Lorenzo Silva - Del Rif al Yebala - Viaje al sueño y la pesadilla de Marruecos

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Del Rif al Yebala: Viaje al sueño y la pesadilla de Marruecos: краткое содержание, описание и аннотация

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Para el autor recorrer Marruecos es hacer realidad un sueño de infancia y, a la vez, adentrarse en el impresionante escenario de la aventura bélica de su abuelo, combatiente a pie en la llamada guerra de Africa. A lo largo de ocho jornadas, y con la compañía de su hermano y un amigo, el escritor explora el interior del país para descubrir la áspera región del Rif y la zona no menos agreste del Yebala, y de paso lugares como Melilla, Annual, Alhucemas, Xauen, Larache, Alcazarseguer, Tánger, Fez, la antigua ciudad romana de Volúbilis o Rabat. El viaje desvela el Marruecos presente y lo anuda a la historia de la guerra pasada, que acude a estas páginas con la enfebrecida claridad del espejismo: combates reducidos a cacerías, al heroísmo inútil, el desdén de los gobernantes, el horror.

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Su organización política tradicional era bastante difusa. Había un caíd o jefe de tribu, que estaba en relación con los cheijs o jefes de fracción, quienes a su vez estaban en relación con los chiujs o jefes de poblado. Los cargos eran electivos, aunque en algunas familias importantes se daba sucesión de padres a hijos. El caíd, especie de general y gobernador, no reconocía ninguna autoridad superior, pero tampoco su propia autoridad era demasiada en tiempo de paz. No podía exigir tributos y sólo se mantenía en el puesto si no molestaba excesivamente. Sólo en caso de guerra se reforzaban los poderes. Entonces el caíd reunía en yemaa o asamblea a los poblados y reclamaba armas y hombres ofreciendo en contrapartida el futuro pillaje. A continuación se formaba la harka, un ejército eventual de soldados accidentales. El resto del tiempo se vivía "en república", esto es, haciendo más o menos lo que cada uno quería.

A esta aversión por la autoridad se unía el carácter belicoso. Los niños eran adiestrados en el manejo del fusil desde edades tempranas, y también se les enseñaba a cuidar y casi amar su arma. Según la religión tradicional rifeña, los demonios o yenun no pueden dañar a quien tenga consigo un trozo de metal; de ahí el apego a la fusila , como ellos la llamaban. Ruiz Albéniz, que vivió entre ellos, escribió que eran astutos, oportunistas y crueles, y que admiraban al estoico ante la crueldad, no al que se compadecía. Decía además que siempre andaban merodeando, que nunca eran francos y que se aprovechaban de quien sí lo era. Y citaba a uno: "Tú debías estar fuerte, tú debías tener armas, moro estar falso como mula, pasar mano con caricia por lomo, y cuando aparecer contento, pegarte patada". Antes de venir a Marruecos hablé por teléfono con mi abuela, que se vio obligada a transmitirme una advertencia que parece abonar esta idea: "Ten cuidado, que tu abuelo decía que los moros eran muy jodíos . Aunque para ser del todo justos, tampoco faltan, entre los propios españoles, testimonios de la fidelidad de los indígenas que lucharon junto a ellos en las filas de los Regulares o la Policía, y que a menudo arriesgaron sus vidas para retirar a las bajas españolas bajo el fuego enemigo.

Sea como fuere, los propios moros de Tetuán afirmaban que los beniurriagueles eran feroces y traidores, y que por una peseta eran capaces de degollar a uno. Cierto es que abundaban los asesinatos, a tiros y mediante envenenamiento, y hasta se decía que el varón que llegada la época de casarse no había matado a nadie no era un hombre. El urf , o costumbre rifeña, abocaba al homicidio, porque no permitía lavar las ofensas con dinero, según la costumbre musulmana. Ello no obstante, la avaricia de los rifeños resultaba al parecer considerable ("gente pobrísima y codiciosa" los llama Gonzalo de Reparaz) y apreciaban mucho el dinero español, siempre que tuviera la efigie de un rey adulto; las monedas de Alfonso Xiii niño las rechazaban, igual que las republicanas. De éstas decían que « mukera no poder estar rey». La mujer era lo último, tras el fusil, el caballo, los hijos e hijas y el ganado. En el Rif las mujeres eran las que trabajaban, porque el trabajo se consideraba indigno; un hombre sólo debía guerrear, sestear y cantar. También eran bastante perezosos en cuestiones religiosas cumpliendo con el Islam de manera muy laxa e interpretando a su manera muchos de sus preceptos. Sólo rezaban dos veces al día, por ejemplo, en lugar de las cinco prescritas. Por el contrario, duraba en ellos siempre el odio y la gratitud: así como nunca se sentían humillados al pregonar el favor recibido, su orgullo y su vanidad les impedían perdonar a quien les desairaba.

