Lo que vino después apenas lo recuerda. Con excepción del brinco que dio sobre la silla cuando sintió esa mano invadir su entrepierna y apergollar al miembro sorprendido y hasta resucitado porque al tiempo que comenzó a apretarlo propinole un beso lascivo resbaloso que llegó y se fue rápido de entre sus labios, sin que él pudiese al menos rozarle una rodilla, o rodearla del cuello, o mínimo insinuarle que estaba preparado para darle respuesta. Pero nunca lo estuvo, y ella debió preverlo, porque en un nunca que no dura más de cinco segundos difícilmente cabe otra respuesta que el asombro.
.-¿Entonces qué? -sonrió otra vez Rosalba, suntuosamente cínica-. ¿Te convengo también? ¿Verdad que te conviene convenirme?
Había en esos ojos un ansia contagiosa. De sólo contemplarlos, intermitentemente porque hay desasosiegos que no dejan mirar, ni hablar, ni respirar de fijo, Pig se sentía obligado -más aún, destinado- a compartir su prisa. O era probablemente que, después de haberlos habitado, el más pequeño atisbo de destierro de esos iris ansiosos le ocasionaba una inquietud picante como el par de bloodymaries sobrecargados de pimienta que se iban terminando solamente para dar a sus ansias compartidas el sabor de un sarcasmo con tomate, sal, chile piquín, limón, salsa inglesa y de nuevo esa luz, flagrantemente roja, saltando entre los dos como un SOS. Mas ¿no es así, buscando entre la nada banderines de alerta y naufragios crepitantes, como nos resignamos a volvernos salvavidas y volar al rescate de quien no lo ha pedido con palabras pero demanda terminantemente todo el concurso de nuestros cuidados? ¿Y no es verdad, entonces, que al hacerlo y salirnos de nosotros encontramos o armamos la ficción suficiente para asumir que tan obvia cacería espiritual es resultado de la innata nobleza de nuestros sentimientos? No es de dudar que Pig haya arribado a tan sinuosas consideraciones a fuerza de buscar, sin conseguir, construirse la dureza indispensable para enfrentar esa coraza de cinismo y dolor -tenía que haber dolor, o entonces el rescate perdería propósito que subyacía a la sonrisa de Rosalba.
.-Rosalba… -titubeó, reculó, miró hacia abajo Pig, como buscando entre sus piernas aún inquietas las palabras exactas de una, dos, tres frases que, de estar bien armadas, pudieran ser capaces de arrancarle de los labios la pura conveniencia para ceder el paso a cualquier cosa parecida a un sentimiento.
.-No me llames Rosalba -lo frenó de inmediato y sus ojos saltaron del contento al espanto, cual si su puro nombre contuviera conjuros trágicos insondables.
.- ¿Cómo te llamo, entonces? ¿Mi Cielo? -jugó Pig, defensivo.
.-No me llames y ya -sonrió casi enigmática, de nuevo dueña de la situación-. No tengo nombre. Y es más, para que entiendas lo que quiero, o para que de menos sepas lo que no quiero, en la oficina no me puedes hablar, ni llamar, y si se puede tampoco mirarme, ¿ok?
(Los ojos de Rosalba resplandecían al otro lado de la mesa con algo que no sólo era simpatía, ni nada más interés, voracidad, eso es lo que brillaba, cual si aquellas palabras en cadena fuesen exactamente las piezas requeridas para la solución de un acertijo. Mejor aún: para el completo ensamblaje de un mecanismo en apariencia infalible.)
.-No -respondió Pig, entrampado en la sorpresa-, no te entiendo nada.
.-Entiéndeme dos cosas: no quiero que te corran, no quiero que me llames. Tú y yo vamos a vernos siempre afuera. Y siempre lejos. En lugares así, como este que es tan feo que seguro no vamos a encontrarnos a nadie.
.-Tienes novio en la agencia -se arrepintió de nuevo, tarde porque la vio otra vez reírse, pero ya no como antes, largamente, sino de un modo turbio, entrecortado, sardónico.
