Gonzalo Ballester - La Muerte Del Decano

Здесь есть возможность читать онлайн «Gonzalo Ballester - La Muerte Del Decano» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Muerte Del Decano: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Muerte Del Decano»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El Decano de la Facultad de Letras de la Universidad gallega acaba de morir en circunstancias poco claras. Todos los indicios hacen pensar que se trata de un asesinato, y el principal sospechoso es un discípulo y colega del profesor. Pero las pruebas no se sostienen y se empieza a barajar la idea de suicidio. Pero ¿era el Decano un hombre desesperado hasta ese limite?.

La Muerte Del Decano — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Muerte Del Decano», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Por ejemplo, que es culpable -dijo Francisca; y el fraile se confesó no haber visto en su vida mirada de tanto desprecio como la dirigida por Francisca al Comisario. El Juez sintió el estremecimiento del fraile.

– ¿Por qué tiembla, padre? ¿Tiene frío?

– Esa mirada…

– Las clientes de su confesionario deben de ser gentes sencillas.

– Sí, no son grandes pecadoras.

– Su experiencia no le servirá mucho, en este caso.

– Nunca me he visto en otro igual. Esa clase de gente…, la que yo conozco no mira así…

El Comisario había vuelto a extender la mano, armada de la pipa, por encima de la mesa.

– Señor Juez, por fin sigue usted la pauta de las novelas policíacas. Lo que no entiendo es la presencia de este padre franciscano. Hasta ahora, no lo había visto ni sabido nada de él.

– Pero él tiene sus razones para venir, y vino. La presencia del padre está justificada, aunque sea un testimonio contra mi tesis y abone la de usted. El Decano dijo al padre que don Enrique lo mataría, e incluso fue a despedirse de él.

– ¿Quién de quién? -interrumpió el Comisario.

– El Decano del padre… Perdóneme si me expresé con ambigüedad. Quise decir precisamente eso: el Decano estuvo a despedirse del padre, porque, dijo el Decano, “esta noche me matará”.

– ¿Y existe alguna prueba, un testigo que lo haya oído, un papel? Porque, sin pruebas materiales, el mero testimonio del fraile no me sirve.

Dio una larga chupada a la pipa.

– Imagínense ustedes que los cuarenta mil habitantes de esta ciudad vinieran a decirme lo mismo. No harían más que reforzar mi convicción moral de que los datos objetivos de mi denuncia son justos y correctos. La convicción moral carece de valor probatorio y no puede escribirse, razonadamente, en un papel que hay que firmar. -Se volvió hacia Francisca-. Supongo, señora, que eso es lo que explica su presencia aquí: Su convicción moral de que su marido es inocente. ¿No se da cuenta, usted, que parece inteligente, de que cualquier mujer, en su caso, estaría igualmente convencida?

– Sí, es evidente que estoy convencida de la inocencia de Enrique como cualquier mujer lo estaría de su marido, pero no creo que la naturaleza de la convicción fuera la misma.

– ¿Qué quiere usted decir?

– Ni más ni menos que lo que dije. Si usted no lo entiende…

– ¡Pues claro que lo entiendo! -El Comisario, sin soltar la pipa, se rasco la cabeza-. Usted quiere decir; por ejemplo, que cuando el Decano murió, su marido estaba ya en casa.

– Podía decirlo, pero no lo digo, porque sé que eso no es probatorio. -Sorbió un poco de coñac-. En realidad, nada de lo que yo pueda decirle, es probatorio más que para mí, lo cual tiene más importancia de la que usted se cree. Saber, como sé, que mi marido no mató al Decano, me anima a destruir esas pruebas que usted tiene de que lo mató.

El Comisario rió por lo bajo, dejó la pipa entre los dientes, metió los dedos pulgares en las sisas del chaleco.

– ¿Cómo va usted a destruirlas, si están ahí? Son ya un papel que sigue su curso -miró descaradamente al Juez-, espero.

– Tiene que haber un modo…

– ¡Ah! Si lo hay, es cosa de usted encontrarlo. A mí me basta con lo que tengo.

– ¿Pero usted no se da cuenta, Comisario, de que sus pruebas son deleznables? -dijo, con cierta pasión en la voz, el Juez.

– Pues sea usted, y no la señora, quien las destruya.

– ¿Cómo me explica ese cordón inútil alrededor del cuello? ¿Y la posición del cadáver? ¿Cómo se explica que la taza no se haya roto?

– El asesino lo hizo todo.