Una descripción del carácter rifeño no quedaría completa sin referirse a sus cualidades como guerreros, que en parte resultaban sorprendentes al lado de las anteriores: su austeridad, su capacidad de sufrir y su valor. Después de tantos siglos de vivir en una economía de subsistencia, podían pasar con muy escasa comida. Tenían una dieta vegetariana: higos secos, pasas, almendras, pan, leche cuajada y tajine (una especie de cocido oleoso). Su único manjar era la miel de mejorana, que Franco se hacía llevar a Madrid todas las semanas en su época de dictador. Solían ir rapados y vestían chilabas pardas que les servían de camuflaje y a la vez de despensa durante el combate. El atuendo se completaba con una camisa de lana, serual (pantalones bombachos), rezza (turbante) y alpargatas de esparto. Las heridas se las curaban poniéndose telarañas encima y tenían una gran resistencia física. En cuanto al valor en combate, se derivaba de su filosofía vital, en la que una exis tencia corta no sólo estaba asumida, sino que era preferible a una larga. Y sabían que los europeos tenían pánico a la muerte, por lo que los despreciaban y los consideraban inferiores; especialmente a los españoles, que además eran unos pobres andrajosos en comparación con los franceses o los alemanes. "No hay un solo hombre en el Rif que dude que él y sus hermanos, con sus rústicos Remingtons y 100 cartuchos por barba, pueden hacer frente a cualquier ejército que se envíe contra ellos", escribió un británico en la Gazette de Tánger. Algo tenía que ver, sin duda, la tradición musulmana de la yihad , o guerra santa. Según el Corán, el guerrero musulmán sólo puede huir si el enemigo cuenta con más del doble de hombres. Por debajo de eso, debe luchar hasta morir.

Este coraje, sumado a su única pero poderosa lealtad, la que les unía a la tierra que era suya y nadie más podía tener, daría una combinación mortal que los hermanos Abd el-Krim encauzaron hábilmente. Resulta bastante aleccionador repasar algunos de los comentarios que los rifeños inspiraron entre los europeos. "Son salvajes y sin ley, pero la mayoría unos deportistas completos y capaces de gran devoción y fidelidad" (sir John Drummond-Hay, diplomático británico)."Los admiro y los aprecio, pero disparo contra ellos en cuanto los veo" (oficial francés anónimo). "Para pacificar o conquistar el Rif, tendríamos que empezar por no dejar un rifeño" (Maura).

Maura no andaba descaminado. En la lucha los rifeños buscaban siempre la ventaja táctica, tratando de no reunirse en grandes grupos y de mantener una movilidad constante para sorprender siempre en emboscadas a sus adversarios. Pero cuando les tocaba resistir lo hacían hasta el final. Muchos legionarios franceses y españoles murieron degollados en sus puestos de centinela por rifeños desnudos que se deslizaban untados de grasa al amparo de la noche. Cuando eran esos mismos legionarios los que asaltaban las posiciones rifeñas, tenían que rematar con frecuencia a sus defensores a machetazos, porque heridos y aun moribundos no dejaban nunca de disparar.

Los españoles que tuvieron que enfrentarse a estos hombres fueron definidos de una forma demoledora por el sargento Arturo Barea: "Una masa de campesinos analfabetos al mando de oficiales irresponsables". Miguel Martín, en su crítico libro sobre el colonialismo español en Marruecos, se refiere además al descontento con que casi todos ellos acataban el alistamiento. Cuando lo acataban. En 1923, en el puerto de Málaga, un grupo de reclutas se negó a embarcar hacia Africa. Se amotinaron y terminaron matando a su sargento. Martín resume así el sentimiento de aquellos hombres: "¿Por qué tenemos que civilizarlos si no quieren ser civilizados? ¿Educarlos a ellos, nosotros? No sabemos leer ni escribir, nuestros pueblos no tienen escuelas, dormimos con la ropa puesta, comemos cebolla y mendrugo de pan, trabajamos de sol a sol, reventamos de hambre y de miseria, el amo nos roba y si nos quejamos la Guardia Civil nos muele a palos. ¿Qué vamos a enseñar a los rifeños, si somos tan miserables como ellos?". Para algunos, como José Zulueta, la comparación era incluso favorable al moro, "que por su existencia brava e independiente es de condición moral muy superior a las muchedumbres cristianas, envilecidas por el vasallaje y la servidumbre". En lo más oscuro de la guerra, un sentimiento de impotencia e inferioridad se apoderó de los españoles. Este sentimiento tuvo una culminación humorística en la frase que gritó en 1924 un soldado recién licenciado, al volver a pisar la Pe nínsula: "¡Viva el mar!". Según él era la mejor arma de España, porque sólo gracias a él los rifeños no estaban ya en Vizcaya.

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