Mario Llosa - Conversación En La Catedral

Здесь есть возможность читать онлайн «Mario Llosa - Conversación En La Catedral» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Conversación En La Catedral: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Conversación En La Catedral»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Zavalita y el zambo Ambrosio conversan en La Catedral. Estamos en Perú, durante el ochenio dictatorial del general Manuel A. Odría. Unas cuantas cervezas y un río de palabras en libertad para responder a la palabra amordazada por la dictadura.Los personajes, las historias que éstos cuentan, los fragmentos que van encajando, conforman la descripción minuciosa de un envilecimiento colectivo, el repaso de todos los caminos que hacen desembocar a un pueblo entero en la frustración.

Conversación En La Catedral — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Conversación En La Catedral», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Belaúnde para todo el mundo -se rió Popeye, mostrando una insignia en el ojal de su saco-. ¿No sabías? Hasta estoy en el Comité Departamental de Acción Popular. Ni que no leyeras los periódicos.

– No leo nunca las noticias políticas -dijo Santiago-. No sabía nada.

– Belaúnde fue mi profesor en la Facultad -dijo Popeye-. En las próximas elecciones barreremos. Es un tipo formidable, hermano.

– ¿Y qué dice tu padre? -sonrió Santiago-. ¿él sigue siendo senador odriísta, no?

– Somos una familia democrática -se rió Popeye-. A veces discutimos con el viejo, pero como amigos. ¿Tú no simpatizas con Belaúnde? Ya has visto que nos acusan de izquierdistas, aunque sea por eso deberías estar con el arquitecto. ¿O sigues siendo comunista?

– Ya no -dijo Santiago-. No soy nada ni quiero saber nada de política. Me aburre.

– Mal hecho, flaco -lo riñó Popeye, cordialmente-. Si todos pensaran así, este país no cambiaría nunca.

Esa noche, en la quinta de los duendes, mientras Santiago le contaba, Ana había escuchado muy atentamente, los ojos chispeando de curiosidad: por supuesto que no irían al matrimonio, Anita. Ella por supuesto que no. pero él debería ir, amor, era tu hermana.

Además dirían Ana no lo dejó ir, la odiarían más, tenía que ir. A la mañana siguiente, cuando Santiago estaba aún en cama se presentó la Teté en la quinta de los duendes: la cabeza con ruleros que asomaban bajo el pañuelo de seda blanca espigada y en pantalones y contenta. Parecía que te hubiera estado viendo cada día, Zavalita: se moría de risa viéndote encender la hornilla para calentar el desayuno, examinaba con lupa los dos cuartitos, hurgaba los libros, hasta jaló la cadena del excusado para ver cómo funcionaba. Todo le gustaba: la quinta parecía de muñecas, las casas coloraditas tan igualitas, todo tan chiquito, tan bonito.

– Deja de revolver las cosas que tu cuñada se va a enojar conmigo -dijo Santiago-. Siéntate y conversa un poco.

La Teté se sentó en el pequeño estante de libros, pero siguió observando el contorno con voracidad. ¿Si estaba enamorada de Popeye? Claro, idiota, ¿se te ocurría que si no se casaría con él? Vivirían con los papás de Popeye un tiempito, hasta que terminaran el edificio en el que los papás del pecoso les habían regalado un departamento. ¿La luna de miel? Irían primero a México y después a Estados Unidos.

– Espero que me mandes postales -dijo Santiago-. Me paso la vida soñando con viajar y hasta ahora sólo he llegado a Ica.

– Ni siquiera la llamaste a la mamá en su cumpleaños, la hiciste llorar a mares -dijo la Teté-. Pero supongo que el domingo vas a venir a la casa con Ana.

– Conténtate con que sea tu testigo -dijo Santiago-. No vamos a ir ni a la iglesia ni a la casa.

– Déjate de idioteces, supersabio -dijo la Teté, riéndose-. Yo la voy a convencer a Ana y te voy a fregar, jajá. Y voy a hacer que Ana vaya a mis showers y todo, vas a ver.

Y efectivamente la Teté volvió esa tarde y Santiago las dejó a ella y Ana, al irse a "La Crónica", charlando como dos amigas de toda la vida. En la noche Ana lo recibió muy risueña: habían estado juntas toda la tarde, la Teté era simpatiquísima, hasta la había convencido. ¿No era mejor que se amistaran de una vez con tu familia, amor?

– No -dijo Santiago-. Es mejor que no. No hablemos más de eso.

Pero todo el resto de la semana habían discutido mañana y noche sobre el mismo asunto, ¿ya te animaste, amor, iban a ir?, Ana le había prometido a la Teté que irían, amor, y el sábado en la noche se habían acostado peleados. El domingo, tempranito, Santiago fue a telefonear a la botica de Porta y San Martín.

