Álvaro Núñez Cabeza de Vaca, extremeño en fuga de la piedra insomne como la mayoría de los conquistadores (Cortés de Medellín, Pizarro y Orellana de Trujillo, Balboa de Jerez de los Caballeros, De Soto de Barcarrota, Valdivia de Villanueva de la Serena, hombres de frontera, hombres de allende el Duero) quiso como ellos transmutar la piedra de Extremadura en oro de América, embarcose en Sanlúcar en 1528 con una expedición de cuatrocientos hombres a la Florida, de los que quedaron cuarenta y nueve después de un naufragio en la bahía de Tampa, vadeando las tierras pantanosas de los seminolas, marchando penosamente por la costa del Golfo hasta el río Mississippi, la construcción de barcazas para lanzarse de nuevo al mar, tan apretados que no podían moverse, atacados ahora por una tormenta de la que sólo treinta salen vivos, el nuevo naufragio en Galveston, la marcha hacia el oeste, hasta el río grande, río bravo, defendiéndose de las flechas indias, comiéndose sus caballos y haciendo odres de sus cueros, hasta las tierras de los indios pueblos al norte del río, pero la distancia, la ignorancia de la tierra y de los hombres, no son nada frente al hambre, la sed, el desamparo, las noches sin abrigo, los días sin sombra, los cuerpos cada vez más desnudos, más morenos, hasta que los quince españoles que quedan, ya no se distinguen de los pueblos, los alabamas y los apaches; sólo el criado negro, Estebanico, es más oscuro que los demás, pero sus sueños son luminosos, dorados, él ve en la distancia las ciudades de oro, mientras Álvaro Núñez Cabeza de Vaca se mira en el espejo de su memoria y allí trata de verse reflejado como el hidalgo que fue, el caballero español que ya no es, el único espejo de su persona son los indios que encuentra, se ha vuelto idéntico a ellos, pero pierde la oportunidad de ser uno de ellos, es igual a ellos pero no comprende la ocasión que tiene de ser el único español que podía entender a los indios y traducir sus almas al castellano; Cabeza de Vaca no puede entender una historia de viento, una crónica migratoria sin fin que lleva al indio de la caza acalorada en la pradera, al tipí de las nieves; del cuerpo bronceado y desnudo del verano, al cuerpo envuelto en mantas y pieles del invierno, él no quiere reinar sobre este mundo, el nomadismo lo atrae pero lo niega porque aquí nadie se mueve para conquistar sino para sobrevivir, él no entiende a los indios, los indios no lo entienden a él ven en los españoles chamanes, curanderos, brujos, y Cabeza de Vaca asume el único papel que le otorgan, se vuelve brujo de ocasión, cura a base de succiones, soplidos, imposición de manos, padrenuestros y persignadas abundantes, pero en realidad lucha aterrado contra la pérdida, capa tras capa, de la piel y la ropa de su alma europea, a ella se aferra, no atiende la razón de su voz interna; Dios nos ha traído desnudos a conocer a hombres idénticos a nosotros en su desnudez… ¿cuál Dios.? Cabeza de Vaca lo ve rondando los pasillos y las recámaras de las casas grandes de los pueblos, ve a un dios que no reconoce huyendo de piso en piso por escaleras de mano que de noche retira para aislarse a su gusto de la luna, de la muerte, del extraño… ocho años de extravío, de nomadismo involuntario, hasta encontrar la brújula del río grande, río bravo, y retomar el camino de Chihuahua, a Sinaloa y el Pacífico y tierra adentro a la ciudad de México, donde son recibidos como héroes por el virrey Mendoza y el conquistador Cortés; quedan sólo cuatro sobrevivientes de los cuatrocientos que salieron de Sanlúcar a la Florida, Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes, Alonso del Castillo Maldonado y el criado negro Estebanico: los celebran, los interrogan; ¿dónde anduvieron, qué han visto, qué saben, qué prometen? Cabeza de Vaca, los dos españoles y el negro no cuentan lo que vivieron, sino lo que soñaron, han sido salvados para contar un espejismo, han recibido turquesas y suntuosas pieles arrancadas a los lomos de las extrañas vacas grises de las praderas, los búfalos han vislumbrado las siete ciudades de oro de Cíbola, han tenido noticias de las riquezas incontables de Quivira, propagan la ilusión de Eldorado, otro México, otro Perú, más allá del río grande, río bravo, un inmortal sueño de riqueza, poder, oro, felicidad, que nos compensa de todos nuestros sufrimientos, de la sed y el hambre y los naufragios y los ataques de indios, han sobrevivido para mentir, la muerte los hubiese fundido con la verdad de las tierras desiertas, mezquinas, hostiles, despobladas, la vida les ha dado la opulenta riqueza de la mentira, pueden engañar a todo el mundo porque han sobrevivido: río grande, río bravo, frontera de mirajes desde entonces.
