Me compraba casetes y los lijaba. Tiraba las portadas y dejaba hojas blancas con mi letra. Llegué a tener muchísimos, pero ninguno parecía nuevo. Si acaso las portadas de Iggy Pop y Siouxsie las pegué en mis cuadernos. Me compraba pinturas, sombras, todo. Ropa muy pocas veces. Tenía que esconderla con los vestidos viejos y se arrugaba. Luego esperaba meses para poder lavarla cuando no hubiera nadie. Además todo el día andaba con el uniforme de la Secundaria Ejecutiva. Niña rica, hija de padres ricos, disfrazada de jodida por motivos estratégicos. O quién sabe: dicen que lo jodido no se quita. O sea que no depende del dinero, ¿ajá? ¿Para qué quieres un millón de dólares guardados en el clóset? ¿Cuándo has visto a una niña rica llenando cochinitos?
Mis compañeras eran un poco más grandes. Yo había perdido un año y medio, pero había doctoras en Secundaria. Nacas inadaptadas, ya sabrás. Me acuerdo que sufrían muchísimo con el inglés. Mientras, yo me pasaba las tardes copiando en mis cuadernos letras de canciones. Con decirte que al terminar primero ya era la favorita del profesor de inglés. Y las otras furiosas, porque el tipo además no estaba nada mal. Después entré a segundo y hasta él me reprobó, porque como era niña rica ya no tomaba apuntes, ni hacia las tareas. Ni siquiera me molestaba en llenar los exámenes. Creo que andaba en busca de motivos, o coartadas, cualquier cosa que me obligara a largarme de una vez, aunque se me acabara el dinero en dos semanas.
Me había comprado un walkman increíble. Tuve que rayonearlo con una navajita, y en mi casa les dije que me lo habían prestado. No sabía si me iban a creer, pero mi papá estaba tan de buenas que me dijo: La que te lo prestó es una bruta, pero más bruta vas a ser tú si se lo devuelves. Quien más me sorprendió fue mi mamá. Cuéntale que te lo robaron, me dijo. Así, con la frescura. Como aceptando: Ajá, somos ladrones. Y salió bien, porque con ese mismo método legalicé tres suéteres, dos faldas y unos pantalones. Me iba mal en la escuela, claro, y en mi casa vivía castigada, pero ser niña rica me ayudaba muchísimo a aguantarlo. Yo decía: Mi escuela está en el walkman, y cantaba en inglés el día entero. Mis papás nunca preguntaban de dónde salía el patrocinio para tantas pilas. Como que se tranquilizaban nada más con decir: Está castigada. Si había fiestas, campamentos, lo que fuera, yo estaba castigada y en mi cuarto. ¿Tú sabes cuánta libertad había en mi cuarto? No, no lo sabes. Nadie nunca lo supo. Y si tú lo supieras empezarías a odiarme. Una no aprende a ser puta en los bares, ni en las fiestas, ni en la calle. La putería se aprende en soledad. Yo, por ejemplo, emputecí de noche, con el walkman puesto y una sábana encima. ¿Entiendes lo que dije? Dormía desnuda. Y a veces en los sueños también estaba así, encueradita. No sabía dar besos ni de cariño, pero ya había aprendido a acariciarme.
¿Te dije que no sé ni cómo se llamaba el hijo del jardinero? Creo que si, pero igual está bien recordarlo. Mínimo por allí no tendrás celos, ¿ajá? Es que es horrible cada vez que te hablo porque tengo que estar pensando qué decir, y cómo. Y luego no me aguanto. Me entra la tentación de echarme un round ¿Tú nunca disfrutaste mis berrinches? Porque yo a veces con los tuyos me divertía muchísimo. Sin que te enojes, pues. Te digo que me divertía, pero igual era más que eso. A veces divertirte es llorar con toda tu alma. Tú me decías cosas de lo más hirientes, pero camufladitas para que ni siquiera pudiera contestarte. Por eso un día te dije que tenías cuchillos en la lengua. ¿Cómo se llaman esas armas antiguas que según esto podías enterrarlas sin sacar sangre? Tú eres de los que matan y se asustan de ver al muerto. Porque no hay sangre, ¿ajá? ¿Por qué somos así, carajo? Iba a decirte que te había aprendido mucho con… Verduguillos, así se llaman los cuchillos que tienes, o en fin, tenemos en la lengua. Pero yo cuando menos no finjo algún candor. En cambio tú me vas poniendo trampas, te escondes, te acomodas, preparas, apuntas, toma.
