Y etcétera, etcétera.
Mi panuchito precioso, tenemos que ser más águilas que la que se subió al nopal sin pedir permiso primero. ¡El águila que adorna la silla presidencial!
¿Que qué ventajas tenemos? Nuestra discreción, para empezar. No hay mejor entrenamiento para la política que el adulterio. Secretitos, secretitos. Sorpresotas, sorpresotas. Nadie sospecha de nosotros ni nos relaciona para nada. Yo vivo acá en la tierra del faisán y del venado, pues, y nuestras citas de amor en Cancún ni quién se las sospeche. ¡Qué barbaridad! Con esa peluca de jipiteca que te pones, ni quien te reconozca en el hotel, y me lo perdonas, lindo hermoso, pero la última vez que fuimos a la playa un par de gringos jóvenes me invitó a bailar en una disco, diciéndome:
– Ya deja solo a tu papá, no hace mas que dormir la siesta.
Perdón perdón perdón papacito, pero si te digo esto es para que entiendas que hemos sabido ser discretos, discretísimos, y que por allí no hay cola que nos pisen. Tú, por tu parte, siempre has sido profesor de Civil en la UNAM, probo diputado del partido difunto PRI, fiel campaígnery luego headhunter del ayer candidato y ahora P. Ajeno a toda trácala. Te podrán acusar, con razón, de cachondo, cariño santo, pero eso no es pecado, ni siquiera venial. Pero de ratero no. Y no me digas nada sobre esto. Veo cómo vives. Un apartamentito de una sola recámara en la Colonia Cuauhtémoc. Ese espantoso olor a cocina, basura y meados que sube por el cubo de la escalera. ¡Si ni a elevador llegas! Tus tres trajecitos de Sears, tus seis pares de zapatos tan relicarios que son de El Borceguí, tus dos boinas vascas para protegerte la calva en enero. ¡Dios mío! ¡Si eres un asceta, mi panucho! Lo que no saben es que la calvicie es signo -secundario, dicen, pero signo al fin- de virilidad, y si eres en todo lo demás tan modesto como pareces, tus dotes masculinas, mi macho incontenible, no tienen rival. Es como si Dios Nuestro Señor te lo dio en chiquito todo menos lo que tú sabes, esa tripa de Tarzán, esa picha de Popeye, ese chile de chimpancé que será muy tuyo, mi vergonzoso, pero que también es lo mío, de tu P que te adora y te pide, piensa bien, pon a trabajar el coco, porque ya no nos quedan más que dos añitos para fregar.
Te adoro, mi T, dime cuándo nos volvemos a ver y te repito: Manos limpias y espina doblada, pero sobre todo, vidrios, mi amor, mucho ojo y a veces, ojalá, un poquito de ojete…
Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván
Gracias por dejar que te hable de tú, María del Rosario. Es un regalo, sobre todo porque me compensa de la posición en la que me has colocado. Ya sé que es decisión del señor Presidente. Ya sé que a él, a través de ti, le debo estar hoy con escritorio en las oficinas del Ejecutivo. ¡Pero qué precio me haces pagar, mujer! ¡Tener que ver el día entero a Tácito de la Canal! Cuanto me dijiste de él se queda corto ante la tenebrosa realidad. Si lo soporto es sólo porque te amo y te agradezco tu solicitud para conmigo. Respeto, asimismo, tus razones. Mi primer puesto en la Administración Terán es muy cerca del Presidente, en la oficina que es como el corazón de la Primera Magistratura y a las órdenes del secretario de la Presidencia, Tácito de la Canal.
Debo disciplinarme y aceptar la diaria compañía de tan repugnante sujeto. Obedecerlo. Respetarlo. Si esto no es prueba de amor, María del Rosario, no sé cuál pueda darte mejor y más cierta, más acá de un romántico suicidio a lo joven Werther. Tú dices que por algún lugar se empieza y yo espero que mi paso por esta oficina sea veloz y pedagógico. Me repugna la obsequiosidad del licenciado De la Canal, la manera como se inclina ante el Presidente, su posición perpetua al lado del jefe como la del Cardenal junto al Rey, su veloz movimiento de criado para acomodarle la silla al Presidente cada vez que Terán se para o se sienta. ¿Es indispensable que sea Tácito quien le despliega y tiende la servilleta al jefe a la hora de la comida? Con lo campechano que es Lorenzo Terán, que come en mangas de camisa y arrojándole pedacitos de carne a su mastín El Faraón… No sé si el Chief-of-Staff quisiera ser él quien alimentase al perro, o si en realidad preferiría él mismo ser el perro y recibir las sobras de la mesa presidencial en cuatro patas.
