Juan Marsé - Teniente Bravo

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Una Barcelona que se eleva sórdida e intrigante. El mítico cine Roxy, que en su tiempo alivió la miseria de posguerra con sus leyendas de celuloide. El mundo de este gran escritor desfila por estos relatos.
En este libro Juan Marsé reúne tres historias magistrales. En «Historia de detectives», cuatro muchachos, encerrados en un Lincoln abollado y herrumbroso, dan alas a su fantasía. Mezclados con el humo azul de sus aromáticos cigarrillos de regaliz, los relatos de crímenes y viudas peligrosas llenan el interior del automóvil. La crítica mordaz, irónica, patética y a menudo divertida de la bravura obcecada de un militar franquista en «Teniente Bravo» constituye uno de los hitos en la historia de la narración breve de las letras hispanas. Y finalmente, en «El fantasma del Cine Roxy», los mitos del celuloide conviven con la realidad del presente, encarnada en un banco construido sobre las ruinas de un antiguo cine de barrio cuyos héroes se resisten a desaparecer.
«Marsé bucea en los fondos abisales de su inconsciente para sacar a flote experiencias lejanas que transforma en material literario.»
MÀRIUS CAROL
«Lo grande de un escritor como Marsé es saber crear personajes con entidad.»
FERNANDO TRUEBA.

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El huracán ya ruge. Llegan más detalles de las famosas tres horas de C. C. al teléfono: parece que el genio estuvo escribiendo en el estudio de la chica mientras ella dormía y al irse dejó en la mesa un principio de capítulo absolutamente increíble, Gimfe, le dijo, tienes que leerlo, superior al mismísimo Joyce, fabulosamente más allá de Burroughs. En fin, que la narrativa experimentalista española, Benet, Guelbenzu, Cargenio, Leyva, Goytisolo, etcétera, se queda en pañales. Absolutamente urgentísimo que Castellet lea ese texto, Gimfe.

Trepidante noche en Bocaccio, dos sanfranciscos, un optalidón en el gaznate, otro perdido en la moqueta, camareros precipitándose sobre mí con miles de mecheros encendidos. Llega José M. aSolanes como una jaca meditabunda enjaezada con cámaras fotográficas, oye, ¿sabéis ya la noticia?, y bla bla bla, Carlos Duran me ha llamado pidiéndome el teléfono de C. C. y me lo ha contado, yo no sabía nada.

«Ven a estribor», le digo haciéndole sitio en la barra, «el iceberg ya se ha resquebrajado en las zonas árticas y avanza descomunal y silencioso hacia nosotros…» ¿Estás trompa?, dice él: resulta que tu C. C. ha estado persiguiendo día y noche a Félix de Azúa y a Salvador Clotas hasta conseguir que lean parte de la novela de un amigo suyo, dicen que el libro será la bomba editorial del año, estilo atonal y aleatorio sin precedentes en la sonsa novela española de hoy empeñada en ser realista y argumental, eso dicen que ha dicho Umbral con su pluma-sonajero o tal vez Julián Ríos, nuestro Joyce descafeinado, comisarios/grumetes siempre en lo alto del palo mayor avizorando verdes continentes de prosa intransitable y alfalfa sintética, pasto de burros eruditos. He visto casualmente a Clotas hace una hora -prosigue Chema, ajeno a mi desinterés por el asunto- y afirma que Félix es un experto en esa clase de prosa, pero también dice que C. C. está grillada. Bueno, ¿qué bebes?, me apunto a lo mismo…

– Se te ha caído el zoom, Chema. Tantas cámaras al hombro, tantos objetivos y lentes y super-lentes…

Y pido un café triple.

3 octubre

Visita a C. C. para despedirme y recoger mis cosas. Me recibe dinámica y graciosa con sus braguitas color fresa y el chaleco azul celeste floreado (que perteneció a Marcel Bergés) mal abrochado sobre los senos belicosos. Me dedica una atención esquinada, displicente. Pegada al teléfono, chillando: «¡Cadaqués, Cadaqués!», despeinada, soñolienta, rodeada de agendas y sedantes, ceniceros repletos, discos y anticonceptivos. Parece un ángel exterminador.

Me confirma el rumor sin dudarlo un segundo, sin un parpadeo:

– En efecto, se trata de un principio de capítulo fascinante y conmovedor, increíble, escrito aquí con esta máquina, la mía. Haré fotocopias… ¡¿Cadaqués…?! Un autodidacta, ¡señorita, ¿qué pasa?! Nadie le conoce ni él conoce a nadie, todavía, ni siquiera yo sé dónde vive y apenas su nombre: Roberto no sé qué. Y es un encanto.

– Cálmate.

– Y me necesita.

– ¿Estás segura?

