¿Qué iba a hacer si ella no le escribía más?
Poco a poco Laura iba ocupando en sus pensamientos espacios poco adecuados para una relación inexistente.
Se acostó pensando en la poesía del hombre imaginario de Nicolás Parra. [3]
A las cuatro de la mañana del lunes se despertó agitado, taquicárdico y transpirando. Sin otra razón más que una vaga sensación, creyó recordar que había estado soñando con ella.
Soñando con Laura… con la imaginaria Laura.
Él había estudiado que se soñaba con imágenes ligadas a los sentidos, que los ciegos de nacimiento sueñan con sonidos y todo eso. ¿Qué sueño se puede tener con una idea de alguien?
– ¿Cuánto tiempo más voy a esperar?, -pensó.
Agarró una hoja en blanco y garabateó:
«Veinte veces al día,
7 días por semana,
enciendo el ordenador,
espero los programas de inicio,
abro el administrador de correo,
busco los mensajes,
no está el deseado,
cliqueo para finalizar,
debo esperar
también para salir,
maldición,
apago el ordenador,
me tomo un café,
prendo la tele,
dejo todo
…y comienzo de nuevo.»
Roberto se puso una campera y salió a la calle, sólo por no quedarse en casa.
– No ha sido suficiente.
– Era lógico.
– Ella escribiendo y pensando y el otro idiota que no le contesta.
– Hay que ser estúpido… Una mujer de primera te incluye en su proyecto, se compromete contigo en algo que programaron juntos, la comunicación se corta y tú no das ni noticias. Hay que ser un estúpido, muy estúpido.
– No se puede ser tan gilipollas como para dejar a una mujer esperando una respuesta que nunca le llega… Si no te interesa dile “no estoy interesado” y termina…
– Estos son los tipos que después se quejan de las mujeres que los abandonan…
A medida que caminaba se enojaba más Y más con Fredy. En su lugar, él jamás habría actuado así. Se acordó de la manida frase que solía repetir su madre: “Dios da pan al que no tiene dientes”, y se rió de sí mismo por la vulgaridad de su asociación.
«Quizás la manera de cuidar de mi niño interior sea empezar a pensar como mi madre…», se dijo. Y se volvió a reír, esta vez en voz alta mientras subía por la escalera que llevaba a su apartamento.
A dos metros de la puerta escuchó el timbre del teléfono. “¡Laura!”, gritó e intentó apurarse para llegar al aparato antes de que respondiera el contestador.
Después de un rato, y mientras recogía el contenido de su bolsillo desparramado en el umbral, pudo ordenar lógicamente su pensamiento y saber que su subconsciente le había jugado una broma pesada.
Cuando finalmente encontró las llaves y abrió la puerta, Cristina terminaba de dejar su mensaje…
– Me duele que no me atiendas así que no volveré a llamar. Quizás en otro momento de nuestras vidas podamos hablar. Adiós.
Tuvo por un momento la sensación de que no era la primera vez que escuchaba esas palabras, exactamente las mismas, aunque de otra boca…
Roberto se encogió de hombros en un gesto para sí mismo y pensó que era mejor así, puesto que él no sabría que decirle por ahora. Pensó, además, que no debía distraerse necesitaría toda su energía para soportar el silencio de Laura.
Intentó volver a su idea original de escribirle como “el amigo de Fredy”.
Laura:
Fredy está inquieto porque no tiene noticias suyas. Teme que Usted se haya enojado por algo. Por favor, escríbale unas líneas para que…
¡Absurdo!
Totalmente desesperanzado, una vez más estableció su conexión con Internet.
En la casilla de mensajes desbordaban las reclamaciones cada vez más enérgicas de sus clientes.
Roberto hizo una respiración profunda seguida de un ruidoso suspiro. Era hora de portarse como un adulto si no quería rifar lo ganado con tanto esfuerzo en los últimos años de trabajo. Con ganas o sin ellas debía volver a la oficina, retomar sus responsabilidades laborales y proteger de paso sus pocos ahorros.
