Miquel de Palol - Ígur Neblí

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En las postrimerнas de este siglo iba siendo necesario un libro, con lucidez y exactitud de relojero, construyera un mundo ficticio desde el que desvelar las trampas y los secretos del nuestro. Lo ha escrito Miquel Palol con Igur Nebli, hйroe caballeresco, a la vez atбvico y posmoderno, con el que el lector sentirб la claustrofobia de un mundo que pronto reconocerб como suyo, descubrirб las oscuras estrategias del Estado bajo las intrigas de La Muta, y reconocerб el hermйtico y vertiginoso Laberinto de Gorhgrу participando en una siniestra alegorнa del Poder y de sus inextricables instrumentos de manipulaciуn de la informaciуn, de presiуn del individuo, de despersonalizaciуn y de angustia.
Para quienes siempre pensaron que la literatura es un juego con la literatura, para quienes no se conforman con la lectura de la historia y quieren tomar parte de ella y para quienes gustan de los libros que jamбs se acaban con su ъltima pбgina, Igur Nebli resultara una lectura extremadamente gratificante.
La calidad indiscutible que llevу al exito a El Jardin de los Siete Crepъsculos alcanza con Igur Nebli una envidiable madurez.
`Un texto donde Palol lleva hasta sus ъltimas consecuencias el objetivo de convertir la literatura en el medio mбs oportuno para disfrazarse de dios y jugar a la construcciуn de un mundo`. Javier Aparicio, El Pais.
`La particular `locura` narrativa de Palol es saludable para todo el conjunto de la narrativa catalana`. Marc Soler, El Temps.

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A Ígur lo mismo le daba una cosa como otra; en realidad, el panorama se le antojaba muy descorazonador, y se temía una larga dilación por el interior de las estructuras hasta llegar al Centro. El procedimiento para acceder a la media luna, situada a más de mil cien metros en vertical respecto del cono de donde procedían, y a una distancia en proyección en planta de unos setecientos, y, por lo tanto, a una distancia real del orificio de más de mil trescientos metros, era digno de la mejor celebración en el Palacio Conti, e Ígur se imaginó cómo habría disfrutado Fei. Hecha la apreciación de la distancia precisa con el resonador, Ígur y Arktofilax se situaron, atados el uno al otro, en la medida correspondiente del cable que los sostenía, y ayudados por el cable auxiliar y por el propio impulso, iniciaron un vertiginoso balanceo que, a medida que descendían, los fue aproximando al orificio en forma de media luna; el interior de la sala tenía turbulencias de aire, e Ígur se imaginó a ambos estrellándose contra los abruptos salientes de las paredes contiguas; la amplitud de la oscilación aumentaba cada vez con más esfuerzo y más riesgo de imprecisiones, y cuando calcularon que saliendo en tangente de un punto determinado del arco del péndulo la trayectoria parabólica los conduciría al centro de la media luna, Ígur y Arktofilax se soltaron a la vez y aterrizaron.

La entrada de la media luna, que entre extremos medía casi veinte metros, por poco menos de tres y medio de abertura en el punto central, tenía el suelo fuertemente inclinado hacia el interior, al punto que resultaba difícil mantenerse de pie; allí, los expedicionarios recogieron sus herramientas.

– Entiendo -dijo Ígur- que hemos cruzado el Protocolo de Jasón, que es el de la Entrada, y estamos en pleno Protocolo de Teseo.

– Si no vamos errados, pasado el Cadroiani entraremos en el Protocolo siguiente. El Protocolo de Teseo -dijo como si hiciera un esfuerzo por recordar- representa el nudo del Laberinto propiamente dicho, y si tiene un Centro puede tener una resolución de llegada y una resolución de salida, lo que los antiguos llamaban Taurocarenos (o Taurometopos) y Taurosfagos. Por lo tanto, también puede ser que tengamos que resolver un enigma para entrar en el Cadroiani, y es posible que encontremos otro para abandonarlo.

– El Toro y el Dragón -dijo Ígur.

– El Dragón y el Toro, para ser precisos. En realidad, hasta ahora no hemos entrado en el Laberinto, porque los árboles son pseudolaberintos, ya que si se respeta un orden es posible encontrar la salida aunque se tenga que recorrer entero.

– Debrel decía que en esos casos el tiempo es el factor añadido que hace que no sea conveniente confiar en tal tipo de recorrido.

– Debrel era una gran sabio -dijo Arktofílax.

Se adentraron por el pasillo que se iniciaba en el extremo de la media luna, y enseguida encontraron bifurcaciones simples, después complejas, más adelante cruces, y finalmente nodos. El Magisterpraedi dijo que toda esa parte era natural, y por tanto el único problema que podían tener era el de ir a parar a un callejón sin salida (lo que ocurrió dos o tres veces), y se trataba de confiar en la suerte y que no fueran demasiado profundos; resolvía los dilemas con la brújula, escogiendo el camino que más directamente apuntaba al Cadroiani y poniendo una señal por si tenían que retroceder, tal como marca la preceptiva.

