– Allá usted, entonces-condesciende a darle velozmente la mano, le abre la puerta, se queda mirándolo alejarse el general Scavino-. Antes de salir, límpiese otra vez los mocos y séquese los ojos. Caracho, nadie me va a creer que he visto llorar a un capitán del Ejército porque clausuraban una casa de putas. Puede retirarse, Pantoja.
– Con su permiso, mi capitán -sube corriendo al puesto de mando, blande un martillo, un desentornillador, se cuadra, tiene el overol cubierto de tierra Sinforoso Caiguas-. ¿Retiro también el mapa grande, el de las flechitas?
– También, pero ése no lo rompas-abre el escritorio, extrae un fajo de papeles, hojea, rasga, echa al suelo, ordena el capitán Pantoja-. Lo devolveremos a la oficina de Cartografía. ¿Terminaste con esos cuadros y organigramas, Palomino?
– Ay, Dios mío, arrodíllense, lloren, persígnense -agita los cabellos, forma una cruz con sus brazos Sandra-. Se murió, lo mataron, no se sabe. De veras, de veras. Dicen que el Hermano Francisco está clavado en las afueras de Indiana. ¡Ayyyyy!
– Sí, mi capitán, ya los descolgué-salta desde un banquillo, alza un cajón repleto, va hasta el camión estacionado en la puerta, deposita su carga, regresa a paso ligero, patea el suelo Palomino Rioalto-. Todavía queda este pocotón de fichas, libretas, cartapacios.
¿Qué se hace con esto?
– Romperlos, también-corta la luz, desconecta el aparato de transmisiones, lo envuelve en su funda, lo confía a Chino Porfirio el capitán Pantoja-. O, mejor, llévense ese alto de basura al descampado y hagan una buena fogata. Pero rápido, vamos, vivo, vivo. ¿Qué pasa, Chuchupe? ¿Otra vez pucheros?
– No, señor Pantoja, ya le he prometido que no-tiene un pañuelo floreado en la cabeza y un delantal blanco, hace paquetitos, dobla sábanas, apila almohadas en un baúl Chuchupe-. Pero no sabe cuánto me cuesta aguantarme.
– En unos segunditos se hacen polvo tantas horas de trabajo, señor Pantoja-emerge de un caos de biombos, cajas y maletas, señala las llamas, el humo del descampado Chupito-. Cuando pienso las noches que se ha pasado haciendo esos organigramas, esos ficheros.
– Yo también siento una pena que no se imagina, señol Pantoja-se echa una silla, un atado de hamacas y un rollo de afiches a la espalda el Chino Porfirio-. Estaba encaliñado con esto como si fuela mi casa, se lo julo.
– Al mal tiempo, buena cara-desenchufa una lámpara, empaqueta unos libros, desarma un estante, carga una pizarra Pantaleón Pantoja-. La vida es así. Apurémonos, ayúdenme a sacar todo esto, a botar lo que no sirve. Tengo que entregar el depósito a Intendencia antes del mediodía. A ver, carguen ustedes el escritorio.
– No, no fueron los soldados, fueron los mismos hermanos-llora, se abraza a Iris, coge la mano de Pichuza, mira a Sandra Peludita-, los que lo estaban salvando. El se lo pidió, se lo ordenó: no dejen que me agarren de nuevo, clávenme, clávenme.
– Le voy a decil una cosa, señol Pantoja-se agacha, cuenta un, dos, ¡fuelza! y levanta el Chino Porfirio-. Pa que sepa lo contento que he estado aquí. Nunca aguante un jefe ni siquiela un mes. ¿Y cuánto llevo con usted?
Tles años. Y si pol mi fuela, toda la vida.
– Gracias, Chino, ya lo sé-coge un balde, borra a brochazos de yeso las divisas, refranes y consejos de la pared el señor Pantoja-. A ver, cuidadito con la escalera. Así, igualen los pasos. Yo también me había acostumbrado a esto, a ustedes.
– Le digo que durante mucho tiempo no voy a poner los pies por aquí, señor Pantoja, se me saltarían las lágrimas-mete irrigadores, bacinicas, toallas, batas, zapatos, calzones al baúl Chuchupe-. Qué idiotas, parece mentira que se les ocurra cerrar esto en su mejor momento. Con los planes tan bonitos que teníamos.
– El hombre propone y Dios dispone, Chuchupe, qué se le va a hacer-desengancha persianas, enrolla esteras, cuenta las cajas y bultos del camión, espanta a los curiosos que rodean la entrada del centro logístico-. A ver, Chupito, ¿te dan las fuerzas para sacar este archivo?