– ¿Por qué, entonces, no borró sus propias huellas?

– Por torpeza: es un asesino primerizo.

– El testimonio del Padre, aquí presente, nos hará pensar en un asesinato premeditado.

– Sí, pero mal estudiado. Don Enrique había leído pocas novelas policíacas.

– Eso es cierto -interrumpió Francisca-. No creo que haya leído ninguna.

– Eso se advierte inmediatamente. Yo, que lo he interrogado, lo acredito: sus declaraciones carecen de la menor malicia, de las más elementales precauciones verbales. Dijo sí o no como lo diría un niño.

– ¿Y eso no le basta para creer en sus respuestas?

– Los niños también mienten, aunque se les coja inmediatamente en la mentira. Entonces, suelen callar. Don Enrique no calla, porque no es un niño. Repite: “Soy inocente.” ¿Y qué? Es lo que dicen todos los asesinos.

– ¿Lo sabe por experiencia, Comisario?

– Lo sé por haberlo leído.

– Todos hemos leído mucho, pero un asesinato, lo que se dice un asesinato, con sus dudas y sus problemas, es la primera vez que nos lo echamos a la cara.

– La doctrina, el saber por lecturas, suple a la experiencia.

– Pero, dígame, Comisario: ¿es lo mismo un personaje de novela que un ser vivo? Don Enrique es un hombre real, y si le condenan por un crimen que no ha cometido, lo pagará con años de una vida real.

– Todo eso está muy bien, señor Juez, pero los datos objetivos no dejan lugar a sentimentalismos. Los datos objetivos tienen el mismo valor en un libro de texto, en una novela, que en la realidad. Y, en este caso, los datos acusan a don Enrique… Además, yo no soy quien ha de juzgarlo, ni siquiera usted, sino un Tribunal de La Coruña, o en el Supremo, si recurren la sentencia, que la recurrirán, como todo el mundo. Los señores magistrados son los que han de estimar el valor de las pruebas, de los datos objetivos. -Se dirigió a Francisca-. Ya puede usted, señora, buscar un abogado listo, que haga eso que usted no es capaz de hacer.

El Comisario, visiblemente satisfecho, miraba a Francisca, pero cuando ella le devolvió la mirada, el Comisario apartó la suya.

– Lamento, señora, que en esta historia me haya correspondido el papel del malo, pero me gustaría que reconociese usted que es también el papel del justo.

– ¿Qué más me da, el justo o el malo, si ambos van contra mí? Y contra la verdad. Insisto en que mi marido no mató al Decano.

– Yo tengo unas pruebas, pero no quiero hacer uso de ellas. ¿Qué opina el Padre? Sus convicciones son del mismo orden que las de usted.

– Yo no estoy convencido de nada, -dijo el fraile-. Yo digo solamente que el señor Decano vino a despedirse de mí porque aquella noche don Enrique le mataría.

– ¿Y qué más le dijo, padre? Dígalo todo, no olvide nada de lo que me contó a mí.

– Me dijo -la voz le temblaba al fraile- que me cuidase de que a esta señora no le faltase trabajo…

– El Decano sabía perfectamente que yo no necesito trabajar…

– ¿Y qué más, padre?

– Que yo recuerde…

– Algo de unos papeles enviados.

– Sí, pero esto no creo que importe ahora. Me dijo que había enviado ciertos trabajos en depósito a la Academia de la Historia.

– ¿Y para qué? ¿Le dijo para qué? -Francisca había adelantado el torso, miraba fijamente al fraile. Éste reculó, intentó esconderse en la penumbra de un último plano.

– ¿Para qué? -insistió Francisca.

– Algo referente a su pensamiento, así como un resumen. Temía que se lo robasen. Pasados veinte años, al publicarse ese escrito, se vería que ciertas obras eran un plagio.

– ¿Las de mi marido? ¿Se refería a las de mi marido?

El fraile titubeó.

– Sí. Creo que se refería a él.

Francisca dejó caer los brazos, desalentada.

– Es diabólico, estúpidamente diabólico. O simplemente estúpido. ¿Sabe usted qué me pasa ahora mismo? -Se dirigía al Juez-. Pues que empiezo a creer que el Decano se haya suicidado.

El Comisario intervino:

– ¿Cómo es posible que haya usted llegado a semejante conclusión? No soy capaz de reproducir su razonamiento.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Muerte Del Decano»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Muerte Del Decano» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Muerte Del Decano»

Обсуждение, отзывы о книге «La Muerte Del Decano» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x