Ana Matute - La torre vigía

Здесь есть возможность читать онлайн «Ana Matute - La torre vigía» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La torre vigía: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La torre vigía»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La torre vigía es la primera novela de la trilogía medieval de Ana María Matute. Ambientada en una Edad Media mítica, mágica y sensual, la novela es un peculiar libro de caballerías que narra, en primera persona y con una sensibilidad moderna, los años de formación y aprendizaje de un joven caballero, a lo largo de una trama repleta de heroísmo, superstición y barbarie.
La torre vigía relata el descubrimiento del mundo y sus conflictos, la memoria, la añoranza y la dificultad para establecer relaciones en la infancia y la adolescencia del protagonista que habrá de ser armado caballero en un marco donde todo se rige por instintos primitivos y febriles, en el que el amor, el odio, la violencia, la soledad, la crueldad o la nostalgia se alternan en una espléndida narración que ofrece un mundo inquietante y misterioso y, al mismo tiempo, salvaje y pasional.

La torre vigía — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La torre vigía», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Al fin lo vi, erguido sobre la nieve, muy alto y casi negro entre sus pieles. Corrí hacia él, y cometí la más grave osadía de mi vida pues, como en sueños, me oí decir:

– ¡Déjame combatir a tu lado, señor…!

No tenía conciencia de cómo ni por qué me hallaba ante él, con la espada y el escudo tan fuertemente asidos, temblando de ira, una ira que no lograba encauzar, ni tan sólo reconocer. Sabía que mi actitud podía acarrearme la expulsión del castillo, o aún algo peor. Pues mi mente no se mostraba confusa, en ese sentido. Sin embargo, allí permanecía, firme y aun agresivo, mirando el rostro de quien jamás había vuelto hacia mí sus ojos. La barba castaña y corta, las mandíbulas agudas de mi señor parecían talladas en algún mineral muy antiguo y súbitamente reconocido por mí. Entre sus párpados erraba la opaca sombra que tantas veces me inquietara: allí donde, en lugar de mirada, parecía abrirse una sima sin fondo.

– Vete -respondió, sin ira ni paciencia. Su voz formaba parte de aquel remoto y reconocido mineral de que estaba hecho.

Pero insistí, presa de una fría exasperación:

– ¡Déjame combatir a tu lado!

No sé cuánto tiempo estuve así, aguardando que ocurriera algo. Sólo recuerdo una distancia inmensa, cubierta por la nieve, en cuyo confín se alzaba la estatua viva del Barón Mohl.

Al fin le oí:

– Los escuderos que no han sido armados caballeros, no pueden combatir. No obstante, monta tu caballo y sígueme: nadie sino tú portará mis armas y mi escudo.

Sólo cuando salté sobre Krim-Caballo y avancé a su lado, hacia la muralla, advertí la gran temeridad que acababa de realizar, y sentí sobre mí el odio de innumerables ojos: los escuderos habituales de Mohl, me harían pagar cara tal acción. Sentía cómo el odio extendía su sombra sobre la nieve, lenta y mansamente, tal y como invade la luz del día el firmamento nocturno y borra de él toda estrella. Así, cubrió y arrebató cuanto alcanzaban mis ojos. Mezclóse en mi ánimo una tersa e inmensa soledad y una distancia sin posible fin crecía en torno al Barón y mi persona. Hasta que tan gran asombro y lucidez fue hollado (en verdad pisoteado) por el galope de los caballos que montaban mis hermanos.

El mayor se acercó a mi señor, con las primeras noticias:

– El Conde Lazsko envía dos emisarios, en son de paz. Él aguarda con gente armada en la pradera, mas no tiene ánimo de lucha. Sólo reclama, y repite sin cesar, un nombre.

Clavó luego sus ojos en mí, con tal aborrecimiento, que sentí mi cuerpo y espíritu desplomarse de un golpe.

De nuevo un terror nacido de mis propios huesos (o así me lo parecía) me obligó a apretar las mandíbulas hasta el dolor, para no sentir el convulso entrechocar de mis dientes. Y hundí las rodillas en los flancos de mi montura. Con gran esfuerzo, mantuve aún el cuerpo erguido, pero como si éste no fuera mío. Y así pude contemplarme caído en una zanja, derrotado por una oscura voluntad más alta y más feroz.

Aquel día comenzó mi verdadera historia. Muchas veces, después, intenté reconstruir el frío de la mañana, la luz de la nieve, la silueta de las almenas en el silencio de un espacio blanco, sin viento ni confines. Pero nada más consigo retener en mi memoria.

No hubo combate alguno. Tal como dijo mi hermano, el Conde Lazsko reclamaba -en verdad mendigaba- únicamente un nombre. Un nombre que nadie conocía (o nadie quería reconocer). Desde la pradera, lanzaba Lazsko su grito, tan terco como inútil: jinete espectral, cargaba su furia desolada contra las murallas del castillo de Mohl; y el eco lo devolvía, convertido en huella, misterioso guerrero a cuyo desafío nadie respondía.

