Juan Marsé - Últimas tardes con Teresa

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Últimas tardes con Teresa: краткое содержание, описание и аннотация

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Ambientada en una Barcelona de claroscuros y contrastes, Últimas tardes con Teresa narra los amores de Pijoaparte, típico exponente de las clases más bajas marginadas cuya mayor aspiración es alcanzar prestigio social, y Teresa, una bella muchacha rubia, estudiante e hija de la alta burguesía catalana. Los personajes de esta novela a la vez romántica y sarcástica pertenecen ya, por derecho propio, a la galería de retratos que configuran toda una época. Hito de la literatura española contemporánea, esta obra consolidó internacionalmente el nombre de su autor…

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Blanes estaba muy animado. Teresa y Luis, cogidos de la mano o por la cintura, dieron por las calles y las terrazas llenas de turistas una perfecta lección de cómo se pertenece al grupo nacional de los escogidos: no se sobaban. Después de comer unos platos combinados en la barra de un bar -por cierto, Maruja tropezaba continuamente con sus sandalias, se le caían de los pies, y ella se avergonzaba- fueron a tomar un cuba-libre en una terraza con discos (allí fue donde Luis tomó sus dos primeras ginebras a palo seco) y bailaron. Maruja permaneció sentada todo el rato, y aunque la invitaron a bailar varias veces, nunca aceptó (“No sé, ahora que lo pienso, si no quería bailar por una tonta fidelidad a su novio o por miedo a que se le cayeran las sandalias, porque, desde luego, la excusa que daba: “me duele un poco la cabeza, gracias, no bailo”, naturalmente era mentira…”). Sólo una vez hizo una alusión a su novio, lamentando que no pudiera estar allí con ella. Luis y Teresa le prometieron que un día saldrían los cuatro. Mientras, la conciencia de que aquella era la noche destinada para ellos desde el principio de los tiempos se iba adueñando de sus miradas, de sus abrazos, y, sobre todo, de su manera de beber.

Bailaron estrechamente enlazados durante mucho rato delante de Maruja, mirándose a los ojos. Cuando se dieron cuenta de que la muchacha no sólo se aburría terriblemente sino que se le cerraban los ojos (de sueño debía ser. “¡Este murciano, también, mira que debe ser bruto! -había bromeado Luis-. Será un obrero con toda la conciencia social que quieras, Tere, y eso aún habría que verlo, pero ya podría aguantarse un poco y dejar que la chica descansara alguna noche…”) decidieron darse una vuelta por otros sitios que suponían iban a serle a Maruja más divertidos y familiares -y también a ellos-, pequeñas tabernas y bodegas sofisticadas donde se pudiera beber vino y charlar con desconocidos. Pero aunque parecía feliz, Maruja no consiguió quitarse de encima aquel sopor; estaba ausente, con la mirada fija en el vacío, sin hacer ya caso de ellos ni de sus arrumacos: ya no era aquel poste transmisor de su felicidad. Decidieron regresar a la villa.

Durante el camino de regreso cantaron (qué ridículo le parecía ahora al recordarlo) canciones populares de la resistencia francesa, de los partisanos (“¡Ah, compagnon…!”) que habían aprendido en un disco de Yves Montand que tenía Teresa. Bajaron del coche en la entrada principal y se despidieron de Maruja, que les dio las gracias dormida pero muy contenta, y ellos se fueron a dar un paseo por la playa. Entonces, al quedarse solos, ocurrió una cosa extraña: desapareció repentinamente aquel ardor comunicativo de Luis y en su lugar se estableció una especie de lucidez íntima y grave, intransferible, que amenazaba adueñarse de los dos para el resto de la noche.

(“¿Por qué diablos, precisamente entonces, se me ocurrió hablar de Paco Lloveras y de Ramón Guinovart, los últimos exilados en París?”). Comentaron un libro de poemas de Nazim Hikmet que corría por la Universidad de mano en mano, y que Teresa había prometido prestarle a Luis. Cerca de la orilla, bajo la luz de la luna, ella veía el perfil grave y evocador del prestigioso estudiante encarcelado y recordó a Hikmet