– Me cuesta creer -dijo Ígur- que el Centro no esté protegido por un enigma o por una ley.

– Debe estarlo -dijo Arktofilax con paciencia-, pero vistas las dimensiones del conjunto y las dificultades naturales, les debía parecer inútil extenderlo a toda la superficie de la gran sala, dado además que es muy improbable que la mayor parte sea nunca transitada -se detuvo-; quizá más que inútil les debía resultar imposible.

Llegó un momento en que las opciones del recorrido eran tridimensionales: salas más o menos esféricas con orificios transitables en todas direcciones, más adelante, nudos ambiguos de pasillos y plataformas intermedias, diluidos en superficies dobles, superficies continuas y escalinatas con formas caprichosas y toboganes con bifurcaciones de las que no se veían ni principio ni final. Arktofilax se guiaba por la brújula entre parajes cada vez más abruptos, entre desplomes y cascadas de aguas dudosas.

– Esto ya no es natural -dijo Ígur, que empezaba a sentirse perdido.

– Cierto, pero aquí no existe ley, y por lo tanto no nos queda más remedio que poner marcas y confiar en la suerte.

Un poco más adelante, había un lugar en el que la iluminación fallaba, y tenían que echar mano de linternas; se oían ruidos extraños, del techo colgaban excreciones inidentificables, y por el suelo bullían aguas fétidas; llegó un momento en que la brújula daba vueltas sin control. Arktofilax se la mostró a Ígur.

– ¡Un campo magnético! Ahora sí estamos perdidos.

– Al contrario, eso quiere decir que nos acercamos a la Ley -dijo el Magisterpraedi riendo-. Ahora no hay duda, el Cadroiani tiene una estructura centrípeta de acceso, y casi seguro que debe tener una centrífuga de salida. El Protocolo de Teseo llevado a sus últimas consecuencias.

Caminaron un cuarto de hora más, y pasada una botella de Klein escalonada y llena de espejos que Ígur encontró tan fascinante que Arktofilax lo tuvo que sacar de allí, encontraron una puerta escuadrada que, una vez abierta, les ofreció un pasadizo bifurcado, iluminado por un tenue resplandor cenital de cristal líquido dorado. En el ángulo de la confluencia, una inscripción:

Del Principio de todas las Estrellas
A la Serie de la Ley
Y de ahí a la Final
Inicial

– He aquí un enigma -dijo Ígur-; ahora hay que saber si el Laberinto está construido por etimólogos o por geómetras.

– ¿Lo dices por la ? -dijo Arktofilax, que parecía entusiasmado leyendo una vez y otra la inscripción-. Pronto lo descubriremos; seguramente los constructores eran tanto una cosa como la otra, y la Entrada al Cadroiani esté regida con una predominancia y la Salida por otra. Veamos, aquí lo primero que tenemos son todas las Estrellas; ¿tienes la lista de las veintiocho que Debrel obtuvo? Ígur revolvió en la bolsa y se las dio; Arktofilax las examinó detenidamente-. Veamos -dijo-, ¿qué puede ser el Principio de todas las Estrellas de dónde se pueda extraer una serie dicotómica?

– ¿Las iniciales?

– Muy bien. ¿Y la dicotomía puede consistir…?

– ¿En vocales y consonantes?

– Perfecto.

En papel aparte, Ígur anotó cuál era vocal y cuál consonante, y obtuvo una serie.

C C V C C V C C V C V C C C C V C C C C V C V C V C C C

– No hay dos vocales seguidas -dijo-, de donde se infiere que actúan como separación de grupos; las repeticiones de consonantes son: dos, dos, dos, una, cuatro, cuatro, una, una, tres. Las metarrepeticiones producen la serie tres, uno, dos, dos, uno; la línea siguiente es uno, uno, dos, uno; después va dos, uno, uno; después uno, dos; después, uno, uno; y la última línea es dos.

– No hace falta llegar tan lejos -lo interrumpió Arktofilax-; el triángulo invertido de leyes y metaleyes es difícil de traducir en términos dicotómicos; volvamos a la serie. Contando los primeros grupos va tenemos suficiente: hay nueve, y es la Serie de la Ley; pero -apartó el papel y miró la inscripción-, ésa debe conducirnos a la Serie Final, que es la Inicial.

Ígur encontró poco clara la última relación.

– ¿Inicial de qué? ¿Del Laberinto?

– No, del proceso deductivo de las Estrellas. La Serie Inicial se debe asociar con el seis, o quizás con el siete, pero antes tenemos que encontrar la relación. -Continuaba mirando la inscripción-. Ya lo tengo, gracias a ti. Me has preguntado si el enigma es obra de geómetras o de filólogos.

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