Si has querido, María del Rosario, darme una muestra inmediata de las bajezas a las que conduce el servilismo político, no pudiste escoger mejor lugar o actor más consumado. Llevo apenas una semana en esta oficina, pero ya puedo ofrecerte un mínimo análisis. Tácito de la Canal es el maestro del disimulo, audaz en la sombra, humilde en el sol, generoso cuando le conviene, pero mezquino por naturaleza. Basta ver cómo trata a los inferiores. Parecería tener una mezcla de temor y resentimiento porque ya no es inferior pero podría volverlo a ser.
Hay una secretaria cohibida por el extraño disfraz con que se presenta al trabajo. Tiene unos cuarenta años -se le notan- pero anda vestida de niña chiquita. No de jovencita, María del Rosario, sino estricta, realmente, de niña. Bucles de tirabuzón y un moño azul celeste - baby-blue - coronándola. Trajes de tafeta azul o rosa, tobilleras blancas con angelitos bordados y zapatos de charol mary jane. Su única concesión a la edad adulta es la abundancia de polvo en la cara para disimular las arrugas, el carmín descarado de los labios, las cejas depiladas y las pestañas embadurnadas de rímel.
Apenas la vi, decidí que esta mujer tenía un secreto y que lo discreto, lo humano, era respetarlo.
Imagina mi repugnancia, mi horror, cuando ayer apareció una muñeca Barbie sentada en la silla giratoria de la secretaria-niña que primero se turbó y luego leyó la tarjeta prendida con alfiler al pelo rubio de Barbie.
No sé qué decía la tarjeta, pero la secretaria la leyó, se soltó llorando y arrojó la muñeca al cesto de la basura. Quise averiguar y Penélope, que es una secretaria madura, maciza y directa, me explicó que el licenciado De la Canal se entretiene humillando a Doris -es el nombre de la mujer-niña- enviándole regalos propios de una muchachita de diez años y recriminándole con frases como:
– ¿Qué diría tu mamá? Que no eres una niña aplicada. Que el profesor te castigará.
Entonces Doris entra al despacho de Tácito y media hora más tarde sale llorando pero tratando de disfrazar el llanto, desarreglada, con el moño en una mano, ajustándose el corpiño…
Penélope dice que el licenciado De la Canal no puede vivir sin una empleada que sea su "puerquito", y en Doris ha encontrado a su víctima ideal. María del Rosario: yo siempre llamo primero o toco a la puerta antes de entrar a la oficina de Tácito, pero ayer no me aguanté y entré sin más cuando Doris se encontraba a solas con De la Canal. Tenía apresada a la mujer-niña, acariciándole un seno con la mano derecha y la izquierda introducida en la pantaleta de olanes de Doris, mientras le murmuraba al oído:
– No le digas nada a tu mamá o te va a castigar muy feo. Sé buena conmigo y te regalo más muñecas. Tenle miedo a tu mamá y obedécela en todo -menos en esto que hacemos juntos, putita.
Te digo, María del Rosario, que las crueldades de Tácito de la Canal son peores que sus perversiones. Hace cosas tan pequeñamente odiosas como recorrer cada semana los almacenes de la papelería de la oficina, contando el número de lápices, hojas membretadas, hojas bond sin membrete, clips, gomas de borrar, tijeras, fólders, plumones, y tal. Ayer, la astuta Penélope se le adelantó y repuso los artículos de oficina faltantes.
– Yo llevo la cuenta exacta, señor licenciado. Si quiere, revisemos juntos y verá usted que no falta nada.
– ¿Las devolvió usted a tiempo, señorita Penélope? -dijo el arrogante De la Canal.
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