– La culpa ha sido de Teófilo Moley y sus compinches, si no es pol ellos nos dejaban en paz-trata de cerrar el baúl, no lo consigue, sienta encima a Chupito, asegura la armella el Chino Porfirio-. Malditos, ellos nos hundielon, ¿no, señol Pantoja?
– En parte sí-pasa una cuerda alrededor del baúl, hace nudos, ajusta Pantaleón Pantoja-. Pero tarde o temprano esto se iba a acabar. Teníamos enemigos muy poderosos dentro del propio Ejército. Veo que te quitaron las vendas, Chupito, ya mueves el brazo como si tal cosa.
– La yerba mala nunca muere-ve las venas saltadas de la frente del Chino Porfirio, el sudor del señor Pantoja Chupito-. Quién va a entender una cosa así. Enemigos por qué. Éramos la felicidad de tanta gente, los soldaditos se ponían tan contentos al vernos. Me hacían sentir un Rey Mago cuando llegaba a los cuarteles.
– El mismo escogió el árbol-junta las manos, cierra los ojos, bebe el cocimiento, se golpea el pecho Rita-, dijo éste, córtenlo y hagan la cruz de este tamaño. El mismo escogió el sitio, uno bonito, junto al río. Les dijo párenla, aquí ha de ser, aquí me lo manda el cielo.
– Los envidiosos que nunca faltan-trae y reparte coca-colas, ve a Sinforoso y Palomino alimentando la fogata con más papeles Chuchupe-. No podían tragarse lo bien que funcionaba esto, señor Pantoja, los progresos que hacíamos gracias a sus invenciones.
– Usted es un genio pa estas vainas-bebe a pico de botella, eructa, escupe el Chino Porfirio-. Todas las chicas lo dicen: encima del señol Pantoja, sólo el Hermano Francisco.
– ¿Y esos casilleros, Sinforoso?-se quita el overol y lo arroja a las llamas, se limpia con kerosene la pintura de manos y brazos el señor Pantoja-. ¿Y el biombo de la enfermería, Palomino? Rápido, súbeme todo eso al camión. Vamos, muchachos, vivo.
– ¿Por qué no acepta usted nuestra propuesta, señor Pantoja?-guarda bolsas de papel higiénico, frascos de alcohol y mercurio cromo, vendas y algodón Chupito-.
Sálgase del Ejército, que le paga tan mal sus esfuerzos, y quédese con nosotros.
– Esas bancas también, Chino-comprueba que no queda nada en la enfermería, arranca la cruz roja del botiquín el señor Pantoja-. No, Chupito, ya les he dicho que no. Sólo dejaré el Ejército cuando el Ejército me deje a mí o me muera. También el cuadrito, por favor.
– Nos vamos a hacer ricos, señor Pantoja, no desperdicie la gran oportunidad-arrastra escobas, plumeros, ganchos de ropa, baldes Chuchupe-. Quédese. Será nuestro jefe y usted ya no tendrá jefes. Le obedeceremos en todo, fijará las comisiones, los sueldos, lo que le parezca.
– A ver, este caballete entre nosotros, ¡arriba, Chino! -resopla, ve que los curiosos han vuelto, se encoge de hombros Pantaleón Pantoja-. Ya te he explicado, Chuchupe, esto lo organicé por orden superior, como negocio no me interesa. Además, yo necesito tener jefes. Si no tuviera, no sabría qué hacer, el mundo se me vendría abajo.
– Y a los que llorábamos nos consolaba su voz de santo, no lloren, hermanos, no lloren, hermanos-se limpia las lágrimas, no ve a Pechuga abrazada por Mónica y Penélope, besa el suelo Milcaras-. Lo vi todo, yo estaba ahí, tome una gota de su sangre y se me quitó el cansancio de caminar horas y horas por el monte. Nunca más probare hombre ni mujer. Ay, otra vez siento que me llama, que subo, que soy ofrenda.
– No dé la espalda a la fotuna, señol-ve que los curiosos se acercan, coge un palo, oye al señor Pantoja decir déjalos, ya no hay nada que ocultar el Chino Porfirio-. Llevando visitadolas a soldados y civiles, vamos a ganal montones.
– Compraremos deslizadores, lanchas, y apenas podamos, un avioncito, señor Pantoja-pita como una sirena, ronca como una hélice, silba " La Raspa ", marcha y saluda Chupito-. No necesita poner medio. Chuchupe y las chicas invierten sus ahorros y con eso alcanza de sobra para comenzar.
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