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Mario Llosa: Pantaleón Y Las Visitadoras

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Mario Llosa Pantaleón Y Las Visitadoras

Pantaleón Y Las Visitadoras: краткое содержание, описание и аннотация

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Pantaleón Pantoja, un capitán del ejército recientemente ascendido, recibe la misión de establecer un servicio de prostitución para las fuerzas armadas del Perú en el más absoluto secreto militar. Estricto cumplidor del deber que le ha sido asignado, Pantaleón se traslada a Iquitos, en plena selva, para llevar a cabo su cometido, pero se entrega a esta misión con tal obcecación que termina por poner en peligro el engranaje que él mismo ha puesto en movimiento.

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– Si hace falta nos empeñaremos, pediremos plata prestada a los bancos-se quita el delantal, el pañuelo de la cabeza, tiene el cabello erupcionado de ruleros Chuchupe-. Todas las chicas están de acuerdo. No le pediremos cuentas, usted podrá hacer y deshacer. Quédese y ayúdenos, no sea malo.

– Con nuestlo capitalito y su coco, levantalemos un impelio, señol Pantoja-se enjuaga las manos, la

cara y los pies en el río el Chino Porfirio-. Ande, decídase.

– Está decidido y es no-examina las paredes desnudas, el espacio vacío, arrincona los últimos objetos inútiles junto a la puerta Pantaleón Pantoja-. Vamos, no pongan esas caras. Si están tan entusiastas, monten el negocio entre ustedes y ojalá les vaya bien, se lo deseo de veras. Yo vuelvo a mi trabajo de siempre.

– Tengo mucha fe y creo que la cosa saldrá bien, señor Pantoja-saca una medallita de su pecho y la

besa Chuchupe-. Le he hecho una promesa al niño mártir para que nos ayude. Pero, claro, nunca como si usted se quedara de jefazo.

– Y dicen que no dio ni un grito, ni soltó una lágrima ni sentía dolor ni nada-lleva al Arca a su hijo recién nacido, pide al apóstol que lo bautice, ve al niño lamer las gotitas de sangre que vierte el padrino Iris-. A los que clavaban les decía más fuerte, hermanos, sin miedo, hermanos, me están haciendo un bien, hermanos.

– Tenemos que sacar adelante ese proyecto, mamá -tira una piedra a la calamina del techo y ve aletear y alejarse un gallinazo Chupito-. ¿Qué nos queda, si no?

¿Volver a abrir un bulín en Nanay? Iríamos muertos, ya no se le puede hacer la competencia a Moquitos, nos sacó mucha ventaja.

– ¿Otra casa en Nanay, volver a las de antes?-toca madera, pone contra, se persigna Chuchupe-. ¿Otra vez enterrarse en una cueva, otra vez ese negocio tan aburrido, tan miserable? ¿Otra vez romperse los lomos para que nos chupen toda la sangre los soplones? Ni muerta, Chupon.

– Aquí nos hemos acostumbrado a trabajar a lo grande, como gente moderna-abraza el aire, el cielo, la ciudad, la selva Chupito-. A la luz del día, con la frente alta. Para mí, lo bacán de esto es que siempre me parecía estar haciendo una buena acción, como dar limosna, consolar a un tipo que ha tenido desgracias o curar un enfermo.

– Lo único que pedía era apúrense, claven, claven, antes de que vengan los soldados, quiero estar arriba cuando lleguen-levanta un cliente en la Plaza 28 de Julio, lo atiende en el Hotel Requena, le cobra 200 soles, lo despide Penélope-. Y a las hermanas que se revolcaban llorando, les decía pónganse contentas, más bien, allá he de seguir con ustedes, hermanitas.

– Las chicas siempre lo repiten, señor Pantoja-abre la portezuela del camión, sube y se sienta Chuchupe-Nos hace sentir útiles, orgullosas del oficio.

– Las dejó mueltas cuando les anunció que se iba-se pone la camisa, se instala en el volante, calienta el motor el Chino Porfirio-. Ojalá en el nuevo negocio podamos enchufales ese optimismo, ese espílitu. Es lo fundamental ¿no?

– ¿Y dónde anda el equipo? Desaparecieron-cierra la puerta del embarcadero, asegura la tranca, echa un vistazo final al centro logístico Pantaleón Pantoja-. Quería darles un abrazo, agradecerles su colaboración.

– Se han ido a la "Casa Mori" a comprarle un regalito-susurra, señala Iquitos, sonríe, se pone sentimental Chuchupe-. Una esclava de plata, con su nombre en letras doradas, señor Pantoja. No les diga que le he contado, hágase el que no sabe, quieren darle una sorpresa.

Se la llevarán al aeropuerto.

