Juan Marsé - Teniente Bravo

Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Marsé - Teniente Bravo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Teniente Bravo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Teniente Bravo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Una Barcelona que se eleva sórdida e intrigante. El mítico cine Roxy, que en su tiempo alivió la miseria de posguerra con sus leyendas de celuloide. El mundo de este gran escritor desfila por estos relatos.
En este libro Juan Marsé reúne tres historias magistrales. En «Historia de detectives», cuatro muchachos, encerrados en un Lincoln abollado y herrumbroso, dan alas a su fantasía. Mezclados con el humo azul de sus aromáticos cigarrillos de regaliz, los relatos de crímenes y viudas peligrosas llenan el interior del automóvil. La crítica mordaz, irónica, patética y a menudo divertida de la bravura obcecada de un militar franquista en «Teniente Bravo» constituye uno de los hitos en la historia de la narración breve de las letras hispanas. Y finalmente, en «El fantasma del Cine Roxy», los mitos del celuloide conviven con la realidad del presente, encarnada en un banco construido sobre las ruinas de un antiguo cine de barrio cuyos héroes se resisten a desaparecer.
«Marsé bucea en los fondos abisales de su inconsciente para sacar a flote experiencias lejanas que transforma en material literario.»
MÀRIUS CAROL
«Lo grande de un escritor como Marsé es saber crear personajes con entidad.»
FERNANDO TRUEBA.

Teniente Bravo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Teniente Bravo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Mi teniente, usted dirá lo que quiera, pero este aparato no está en condiciones. -Con las manos apaciblemente cruzadas en la espalda, el sargento se acercó a examinar el potro-. Hum.

Tranquila, remolona, las fláccidas odres pendulando entre las piernas, Carmencita merodeaba detrás del pelotón, y se paró a olisquear las pantorrillas blancas y muelles, casi femeninas, de los gallegos. El teniente se incorporó con una resabiada parsimonia, mirándose las manos despellejadas con extrañeza, como si fuesen las manos de otra persona. El sargento observó a dos hormigas rojas y grandes, articuladas como artefactos mecánicos, paseándose alrededor de la estrella bordada en el pecho del teniente. Con los oídos silbándole, magullado, terco, irreductible, el teniente se tragó la sangre de la nariz y miraba el potro con talante reflexivo.

– Hum -repitió el sargento, inclinándose sobre la pata postiza para examinarla más de cerca-. Algo tiene esa pata, mi teniente. No sabría decirle si es más larga o más corta que las otras -se emperró el sargento en la idea, cabeceando ceñudo- pero yo diría que no se asienta bien…

– Retírese, sargento.

– Si da usted su permiso, yo creo que los muchachos ya se han hecho cargo de cómo hay que saltar…

– ¿Cómo van a hacerse cargo si todavía no me han visto saltar? ¿Quiere usted explicarme eso, sargento?

– Ya, pero de todos modos es como si hubiera usted saltado, mi teniente.

– Pero aún no he saltado…

– Sí, pero ya tienen una idea…

– ¡Sin embargo, sargento, lo que resulta evidente incluso para esta cabra es que yo aún no he saltado el potro! Será porque no le tengo tomada la distancia, o porque no es mi día, o por las botas o por mil pollas en vinagre, ¡pero por la leche que me dieron que lo saltaré así tengamos que pasarnos aquí todo el santo día! ¡¿Me explico, sargento?!

– A sus órdenes.

El sargento se cuadró, dio media vuelta y consultó su reloj. Luego miró hacia la trasera del barracón verde, en la ladera de las basuras: nadie a la vista, aún faltaba más de una hora para ver allí algún soldado pelando patatas o abriendo pescados y sacándoles las tripas. Que llegue alguien, pensó, que alguien interrumpa este disparate. Decidido a ganar tiempo al precio que fuera, el sargento aventuró una nueva hipótesis:

– Mi teniente, ¿y si ponemos un apoyo aquí delante del potro, como un pedestal para facilitar el salto?

– ¡¿De qué pedestal de los cojones me está hablando, sargento?!

– Una piedra, unos ladrillos…

– ¡Ladrillos! ¿A qué demonios cree usted que estamos jugando?

Y le volvió la espalda y se fue cojeando un poco, limpiándose la sangre de la cara con desdeñosos fregoteos de la bocamanga. Al pasar frente a la cola del pelotón miró al recluta larguirucho y sombrío que iba para cabo de gastadores -Fermín Freiré Albariño, de Albarín, provincia de Lugo- y le guiñó el ojo amoratado, y el recluta sonrió confuso. De un fuerte tirón el teniente desprendió los guantes del cinto y se los enfundó nuevamente, quizás para ocultar las manos despellejadas; o era simplemente un ritual de gestos para aplacar los nervios, para darse ánimos.

Se fue mucho más lejos, se paró y se dio la vuelta, y, mientras terminaba de ajustarse los guantes, lanzó al potro -clavado siempre en el mismo sitio, pero ahora con una apariencia trémula de araña dormida, emborronada por las vibraciones de la luz al ras de la tierra ya recalentada por el sol- una mirada torva y venenosa con su ojo circundado de sangre. El teniente sabía que era su última oportunidad. Sobreponiéndose al dolor y a la rabia, rebosante de amor propio, dirigió también una mirada a sus reclutas, pero desde muy lejos, desde una región íntima, despiadada y violenta a donde ellos no podían seguirle, más allá de su propia aceptación del error y la impotencia y la sangre, más allá del polvo y la derrota. Por su parte, los reclutas respondieron afirmándose en su medrosa pero solidaria posición de firmes, asombrados, mirando la nada con resolución. Y a su lado, ya sin capacidad de reacción, el sargento Lecha aguardaba el fin de la insensata aventura con las manos cruzadas en la espalda y la cabeza gacha, observando entre sus pies los furiosos picotazos que la gallina daba a una lombriz.