El Galán le dijeron desde chiquito por su pelo negro lustroso como charol y sus pestañas largas, pero él se llamó a sí mismo El Mierdas porque así se sintió siempre, creciendo entre las montañas de basura de Chalco, dedicado desde niño a escarbar entre la masa desfigurada de carne podrida, frijoles vomitados, trapos, gatos muertos, jirones de existencia irreconocible, dando gracias cuando algo mantenía su forma -una botella, un condón-, y podía ser llevado a casa: una nube de olor acre lo acompañaba a Serafín desde niño, y cuando se salía de la nube del desperdicio, el olor era tan dulce, tan puro, que lo mareaba y hasta asquito le daba, su patria eran las calles de lodo, los charcos, los niños con las rodillas jodidas, incapaces de caminar derecho, los perros sueltos, procreándose, afirmando su vida, diciéndonos a ladridos que todo puede sobrevivir, a pesar de todo, a pesar de los traficantes que embaucan en la droga a los niños de ocho años, a pesar de los policías extorsionadores que primero matan de noche y luego se aparecen de día a contar los cadáveres y sumarlos a las listas de la gigantesca muerte urbana, vencida siempre por la fertilidad de las perras, las ratas, las madres; todo puede sobrevivir porque el gobierno y el partido organizan la corrupción, la dejan florecer tantito y luego la organizan como un alivio para que todos acepten la consigna: el PRI o la anarquía, ¿qué prefieren?, de modo que cuando a Serafín le salieron pelos en los sobacos, ya sabía todo sobre el mal de la ciudad, ya nadie le iba a enseñar nada, la cuestión era sobrevivir, pero ¿cómo se sobrevivía de verdad, sometiéndose a los caciques de la pepena, votando por el PRI, asistiendo a los mítines a güevo, viendo cómo se hacen ricos los reyes de la basura, qué chingadera, o diciendo no y uniéndose a una banda de rockeros que eran los que se atrevían a cantar la joda inmensa de vivir en el De Efe en una red subterránea de chavos rebeldes, o diciendo todavía más fuerte, negándose a votar por el PRI y exponiéndose como él y su familia a refugiarse en una escuela a medio construir, casi mil de ellos abrazados allí los unos a los otros, sus casuchas derruidas por la policía, sus pobres posesiones robadas por la policía, todo por decir vamos a votar como se nos pegue la gana?
A los veinte años, Serafín Romero agarró para el norte, le dijo a su gente sálganse de aquí, este país no tiene remedio, el PRI es razón de sobra para largarse de México, yo les juro que veré la manera de ayudarlos en el norte, tengo unos parientes en Juárez, tendrán noticias mías, chavos…
Esta noche de los brazos abiertos en cruz y los puños cerrados, Serafín, a los veintiséis años, no espera nada de nadie, él lleva dos años organizando la banda que casi todas las noches cruza la frontera con treinta mexicanos armados y amontona cajones de madera, fierros viejos, tejas y chassis abandonados en los rieles de la Southern Pacific de Nuevo México, cambia las agujas de las vías, detienen al tren, se roban todo lo que pueden para venderlo en México y llenan los vagones de indocumentados mexicanos. Cuántas noches como ésta recuerda Serafín Romero, alejándose en su troca del tren detenido en el desierto, la troca llena de objetos robados, el tren lleno de paisanos necesitados de trabajo, los objetos robados nuevecitos, empaquetados, relucientes, lavadoras, tostadoras, aspiradoras, todo nuevecito, todo antes de convertirse en basura yendo a dar a una montaña de desperdicios en Chalco… Ahora sí que era El Galán, ahora sí que había dejado de ser El Mierdas, y Serafín Romero pensó, alejándose del tren detenido, que lo único que le faltaba para ser un héroe, era un caballo relinchón… Ah, y el aire nocturno del desierto era tan seco, tan limpio.
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