– Caramba, qué cosas-hace girar su llavero, asegura el portón principal, sube al camión Pantaleón Pantoja-: Van a acabar poniéndome tristón con estas ocurrencias. ¡Sinforoso, Palomino! Salgan o los dejo adentro, nos vamos. Adiós Pantilandia, hasta la vista río Itaya. Arranca, Chino.

– Y dicen que en el mismo momento que murió se apagó el cielo, eran sólo las cuatro, todo se puso tiniebla, comenzó a llover, la gente estaba ciega con los rayos y sorda con los truenos-atiende el bar del "Mao Mao", viaja en busca de clientes a campamentos madereros, se enamora de un afilador Coca-. Los animales del monte se pusieron a gruñir, a rugir, y los peces se salían del agua para despedir al Hermano Francisco que subía.

– Ya tengo hecho el equipaje, hijito-sortea bultos, paquetes, camas deshechas, hace el inventario, entrega la casa la señora Leonor-. He dejado fuera únicamente tu pijama, tus cosas de afeitar y la escobilla de dientes.

– Muy bien, mamá-lleva maletas a la oficina de Faucett, las despacha como equipaje no acompañado Panta-. ¿Pudiste hablar con Pocha?

– Costó un triunfo, pero lo conseguí-telegrafía a la pensión reserven habitaciones familia Pantoja la señora Leonor-. Se oía pésimo. Una buena noticia: viajara mañana a Lima, con Gladycita, para que la veamos.

– Iré para que Panta abrace a la bebé, pero le advierto que esta última perrada no se la perdonaré nunca a su hijito, señora Leonor-oye las radios, lee las revistas, escucha los chismes, siente que la señalan en las calles, cree ser la comidilla de Chiclayo Pochita-. Todos los periódicos siguen hablando aquí del cementerio y ¿sabe qué le dicen? ¡Cafiche! Sí, sí, CAFICHE. No me amistaré nunca con él, señora. Nunca, nunca.

– Me alegro, tengo tantas ganas de ver a la chiquita -recorre las tiendas del jirón Lima, compra juguetes, una muñeca, baberos, un vestido de organdí con una cinta celeste Panta-. Como habrá cambiado en un año ¿no, mamá?

– Dice que Gladycita está regia, gordita, sanísima. La oí jugando en el teléfono, ay mi nietecita linda-va al Arca de Moronacocha, abraza a los hermanos, compra medallas del niño mártir, estampas de Santa Ignacia, cruces del Hermano Francisco la señora Leonor-.

Pochita se alegró mucho al saber que te sacaban de Iquitos, Panta.

– ¿Ah, sí? Bueno, era lógico-entra en la florería "Loreto", escoge una orquídea, la lleva al cementerio, la cuelga en el nicho de la Brasileña Panta -. Pero no se habrá alegrado tanto como tú. Has perdido veinte años desde que te di la noticia. Sólo te falta echarte a cantar y bailar por las calles.

– En cambio tú no pareces alegrarte nada-copia recetas de comidas amazónicas, compra collares de semillas, de escamas, de colmillos, flores de plumas de ave, arcos y flechas de hilos multicolores la señora Leonor-, y eso sí que no lo entiendo, hijito. Parece que te diera pena dejar ese trabajo sucio y volver a ser un militar de verdad.

– Y en eso llegaron los soldados y los bandidos se quedaron secos al verlo muerto en la cruz-juega a la lotería, se enferma del pulmón, trabaja como sirvienta pide limosna en las iglesias Pichuza-. Los judas, los herodes, los malditos. Qué han hecho, locos, qué han hecho, locos, se mataba diciendo ese de Horcones que ahora es teniente. Los hermanos ni le oían: de rodillas, con las manos en alto, rezaban y rezaban.

– No es que me dé pena-pasa la última noche en Iquitos deambulando solo y cabizbajo por las calles desiertas Pantita-. Después de todo, son tres años de mi vida. Me dieron una misión difícil y la saqué adelante. A pesar de las dificultades, de la incomprensión, hice un buen trabajo. Construí algo que ya tenía vida, que crecía, que era útil. Ahora lo echan abajo de un manotazo y ni siquiera me dan las gracias.

– ¿No ves que te da pena? Te has acostumbrado a vivir entre bandidas y forajidos-regatea por una hamaca de shambira, decide llevarla en la mano junto con el maletín de viaje y la cartera la señora Leonor-. En lugar de estar feliz de salir de aquí, estás amargado.

– Por otra parte, no te hagas muchas ilusiones-llama al teniente Bacacorzo para despedirse, regala al ciego de la esquina la ropa vieja, contrata un taxi para que los recoja al mediodía y los lleve al aeropuerto Panta-.

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