Agazapado en la línea de salida, el teniente se congeló en una estatua, en suspenso el primer paso, la rodilla casi en tierra y empuñando la fusta paralela a la pierna avanzada. Sentía un intenso dolor en la cadera. Su rostro parecía ya el de un loco, duro y desesperado, fijo siempre en su enemigo con una crispación maniática; como esperando captar en él un falso movimiento, como queriendo sorprenderle en un descuido, desenmascarar su impostura. Se apoyó en un pie, luego en otro, balanceando suavemente la elegante espalda. Tras él, los cochinos del brigada redoblaron su desdichada sinfonía de cuchillos afilándose, y entonces, al bajar los ojos al suelo para concentrarse mejor en la carrera, el teniente vio delante de su pie una estrella de mar reseca moviéndose, girando en sentido rotatorio, transportada por un ejército de hormigas. Quiso concentrarse en el salto, pero su mirada se sentía atraída por la estrella muerta y las asombrosas hormigas (¿cómo había llegado la estrella de mar a este páramo encendido de sol y de banderas sobre la escarpada falda de una colina?) hasta que, finalmente, el teniente cerró los ojos y apretó los puños y arrancó a correr espoleándose maniáticamente, cojeando y con una breve efusión de polvo rojo en los talones. Corría con el torso envarado y muy adelantado con relación a las piernas, como si la mitad inferior del cuerpo no pudiera ya seguir el mandato de su voluntad, y con la fusta hostigaba su cadera y sus botas sin parar, hablándose a sí mismo entre dientes, mascullando maldiciones. Bruscamente, como si quisiera sorprender al potro empleando una estrategia inesperada, se inclinó y corrió agazapado el resto de la carrera. Algunos reclutas cerraron los ojos para no verlo, y en medio del pelotón, de nuevo la voz de hojalata arrugada, intestinal e inmisericorde del recluta ventrílocuo anunció: «¡A mí la Legión, que me hostio!», pero esta vez nadie se rió. Pita apartó la vista, Amores parpadeó incrédulo y Folch giró lentamente la cabeza a un lado; el teniente Bravo estaba lanzado a una carrera furtiva, de animal acosado y carcovo.

Bastante antes de llegar a su objetivo, el teniente se irguió, arrojó la fusta al aire, clavó la barbilla en el pecho y pegó los brazos a los costados; corrió el último trecho como si cumpliera una penitencia. La funda con la pistola rebotaba en su ingle y él percibía los golpes como una forma más de hostigamiento. En el tramo final que precedía al salto, por su mente desfilaron vertiginosamente todos los saltos fallidos que había dado en su vida y entonces se acordó de la cosa más tonta e incongruente: «Anoche me olvidé de engrasar la pistola.» Al margen de una imprevista sensación de vacío -en el interior del potro, en su mala entraña, al apoyarse en el lomo, el teniente notó algo vivo que pataleaba y que transmitió un hormigueo a sus manos- el salto fue un prodigio de bravura y estilo, pero iba tan mermado de fuerzas y tan sobrecargado de gallardía y de pasión y de cojones que, antes de darle tiempo a retirar las manos, las muñecas se le doblaron como si fuesen de trapo, las rodillas golpearon el canto del potro y su cuerpo se volteó vertiginosamente cabeza abajo como esos muñecos del futbolín que giran ensartados en la barra. El teniente se fue contra el suelo de morros y sin protegerse con los brazos, renunciando a cualquier atenuante o acomodo, y quedó tendido bocabajo, inmóvil, sangrando profusamente por la nariz y la boca. El sargento Lecha corrió hacia él y se arrodilló advirtiendo en seguida la magnitud de la costalada. El teniente se quiso incorporar y volvió a caer de bruces, extenuado. La sangre manaba de su nariz como de un grifo. Con la ayuda de cuatro reclutas, el sargento intentó organizar el traslado del herido, que ofreció alguna resistencia. Recostado en un codo, rendida la cabeza, el teniente jadeaba apaciblemente, en una postura incómoda y sumido en una especie de autoconmiseración abyecta. Tenía los ojos en blanco y en su boca torcida florecía una espuma rosada. Lo último que hizo, antes de entregarse, fue arrancar el pañuelo de su frente y arrojarlo lejos. El sargento bramaba órdenes, se acercaron más reclutas a ayudar y se estorbaban entre sí, todos querían sostener al teniente por los brazos y las piernas y por fin lo alzaron y giraban con él en sentido rotatorio, sin enfilar la dirección correcta. Mareado, debatiéndose en la semiinconsciencia, el teniente levantó la mano enguantada en medio de una nube de polvo y dijo: «Quietos, cabrones», y sufrió un acceso de tos.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Teniente Bravo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Teniente Bravo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Teniente Bravo»

Обсуждение, отзывы о книге «Teniente Bravo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x