Tomó nota cuidadosamente de todos los asuntos que tenía pendientes y de las cinco propuestas de nuevos trabajos que había recibido recientemente. Entonces sintió que todavía estaba a tiempo.
Se tomó una doble dosis de las Flores de Bach que le había recetado su amiga Adriana y se acostó temprano.
Tuvo un sueño maravilloso y hollywoodense. Después de realizar un esfuerzo sobrehumano, él, que era una especie de corredor de maratón, llegaba primero a la meta. Una rubia que lo esperaba llorando emocionada corría en su dirección pañuelo en mano, lo abrazaba y lo besaba incansablemente.
Se despertó haciendo esfuerzos por prolongar el sueño un poco más. Trataba de no abrir los ojos para retener esa imagen que ahora tanto lo confortaba: el triunfo, el reconocimiento, Laura…
Y mientras se lavaba los dientes pensaba: «Voy a tener que trabajar duro. Una mujer valiosa no se conforma con un trabajador mediocre. El sueño es claro: La rubia está al llegar a la meta.»
Abrió los dos grifos y se puso la crema de afeitar. Miró a los ojos al Papá Noel de barba espumosa que le devolvía el espejo y le dijo: «Llegar… ¡Ganador!».
Terminó de afeitarse silbando y, después de dejar una nota a la señora de la limpieza para que pusiera orden en la casa aunque le llevara más tiempo, se fue para la oficina.
Cuando bajó del taxi, el tipo del quiosco de revistas y el encargado del edificio no pudieron evitar a sonrisa ante el asombro de verlo llegar tan temprano. Casi lo mismo le pasaba a Roberto: no podía evitar la sorpresa ante la sonrisa que sentía dibujada en su cara. Gracias a esa sorpresa o a pesar de ella Roberto trabajó mucho y bien ese día y el siguiente, y también el que siguió a aquél.
El viernes, al regresar a su casa, pensó que hacía años que no tenía una semana de trabajo tan productiva. Se merecía la bañera llena de espuma que se preparó y el sushi que pidió a domicilio: Sashimi de salmón, Niguiri de atún California Roll .
El lunes, Roberto abrió su ordenador buscando la confirmación de una compra de materiales que había realizado el miércoles. Se sorprendió al encontrar un mensaje de Carlospol@… que le esperaba con un título diferente, se llamaba Dejar las ilusiones .
Fredy:
Hace falta alejarse de la ilusión para ver al ser que tenemos enfrente.
Hoy hablamos sobre esto en un grupo: el dolor de dejar de lado las ilusiones y aceptar la realidad. Es un momento de crecimiento, cuando dejamos de pelearnos y aceptamos las cosas como son.
Hemos trabajado con un muchacho de treinta años que había roto con una mujer que lo rechazó. Él hablaba del dolor de perder la ilusión que había construido en torno a esta mujer.
Es justo llamarlo “pérdida de la ilusión”, porque cuando este muchacho se dio cuenta de lo que en realidad pasaba con ella, de la manera como lo maltrataba y no le daba lo mínimo que él necesitaba, era obvio que no quería seguir la relación. Pero ella sabía prometerle algo que nunca le daba, y él está pegado a eso.
Su verdadero dolor es aceptar cómo se dejó enngañar y cómo le habría gustado mantener aquella ilusión. Pero la realidad se impuso. Ella es esto que él ve ahora, no la promesa que le vendía.
El momento de dejar las ilusiones es decisivo para la vida de una persona, cuando decimos: «Vamos a disfrutar de lo que hay y dejemos de llorar por lo imposible.»
Es doloroso dejar de lado la pareja ideal, la pasión permanente, pero es la única manera de sostener un vínculo sano. Todos amamos nuestras ilusiones, no es fácil dejarlas. Sin embargo, al final, sea como sea, la realidad siempre se impone. Como solía repetir tu casi tocayo Fritz Perls: “Una rosa es una rosa que es una rosa que es una rosa…
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