Aun mucho tiempo después de que Mohl, a través de mis hermanos, le diese su palabra de que nadie en sus tierras conocía a aquél a quien con tanto ahínco suplicaba, Lazsko permaneció allí clavado en la ventisca que, a poco, sacudió el cielo y la tierra. Patético y temible a la vez, Lazsko aguardaba la sombra de unas pisadas, de una voz acaso, en el huracanado invierno de la planicie.

Así perdió la única ocasión que, hasta el momento, se le ofreciera de realizar su viejo y acariciado sueño: combatir en duelo, cuerpo a cuerpo, con su aborrecido y admirado Mohl. Pero este sueño, parecía ser ya de todo punto indiferente, o ajeno, a él. Y aún se oyó largo rato, sobre el río helado por donde desfilaban los soldados, de regreso a las dunas, su voz desgarrada, que mezclaba al viento un nombre, tan hambriento y pavoroso como el aullido mismo de los lobos.

No recuerdo más porque, a poco, me caí del caballo. Y me sumí en una especie de fiebre, rodeada de tinieblas, donde sólo se oía el inconfundible galope de tres jinetes, que muy bien conocía: acercándose y alejándose, sin cesar, en mi delirio.

Al fin, con un júbilo bestial (al que gozosamente respondí), entró en mi noche la ogresa y me arrastró, una vez más, al sangriento -aunque ya muy deseado- torrente de sus dominios.

VI. Los dioses perdidos

Desperté confortado por un gran fuego, en una cámara limpia y abrigada. Los muros aparecían cubiertos de pieles y tapices. Y junto a ellos, distinguí muchos cofres de madera tallada y bellos herrajes. En lugar de las estrechas ranuras acostumbradas, sus ventanas eran tan amplias como jamás viera, cubiertas con vidrios de color verde claro. Estaba tendido en algo blando y muelle, volví la cabeza y con un sobresalto descubrí ciertas pieles negras, veteadas de plata azulada, que me eran harto conocidas. Cerré los ojos y deseé retroceder a un mundo inexistente, donde me alejara en la nada y me sumiera, al fin, en ella. No tenía valor para mirar a mi señor, ni para mantenerme en su presencia. Y comprendí que aquélla era la otra mitad de la cámara a donde solía arrebatarme la ogresa. Por lo tanto, era en la propia cámara del Barón donde me hallaba, por lo que no salía de mi estupor.

Cuando tuve valor para abrir los párpados, descubrí a un extremo de la habitación un lecho muy amplio, cubierto por dosel y cortinas, con bordados de pájaros azules y verdes, muy bellos. Entonces oí una risa apagada, casi un murmullo, e incorporándome alcancé a distinguir, sentados en el suelo, dos muchachos muy jóvenes y una niña casi tan rubia como yo. Jamás había contemplado, ni fuera del castillo, ni en el castillo, ni en parte alguna, seres tan hermosos ni tan extraña aunque lujosamente adornados: con cintas y flores por todas partes de su cuerpo. En rigor, estaban desnudos de otra cosa, lo que explicaba el enorme fuego que allí ardía. Empecé a creerme víctima de una alucinación, o embrujo: tal como había oído relatar, durante las veladas, a algún insensato -así lo juzgué, torpemente- a quien no diera excesivo crédito.

Uno de los muchachos se acercó, e inclinó su rostro hacia el mío. Vi que tenía la piel muy blanca, casi luminosa de puro blanca, junto a la intensa negrura de sus rizos. En cambio, tenía ojos tan azules como los míos.

– ¿Quién eres? -farfullé molesto, apartándole con bastante brusquedad.

Casi se tambaleó bajo el empellón, y poco faltó para que cayera sobre mí, de forma que el balanceo de sus rizos rozó mi frente. En lugar de responderme, volvieron a reír los tres tan suave y apagadamente como antes. Luego, con gran gentileza, el muchacho acercó una copa y diome de beber una bebida fresca, que me apercibió de cuanta sed acumulaban mi paladar y garganta.

Mientras yo bebía ansiosamente, en el mismo tono, bajo y ligero, murmuró que no debía incorporarme, ni moverme: pues así lo había ordenado el físico. Obedecí con laxitud y de nuevo recliné la cabeza. Entonces, un grande y apacible descanso me ganó enteramente. Un descanso y una paz que, en verdad, hacía mucho tiempo no había experimentado. (O que, acaso, no había conocido nunca).

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La torre vigía»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La torre vigía» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alessandra Torre - End of the Innocence
Alessandra Torre
Richard Woodman - El vigía de la flota
Richard Woodman
John Lescroart - The Vig
John Lescroart
Ana Matute - Primera memoria
Ana Matute
Ana Matute - Aranmanoth
Ana Matute
María López Ribelles - Torre blanca, rey negro
María López Ribelles
Ana María Martínez Sagi - La voz sola
Ana María Martínez Sagi
José Laguna Matute - Cuidadanía
José Laguna Matute
Jesica Nalleli de la Torre Herrera - Experiencias de vinculación universitaria
Jesica Nalleli de la Torre Herrera
Guido Pagliarino - El Vigésimo Octavo Libro
Guido Pagliarino
Отзывы о книге «La torre vigía»

Обсуждение, отзывы о книге «La torre vigía» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x