Carlos Zafón - El Palacio de la Medianoche

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El Palacio de la Medianoche. Ambientada en la Calcuta de los años treinta, El Palacio de la Medianoche comienza una noche oscura en la que un teniente inglés lucha por salvar las vidas de dos niños de una amenaza impensable. A pesar de las insoportables lluvias del monzón y el terror que lo asedia en cada esquina, el joven británico logra ponerlos a salvo, pero no sin perder su propia vida… Años más tarde, cuando los dos niños, Ben y Sheere, están en víspera de celebrar su decimosexto cumpleaños, la amenaza reaparece en sus vidas y esta vez no los dejará escapar tan fácilmente. Con la ayuda de sus valientes amigos, los dos hermanos deberán desafiar el terror que los acecha en las sombras de la noche y enfrentarse al enigma más aterrador de la historia de la ciudad de los palacios.

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El rostro de Jawahal se enmascaró en un velo de llamas y su silueta encendida se volvió y atravesó la puerta del vagón, lo que dejó una brecha abierta en el metal que goteaba acero candente.

Ben escuchó el crujido de apertura de los cerrojos que mantenían presos a Ian, Michael y Roshan. Ian corrió hasta ellos y, asiendo el brazo de Sheere, llevó la herida a sus labios. Succionó con fuerza y escupió la sangre impregnada de veneno que le quemaba la lengua. Michael y Roshan se arrodillaron frente a Sheere y dirigieron una mirada desesperada a Ben, que se maldecía a sí mismo por haber dejado transcurrir aquellos segundos preciosos sin comprender que él debería haber hecho lo que su amigo se había apresurado a realizar.

Ben alzó la vista y observó el rastro de llamas que Jawahal dejaba a su paso fundiendo el metal al igual que la punta de un cigarro atravesaría unas láminas de papel. El tren sufrió una fuerte sacudida y, lentamente, empezó a desplazarse a través del túnel. El fragor de la locomotora inundó las galerías subterráneas del laberinto de Jheeter's Gate con su estruendo. Ben se volvió a sus compañeros y dirigió una intensa mirada a Ian.

– Cuida de ella -ordenó.

– No, Ben -suplicó lan leyendo los pensamientos que anegaban su mente-. No vayas.

Ben abrazó a su hermana y la besó en la frente.

– ¿Volverás a decirme adiós, Ben? – preguntó la muchacha con voz temblorosa.

Ben sintió que las lágrimas inundaban sus ojos.

– Te quiero, Ben -murmuró Sheere.

– Te quiero -replicó Ben, comprendiendo que nunca había dirigido esas palabras a nadie.

El tren aceleró con rabia, arrastrándolos por el túnel. Ben corrió hacia la puerta del vagón y sorteó la herida fresca en la plancha de metal en pos de Jawahal.

Al atravesar el siguiente vagón advirtió que Michael y Roshan corrían tras él. Rápi-damente, se detuvo en la plataforma que separaba los vagones para arrancar la llave que unía los dos últimos coches, y la lanzó al vacío. Los dedos de Roshan rozaron sus manos durante una décima de segundo, pero cuando Ben alzó la vista de nuevo, las miradas desesperadas de sus amigos se quedaban atrás, mientras el tren los arrastraba a él y a Jawahal a toda velocidad hacia el corazón de las tinieblas de Jheeter's Gate. Ahora sólo quedaban ellos dos.

A cada paso que Ben daba en dirección a la locomotora, el tren adquiría mayor velocidad en su carrera infernal a través de los túneles. La vibración que sacudía el metal le hacía tambalearse en su camino entre los escombros tras el rastro luminoso de las huellas hundidas en el metal que Jawahal había dejado. Ben consiguió llegar hasta una nueva plataforma y se asió con fuerza a la barra que servía de agarradero mientras el tren enfilaba una curva afilada en forma de media luna y se sumergía en una pendiente que parecía conducir a las entrañas de la Tierra. Luego, en una nueva sacudida, el tren aceleró aún más y la bola de fuego desapareció en la oscuridad. Ben se incorporó y corrió de nuevo tras el rastro de Jawahal mientras las ruedas del tren arrancaban a los raíles estelas de metal encendido, del mismo modo que las cuchillas sobre el hielo.

Escuchó un estallido bajo sus pies y pronto advirtió que espesas lenguas de fuego envolvían todo el esqueleto del tren y hacían saltar en pedazos los restos de madera carbonizada que todavía permanecían adheridos a la estructura. Las llamas también hicieron estallar los dientes de cristal que rodeaban los huecos de las ventanillas como colmillos emergiendo de las fauces de una bestia mecánica. Ben tuvo que lanzarse al suelo para evitar la tormenta de astillas de vidrio que se estrellaron contra las paredes del túnel, igual que salpicaduras de sangre tras un disparo a bocajarro.

