Que el día señalado acudió con Florita García Nieto a dicha reunión en la calle Conde del Asalto, pero que se equivocó de piso y los dos se encontraron inesperadamente en una reunión de presuntos vendedores y viajantes sin trabajo que habían sido convocados allí por un representante de la firma Suco y Hermanos S.A., fabricantes de un «jugo de naranja que lo cura todo automáticamente», fueron las palabras que empleó en su declaración. Que Florita escapó de allí en cuanto se dio cuenta del error, pero que él, al hacer acto de presencia el grupo de la Brigada Social, ya no pudo salir por hallarse en las primeras filas, pero que los que estaban más próximos a la puerta sí lo hicieron.
Que no se explica que la verdadera finalidad de esa reunión fuese política, y que él no fue convocado ni advertido.
Tiene antecedentes.
Sugerencia: Multa de 5.000 pesetas.
En cuclillas, David deja escapar la lagartija y coge el rabo cercenado que serpentea soltando su agüilla viscosa sobre el sueño de las piedras. Cierra la hoja del cortaplumas apoyándola sobre la rodilla y abre la palma de la otra mano donde deposita el rabo junto a otro que aún culebrea. No sé qué suerte de soleada inclemencia está cayendo sobre el torrente y sobre las voces sin cuerpo que resuenan aquí. En los recovecos umbríos, algunos cantos cubiertos de musgo parecen estuches. Con sus ínfulas y artimañas de río, pese a no poder exhibir otra cosa que las difusas orillas y el cauce seco desde cuánto tiempo, el torrente simula un rumor de aguas veloces y broncas, empeñadas todavía en manifestarse y arrastrar consigo cualquier desecho que aún quedara enganchado en algún recodo, todo aquello que ya estaba fuera de su sitio, arrumbado e inservible, como la sangre rebelde pudriéndose en el culo de papá.
¿Dónde estábamos, hijo, por dónde íbamos?, inquiere cambiando el pañuelo de mano con el pie apoyado en una roca. Ah, sí. Cuatro días con sus cuatro noches, ése fue el tiempo que nuestro espigado y valiente amigo pasó en casa esperando sus papeles del Consulado. Era en agosto, efectivamente. A pan y cuchillo le tuvimos tu madre y yo en casa durante cuatro días… para enterarme tiempo después que la documentación le había sido entregada a las pocas horas de llegar. Me lo ocultó, el muy pillastre. Sí, lo que oyes. Le veo sentado en el sillón de mimbre junto a la ventana, frente a tu madre, muy formalitos ambos tomando café y conversando amigablemente. Desde un principio se hicieron mucha gracia el uno a la otra. Parecían unidos por una extraña complicidad infantil, una tontuna verbal que les mantenía todo el rato sonrientes y bastante pelmas, y se entendían en un idioma bobalicón que no es de este mundo, unas señas y una lengua que sólo hablan los niños y los locos. Él recitaba versos con su voz nasal e impertinente, y la pelirroja, viviendo como siempre entre dos aguas, la de la fraternidad y la del ensueño, intentaba imitarle en el énfasis romántico y en las ínfulas poéticas y de paso aprender inglés, luego se miraban y seguidamente se echaban a reír. ¿Qué te parece, David? A ver, ¿no crees tú que en situaciones tan extraordinarias, unas personas tan extraordinarias deberían saber estar en su lugar? Ya sé que la vida se compone de momentos insignificantes y de venial palabrería, pero ¡quand même, coño!
¿Qué quieres decir, papá?
Aprende idiomas, hijo. Recuerdo unos versos que el teniente O'Flynn repetía una y otra vez, y que no paró hasta que tu madre se los aprendió de memoria. Por la noche el calor nos sacaba de casa y bebíamos ginebra de garrafa sentados al borde del barranco, bajo las estrellas… En gruesos vasos azules bebíamos hasta la madrugada, aún puedo oler el acre perfume de la ginebra y oír la hermosa voz del teniente.
O Rose, thou art sick!
The invisible worm
That flies in the night,
In the howling storm,
Has found out thy bed
Of crimson joy,
And his dark secret love
Does thy life destroy. [1]
¿Y qué significa, papá?