– ¿Qué esperan? -dijo la Teté-. Ana quedó en venir a las ocho para ayudarme. ¿Quieres que el Chispas los vaya a recoger?

– No vamos a ir -dijo Santiago-. Te llamo para darte el abrazo y recordarte lo de las postales, Teté.

– ¿Crees que te voy a estar rogando, idiota? -dijo la Teté-. Lo que pasa es que eres un acomplejado. Déjate de tonterías y ven ahorita o no te hablo más supersabio.

– Si te enojas te vas a poner fea y tienes que estar bonita para las fotos -dijo Santiago-. Mil besos y vengan a vernos a la vuelta del viaje, Teté.

– No te hagas la niña bonita que se resiente de todo -alcanzó a decir todavía la Teté-. Ven, tráela a Ana. Te han hecho chupe de camarones, idiota.

Antes de regresar a la quinta de los duendes, fue a una florería de Larco y mandó un ramo de rosas a la Teté. Miles de felicidades para los dos de sus hermanos Ana y Santiago, piensa. Ana estaba resentida y no le dirigió la palabra hasta la noche.

– ¿NO ES por interés? -dijo Queta-. ¿Por qué, entonces? ¿Por miedo?

– A ratos -dijo Ambrosio-. A ratos más bien por pena. Por agradecimiento, por respeto. Hasta amistad guardando las distancias. Ya sé que no me cree, pero es cierto. Palabra.

– ¿No sientes nunca vergüenza? -dijo Queta-. De la gente, de tus amigos. ¿O a ellos les cuentas como a mí?

Lo vio sonreír con cierta amargura en la semioscuridad; la ventana de la calle estaba abierta pero no había brisa y en la atmósfera inmóvil y cargada de vaho de la habitación el cuerpo desnudo de él comenzaba a sudar. Queta se apartó unos milímetros para que no la rozara.

– Amigos como los que tuve en mi pueblo, aquí ni uno -dijo Ambrosio-. Sólo conocidos, como ése que está ahora de chofer de don Cayo, o Hipólito, el otro que lo cuida. No saben. Y aunque supieran no me daría. No les parecería mal ¿ve? Le conté lo que le pasaba a Hipólito con los presos ¿no se acuerda? ¿Por qué me iba a dar vergüenza con ellos?

– ¿Y nunca tienes vergüenza de mí? -dijo Queta.

– De usted no -dijo Ambrosio-. Usted no va a ir a regar estas cosas por ahí.

– Y por qué no -dijo Queta-. No me pagas para que te guarde los secretos.

– Porque usted no quiere que sepan que yo vengo aquí -dijo Ambrosio-. Por eso no las va a regar por ahí.

– ¿Y si yo le contara a la loca lo que me cuentas? -dijo Queta-. ¿Qué harías si se lo contara a todo el mundo?

Él se rió bajito y cortésmente en la semioscuridad.

Estaba de espaldas, fumando, y Queta veía cómo se mezclaban en el aire quieto las nubecillas de humo. No se oía ninguna voz no pasaba ningún auto, a ratos el tic-tac del reloj del velador se hacía presente y luego se perdía y reaparecía un momento después.

– No volvería nunca más -dijo Ambrosio-. Y usted se perdería un buen cliente.

– Ya casi me lo he perdido -se rió Queta-. Antes venías cada mes, cada dos. ¿Y ahora hace cuánto? ¿Cinco meses? Más. ¿Qué ha pasado? ¿Es por Bola de Oro?

– Estar un rato con usted es para mí dos semanas de trabajo -explicó Ambrosio-. No puedo darme esos gustos siempre. Y además a usted no se la ve mucho tampoco. Vine tres veces este mes y ninguna la encontré.

– ¿Qué te haría si supiera que vienes acá? -dijo Queta-. Bola de Oro.

– No es lo que usted cree -dijo Ambrosio muy rápido, con voz grave-. No es un desgraciado, no es un déspota. Es un verdadero señor, ya le he dicho.

– ¿Qué te haría? -insistió Queta-. Si un día me lo encuentro en San Miguel y le digo Ambrosio se gasta tu plata conmigo.

– Usted sólo le conoce una cara, por eso está tan equivocada con él -dijo Ambrosio-. Tiene otra. No es un déspota. Es bueno, un señor. Hace que uno sienta respeto por él.

Queta se rió más fuerte y miró a Ambrosio: encendía otro cigarrillo y la llamita instantánea del fósforo le mostró sus ojos saciados y su expresión seria, tranquila, y el brillo de transpiración de su frente.

– Te ha vuelto a ti también -dijo, suavemente-. No es porque te paga bien ni por miedo. Te gusta estar con él.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Conversación En La Catedral»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Conversación En La Catedral» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Conversación En La Catedral»

Обсуждение, отзывы о книге «Conversación En La Catedral» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x