólo el principio de una declaración, No sé si vamos a seguir juntos, es cuestión que tendrá que ser resuelta, pero, por mí, quiero estar donde esté María si ella lo acepta así y si lo quiere. Ahora, y como cada cosa deberá ser dicha en su tiempo, y como cada pieza deberá ser ajustada según orden y secuencia, esperaron a que María Guavaira, convocada, hablase en primer lugar, y ella dijo, Eso quiero, sin otros circunloquios innecesarios. Dijo José Anaiço, Si la península topa contra las Azores, las escuelas no abrirán tan pronto, y hasta es posible que ya no abran nunca, me quedaré con Joana y con vosotros si ella decide quedarse. Ahora le tocaba a Joana Carda, que como María Guavaira dijo sólo tres palabras, las mujeres están hoy poco habladoras, Me quedo contigo, fueron éstas porque lo estaba mirando directamente a él, pero todos entendieron el resto. Por fin, el último, porque alguien tenía que serlo, Pedro Orce dijo, Yo voy a donde vayamos, y esta frase, que obviamente ofende a la gramática y a la lógica por exceso de lógica y tal vez de gramática, deberá quedar sin corrección, tal cual fue dicha, acaso le encuentre alguien un particular sentido que la absuelva y justifique, quien de palabras tenga experiencia sabe que de ellas se debe esperar todo. Los perros, es sabido, no hablan, y éste ni un sonoro ladrido puede soltar en muestra de jovial aprobación.
Aquel día fueron todos a la costa a ver el barco de piedra. María Guavaira llevaba sus ropas de color, ni se cuidó de plancharlas, el viento y la luz borrarían las arrugas de su larga estadía en el limbo profundo. Al frente del grupo iba Pedro Orce, guía emérito, aunque más confíe en el instinto y sentido del perro que en sus propios ojos, para los cuales, en verdad, a la claridad del día, todo es camino nuevo. De María Guavaira no debemos esperar orientación, su camino es otro, todo en ella son pretextos para cogerse de la mano de Joaquim Sassa y dejarse llevar, arrimando el cuerpo al cuerpo el tiempo de un beso, medida variable como sabemos, por eso más que acompañar la expedición la van retrasando. José Anaiço y Joana Carda usan de otra discreción, hace una semana que están juntos, mataron ya las primeras hambres, saciaron la primera sed, digamos que la impaciencia les viene si la convocan, y, a decir verdad, no la ahorran. Aun esta noche pasada, cuando Pedro Orce vio de lejos el esplendor, no fue sólo porque se amaran Joaquim Sassa y María Guavaira, diez parejas hubiesen dormido en aquella casa y se amarían todas al mismo tiempo.
Las nubes vienen del mar y corren de prisa, se hacen y deshacen rápidamente, como si cada minuto no durara más que un segundo o una fracción, y todos los gestos de estas mujeres y de estos hombres son, o parecen ser, en un mismo e igual instante, lentos y céleres, se diría que el mundo ha cambiado, si al entendimiento puede llegar el significado pleno de una expresión pobre y popular. Alcanzan el alto del monte y es un tumulto el mar. Pedro Orce apenas reconoce los lugares, los gigantescos peñascos rodados que se amontonan, el casi invisible sendero que baja en escalones, cómo fue posible que llegara aquí de noche, incluso contando con la ayuda del perro, es proeza que no es capaz de explicarse a sí mismo. Busca con los ojos la barca de piedra y no la ve, pero ahora es María Guavaira quien se coloca al frente del grupo, ya era hora, mejor que nadie conoce los caminos. Llegan al lugar, y Pedro Orce va a abrir la boca para decir, No es aquí, pero se calla, tiene ante los ojos la piedra con su timón partido, el alto mástil que a la luz parece más grueso, y la barca, pero es en ella donde observa las mayores diferencias, como si la erosión de que ha hablado esta mañana hubiera hecho en una noche el trabajo de miles de años, dónde está, que no la veo, la proa alta y aguzada, la cóncava panza, cierto es que la piedra tiene la forma general de un barco, pero ni el mejor de los santos conseguiría el milagro de mantener a flote embarcación tan precaria, sin amuradas, la duda no es que fuera de piedra, la duda viene porque casi se ha desvanecido la forma del barco, finalmente un ave sólo vuela porque parece un ave, piensa Pedro Orce, pero ahora está María Guavaira diciendo, Ésta es la barca en la que vino un santo desde oriente, aquí se ven aún las huellas de los pies cuando desembarcó y se metió tierra adentro, las huellas eran unas cavidades en la roca, ahora pequeños lagos que el vaivén de la ola, estando alta la marea, renueva constantemente, claro que toda duda es legítima, pero las cosas dependen de lo que se acepta o niega, si un santo vino de lejos navegando sobre una losa, no se ve por qué iba a ser imposible que sus pies de fuego fundieran la roca hasta los días de hoy. Pedro Orce no tiene más remedio que aceptar y confirmar, pero guarda para sí el recuerdo de otro barco que sólo él vio, en la noche casi sin estrellas y poblada pese a todo de supremas visiones. Salta el mar sobre las rocas como si estuviera luchando contra el avance de esta marea irresistible de piedras y tierra. No miran ya la barca mítica, miran las olas que se atropellan, y José Anaiço dice, Estamos de camino, lo sabemos y no lo sentimos. Y Joana Carda, Qué destino. Entonces Joaquim Sassa dijo, Somos cinco personas y un perro, no cabemos en Dos Caballos, es un problema que tendremos que resolver, una solución sería que fuéramos nosotros dos, José y yo, en busca de un coche mayor, de esos que están abandonados por todas partes, será difícil dar con uno en buen estado, a todos los que hemos visto siempre les faltaba algo, Cuando lleguemos a casa decidimos lo que hay que hacer, dijo José Anaiço, tenemos tiempo, Pero la casa, las tierras, murmuraba María Guavaira, No hay elección, o nos vamos de aquí o morimos todos, las palabras las dijo Pedro Orce, y eran las definitivas.
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