Hablaban una jerga extraña, ya te lo he dicho, porque ni tu madre sabía inglés, ni él español. De todos modos he de admitir que era un hombre muy culto… Antes de que se largara con viento fresco le pregunté qué llevaba dentro del maletín, que pesaba tanto. Dijo que era una pieza de un submarino alemán, y que tenía que entregarla personalmente en Gibraltar o en Londres. Se trataba de un metal pesado, valiosísimo, me explicó, que tenía forma cilindrica y estrías y cifras en un extremo, y en el otro señales de metralla o de fuego. Un cacharro de sumo interés científico y estratégico para el Almirantazgo.
¿Te lo enseñó?
No quiso.
¿Y tú le creíste?
Me parece recordar que fue la única vez que le creí.
¿Y qué pasó después?, inquiere David.
Se fue. And we'll never see you again?, le dije. Y me respondió: Never is a long time.
¿Qué significa?
¡Puñeta, David, estudia idiomas! ¡Que te enseñe tu madre!
Has dicho que mamá no sabe inglés.
Algo aprendió, algo aprendió… ¿Por dónde íbamos? Ah, sí. Bueno, pues yo hice un trabajo irreprochable con ese piloto, le di cobijo y le protegí mientras esperaba sus papeles, y luego él viajó sin problemas a Gibraltar y después a Inglaterra, y allí se reincorporó a su escuadrilla. Le fue asignado otro Spitfire y en febrero del año siguiente sería derribado nuevamente, esta vez en la región de Calais. Tal cual quedó, con la cara tiznada y las manos quemadas, apareció en la portada de la revista Adler del mes de marzo de hace tres años, exactamente en la edición del 15-3-1942, esa que tu madre se agenció en la salita de una comisaría, mientras esperaba para algún interrogatorio… ¡Menudo vuelo el del intrépido Bryan O'Flynn, desde los horizontes de oro y esmeralda donde habitan los héroes a la pared leprosa de un cuartucho del Guinardó! Bien. Yo entonces ya me había pasado a Francia y actuaba como enlace entre la red de Pat O'Leary y el grupo de Ponzán. Supe que nuestro piloto había conseguido ayuda para escapar y cruzar de nuevo la frontera francoespañola, llegando a Londres vía Lisboa. Con las manos quemadas y deformadas ya no volvió a pilotar ningún caza, y a partir de entonces cumplió misiones de oficial de enlace en África del Norte y en la ofensiva en Alemania. Pasó luego a Servicios Especiales, trabajó un tiempo con un agente del M16 y en Marsella le vi en una ocasión con gente de O'Leary. Recuerdo que llevaba una enorme maleta y le dije en tono de chunga: ¿Qué llevas ahí dentro, Bryan, la proa de un acorazado alemán? Lo último que supe de él, unos meses antes del desembarco de Normandía, es que iba en un bombardero que cayó al Mediterráneo cuando regresaba a su base en el norte de África, seguramente después de alguna incursión sobre Alemania. Había cruzado media Europa con metralla en las alas, y no sólo eso, agárrate, tal como me lo contaron te lo cuento: parece que ese avión volaba con la tripulación achicharrada en sus asientos, seis cadáveres con fuego en la cabina y sin rumbo, planeando a escasos metros del mar, hasta que cayó y se hundió…
¡Yo lo vi caer!, proclama David muy excitado. ¡Yo lo vi! Nadie me creyó, ni la abuela Tecla ni mamá ni la Guardia Civil ni nadie. Y ni la radio ni los diarios dijeron nada, pero yo lo vi con estos ojos. En la playa de Mataró. Era un Marauder B-26, y en el fuselaje habían pintado una chica en traje de baño con la inscripción Forever Amanda. ¿Qué quiere decir?
Lo sabrás cuando aprendas idiomas.
Nadie me creyó pero tú has de creerme, padre… ¡Tú debes creerme!
Te creo, corta papá alzando la botella y mirándola al trasluz. Así que alégrate. ¡Hay que desenmascarar la verdad! Ahora escúchame. También a la pelirroja tenemos que darle una alegría diciéndole la verdad desnuda, ¿no crees? ¿Qué podríamos decirle…? Ya sé. Le dirás que las aguas del torrente se me han llevado la botella.
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