Aporrea el teléfono, impaciente. «De todos modos», añade, «pertenece a la gauche divine, le vi sentado en Bocaccio en medio de la pandilla, esa noche que le conocí…»

Inútilmente, porque no me escuchaba, prevengo a C. C. del espejismo: lo que ocurrió esa noche en Bocaccio, según he podido saber por el camarero karateca y judoca, fue que la mesa de la gauche divine estaba muy concurrida y no paraban de llegar nuevos contertulios, y poco a poco el círculo fue ampliándose y ocupando más mesas con su guirigay de conversaciones cruzadas y confusas, de modo que, en cierto momento, fue también absorbida la mesa más distante y junto con ella su único y silencioso ocupante, ese Roberto, que pasó así a integrarse en el grupo, primero manteniéndose callado, luego iniciando cautelosos contactos… «Cuando tú llegaste, al verle sentado junto a Rosa Regás y Oriol Bohigas, creíste que era uno de ellos. Fue la casualidad, o tal vez ni eso: a lo mejor el pájaro acudía allí todas las noches en espera de su oportunidad.»

Pero C. C. no me escucha. «¿Cadaqués, Cadaqués…?, absolutamente de vida o muerte hablar con Castellet. ¡¿Cadaqués?! ¡Mierda!»

Me recuesto en el diván. Ella ha colgado el teléfono violentamente. Brilla una fina película de pasmo en sus rodillas fervorosamente juntas, cerradas a cualquier devaneo. «Hay mucho que hacer», la oigo murmurar. Le pido que me deje leer el famoso capítulo, me responde que no lo tiene. «Todos se lo están disputando, pero quiero llevar esto a mi modo. El chico no está relacionado. Me necesita.»

Descuelga el teléfono, lo vuelve a colgar. Castellet debe estar en Sitges. Suspira. Se levanta, tiene mucha prisa, «¿Me permites? He de cambiarme», y cruza a buen paso el familiar desorden del estudio -aquellos discos que un día le regalé, los libros tan queridos, el batín japonés, los cojines por el suelo, el tranvía de Todó- como el ángel del Señor dejando atrás las ruinas de Sodoma. «Llévate lo que quieras», dice, «menos la máquina de escribir, la vamos a necesitar».

Excitada y feliz, volviéndome la grupa respingona, C. C. sale del cuarto.

4 octubre

Presentación de libro y de autor en librería Cinc d'Oros. Vino tinto, tacos de tortilla y croquetas de pollo. Cinco intelectuales goxdivín en ringlera de cara a la concurrencia comentan el libro presentado: Ondia, quina tabarra el seny!, textos del travieso Terenci y fotos de Colita sobre la capital catalana y su enigmática condición de cap i casal.

Presente la plana mayor de la G. D. excepto Federico Correa, Castellet y Copito de Nieve. Se comenta la anunciada asistencia de C. C. y del novísimo, que se retrasan. Los directores de cine de la Escuela de Barcelona hacen olla aparte. El Cristo de Pasolini bebe tinto con Nunes. En un rincón, Vicente Molina-Foix y Terenci Moix intercambian programas de cine en color: «Tú me das El príncipe estudiante y yo te doy El príncipe valiente.» Emocionado, Félix de Azúa le enciende el puro a Juan Benet, de paso -bastante inseguro, pero afable- hacia Madrid.

Pere Portabella comenta que ha leído el dichoso capítulo, que es buena prosa pero no tanto como Brossa. Se dice que Pániker en-las-calles, el editor-filósofo-hindi-catalán, estaría interesado en considerar un contrato de opción para las próximas cinco novelas del protegido de C. C., renunciando incluso al 50 % de derechos secundarios. Al oírlo, la superagente Carmen Balcells se sonríe burlonamente por debajo de la nariz.

Oriol Bohigas, en cuyo hombro Ana Moix apoya dulcemente la cabeza un poco mareada, tararea unos compases del Concierto n.° 20 de Mozart en re menor para piano y orquesta (Richter al piano) sin dejar de hablar al mismo tiempo, es decir, canthabla popeyescamente «No puede ser, nois, esto es un rumor inventado por los miserables dibujantes de cómics eróticos y sofisticados y por esos cretinos adoradores de los Beatles. Vámonos a cenar al Massana, nena.»

Al marcharme birlo de una estantería el E. A. Poe en dos tomos de Alianza Editorial. En la calle descubro que he cogido dos ejemplares del primer tomo. Marcel Bergés, por su parte, sale de la librería con dos ejemplares del segundo tomo escondidos dentro del pantalón. Hacemos intercambio y bona nit.

5 octubre

Conflicto laboral en la editorial. Me quedo sin trabajo. Mendigar traducción por aquí, colocar articulito por allá. Comienza la lenta agonía.

Aumentan mis visiones catastrófico-culturales: Eugeni d'Ors ganador del premio Sant Jordi 1975 de novela / El Premi Moreneta Maca de virolais en prosa, que se concede anualmente en lo alto del Cavall Bernat, ganado por don Laurayanu López Rodó y el astro José Mojica al alimón / El personal subalterno de Banca Catalana inicia su triunfal gira por el Japón cantando caramellas con textos de Jordi Pujol / Encerrona de monjes montserratinos en el Jazz Colón / Baltasar Porcel devorado por los cocodrilos de Fu-Man-chú / Don Fernando Lázaro Carreter presenta a la Real Academia de la Lengua el vocablo de nuevo cuño goxdivín, y estrena su nueva obra teatral La poltrona no es para ti, Paco.

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