Cuando consiguió levantarse, pudo distinguir a lo lejos la silueta de Jawahal que avanzaba entre las llamas y comprendió que estaba muy próximo a la máquina. Jawahal se volvió y Ben apreció su sonrisa criminal incluso entre los estallidos de gas que forma-ban anillos de fuego azul y atravesaban el tren trazando un tornado de pólvora enloque-cida.

– Ven por mí -escuchó en su mente. El rostro de Sheere se encendió en su memoria y Ben emprendió lentamente el trayecto hacia el último vagón que le restaba por recorrer. Cuando cruzó la plataforma externa, notó una bocanada de aire fresco; el tren debía de estar a punto de dejar atrás los túneles y se dirigían a toda velocidad hacia la estación central de Jheeter's Gate.

Ian no cesó de hablar a Sheere durante todo el trayecto de vuelta. Sabía que si se abandonaba al sueño letal que la acosaba, apenas viviría para ver de nuevo la luz que existía más allá de aquellos túneles. Michael y Roshan le ayudaban a sostenerla, pero ninguno de los dos conseguía arrancarle una sílaba. Ian, enterrando en lo más profundo de su alma el sentimiento que le carcomía por dentro, explicaba anécdotas absurdas y toda suerte de ocurrencias, dispuesto si era preciso a desenterrar hasta la última palabra que quedase en su mente para mantenerla despierta. Sheere le escuchaba y asentía vaga-mente, entreabriendo sus ojos idos y adormecidos. Ian sostenía la mano de Sheere entre las suyas, sintiendo cómo su pulso se apagaba lenta pero inexorablemente.

– ¿Dónde está Ben? -preguntó. Michael miró a Ian y éste sonrió abiertamente.

– Ben está a salvo, Sheere -contestó con serenidad-. Ha ido a buscar un médico, lo cual, dadas las circunstancias, me parece una grosería. Se supone que yo soy el médico. O lo seré algún día. ¿Qué clase de amigo es ése? Menudos ánimos me da. A la primera de cambio, desaparece en busca de un doctor. Menos mal que médicos como yo hay pocos. Se nace con ello, eso es todo. Por eso sé, por instinto, que te vas a poner bien. Con una condición: no te duermas. ¿No te habrás dormido, verdad? ¡Ahora no te puedes dormir! Tu abuela nos espera a doscientos metros de aquí y yo soy incapaz de explicarle lo que ha pasado. Si lo intento, me lanzará al Hooghly y tengo que coger un barco dentro de unas horas. Así que manténte despierta y ayúdame con tu abuela. ¿De acuerdo? Di algo.

Sheere empezó a jadear pesadamente. El color se desvaneció del rostro de Ian y el muchacho la agitó. Los ojos de Sheere se abrieron de nuevo.

– ¿Dónde está Jawahal? -preguntó.

– Ha muerto -mintió Ian.

– ¿Cómo murió? -consiguió articular Sheere. Ian dudó un segundo. -Cayó bajo las ruedas del tren. No se pudo hacer nada.

Sheere pareció sonreír.

– No sabes mentir, Ian -susurró, luchando por pronunciar cada palabra.

Ian sintió que no podría continuar mucho más tiempo representando su papel.

– El mentiroso del grupo es Ben -dijo-. Yo siempre digo la verdad. Jawahal ha muerto.

Sheere cerró los ojos e Ian indicó a Michael y Roshan que se apresurasen. Medio minuto después, la luz al final del túnel iluminó sus rostros y la silueta del reloj de la estación se recortó a lo lejos. Cuando llegaron hasta allí, Siraj, Isobel y Seth los esperaban. Las primeras luces del alba asomaban en una línea escarlata en el horizonte, más allá de las grandes arcadas de metal de Jheeter's Gate.

Ben se detuvo frente a la entrada del último vagón y posó sus manos sobre la llave giratoria que aseguraba su cierre. La anilla estaba ardiendo. La hizo girar lentamente, sintiendo el metal que mordía cruelmente su piel. Una nube de vapor emergió del interior. Ben empujó la puerta de un puntapié. La silueta de Jawahal, inmóvil entre una densa masa de vapor de las calderas, le contemplaba silenciosamente. Ben observó la diabólica maquinaria que atronaba junto a él e identificó el símbolo de un ave ascendiendo entre las llamas que estaba grabado sobre el metal. La mano de Jawahal estaba apoyada sobre la lámina palpitante de la caldera y parecía absorber la fuerza que ardía en su interior. Ben examinó el complejo entramado de tuberías, válvulas y tanques de gas que se estremecía junto a ellos.

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