Tu es sorti de la prison

et tout de suit

tu as rendu ta femme enceinte

bonito en medio de la dulce emoción de un roce de nudillos en las caderas, esperando, anhelando una reacción de él ( Tu la prends par le bras – Et le soir tu te proménes dans le quartier ) que no acababa de realizarse. Luis permanecía sumido en un silencio muy familiar a los amigos íntimos: así debió ser la tortura. A ella se le ocurrió decir: “No pienses más en ello”, con una voz sorprendentemente ajena, y se produjo una situación embarazosa. Sin duda para equilibrar tal situación, Luis empezó de pronto a hacer cosas extrañas, a dar muestras de una alegría infantil y ridícula que a ella la irritaba: aprovechaba las ocasiones propicias como lo habría hecho un preadolescente: “Mira, mira, hay luz en la villa -decía al mismo tiempo que se pegaba a la espalda de ella y se frotaba, señalando las ventanas iluminadas de la casa-. ¡Mira! ¿Lo ves?, ¿lo ves? ¿quién será? ¿ladrones? ¿eh?”. “Quién quieres que sea, Maruja que le habrá quedado algo por hacer… Y deja de jugar, anda, que te estás volviendo tonto”. Y en otro momento que paseaban entre los pinos: “¡Mira, mira, tienes un bicho en la rodilla…!” y entonces la manoseaba subrepticiamente. Penoso, en verdad. No era eso lo que ella esperaba. ¿Qué había pasado? Estaban en un pozo lleno de impresionantes exilados presididos por Nazim Hikmet. El alibi intelectual duró poco: Teresa, en un momento dado, se colgó de su cuello y le obligó a besarla formalmente. Por un momento, los venerables fantasmas de Paco Lloveras y sus amigos se esfumaron, y París con ellos. Entonces, cuando él ya estaba perdiendo la cabeza, Teresa dijo que lo mejor era volver a la villa y tomar allí unas copas mientras charlaban. Fue un error. Probablemente, se decía ahora, de aquella repentina decisión arrancaba su parte de culpa en lo sucedido, su aportación al fracaso y a la vergüenza de esta noche. Bien es verdad que si Luis hubiese protestado y se hubiera empeñado en seguir besándola allí (en realidad, y no ahora, sino antes, lo que debía hacer hecho es obligarla a sentarse con él en la arena en vez de seguir paseando y paseando) ella sólo habría ofrecido una tierna resistencia por motivos de comodidad (decir algo así como: “Aquí no, que hay humedad”) lo cual hubiese ya implicado una aceptación previa del hecho en la cama y con ello acaso se habría esfumado aquella maldita nube de inseguridad que les envolvía. Pero Luis no dijo nada, y durante el regreso, precediendo a Teresa en algunos metros, se cerró en un silencio penoso que haría aún más difíciles las cosas.

– Mira, tus ladrones ya han apagado las luces -dijo ella riendo, intentando salvar por lo menos el humor.

Luis aceleró el paso, pateando los matorrales.

Teresa subió a la terraza con una botella de gin, hielo y vasos, y se tumbaron en un par de hamacas, junto a la música del transistor. Estaban tan deprimidos que cometieron -esta vez los dos- un nuevo error: empezaron a hablar de política y de acción universitaria. Al principio ni se dieron cuenta, todo seguía siendo un reflejo de aquella expansión nerviosa que les había hecho invitar a Maruja y regalarle unas sandalias, lanzarse a cenar a Blanes, bailar y pasear por la playa y otras inútiles lindezas. Y he aquí (misterios mentales de aquella generación universitaria de héroes) que esta discusión sobre temas tan serios les fue ganando poco a poco de una manera extraña e inevitable, a pesar suyo, y de pronto descubrieron que habían caído en una nueva trampa.

– Sí, Tere, preciosa, estoy de acuerdo -decía él, casi irritado- en que la situación actual del socialismo con respecto al capitalismo ha cambiado en todo el mundo, pero es un cambio cua-li-ta-ti-vo, no cuantitativo, ¿lo entiendes? Además, ¿por qué te empeñas en querer hablar ahora de eso?

– ¿Quién, yo? ¡Vaya! Sólo quiero que sepas que lo entiendo perfectamente, señorito sabelotodo, y que por eso en octubre fui de las primeras en lanzarme a la calle… Alcánzame la botella, por favor… Lo entiendo, sí, y por eso he hecho yo más visitas a la fábrica de tu padre que todos vosotros juntos, aunque hayan servido de poco, y por eso pedía más reuniones, más contactos, más unión, en fin. Y por eso estoy ahora aquí contigo hablando de ‘todo eso… Desde luego, ya sé que afuera se define cada vez más como una política de paz, y sin que ello represente en absoluto un repliegue en la lucha por el objetivo final (“adónde he leído yo eso?”) pero también hay que tener en cuenta las circunstancias… Oye, no bebas más, estás liquidando la botella tú solito y luego no vas a saber ni donde pones las manos… (se refería a no poder conducir, por supuesto, pero el héroe universitario sonrió, aunque ya muy débilmente, a lo que creía una cosquilleante alusión) ¿Qué estaba diciendo? Ah, sí… Bueno, dejémoslo.

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