.- ¿Novio yo? No seas bestia -y Pig quiso pensar que ese bestia traslucía un dejo de ternura inconfesa-, pero si te interesa que seamos amiguitos tienes que hacerme caso. Allá ni me conoces. Ahora que si prefieres ser mi compañero de trabajo, te olvidas de una vez de lo que hemos hablado hasta ahorita y nos vemos mañana en la oficina…
.-Pero en ese caso tendrían que acabarse las citas por aquí…
En ese caso ni tú ni yo recordaríamos que una vez nos citamos aquí.
.- ¿No hay otra opción? -Claro que sí. Que te corran y nunca más volvamos a vernos -Rosalba iba muy rápido, pero Pig aún seguía sin saber hacia dónde- y entonces ya tampoco podamos convenirnos.
.-Y eso resultaría de lo más inconveniente -se hizo el gracioso Pig, pero antes de obtener una respuesta le acarició la mano y no pudo evitar preguntarse si estaba penetrando los territorios de la cursilería.
.-No te he dicho -respingó Rosalba, retiró la mano, rebuscó en su bolsa- que nada sea conveniente, ¿ajá? Dije que en una de éstas a lo mejor podíamos convenirnos, y hasta te di una pequeñísima demostración. Pero nunca pedí que me demuestres nada.
Como querer cargar a un gato callejero…, pensó Pig protegiéndose de otros pensamientos. Por eso decidió que frente a él no había más que miedo. Un inmenso pavor a si misma, se dijo mientras la miraba sacar la cajetilla de Virginia Slims, un encendedor caro y masculino -¿Dunhill, Dupont, alguna imitación aproximada?- y al final el teléfono. La escuchó, no sin una molestia que resultó doble porque por qué tenía que molestarle, responder la llamada con un Aló! en tal modo impostado y musical que quiso levantarse, como quien aprovecha la llamada para salir en busca del lavabo.
.-What do you want? -preguntó en tono brusco, descarnado, poco a poco sensual, y al hacerlo extendió una de sus manos para atraparlo allí, en la silla de la que no lo dejaría levantarse. Hablaba un inglés seco, marcado, diríase turístico. Sin contracciones, aunque con un cuidado en la gramática que a cada frase develaba la presencia de un esfuerzo consciente: el de quien piensa en un idioma para hablar en otro.
.-Voy al baño, no tardo -persistió Pig, al tiempo que hacía señas y hasta movía los labios más despacio, pero ella se prendió de su antebrazo, lo miró más ansiosa que nunca antes y cortó la llamada con las justas palabras que lo dejaron tieso en su lugar: I will be there in five minutes.
¿Adónde iba a llegar en cinco minutos? ¿Pensaba simplemente dejarlo con la cuenta y las bebidas mientras se largaba con sabría el carajo qué gringo oportunista? ¿Sería de veras gringo? ¿Y si el oportunista, a fin de cuentas, era él?
.-Me voy -sentenció la mujer sin nombre mientras apagaba el celular y se bebía los vasos de un tirón, el suyo y el de Pig, luego un adiós con beso en la mejilla, o más bien en el aire porque le entró la prisa, y un último mensaje-: Te veo aquí mañana, no se te olvide que en la agencia no existo.
Ni siquiera sonrió, sólo se fue. Pig levantó el cigarro, miró el color naranja del bilé y decidió chuparlo largamente. Luego tosió y tosió, y todavía así volvió a chupar el humo. Siguió tosiendo, se dobló, jaló aire, sintió los ojos empapados y sin poder hablar pensó, intermitente, fragmentariamente, mientras le hacía señas al mesero para que le trajera un vaso de agua, que no hay en este mundo situación más jodida que la de un hombre solo en una mesa con un cigarro de mujer a medio terminar. Peor todavía, a medio comenzar. Por eso prefería continuar ahogándose con su penoso rictus de no-fumador, antes que compartir la mesa con el cigarro solitario y todavía humeante. Prefería imaginarla riéndose a sus costillas, con mandíbulas, párpados y pupilas danzando juntos sólo para él. (Aquella risa cuyos solos brillos le hacían temer la soga, el paredón, la cruz, la guillotina, cualquier patíbulo habría sido precio pequeño con tal de continuar bebiendo de esos ojos cada vez que reían. Sin saber nada de ella, Pig creía ya entender lo único importante: Rosalba se reía con los ojos, y era ésa una morfina del todo irrenunciable.)
Читать дальше