Nunca te lo dije, pero me gustaba. Me gusta que hagas eso. Nadie se toma el trabajo de armar esas ofensivas asesinas sin un perol de pasiones quemándosele dentro. ¿Me equivoco? Tal vez. Pero no me equivocaba cuando sentía a mi ego crecer con cada una de tus cuchilladas. Y para que veas que soy pareja, he de reconocer que mis represalias también eran terribles. Porque a mi ya ves que no me asusta nada ver la sangre. Total, tú elegiste el arma. ¿Sabes que te ves guapo desangrándote? Hirviendo del berrinche, aventando las cosas al piso, rompiendo vasos, cortándote los dedos. Y yo callada, ¿ajá? ¿Tú qué pensabas? ¿Ésta ya se asustó? Hubieras visto un día a Nefastófeles haciéndose el chistoso con su navaja, dándome piquetitos entre las piernas, echándome su aliento a rata muerta. Eso era miedo, y asco, y puta madre; lo tuyo era lindo. Te dije que me divertía porque en ese momento me dieron ganas de joderte. No quería decirte así tan fácil que la verdad era que yo necesitaba muchísimo de tus entripados, aunque me castigaras diciendo cosas espantosas. Toda mi vida he odiado a los que tienen razón. En todas las películas yo les iba a los malos. No sé, los buenos me parecían de lo más vulgares. Hipócritas, pendejos, persignados. Y Nefastófeles era tan verdaderamente mierda que yo pasaba a ser la víctima, la buena. La que tenía razón, qué horror. En cambio ya contigo me quedaba el consuelo de ser una piruja aborrecible. ¿Nunca pensaste en mi con ese insulto, piruja aborrecible?
Supongo que prefieres que te cuente del dinero. Yo veía en los periódicos que había tipos a los que metían diez años a la cárcel por robarse no sé, cinco mil dólares, y en el clóset de mis papás había mucho más. Decía: Soy lo peor. Y eso que no me había propuesto así que digas dejarlos en la calle. Por más que lo he pensado, y que lo sé, y que lo viví, no puedo creer que yo a los quince años me robé ese dinero de su clóset, ni que después estuvo tantas semanas escondido en el mío. Menos creí que mi mamá iba a ir a parar al hospital. Según ella le dio un infarto, pero tuvo que ser algo más leve porque salió perfecta al día siguiente. Perfecta drogadísima, pero igual caminando y hasta haciéndole bromas a mi papá. ¿Me vas a seguir queriendo pobre?, le decía. Todo siempre en inglés, como si hablara enfrente de la sirvienta.
El niño ya me había ayudado a hacer dos robos, el segundo chiquito: le bailamos la bolsa a mi mamá y la muy miserable traía dos mil pesos. Te digo que en un año ya no tenía un clavo del primer atraco, y la Operación Clóset se había ido retrasando. Me daba como miedo, había que hacer cosas de ladrones de verdad. Ni modo de robarme la caja fuerte, con lo que debía de pesar. Imagínate si el hijo del jardinero y yo íbamos a poder solitos. Además que me daba no sé qué volver a encuerármele, porque el maldito escuincle ya se había acostumbrado a espiarme. Luego hasta me seguía cuando iba a la tiendita. Y dónde que ya tenía como trece años y, ¿cómo te lo explico?, él no tenía las broncas de mi papá. No sabes lo que me cagaba verlo en el jardín con la mano en el bulto, mirando para arriba. Vivía como prisionera en mi recámara, eran las vacaciones y yo que no salía ni al jardín.
No sé si ya checaste dónde estaba mi miedo. Todo lo que te dije es cierto, pero como que había algo más cierto. Piensa que yo tenía casi quince años. Ok, ya iban dos veces que el niño me veía desnuda, pero con menos busto. No me hacía a la idea, ¿ajá? Nunca es lo mismo que se te hagan dos bultitos muy tiernos en el pecho a que en cosa de meses seas la envidia de tu mamá.
Me sentía rara. Pensaba: Las tengo como de caricatura. Ni siquiera sabía la cara que iba a poner el escuincle cuando me las viera. Él, que las había visto casi casi nacer. Pensaba: Una de dos, se va a morir de risa o va a querer sobármelas, y no sabía cuál de las dos cosas me daba más terror. Qué bruta. El escuincle se escapaba en las tardes de su casa nomás para esperar a verme caminar dos cuadras, ¿tú crees que no se había dado cuenta? Por eso un día pensé: Si no tengo el valor para encuerármele al hijo del Jardinero, menos voy a tenerlo para ser otra vez niña rica. Porque te digo, ya era pobre. No me había comprado ni un cassette como en un mes.
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